La ciudad indecible. Poesía de Sara Vial

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sara vial
por Alone
“Esta Sara Vial es trinadora” empieza Pablo Neruda en el prólogo a este libro y, poco después, agrega que tiene el corazón extremadamente eléctrico y que es “verdadera y cantarina esta suave y serena y sauce Sara”.
¿Para qué más?
La crítica de unos trinos debería, en justicia, limitarse estrictamente a trinar. Todo lo demás es literatura. Pero la curiosidad de la gente pide más, pide un poco los trinos de la trinadora y eso no resulta ya tan difícil. Oigámosla en su mejor momento que es cuando sus trinos toman forma de sonetos y dice, por ejemplo:
“Para decir aun lo que no es todo
hoy falta presentirse más lejana,
un aire azul acaso una ventana
o un libro que leer de cualquier modo.
Y para no entender la enredadera
que alarga flores nuevas a la mano,
hay la dulzura de llamar hermano
al que no supo verla cuando fuera.
Hay siempre la dulzura pensativa
de recorrer lo bordes de la herida
que ha empezado a doler un poco menos.
Y hay siempre un árbol nuevo en el paisaje
o un gesto que ha rozado nuestro traje
con la ilusión absurda de ser buenos”.
Algunos poetas nuevos lo abandonan todo, idea, sentimiento, rima, ritmo y quieren que así se les entienda. Sara Vial, compasiva con las viejas generaciones, ha conservado el metro y a menudo esas consonancias que antes nos parecían acompañamiento inseparable de la belleza literaria, pero que ya no están de moda o que solo empiezan a volver con grandes resistencias.
Debemos agradecérselo.
Y también el baño de indefinida claridad, la especie de alegría inexplicable que nos trae su poesía “suave y serena y sauce”; pero no sauce de los que por sus caídas frondas sobre el agua llevan el merecido nombre de llorones, sino de estos que ahora apenas empiezan a echar en sus largas varillas un asombro de brotecito tierno, con algo de sonrisa y algo de pregunta, como pidiendo permiso para entrar primaveralmente.
No hay en “La ciudad indecible” nada terminante; todo va encadenándose y fluyendo como en sueños, al modo de rodar la ola, y parece que el canto le brotara a la niña sin saber ni querer, porque era necesario para que el aire y la luz vibraran.
Sin embargo, de pronto, como tallado o esculpido, nos encontramos entre las páginas un bajorrelieve con cuidados primorosos de orfebrería; porque “esta Sara Vial” no es solamente trinadora y guarda diversas flechas en su aljaba. Podemos esperar muchas otras, de alta cacería, después de la que vamos a ver en otro soneto.
“De espaldas al vacío en que has quedado,
cortadas las cadenas del sonido,
cruzado bajo umbrales sumergido,
tu cuerpo de navío abandonado.
Y yo sin entender este velado
misterio de tu lámpara yacente,
ni la quebrada rueca de tu frente,
ni el frío horizontal de tu costado.
El mástil que el costado te meciera,
de la quemada espuma de tu hoguera
izábate la muerte sobre el lecho.
Dinos aun adiós de tu Nirvana
y suelta las gaviotas de tus canas…”
Es la despedida a D’Halmar la visión a distancia del gran visionario que no temió marcharse, él que tanto quería sobrevivir, que lo hizo todo por evitar la muerte, pronunciando tres veces la palabra nada.
El talento de Sara Vial está lleno de posibilidades.

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