Entrevista a Damián González Bertolino

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A la distancia la figura de Damián se presenta con tanto resplandor como talento. Es un rostro nueva en las letras uruguayas. Sí, es joven y también provisto de una pluma que invita a ser leída. Los dos son tesoros anhelados: la juventud y la capacidad de generar atmósferas distintas con personajes entrañables. En su literatura no importan los cuerpos, ni la edad, ni el estatus; lo que importa es lo que los personajes hacen y dejan de hacer, y como ello repercute en los demás y en ellos mismos. Algunas veces son cercanos; otras veces son personajes que fueron descritos antaño y Damián los trae al presente. Esa es una virtud de todo buen escritor: el hacer que los personajes no mueran nunca, que sean inmortales, que se queden en el fondo del corazón y de nuestra memoria. Pero también destacan por ser extraños -lo que algunos denominan “raros”-. Más extraños que el común de los mortales, lo que es mucho decir. Los libros de Damián organizan el mundo de esa forma. En extrañas circunstancias y con seres que no encajan en la normalidad. Hay excepciones, claro está. Y una pluma que transita libre y regale calidad a nosotros, hambrientos de sana literatura y no esa chatarra, envasada y ajena que acapara rankings. Latinoamérica no se merece eso. En materia literaria sería una traición. Pero la literatura en este continente es justa y nos regala autores cada año y en cada país. En Uruguay está Damián. Y varios más.

“Estoy seguro de que fue en el verano de 1957 cuando Gastón Springer se transformó en el increíble Springer”. Así comienza una buena novela. Un niño se enferma y comienza a crecer hasta convertirse en un gigante. Su único amigo siente que algo cambia entre ambos.
El autor, Damián González Bertolino, señala:
“Tengo una fascinación con Punta del Este en invierno desde que soy niño. Las casas de los turistas son abandonadas, los jardines de pronto se vuelven agrestes y misteriosos, casi góticos, decadentes, y los objetos hablan por sí mismos. Entonces, con el aire marino, llega el óxido como la expresión de la soledad, del mundo revelándose tal cual es. Los carteles, las rejas, los decorados, todo lo que puede ser mordido por el óxido sufre un lento cambio que nos recuerda cómo sería en realidad todo ese mundo. Cuando está por llegar el verano, batallones de empleados empiezan a remover las superficies para que brillen. Por cosas así siempre asocié el óxido con el nacimiento de la intimidad, que suele ser algo opaco, además”.

Acá la entrevista al autor. Un imperdible

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