La periodista Eliana Cea y su cercanía con Urbe Salvaje

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Por Gonzalo Figueroa Cea


Al cumplirse algunos días atrás un año de la muerte de mi madre, mi mente ya no está en ese estado de coctelera de emociones, tratando de ordenar lo que padecí en los momentos inmediatamente posteriores al deceso. Evidentemente el tiempo pasa y el duelo continúa, aunque la serenidad es el estado que predomina. En el mismo sentido, viendo siempre la mitad llena del vaso, los recuerdos más vivos afloran como destellos de colores. Allí asocio a Eliana Cea, mi mamá, con una publicación muy especial y querida por ella.
Ella tuvo un gran vínculo con Urbe Salvaje en sus orígenes, no necesariamente material pero sí espiritual. En 1994 y en formato de revista nació este medio, que hoy se puede leer en Internet. La creación fue producto del empuje y el corazón puestos por un grupo de sus alumnos de tercer año de periodismo de la Universidad Bolivariana. A Hugo Dimter, Eduardo Hernández, Guido Flores y Mauricio Galdames se les unieron algunos compañeros y compañeras de curso y otros de la misma carrera, cuando la casa de estudios superiores estaba afincada en el barrio Yungay y tenía su sede principal en la casona ubicada en la esquina de las calles Huérfanos y Esperanza. Yo también estudié allí por esos años.
A pesar de la modestia material de los primeros ejemplares, la publicación llamó la atención por su irreverencia, sentido crítico, libertad, guiños al ámbito literario, al cine, a la música popular y a la cultura, pero por sobre todo por ser una “voz de la juventud”, de quienes éramos veinteañeros por entonces. En el marco de una especie de reportaje que hice por entonces para una publicación del Instituto Nacional de la Juventud (época en que yo hacía algo parecido a una práctica en la misma entidad), Eduardo Hernández me confesó que “la principal característica de Urbe Salvaje consiste en que no tiene característica”, definición atribuible un poco a lo difícil que resultaba encasillar el producto. Pero si uno hace el ejercicio de clasificarlo, creo que los ingredientes señalados dicen mucho.
Respecto del nombre de la publicación, Hugo Dimter, director y verdadero motor de la iniciativa editorial, explicó en la oportunidad que tenía que ver con la impresión que le generaba Santiago en ese periodo: “es una verdadera urbe salvaje, la gente anda apurada, como que te anda empujando, con cara de pocos amigos”. Cabe resaltar que Hugo es osornino y -no está de más señalarlo hoy mismo- la capital tampoco ha cambiado demasiado en tres décadas.
No es que mi madre tuviese una injerencia alta en la línea editorial de Urbe Salvaje o que propusiera temas, pero al más puro estilo de míster Keating en “La Sociedad de los Poetas Muertos”, como factor humano motivador logró seducir al nutrido grupo de alumnos de aquel tercer año de periodismo en la Unibol, entre quienes estaban los referidos entusiastas fundadores de la mítica revista.
No se trataba de que tuviera alumnos regalones, ni alguna predilección por temas determinados, pero de alguna manera las coincidencias emocionales e intelectuales de mi madre con los citados fueron importantes alicientes para que ellos expusieran con bastante libertad sus escritos, aunque el desenfado siempre había sido y era intrínseco en los jóvenes impulsores de la revista, sin que el proyecto perdiese seriedad dentro de un propuesta que también incluía mucho humor e ironía.
Allí cabían desde historias muy personales, unas asociadas al consumo de drogas y alcohol, cuentos, espacio para el fútbol y, en la mirada general, los más diversos temas, que podían cruzar desde conceptos sobre pueblos originarios, pasando por política y comentarios acerca de libros, hasta perfiles de personajes como Kurt Cobain, solamente por citar ejemplos puntuales.
Mi madre se quedó con algunos de los primeros ejemplares. En alguna parte de los muebles de la casa donde vive mi padre y que fue mi residencia por 29 años, ella los debió guardar como tesoro. No me cabe duda. Y son un tesoro. Y una tarea relevante será rescatarlo.
Sin duda alguna creo, con toda modestia, que parte del espíritu de Eliana Cea debe inspirar este espacio donde hoy, y desde hace algunos años, tengo el privilegio de colaborar, ayer una revista de tiempos universitarios, hoy un interesantísimo sitio web.

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