Fernando Savater y la belleza de no pensar

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Por Edgard Lara
Fotos de Sebastián Silva Pizarro

Después de una estricta -e inquebrantable- instrucción de parte de una coordinadora de Nueva Imagen la Sala de las Artes de Estación Mapocho se vuelve un set de televisión.
Hay que permanecer en silencio. Se escucha la tos nerviosa de un par de tipos, un celular tímido suena, la encargada se exaspera, gesticula violentamente con sus manos, son gestos que no entendemos pero que ella cree que todos deberíamos comprender. Habla fuerte,  remarcando que los celulares deben permanecer apagados.
Cristián Warnken aparece en escena, agradece brevemente a los presentes y se sienta a revisar sus notas durante largos minutos. Todo se mantiene dentro de la solemne calma que nos impusieron, inclusive Savater, al entrar al escenario. El filósofo de barba cana se acomoda en su silla y se queda tranquilo. Nos mira a todos, pero no mira a nadie.
Warnken sigue ordenando sus preguntas, palpando la textura del papel, olisqueando cada hoja. El calor debe ser infernal bajo esos focos ámbar, pero aún así soportan un poco más hasta que el show decide comenzar.

Luz, cámara, acción
“Y tú quieres oír, tú quieres entender. Y yo te digo: olvida lo que oyes, lees o escribes. Lo que escribo no es para ti, ni para mí, ni para los iniciados. Es para la niña que nadie saca a bailar, es para los hermanos que afrontan la borrachera y a quienes desdeñan los que se creen santos, profetas o poderosos.” “Botella al Mar” de Tellier, introduce la conversación. El presentador utiliza aquel poema para graficar la forma amigable en que Fernando Savater se acerca académicamente a sus lectores. Y es que el profesor, ensayista, novelista y filósofo, de 65 años, a pesar de poseer una cantidad incontable de publicaciones así como galardones, insiste en mantener la simpleza en sus postulados, como él lo menciona, “escritos para niños e ignorantes”.
Esquivando un par de elogios y después de hablar sobre sus camisas y corbatas de caballos, Savater retoma la idea del filósofo que descendió del Olimpo. “La filosofía es el día a día. Las preguntas de la filosofía no son instrumentales. Si yo me pregunto ¿Qué hora es? si me responden, se cancela mi interés por el asunto. Pasa lo mismo con las preguntas científicas, al obtener la respuesta ya sabemos cómo manejarla o comprenderla. Pero si en vez de preguntarme ¿Qué hora es? me pregunto ¿Qué es el tiempo? Es una pregunta que no tiene ninguna incidencia en la práctica, mi vida no va a cambiar en nada si no se que es el tiempo. Ese es el tipo de preguntas de la filosofía, las respuestas que ofrecen los filósofos no nos quitan el interés por lo preguntado, sino al contrario, lo despiertan más. Son dudas que nos van a acompañar toda la vida, pero que nos hacen vivir conscientes en vez de vivir por sensaciones.”
La conversación da pie a un paseo por el campo filosófico y sus delimitaciones, como la marginación que sufre respecto a otras ciencias más concretas. Si bien existen escenarios en donde el mundo planteado resulta más extraño que el de verdad, en otros casos la gente acepta los postulados y los internaliza. Esta diferencia de visiones, según lo explicado por el autor, es la piedra angular de la inexistencia de “decepciones” entre teóricos; “no se decepcionan el uno del otro por que son percepciones distintas que revelan cosas”.

Avanzando en la progresión temática, Warnken ahonda en el escepticismo, en qué significa ser una persona escéptica, a lo que Savater réplica y corrige explicando que en el fondo ser escéptico no es cuando la gente se da cuenta que no se puede tener certeza de las cosas, sino cuando se entiende que sin certeza se puede vivir igual, a esa suerte de vida en penumbra que se puede vivir. Si bien aquel camino también tiene inconvenientes, como se considera la pérdida del fervor, espontaneidad. Lo que se gana en el proceso es que “el escepticismo es el comienzo de la renuncia a la ignorancia. Para vencer la ignorancia hay que comenzar a dudar.” Por un conducto natural se desprende la idea del cuestionamiento a Dios, frente a lo cual interviene: “En las tribus Masai, la palabra utilizada para “Divinidad” a la vez es la misma palabra que se usa para “no sé”. No existe una descripción aceptable de Dios, saber si existe o no, seria después de tener una descripción. Respeto las creencias, me parece que en sociedades como la nuestra, hay que recordar que las creencias son derechos de cada cual pero nunca un deber de los demás.”
El valor de educar, una de las publicaciones de autor abre pie al tema de la educación, a la visión que Savater tiene sobre la función del maestro, a quien considera “El símbolo esencial de la civilización” Es quien procura y ejerce la cualidad subversiva de la educación, ya que es es lo que lucha contra la fatalidad de que el hijo del pobre también siga en la misma senda. Warnken no deja pasar de lado el tema de la educación pública en Chile y su calidad puesta en duda, su interlocutor, desde el punto de vista docente ofrece una mirada al deber del estamento sobre a la “administración” de la educación: “La educación debe ser pública porque todos vamos a padecer sus resultados de esa, la mala educación nos va a afectar a todos. La democracia debe propiciar el uso de las instituciones, de eso se deben hacer cargo. El hijo de una familia donde no hay aprecio por la educación ni por la cultura, es el que más educación necesita porque no va a tener ninguna otra compensación educativa que le ayude, ya que solo cuenta con la sociedad. El problema de la educación no es que alguien se quede sin ser educado, el problema es por quien.”

Entrando en la recta final, sale a relucir la faceta de activista del invitado, en donde opina en torno a los deberes del ciudadano, a propósito de lo que se considera el “oficio de ciudadano”. Le llama la atención como ha ido cambiando el sentimiento de un estado Apolítico a un clima Antipolítico, cuando lo que realmente se necesita es una sociedad con buenos políticos para que los ciudadanos opten a la democracia;  “En el mundo griego quien quedaba fuera de la política se le llamaba “idiotes”, actualmente el idiotes es quien vive sólo para él. La gente se desinteresa por la política, no les interesa el tipo de educación que tenga sus hijos o la seguridad, se desentienden de las elecciones, pero quieren que la política funcione como desea.”

Los últimos minutos del programa-conferencia son señalados con unos números escritos en una pizarra, Warnken decide apelar a los gustos personales de Savater, pidiendo la opinión de su entrevistado en torno a libros de Rubén Darío, Bradbury y un tercer autor que el tiempo mantiene en el anonimato. El auditorio se cubre de aplausos, midiendo que el programa tuvo el éxito esperado. Sumado a una sonrisa vaga que se escabulle por la cara de aquella insistente coordinadora audiovisual de Nueva Imagen.

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