Dame pan y llámame perro

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Nicolás Poblete
En noviembre del 2010 tres perros San Bernardo y cuatro mestizos atacaron a una madre y su hija (56 y 25 años) en una parcela en Peñalolen, cuando trataban de defender a sus pequeñas mascotas. Dame pan y llámame perro ficcionaliza esta noticia para crear dos personajes principales: la madre, una profesora con crisis psiquiátricas, y la hija (Clara), quien va a estudiar medicina veterinaria, y participa en el mundo de los animalistas. Clara recorre la ciudad de Santiago pidiendo dinero en el Metro para esta fundación en la que colabora, a la vez que se encandila con un hermoso pero tóxico joven (Ignacio), que tiene un historial de violencia… y una jauría. Esa es la trama, pero la novela es mucho más que eso.
-Mujeres devoradas por perros. Hay algo simbólico ahí. Violencia y masacre. El horror humano es mayor que el puramente animal. Vamos al punto. ¿Hay un dilema ético, sin grandilocuencias ni excesos, en esta novela?
-La jauría que mata a Clara es aquel símbolo. Los perros llevan a cabo la matanza, pero en realidad es Ignacio el gran responsable aquí. Así, los perros actúan como transferencia de la toxicidad de él, una persona sumamente oportunista que encarna el más banal machismo. Él seduce a Clara, una chica que tiene una nítida conciencia ética, cosa que vemos en su espíritu social y en su interés por los derechos de los animales, algo que está fuera del radar de él-responde Nicolás Poblete, quien en esta novela Dame pan y llámame perro encuentra una excusa para escribir debido a un caso que llamó la atención de la ciudadanía.
Poblete no es alguien que haya aparecido hace poco en el ámbito literario chileno. Ya tiene varias publicaciones, entre ellas: Dos cuerpos, Réplicas, Nuestros desechos, No me ignores, Cardumen, Si ellos vieran, Concepciones, Sinestesia; los volúmenes de cuentos Frivolidades y Espectro familiar, y la novela bilingüe En la isla/On the Island. La última es Dame pan y llámame perro.
-Las cosas no ocurren como uno quiere, sino ocurren en forma inesperada, algunas veces de forma casi irreal. La realidad es caótica, absurda, algunas veces infame. ¿Es la realidad más que una simple construcción social? Pareciera que estamos abandonados a nuestra suerte. Virus, gobiernos con políticas injustas, falta de empatía y poca solidaridad con los habitantes y con el entorno natural. ¿Qué rol juega tu literatura y cuál es tu mirada sobre la sociedad actual?
-El caos impera aquí, en el sentido de que no hay un norte claro; es difícil saber a quién seguir. La ironía que yo quise plantear es que la madre, que es atea, sobrevive a la hija. Pero una madre soltera como ella, atea y frágil psicológicamente paga un precio alto. Y sin embargo ella sobrevive y la hija, que quiere creer, que quiere seguir una fe, resulta siendo extinguida. Creamos realidades y construimos nuestro entorno social a partir de nuestros vínculos, nuestras creencias. Socialmente esto es definitivo. Si formas parte de una sociedad como la nuestra, admitir ser ateo, por ejemplo, instantáneamente te posiciona en una esfera delicada. No deja de ser interesante ver el virus en este contexto religioso. Las creencias caen, todo cae y ninguna certeza permanece frente a una amenaza tan avasalladora. En mis narraciones se resalta esta crítica social y, en el caso de Dame pan y llámame perro, vemos la falta de solidaridad y el absurdo desde el personaje de Ignacio. A pesar de ser una persona sin instrucción, es bienvenido en la comunidad porque tiene un pasaporte español y es un hombre guapo. Él es un ejemplar darwiniano, en el sentido más primitivo, más físico. Ahí no hay espacio para la empatía ni para la generosidad desinteresada.
-Chile antes de Chile ¿Hay un momento en que Chile murió y nació otro Chile? ¿Es un momento determinado o es un proceso que nos lleva hasta hoy? ¿Quisiste en tu novela responder qué ha sucedido en nuestro país?
-Hay permanentes mutaciones y movimientos en la historia de nuestro país. En “Dame pan y llámame perro” quise ver el fenómeno de la historia a partir de la madre, que sufre un brote psicótico en el museo precolombino, frente a sus alumnos. Ella es profesora de Historia de Chile y repite que “la Historia es peligrosa”. Específicamente me atrajo muchísimo la mirada respecto a la brujería en el Chile colonial, que tuvo un carácter muy distinto al discurso impuesto en la brujería europea. Aquí incluso cayeron gentes de clase alta. Asimismo, el sincretismo cultural que surgió con la cultura indígena es fascinante como fenómeno; el uso de la cueva, la incorporación de otros animales para rituales. Por otra parte, Ignacio, quien causa la catástrofe con su jauría, tiene un pasaporte español, entonces es una metáfora de la conquista, esa colonización y la destrucción que aconteció (y que sigue aconteciendo bajo otros formatos, ya que madre e hija, estas dos mujeres viviendo solas, adoptan el estigma de las brujas).
-La relación madre-hija. El mundo adulto y el mundo adolescente. ¿Estableces un distanciamiento entre ambos? ¿Una relación obligatoria, pero en posiciones antagónicas que siempre ha terminado mal?
-No sé. En realidad, madre e hija están unidas por un vínculo afectivo. La madre la cuida como puede y la ha criado sin ayuda de ninguna figura paterna. La hija es adolescente y está en un momento de susceptibilidad extremo, pero las cosas sí terminan mal, aunque por otros motivos. En realidad, a pesar de las diferencias entre ambas (la madre es atea y la hija quiere creer), los recuerdos de Clara son, dentro de todo, memorables y tiernos.
-Lo cotidiano para hombres y bestias. Lo caótico del diario vivir sin un norte distinguible. ¿En la novela los personajes se conforman con comer y respirar, llenos de sinrazón, o fracasando en sus anhelos?
-Es verdad. En la novela el impulso es muy animalesco. Es un mundo de perros, hay vidas de perros y maltratos. Los animales que Clara rescata son seres que necesitan subsistir, vivir con el advenimiento de los “derechos de los animales”, algo que no hace muchos años habría provocado risa en algunos sectores. Sí que hay caos en el diario vivir y a veces es difícil encontrarle un sentido a lo que hacemos. En la novela hay un contrapunto precisamente en ese sentido, ya que la hija que tiene muchas aspiraciones y sueños es extinta, y la madre, que tiene una actitud cínica y resiliente, a pesar de su fragilidad psíquica, es la que sobrevive a la debacle.
-Las bestias. ¿Quiénes son las bestias? ¿Somos una masa de bestias esperando el trozo de pan que lanzan desde arriba?
-Esa es una buena imagen. Hay gente que espera que lleguen cosas desde arriba. Sin duda esta no es la madre, quien repite que Dios es una estupidez e intenta que su hija salga de su ingenuidad. Es verdad, acá no hay un borde claro entre personas y animales. Me interesa mucho la etología, el comportamiento animal y la convivencia entre especies. Al ver la coexistencia de distintas especies, puedes entender cómo los hábitos y relaciones hallan sus propias frecuencias. En la novela vemos el caso de un niño que subsistió varios días tomando leche de una perra, en un galpón, por ejemplo. Ese y otros casos son mencionados en la novela, para crear una comunicación entre discursos biológicos.
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La literatura amaestrada

 
-Gran parte de la literatura chilena parece estar amaestrada, como cachorros a los cuales les tiran un hueso y ellos corren detrás. No son perros feroces sino animalitos en busca de un hogar y algo de cariño. Entonces lo cursi, lo siútico y lo inevitablemente banal se torna en el pan nuestro de cada día literario. Tú dices “dame pan y llámame perro” porque te alejas de esa situación. Porque tus perros no son cachorros sino animales feroces que, incluso, pueden matar a sus mismos amos. No doy mucho campo de acción: o un poodle sonriente o un Rotweiler hambriento. ¿Eres tú, como autor de este libro, un testigo y narrador de una “matanza” o un animal que crece día a día sin saber en qué va a terminar? ¿Logras llegar a alguna conclusión luego de finalizar la escritura de este libro?
-Como los perros son animales históricamente domesticados e, incluso, “el mejor amigo del hombre”, es de esperar que estén muy cerca de nosotros, incluso en términos literarios. Es verdad que hay representaciones muy banales o ingenuas que utilizan esta metáfora de manera superficial, pero también hay otras igualmente feroces, como el personaje mitad perro, Bobi, en “Patas de perro” de Carlos Droguett, o el imaginario duro y bello de “Hija de perra”, de Malú Urriola. Ahora, lo que dices de ser testigo es muy importante. Creo que se puede dar un paso, salir del estado de testigo para promover un testimonio, que, en mi caso, toma la forma de una novela/collage. La matanza que ocurre ahí toma la forma de lo que sugieres, un crecimiento progresivo que concluye en una catástrofe que impacta en una comunidad. A nivel más práctico, la importancia de la ley de tenencia responsable es una urgencia que la novela presenta.
-Lo religioso, el convento y un escape. ¿Hay una búsqueda en la novela de comprender la religión y cómo afecta a la sociedad mediante el sacrificio y la esperanza?
-Sí, es lo que Clara, la protagonista, trata de hacer. Ella es una persona en busca de una iluminación (que algunos encuentran en el imaginario religioso), pero el convento tampoco es un refugio idílico. Ahí también hay violencia y depredación; fanatismo y excentricidad. La religión es, creo, una forma de contención social. Personalmente me identifico más con el personaje de la madre, quien es mucho más escéptica y vive sin convicciones religiosas, cosa que es bastante difícil socialmente, porque no tienes los andamios de la persona creyente, para quien todas las respuestas están dadas. De ella rescato el lado espiritual, que busca respuestas, y no el religioso, que ofrece respuestas.
-El olvido y el Alzheimer. ¿Debemos olvidar o recordar? ¿Una cosa excluye la otra? ¿Es la literatura un constante recordar? ¿Olvida un escritor su última novela o más bien es un nuevo enfoque de su memoria?
-Quizá estas preguntas sean las más relevantes a la hora de escribir, ya que, si nos las planteáramos a cada momento, quizá no escribiríamos nada. Creo que hay que recordar. En mi caso, es imposible no hacerlo. Tendría que hacer un esfuerzo por olvidar, realmente. Pienso que depende de tu personalidad. En la novela la madre es la clave de este conflicto. Ella es profesora de Historia de Chile, pero se somete a un tratamiento psiquiátrico de electroshocks precisamente para que le reseteen el cerebro y, de ese modo, olvidar. Es muy fuerte vivir con un historial que te pena día a día, pero también es muy fuerte olvidar lo que ha ocurrido, históricamente hablando. En ese vértice está el conflicto de “Dame pan”. También esto es un signo de la edad. Hay gente que es muy mayor, por ejemplo, sobrevivientes de guerras o conflictos políticos, que prefiere “olvidar”, pero esto es difícil, porque no está en tu voluntad hacerlo. Más bien, la decisión es la de no hablar sobre ciertas cosas. El enigma de la memoria es una permanente fascinación. Por qué recordamos lo que recordamos, por qué olvidamos ciertos eventos que, incluso vividos junto a otros, son cruciales para ellos. Por qué nos sorprendemos cuando otra persona nos recuerda algo que hemos olvidado o nosotros mismos recordamos algo de otro que ese mismo otro no recuerda… son interrogantes que se cruzan en la novela.
Extracto

Parecía chica, o sea menor de lo que era, según dijeron en las noticias: 19 años, algo así. Una vez la vi en el metro; andaba descalza y repetía un discurso sobre su Fundación en la que rescataban perritos abandonados, perritos viejos; con una voz penetrante, insistente, pedía plata. Yo la reconocí y detuve la canción que en ese momento escuchaba en mi teléfono. Me saqué los audífonos, pues la voz de la joven era como la de un predicador: urgente, casi diría, autoritaria. Pero cuando vi que sus jeans se humedecían, cuando vi que la humedad descendía por sus piernas; cuando vi que la orina había llegado hasta el suelo, empapando sus propios pies descalzos, avancé hacia la puerta y, en la siguiente estación, apenas abrieron las puertas, salí y corrí para meterme rápidamente en otro vagón, con vergüenza… ajena.

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