Por Fernando Pairican
Fotos de Juan Manuel Núñez Méndez
Es un período que no tiene nombre, todavía. ¿La Gran Turbulencia? ¿La Rebelión? El tiempo y la práctica dirán. Pero hay un punto en común a los muchos sucesos de este mes: partieron con una evasión masiva del pago del transporte y esa misma evasión desbordó a toda la sociedad y a sus organizaciones, incluido el Ejército, por lo menos hasta la madrugada del viernes pasado.
Habrá que esperar un tiempo para revisitar la coyuntura histórica que afrontamos. Los múltiples acontecimientos que han removido a este país durante el último mes, nublan nuestras interpretaciones, por ser protagonistas de está coyuntura. Si en un futuro nos preguntasen cómo inició todo, tal vez habrá que responder por negarse a revertir el alza por treinta pesos de la locomoción colectiva. Pero sería una respuesta simple, pues en los archivos del futuro estarán las fotografías con pancartas y rayados de este momento histórico. Y uno de ellos expresa: “no son 30 pesos sino 30 años”.
La respuesta inicial de los ministros de gobierno aceleró el incendio: “que se levanten más temprano” o que “aprovechasen de caminar”. Para una ciudadanía con trabajos extensos en horarios y generalmente alejados de sus hogares, la respuesta fue tomada como un insulto, como expresiones de patrones antes que de lo que podría esperarse de los conductores de un país que habían prometido mejorar los niveles de vida de quienes habitamos esta comunidad imaginada. Esos comentarios fueron la llama sobre el pasto seco de un Santiago de muy altas temperaturas, en el año más seco de la década.
A un mes de iniciadas las revueltas sociales es aún difícil sostener si hemos llegado al fin de estas múltiples corrientes de descontento que han desembocado en las orillas de la playa del “modelo chileno”.
El solo costo de la vida, para esta coyuntura histórica, no explicaría la crisis social. Las alzas ya fueron recurrentes en los meses de febrero. Ahora, éstas se han dado en fechas no estivales y continuas, que reflejan la incipiente inflación en la economía nacional. Tal vez sea una de las primeras ocasiones en que fue el mes de septiembre el escogido para una nueva alza, mientras las botellas de vino corrían junto a la carne humeante. El gobierno apostó al desgaste, pero a pesar de las fiestas, sectores políticamente organizados lejos del establishment continuaron escribiendo en los muros, en las afueras de las estaciones del metro en Santiago y buses de transporte público: evasión. Tal vez muchos de ellos sean jóvenes, amantes de la contracultura que bajo dicho rayado también marcaron 1312, la enumeración de ACAB, que en inglés significa que “todos los policías son unos bastardos”, el lema de anarquistas y aficionados al fútbol, fundidos en manifestaciones del descontento social.¿Y quiénes han sido los otros protagonistas de esta historia? Las Barras Bravas, masivas y desbordantes, que han forzado a los mismos futbolistas a manifestarse. De sus dedos de aprobación y desaprobación se eleva las subjetividades desde abajo.
Las barras vienen de un país que entregó al fútbol la diversión popular –y también un negocio–, y se han convertido en la vanguardia de la disputa por la calle a carabineros. Podríamos sostener que desde “Estadio Seguro” que ambas fuerzas se han venido encontrando y confrontando. La violencia ha sido una de las características de esta relación. ¿Hace cuántos años viene ejerciendo la policía la violencia contra las barras bravas? ¿Cuántos años hemos visto cómo las barras bravas se enfrentan a los carabineros? ¿Cuántos años van los incesantes allanamientos sobre las poblaciones en la lucha contra el narcotráfico? Hoy vemos cómo estos grupos han salido de los márgenes para enfrentarse en el corazón de la ciudad ilustrada. Y la conquista la hicieron llevando sus banderas, sus símbolos. Una de ellas: la Wenüfoye.
Existe otro grupo que, parafraseando a Violeta Parra, ha rugido “como los vientos”: los secundarios y secundarias que vuelven a ser protagonistas. Desde el año 2001 que este sector ha manifestado sus puntos de vista, muchos de ellas y ellas también han sido golpeados por la fuerza pública, incrementándose la violencia con el paso del tiempo. Fueron ellos quienes, a partir de la rotura de las puertas del metro iniciaron la movilización. El no pago del transporte público, la evasión, fue solo el título de una práctica más bien subterránea que un sector de la población venía desarrollando desde que decidió no pagar el alto costo del transporte público. Los gobiernos percatados, respondieron a ella con controles sorpresivos, cobradores en los paraderos y fiscalizaciones. Lo que hizo la diferencia esta vez fue el tipo de organización para llevar a la práctica el hecho, bajo una consigna compartida por sectores sociales medios y bajos.
Es que lo distinto ha sido el tipo de organización. Tanto así, que el repertorio del siglo XX fundado en sindicatos, centros de alumnos, sistema de partidos políticos de masas parece inadecuado para el actual contexto. Observamos en las calles las más variantes ideologías políticas en escena, a las que se unen cantos de fútbol argentino, cumbias villeras y, en menor medida, los hits de la nueva canción chilena. Los primeros parecen interpretarlos mejor las múltiples corrientes de ácratas que han venido manifestándose en Chile desde el nuevo milenio. Existe un concepto que se ha repetido en las últimas semanas, que ha sido una praxis de los estudiantes secundarios y universitarios: la autoconvocatoria. Así, presenciamos un laboratorio de ideas y praxis políticas, y las asambleas se sobreponen en desmedro de las jerarquías piramidales, como los Centro de Alumnos -formaciones políticas más propias del siglo XX. Algunos sostiene que ha sido la contribución del movimiento mapuche, un tipo de organización horizontal en la toma de decisiones. Quién sabe. Lo concreto es que el ‘asambleismo’ ha logrado hegemonía. En las universidades, caen los centros de alumnos y las federaciones no alcanzan los quórums necesarios para gobernar. A ello otro cambio: la incorporación de los centros universitarios privados a la disputa del sentido común. Una parte no menor de sectores populares son estudiantes de universidades privadas, un giro en la historia de la educación superior en Chile, y que pone al debate otro aspecto: el problema en Chile no es hoy de acceso sino de calidad. Y sobre ella la siguiente premisa: depende el acceso a la educación según tu capacidad de pago.
La respuesta del Estado chileno en un principio puso mayor énfasis en la coerción que en el diálogo. En la historia del país ha sido la manera en que se abordan en una primera fase las demandas plebeyas. Algunas han generado daños irreparables, como La Cuestión Social a principios del siglo XX, otras han quedado en la memoria y plasmadas en poetas o cantores de mediados del siglo anterior. La Cuestión Social del presente ha quedado simbolizada en los daños oculares irreparables de un sector de la población. Los y las médicos de los hospitales han sido relevantes en este escenario: sufrimos una emergencia sanitaria han escrito. Este hecho social nos puede interrogar sobre la otra variable en esta coyuntura: ¿qué ha sucedido con la clase política?
La imagen del Presidente Sebastián Piñera celebrando el cumpleaños de su nieto en un exclusivo restaurante en el barrio alto, será una interesante postal de lo sucedido. En el futuro, cuando tengamos el tiempo para revisitar este presente histórico, el día en que se inició la coyuntura que puede terminar en la creación de una Nueva Constitución y/o un Nuevo Pacto para los que vivimos bajo esta “comunidad imaginada”, dará cuenta de un desfase entre la política “desde arriba” y la política “desde abajo”.
A lo menos en las primeras dos semanas, la conducción de Sebastián Piñera se encontraba desfasada del momento político en que transcurrían los acontecimientos. La incorporación de los militares a la escena política –como ha dado cuenta la escuela de Historia Social, un persistente actor político en la historia de Chile-, reaparecía para instaurar el orden.
Luego del Estado de excepción, el cambio de gabinete solicitado por las movilizaciones desde abajo, modificó paulatinamente la escena política “desde arriba”. La vieja derecha cedió para dar paso al recambio generacional. Al parecer relevantes fueron las presiones desde los alcaldes que leyeron de mejor manera lo que estaba sucediendo en el escenario político. No obstante, al mismo tiempo, se reactivó la violencia policial, acompañada de un nuevo discurso represivo. La política volvió a cero y en las calles la violencia estatal continuó hiriendo a la población civil.
La clave estuvo entre los días martes y miércoles de la semana pasada. Los empresarios daban cuenta que de continuar las movilizaciones, la recesión económica podría ser inevitable si se desata una fuga de capitales. En paralelo, los militares iniciaron su propio juego político: el rumor de su regreso a la escena política, pero no a combatir desmanes sino a poner orden, asustó a la clase política y también a un número no menor de ciudadanos que vivieron esa experiencia en los 70’. Habrá que esperar un tiempo para poder revisar la documentación de los archivos empresariales y militares, pero la historia oral en la versión de algunos miembros de la clase política sostuvo que se dio un plazo de 48 horas para arribar a una solución a la crisis. Si es así, el “mochilazo” de los infantes de marina en Valparaíso durante una mañana de la semana pasada tal vez fue la señal para apurar un acuerdo político redactado la madrugada del viernes. Tal vez sea un acuerdo que le dio oxígeno a la democracia chilena, pero no sabremos si será lo que persistirá, pues existen grupos políticos autónomos que simplemente ven el acuerdo como algo elaborado “entre cuatro paredes”.
En algo tienen razón quienes miran críticamente lo pactado esa madrugada. Existe una exclusión de los movimientos sociales que bajo esta crisis han sido capaces de articular a otro segmento de la sociedad, no tan solo convocando a manifestaciones, sino también creando cabildos, asambleas o trawün constituyente –como los ha llamado el movimiento mapuche en Santiago. Lejos de parecer una sociedad “apolítica”, lo interesante de la crisis de legitimidad de la clase política, es que la ciudadanía ha respondido con actividades culturales, creaciones artísticas y diálogos de la misma índole. Esta experiencia sociopolítica no debería ser desechada por la clase gobernante. Muy por el contrario, debería ser vista como un ejemplo para abrir las puertas para un acuerdo político en que pudiesen dialogar los movimientos sociales.
América Latina tiene experiencias en esta índole. Digamos que la crisis de los gobiernos a principios del nuevo milenio en Argentina, Uruguay, Brasil, Venezuela, Ecuador y Bolivia permitió a esos países abrirse a nuevos tipos de ciudadanía. Estos “laboratorios de cambio histórico”, como observaba Eric Hobsbawm cuando leía a América Latina, crearon experimentos de otro tipo de ciudadanía que vincularon lo social y lo político, mediando entre la autonomía y la integración a los gobiernos. Algunos gobiernos latinoamericanos, con intensos debates, equilibraron lo institucional y lo extrainstitucional. Este proceso permitió la incorporación de sectores sociales excluidos de las tomas de decisiones políticas, redefiniendo el carácter social y cultural de la ciudadanía. Solo a modo de ejemplo, ¿no sería interesante pensarse como una nación plurinacional? Para tales efectos es imprescindible, sin embargo, superar estructuras que persisten de tiempos decimonónicos, para el caso de las naciones originarias, la mentalidad colonial de algunas elites que toman decisiones sobre materias relacionadas con las naciones originarios y afrodescendientes. Aspecto similar en materias de migración y también de género.
Vivimos un interesante momento político. Una ebullición de ideas, sueños, miedos y aspiraciones. Tal vez la historia nos puede dar algunas enseñanzas, advertencias y desafíos. Pero lo crucial es que nos encontramos en una coyuntura histórica en que la actuación política de los que hoy compartimos esta comunidad imaginada puede llevarnos a ser los “recordados de la historia” o bien los “irrecordables del futuro”. De nosotros y nosotras depende de cómo queremos ser descritos por las y los historiadores del futuro.