Por Serafín Alfsen-Romussi
Pascal Quignard se pregunta: ¿para qué escribir? Y se responde a sí mismo: para no vivir muerto. Intuyo que esta respuesta cifraría de alguna manera el paradigma poético de Carmen, y hasta podría sintetizar su fundamento biográfico: una mujer poeta machi chilena que ha vivido una vida profundamente viva. Y para ser honestos, dentro del imperio de la enajenación cotidiana, creo que muy pocos seres humanos tendrían el derecho o la facultad de integrar tan selecto grupo de espíritus, los que han vivido no muertos, y Carmen ha vivido y desvivido por la vitalidad esencial de la metáfora, por la naturaleza vivificante de la imagen. Razón análoga a los ejercicios propuestos en la Bandera de Chile de Elvira Hernández, por ej. o en las Aguas Servidas de Cociña o en los mapas de la Nueva América de Zurita o en los Sueños Azules de Chihuailaf, entre otros.
Pienso en Canetti cuando dice que “los ríos de la poesía fluyen sin rumbo y no es preciso que confluyan” o en Chirinos cuando asevera que “todo aquello que el poema quiere decir debe ser ocultado por el lenguaje” o en Huidobro con su especie de motto poético: la poesía debe expresar sólo lo inexpresable.
Carmen Berenguer, poeta de la linde, aeda del limen, rapsoda de los límites, esto es: poesía de los márgenes, de los mares marginales chilenos, sudacas, latinoamericanos, versos libres de libertad como canciones de cuna periféricas, versos de visiones residuales, odas que son restos de otredad, sustracciones somáticas de la psique, loa de las postergaciones justamente por un amor profundo al presente continuo, cantos de tropos hiperrealistas por profesar una devoción fidedigna a lo real sin dogmas, bordados conceptuales de los bordes telúricos americanistas, o sea tejedora de textos geológicos, o sea el poema como arpillera antropológica y el grafema como hebra o clave socio-historiográfica. Malla de fragmentaciones neocoloniales, red espaciotemporal de mitologemas y ensoñaciones silenciadas. Un paisaje expresionista abstracto de voces y símbolos indígenas desde la doxa posmoderna del capitalismo neoliberal. Poemas errantes auténticamente originarios, o sea nucleares y desenrraizantes, esto es: la representación y su signo radicalizados al ras de la piel del papel. Manta de imantaciones, mantra en coa, mamani marxista, metamorfosis punk-mapudungún, metanoia matrística, retornos lingüísticos fuera de la situación generalizada de amnesia y desinformación, siglas como síntomas sexuales de la etnografía nacional. Reflexiones estéticas insurrectas, emancipadoras, no constitucionales, constitutivas del derrotero político de la chilenidad, lo que sea q eso signifique, fracciones o ficciones-documentos de una contrahistoria, de una subjetividad de no sujeción, el lado b del espectro, gramática de lo invisible, género velado de lo amorfo latente, velos de lo quebrado imperativo u obligatorio, contrafiguras del estado de derecho, generaciones espontáneas de género, sintagmas del negativo fotográfico de nuestra episteme chilena, llaves anarquetípicas del sino seudodemocrático, en fin: Sayales, huaynitos hard-rock, armónicos subversivos, onomatopeyas de la inteligencia intrínseca de la Tierra, desfallecimientos q no hacen sino inyectar de fuerza y resistencia y resolución y energía prístina y belleza a la vida y a la existencia humana.
Cierro con la idea hegeliana de que el Arte “consiste en transformar en ojo toda figura en todos los puntos de su superficie visible”. Y en este sentido Carmen, tu poética es una óptica, tus imágenes son ojos que nos desvelan y revelan la realidad. En tus poemas Carmen, accedemos a nosotros mismos.