Diego Trelles Paz

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Vástago de la violencia

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Por Hugo Dimter P.   Fotos de Alessandro Pucci.

Algunos le dicen Diego. Otros simplemente Trelles.
Es peruano. Nacido en el 77 a orillas del Rimac, descendiente de tierras calientes. Un hijo más de la viscosa violencia.
Ahora apuradito camina, cual latino, por los adoquines de un París convulso debido a los últimos acontecimientos. ¿Dónde está Dios en todo este embrollo? Trelles cual hombre de poca fe se plantea desolado en materias religiosas. “Dios no existe”, señala, y rememora sus orígenes: “Soy de Magdalena del Mar: un distrito clasemediero venido a menos, forjado por los contrastes sociales (convivencia entre familias burguesas y humildes; entre residencias cercadas con rejas y quintas populosas) y que, en el pasado, por su cercanía a la playa, fue un distrito para personas de clase alta que luego se fueron. En mi barrio aprendí los verdaderos valores humanos que conservo hasta el día de hoy. Los aprendí en la esquina de mi casa que era como nuestra fortaleza. Lima se reducía a eso y nosotros éramos felices sin movernos de ahí. No fue fácil. Nunca es fácil en un barrio porque aprendes casi siempre a los golpes. Y en el proceso de crecimiento pasas de jugar fútbol en la calle a ver cómo, poco a poco, los amigos son ganados por la droga, la delincuencia, la violencia. Y algunos se mueren. Y otros sobrevivimos. Mi primero libro Hudson El Redentor habla de Magdalena y marca la aparición del Chato: un personaje que me suele seguir en mis ficciones”, confiesa.
Su primer libro fue Hudson el redentor [cuentos], 2001. Le siguió Borges en Austin, plaquette, 2004. Más tarde El círculo de los escritores asesinos, novela, 2005.  Y finalmente la novela Bioy, 2012, Premio Francisco Casavella, España.
Realizó sus estudios de licenciatura en cine y periodismo en la Facultad de Comunicaciones de la Universidad de Lima. Siempre ha tenido a la literatura y el cine de la mano cual férreos amantes. Trelles posee una opinión clara sobre ambos:
” En el fondo siempre se trató de contar, de narrar, de inventar. Las ideas siempre principian en la mente y luego se van desarrollando visualmente. El objetivo final es narrarlo y simular que esa idea es posible y verosímil y puede generar alguna emoción humana en quien la reciba: da igual si es una historia de fantasmas o de Ciencia Ficción, si es un relato policial o histórico. Para mí, la literatura y el cine siempre han sido disciplinas complementarias. Aprendí a contar leyendo novelas y viendo cine como un obseso. Utilizar elementos cinematográficos en mi literatura (como la variación de puntos de vista, el montaje, los diálogos sin acotaciones, o la simulación de cámaras que registran) es algo que, desde mi perspectiva, enriquece la historia. No es tan fácil. Si se siente puesto, raspa, se nota el artificio, y la ficción sufre. Todos los mecanismos que se utilicen deben estar al servicio de la trama, si existe. En mi caso, siempre hay trama. Esto no me hace un escritor más o menos clásico. Simplemente me hace un escritor al que le gusta contar historias y cree que las digresiones son estupendas si sirven al conjunto. Da igual si están bien o mal escritas”, finaliza.
De contextura gruesa, mirada serena, apasionado de sus cosas, Diego, o Trelles, parece un acorazado abriéndose paso entre las olas. Un camión lleno de juguetes, que en este caso son sus libros. Textos que entretienen, que reflejan un tiempo y un espacio, y que muestran lo que hemos sido y lo que somos hoy. Más allá del concepto latinoamericano irrumpe lo humano. Pero también el perfil del escritor y su hábitat, la literatura, la grandeza y miseria de quienes albergan este descarnado oficio.
A mediados de 2013, un jurado integrado por los célebres Ricardo Piglia (Argentina), Juan R. Duchesne Winter (Puerto Rico) y Luis Duno-Gottberg (Venezuela) eligió la novela Bioy de  Trelles como una de las once finalistas del Premio Rómulo Gallegos. No ganó; pero ya participar era meritorio.
Diego, cual insigne futbolero, sabe que en esta partida se gana y se pierde, pero siempre entregando coraje y lo mejor de uno. Aunque sea de visita y con toda la hinchada gritándote los peores insultos. Diego ha comprendido que esos son los partidos que importan: donde excepcionalmente el débil le gana al poderoso. Donde se realiza la sorpresiva hazaña. Trelles siempre se la juega y tiene camino recorrido así que es ácido a la hora de analizar el rol del “escritor de la red” y el real, que comparando tienen abismantes diferencias.
“Para bien o para mal, el escenario cultural ha variado de una manera violenta. Los dispositivos para crear y promocionar el arte (en el sentido, de hacerlo llegar a un receptor), ya no son los de antes. La tecnología ha puesto todo de cabeza. La democratización y la libre circulación de la información a través de las redes, ha generado que las formas sociales se trastoquen hasta el punto en que uno debe elegir si vivir dentro o fuera de esa enorme red. Ahora todo puede resolverse en línea y, por lo general, ocurre todo lo contrario: no se resuelve, se ensucia. Internet en la época de las redes sociales ha reemplazado al espacio público. Es increíble pero cierto. Es una plataforma de contacto sin contacto real. Y lo más perverso es que si uno se cansa, puede eliminar, borrar, bloquear, y toda tentativa de diálogo se rompe. Con la literatura ha ocurrido que ahora sigue la lógica de la red social: aunque cada vez hay menos gente comprando y leyendo libros, en la red parece que fuera todo lo opuesto. Es un simulacro: las personas saben que el arte da prestigio social, que está bien visto leer, ver cine, apreciar arte, tener una información básico que demuestre un nivel de cultura general óptimo. Lo que hacen para reemplazar esa carencia no es ir a las fuentes sino simular que van. No leen pero dicen que lo hacen. Esto, a la larga, más que servir, empobrece. Ocurre algo parecido con los nuevos escritores: muchos de ellos están encantados con la idea de vivir como escritores, pero están pensando más en el link que resplandezca en su muro y los certifique socialmente como autores, que en darlo todo por escribir un buen libro. Pero sería, desde luego, ridículo y cómodo ensañarse contra estos chicos que responden a un estado general de las cosas donde lo que menos hay es perspectiva. Esta es la época del escritor domesticado que ha aprendido a silenciarse para no chocar con quien pueda seguir publicándolo, recomendándolo a becas, dándole un puestito de profesor visitante bien remunerado. Esta es la época del escritor que no opina sobre política en público para que El Comercio en el Perú lo siga entrevistando y no le cierre las puertas de la entrevista a página completa. Hasta hace poco muchos colegas míos no hablaban de Conga ni de Máxima Acuña. Simplemente se quedaban callados ante los abusos de una minera que ha convertido al Perú en su chacra. Si ahora lo hacen es porque, gracias a los jóvenes peruanos que se tiraron abajo la Ley Pulpín, ya no disuena defender a Máxima Acuña. Ahora es trendy. Es tan miserable todo que se reduce a eso: funcionan como manadas para tener opinión. El escritor de antes nunca se quedaba callado”.
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El futuro no es nuestro

– Dices que Bolaño es un paradigma. En el 2003 te graduaste en la maestría de la Universidad de Austin con una tesis sobre Los detectives salvajes. En El círculo de los escritores asesinos hay un guiño a Bolaño. ¿Qué tan cierta es esa aseveración? ¿No sería bueno matar a Bolaño definitivamente?- le pregunto.
– Hay guiños a Bolaño y a autores como Nabokov, Monterroso, Parra, o Cervantes. La arquitectura de la novela le debe mucho a obras como Pálido Fuego o Lo demás es silencio. Bolaño es, sin duda, una gran influencia para los escritores de mi generación y para los que recién se inician. ¿Por qué habríamos de matar a un escritor que fue celebrado y apreciado por crítica, colegas y lectores, y ha inspirado —sigue inspirando— a tantos autores noveles a lanzarse al difícil camino de la escritura? ¿Porque se volvió demasiado famoso? ¿Porque tiene seguidores y epígonos? Cuando escucho ese tipo de cosas, sospecho que es un asunto de envidia o del esnobismo más cojudo. Desde Manuel Puig, ningún otro narrador de la literatura de habla hispana había conseguido replantear con éxito el esquema narrativo que arrastrábamos desde el boom. Bolaño lo hizo en un poco más de diez años.
– En El círculo de los escritores asesinos hay una gran cuota de intertextualidad. Hay referentes de cine, música y por supuesto literatura. La novela es sobre escritores, sobre literatura. ¿Es en ese sentido una novela para cierto grupo específico? ¿Y qué rol juega la intertextualidad?
– No escribo para grupos selecto. Nunca lo hice. La novela fue escrita a inicios del 2000 y salió publicada por primera vez en España en 2005. Es probable que refleje mi acercamiento a autores cuyos libros fueron revalorizándose durante esa época y que sigo apreciando. Hablo de Ibargüengoitia, Leñero, Piglia, Monterroso o Pitol. La idea de la intertextualidad en la novela es compleja porque no se reduce al mecanismo de la alusión, el referente y la cita. La estructura misma de la novela lleva un poco de Cervantes (los manuscritos hallados; la profusión de autores) y otro poco de Nabokov (los pies de página y la falsa enciclopedia como formas de narración). Me parece importante recalcar que no la considero una novela metaficcional. Sin la trama policial que va desvelando el crimen del crítico literario e invita al lector a participar, sencillamente no habría novela.
– ¿Refleja esta novela mediante personajes y hechos a la literatura peruana o es más amplia, más universal?
– Si algo refleja es una forma de ver, entender y acercarse a la literatura como un asunto de vida o muerte. Me interesa mucho la historia de los artistas que coquetearon con el crimen. Es curioso, por ejemplo, que el principal antecedente real de los escritores asesinos de mi libro, sea el poeta modernista peruano José Santos Chocano. Y es que Chocano era ya un escritor canónico en el Perú cuando asesinó de un balazo a un periodista de El Comercio. Luego, exiliado ya del país, lo terminaría matando un loco en un tranvía en Chile.
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La violencia

“Soy pacífico. Intento evitar la violencia todo lo que puedo. Crecí en un país donde la violencia se había generalizado hasta el punto de hacernos insensibles. Entre asesinatos selectivos, cochesbomba, apagones, grupos paramilitares que desaparecían estudiantes, y la delincuencia diaria, no era muy fácil voltear la mirada pero ocurría tanto que parecía ser normal. Luego vino la dictadura y, con ella, la censura y la represión. Mi adolescencia tuvo de telón de fondo el Fujimorismo. Eso me hizo valorar muchísimo más la democracia cuando pudimos recuperarla. Ahora hay que sostenerla. La democracia en el Perú siempre está amenazada. No cuesta mucho recordar lo que nos pasó. Ser pacífico no significa ser sumiso. En absoluto. Soy un demócrata. Soy un hombre de izquierda. Y si tengo que pelear para defender la democracia que tanto nos ha costado mantener, peleo, sin la menor duda”, manifiesta Trelles convencido.
– En esta novela un crítico literario, García Ordóñez, es asesinado. ¿Cuál es la importancia que le das a la figura actual del crítico? ¿Ángel o demonio?
– La crítica literaria se ha replegado, ha perdido espacio y parece condenada a aparecer solo en la red, y en las revistas universitarias y libros de ensayos. En los periódicos y revistas de muchos países ya casi no existe: es una actividad en peligro de extinción. En el Perú ha desaparecido casi por completo. Hay más publicaciones que reseñistas, y más reseñistas que suplementos culturales. Por otro lado, ¿cuál es la influencia actual de la crítica escrita en los posibles lectores? Diría que es pobrísima. En Chile mismo está siendo algo difícil encontrarle reseñas a esta novela y estamos hablando de una obra que tiene cuatro ediciones y ha salido en varios países. Tengo un enorme respeto por el oficio de la crítica, por cierto. No respeto, sin embargo, ni a los diletantes ni a los alguaciles como García Ordóñez.
– Hay varias referencias a Chile, ya sea escritores o poetas. ¿Qué importancia tiene nuestro país en tu obra?
-La tradición poética de Chile es una de las dos más importantes de América Latina. La otra es la peruana. La poesía siempre ha sido fuente de aprendizaje y de goce. Pero también, desde luego, la narrativa, empezando por María Luisa Bombal y terminando por Pedro Lemebel, por darte dos nombres.
– ¿Crees que en El círculo de los escritores asesinos pudo haber un exceso? ¿La novela pudo ser más corta? Más específica y sin tantos recovecos.
-Eso lo define siempre el lector. Esta novela me abrió muchas puertas. Se sigue leyendo y publicando. No suelo renegar de mis hijos. Me cuestan mucho trabajo.
– Cuéntame de tu experiencia en París. ¿Qué tan fácil o difícil ha sido?
– Siempre es difícil dejarlo todo para escribir. Vine a París para escribir y para vivir. Es decir: abandoné la carrera académica y aposté por mi corazón. Decían que todos los escritores se habían ido a New York, que ya no pasaba nada. Un mito. La vitalidad cultural de esta ciudad es apabullante. París es literatura. Eso no va a cambiar jamás.
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El círculo de los escritores asesinos

Editorial Desatanudos

Crítica

Las Mejores 200 páginas de Diego Trelles Paz.
Su novela tiene 250.
No podemos decir que el resto, las otras 50, no sirvan a los intereses de un lector ansioso de una buena historia. No. Pero la empantanan, eso sí, y la transforman en un reto, aspecto definido previamente por Trelles.
Como en una novela de Agatha Christie -muy alejada de Trelles ciertamente- el crítico literario Miguel Lautaro García Ordóñez es asesinado y hay cuatro sospechosos: Ganivet, El Chato, Larrita y Casandra, quienes escriben esa vivencia en unos manuscritos. Burdamente esa es la historia que recopila el editor Sawa, y que sirve para hablar de literatura. Porque este libro trata sobre escritores, literatura, y vida de los mismos. García Ordóñez, El Perro, es un mafioso plagiador y por su mala leche con quienes crítica -sin piedad ni argumentos válidos pero con cierta elegancia- merece morir. Postulantes al asesinato no faltan. Esa es la historia y el lector debe armar el puzzle que dilucidará al culpable. Hasta ahí todo bien. Trelles ya tenía una experiencia con crímenes. En 1999 dirige el corto Como si la muerte fuera para ellos, realizado en 16mm. que escribe y dirige, luego de graduarse del bachillerato con especialidad en el séptimo arte. La película es la historia de un crimen pasional contado desde tres puntos de vista por el presunto asesino.
El texto está aquí, el lector está allá y entremedio está el crítico, quién debe orientar al lector pero también al autor. Eso es sabido. Pues bien: digamos entonces –basado en esa regla- que en El círculo de los escritores asesinos hay un exceso. Y ello contribuye a que esa buena historia navegue, en parte y en algunos tramos, entre una bruma, no densa pero bruma al fin. Trelles sabe que el sol sale por el Oriente. ¿Entonces por qué dirigirse a un rumbo contrario e incierto? Tal vez porque esta novela no es una sino varias, con muchos referentes. Pese a que Trelles confiesa haberle quitado muchas páginas, en algunos capítulos las interpelaciones más que aclarar abultan.
Sin embargo las referencias a Scorsese, Tarantino y Cormac Mc Carthy se agradecen. Algo de ellos hay en este texto que refleja la paranoia moderna de la cual parecen no estar exentos los escritores. Por lo menos los de El círculo de los escritores asesinos.
No es el ánimo desarrollar mordaces y punzantes sarcasmos, ni provocar desaliento en el lector. El texto de Trelles, avezado ya en estas lides, está en un nivel superior de la literatura latinoamericana, pero por ello mismo seamos claros y digamos que el libro tiene ciertos reparos que frenan y lentifican su lectura. Trelles como buen amante del buen fútbol sabe que uno no puede excederse en jugar para el lado. Lo ideal es ir para adelante. Y más aún sí se tiene talento y gol.
El círculo de los escritores asesinos es una novela moderna. Una novela peruana moderna al tratar de literatura – y con literatura- lugares y personas utilizando para ello el uso de diferentes puntos de vista. A ello sumemos la descripción de un Perú donde todos parecen perderse entre las callejuelas y bares de barrio sin avizorar un punto de encuentro, típico de los tiempos que se viven. Hay desamparo. Mucho más entre escritores, oficio pletórico de soledad, incomprensión y envidias veladas o escondidas. Trelles en este libro es muy audaz y materializa un talento que debe caminar más por el sendero de la simpleza que por el de la confusión. La veta en él es ilimitada. El futuro también, cosa que posteriormente se evidenció con Bioy y su comparación con Vargas Llosa.

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