El fútbol hermoso (que vimos cuando niños) murió el 5 de julio de 1982. El hecho se conoce como “la tragedia de Sarriá”. Esa tarde Italia venció a un equipo de poetas del balón. Venció a la última selección brasileña que jugaba divirtiéndose. El equipo de Telé Santana es recordado hasta el día de hoy pese a no ganar el Mundial de España. Pero quién recuerda al equipo del 94 o del 2002? Nadie. El destino estaba marcado. Cuando Sócrates logra el empate 1 a 1 a los 12 minutos del primer tiempo sucede algo extraño. Años más tarde el mismo Sócrates se lo cuenta a un amigo una noche de cervezas. “Cuando hice el gol aquella tarde, en un instante, mientras celebraba, sentí como si me partía un rayo y en un segundo supe que íbamos a perder. Fue una premonición. Algo muy extraño. Sabía que ese era mi último gol en ese torneo y que íbamos a ser eliminados”.
Y así fue. El fútbol bello iba a ser reemplazado por los resultados. Brasil iba a dejar de jugar bien pero iba a ganar. El italiano Antonio Cabrini tuvo una frase lapidaria: “Con el empate ellos se clasificaban y seguían jugando un fútbol de exhibición. Nosotros habíamos ido a competir y queríamos ganar el Mundial”.
Dos visiones y dos filosofías de juego. La prensa fue inflexible. Telé Santana debió cuidar el empate. El equipo estaba devastado y Sócrates los reunió y les dijo que los medios estaban equivocados. Ellos eran brasileños y debían ser representantes del pueblo y de sus alegrias. Les dijo que era el mejor plantel en que había participado y les dio las gracias. Todos estaban muy emocionados. Luego el doutor -ni corto ni perezoso- pensó en cómo, a la vuelta a Brasil, podía consolidar la “Democracia Corinthiana”.
Lo narrado aparece, entre otros miles de detalles e historias, en el libro de Tom Cardoso, que va más allá del fútbol y muestra ese Brasil de los 70 y 80 del cual recién me voy interiorizando. Lo encontré por casualidad cuando ya había perdido la esperanza de hallar algo de ese jugador que me merece todo el respeto.