Martín Huerta y Truman Capote

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Un chileno en el reino de las hojas secas

huerta4 Por Zucchero. Fotos de María Eugenia Lagunas y Martín Huerta.
 
Tiene un libro que se llama La gran bohemia. Ese texto habla exclusivamente sobre Truman Capote y sus amigos en las fiestas del Studio 54, la Black & White, y otras menos conocidas y no por ello menos desatadas.
Pero la historia del chileno Martín Huerta tiene muchas otras aristas.
 
Huerta se define como un fotógrafo, pero abarca otras voces, otros ámbitos. Porque además escribe, es cineasta y gestor cultural. O lo inverso: la cultura lo ha gestado a él. Durante extensos 59 años.
 
I love NY
 
“Siempre lo supe: me ha gustado escribir. Yo tengo sexto de preparatoria no más, entonces solito vi un camino en el arte. Entré a trabajar al Teatro Caupolicán cuando traían grandes espectáculos. Ahí compré la cámara fotográfica y comencé a retratar a los artistas”, señala.
Y se fue el año 1969 a Estados Unidos. Llegó poquito antes de Woodstock.
 
-Estuve leyendo que se fue en el buque escuela Esmeralda.
– Aquí está la foto de la Esmeralda cuando íbamos llegando…(me la muestra).
 
– ¿Y que tiene que ver la Esmeralda?
– Me fui en la Esmeralda. El viaje duró como 4 meses. Para allá el buque se fue recalando en todos los puertos.
 
– ¿Y cómo hizo la gestión para irse en la Esmeralda? Porque usted no era marino.
– No pues.
 
– Era un civil.
– Hice un chanchullo- responde Martin Huerta sonriendo pícaro.
 
-Pero usted tenía un contacto en la Esmeralda entonces.
– Claro.
 
– ¿Tenía un amigo?
– Sí.
 
– ¿El resto de la tripulación sabía que usted iba a bordo?
-Después fueron sabiendo.
 
– ¿Usted se fue de polizonte?
– De Polizonte. Completamente. Y después supo el capitán, un poco antes de arribar a puerto.
 
– ¿Y qué le dijo? ¿Lo retó?
– Que tenía que largarme al mar ahí. Tenía que recalar en New York.
 
– ¿Y cómo lo hizo? ¿Se bajó?
– Y me bajé. Pensé en llegar a Nueva York y llegué a las costas de New Jersey porque aquello es ancho.
 
– Pero no es que se haya puesto a nadar para llegar.
– Me pusieron en una tontera: un bote inflable. Iba a la aventura ciento por ciento. Con la cámara aquí arriba. Lo único que salvaba era la cámara. Estaba en la orilla y un dominicano vio que yo venia en balsa y me sacó. Virgilio se llamaba y era un gallo bien establecido que estaba viviendo en New York. De ahí me llevó a una pensión y empecé a buscar trabajo. Habían muchos trabajos en cualquier cosa. Me fui a una fábrica.
 
– ¿Cómo conoce a toda esa gente famosa? Cuénteme el viaje a  Woodstock, ya que por ahí va la historia.
– Yo estaba tres semanas trabajando en el Highman Company barriendo y viene un compadre y me invita a un concierto por el día no más. Resulta que yo me había comprado un auto, un convertible, un Pontiac y el tipo era un gallo perdido pues. Bueno para el copete, para el trago.
 
-¿Era un hippie?
– Todos éramos hippies en ese tiempo.
 
– ¿Cuántos años tenía en esa época, en el 69-70?
– 19 años.
 
– Muy joven. Lo invitaron y resultó que el concierto era Woodstock.
– Sí. Era un día domingo. Nos fuimos el sábado y volvimos el miércoles.
Porque Woodstock estaba como a 200 millas de Nueva York, y no fue en Woodstock; la fiesta fue en Betel.
Bien, la raja, todo perfecto. Todos en pelota porque nos empelotamos para tirarnos por el barro para abajo. Llovió el segundo dia y estuvimos 4 días arriba y después bajamos.
 
– ¿Y vio a todos los artistas que tocaron o algunos?
– Claro, estaba lejos pero vi algunos y habían unos cabros que tocaban la guitarra en cualquier lado. No se sentía nada con la bulla.
 
– ¿Siguió trabajando en ese fábrica por mucho tiempo o después se cambio de trabajo?
– No, estuve unos 3 meses más y después me fui a otro trabajo.
Tenia la cámara y tomaba muchas fotos.
 
– ¿Cómo conoce a Truman Capote?
– Yo estudié en la Universidad en New York. Después de trabajar decidí estudiar un curso que era para toda la gente que quería aprender una profesión. Estaba aprendiendo cine, me había interesado.Y un día fue Truman Capote a la Universidad. A dar una conferencia. Me acerqué a él y le dije que tenía su libro El Arpa de hierba.
Yo lo llevaba, me fui leyendo en el barco para allá. El libro estaba en español.
Él ni sabía que existía Chile así que le mandé chamullo y quedamos de venir a Chile, le importaba todo lo que fuera chileno.
 
– ¿Y él le preguntó acerca del gobierno de Allende quien estaba recién ascendiendo?
– Allende, claro. A él le interesaba ese sistema. Todo le interesaba, todos los países.
 
– ¿Capote tenía una posición frente al gobierno de Allende?
– No, le interesaba escribir no más.
Estábamos horas enteras conversando y yo con un diccionario bajo el brazo. En un restaurante nos juntamos. Nunca me llevó a su casa porque era homosexual y allá tenía su amante.
 
– Usted le conversó sobre Chile y sus artistas, sobre Violeta y Nicanor Parra y Patricio Manns.
– Sí, claro. Se entusiasmó en venir a Chile y y no pudo porque tenía muchas actividades, era del jet set de Hollywood.
huerta
Huerta lo narra en su libro Truman Capote: “A Truman lo conocí durante estos días de su agonía no anunciada, en un mes del año 1976, cruzando el Greenwich Village luego de una tertulia literaria organizada por The New York University. Me acerqué para contarle que yo venía desde Chile y que tenía en mi poder un libro suyo: El arpa de pasto, editado por Zig Zag en 1968 y le pedí que en otra ocasión me lo autógrafiara.
– Ahh- dijo Capote-, Chili… Pinochet.
A la segunda sesión, quince días después, me aparecí con el libro, cosa que le extrañó demasiado a Buddy: ser editado en español en un perdido país del Tercer Mundo.
Luego de firmarme el ejemplar (donde escribió: ‘A un fotografillo del Tercer Mundo con ínfulas de fotógrafo’), me invitó a la cafetería de la universidad y me dijo que ese libro, en especial, tenía una connotación profunda para él porque estaba dedicado a una persona que lo amó y que por una causal de hondo sentimiento, lo asistían horribles pesadillas noche a noche. Luego y con un inglés tarzanesco le conté que estudiaba cine por las noches en esta universidad. Capote preguntó por el Presidente Augusto Pinochet y cómo era la vida en un país regido por una dictadura militar. Obvié la parte política y le conté la parte artística y cultural de los años 60 en estos parajes. Le dije de Violeta Parra y su carpa de circo remendada, del canto nuevo, de Patricio Manns, de Pedro Messone, del grupo musical rebelde de Los Amerindios, con Julio Numhausser y Mario Salazar. del Teatro Aleph y el “Cuervo” Castro y de todos los grandes personajes que venían al Teatro Caupolicán: Louis Armstrong, quien actuó en la carpa del Circo Buffalo Bill, Claudio Arrau y Ramón Vinay. Le conté del Bim Bam Bum y de los desvalijadores de autos, conformando la Gran Bohemia en las noches estrelladas de Santiago.
“La próxima vez que nos vimos, yo con mi diccionario aprisionado bajo el sobaco y Truman con sus insistentes preguntas, fue en el restaurante de Jack Dempsey en la 33th.Street y Avenida Broadway . Allí convergían viejas glorias del deporte, poetas, escritores y pintores. Pasábamos largas tardes, yo buscando simil a las palabras en inglés y Truman anotando palabrotas del “coa” chileno, que es lo único que anotaba. Otras veces acudimos al Club 21 en el Midtown Manhattan, creo, en la 21 st. Street. Me preguntaba si II Bosco tenía similitud con esas acomodaciones, y cómo era la actitud de la gente. Le conté de las legendarias reyertas de la poetisa Stella Díaz Varin, del cineasta Raúl “Perro” Ruiz,  de la triste vida final de Teófilo Cid, un funcionario pulcro y erudito que trabajaba en el Ministerio de Relaciones Exteriores y por las noches se convertía en un poeta que dormía en los escaños de una plaza aledaña a la Biblioteca Nacional.
También apareció la figura de Carlos De Rokha, del formidable poeta Enrique Lihn; de Berta, la costurera del Bim Bam Bum; y del duelo a paraguazos entre un hombre de teatro y otro de radio.
Tanto se interesó Capote en esta mezcolanza sui generis que me pidió trabajar con él en un proyecto: El arte en el Tercer Mundo.
 
Traté de traducir para Truman el fragmento de un buen poema que Patricio Manns había creado en estos años y que en una venida mía a Chile había escrito para mí:
 
La vida total
(Patricio Manns – Eduardo Carrasco)
 
La vida es un espacio entre dos muertes
La muerte es un silencio del amor
El amor es un orgasmo entre dos lágrimas
La lágrima es un lago sin su canto
El canto es un misterio de la boca
La boca es un abismo antes del pecho
El pecho es otro abismo entre dos sangres
La sangre es el motor que nutre el acto
El acto es una danza contra el tiempo
Y el tiempo es lo que mide los espacios
hasta aquí enumerados.
La selva es el ancestro del desierto
El desierto es un cuerpo ya bebido
Beber no amaga el fuego en la conciencia
La conciencia es un reloj de arena antiguo
Lo antiguo nos modela como a un niño
Un niño es el pasado de los cuerpos
El cuerpo es un combate que se pierde
Se pierde sin retorno a lo increíble
Lo increíble será lo que no podemos
Y lo que no podemos será lo que siempre queramos.
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Huerta rememora un pasaje lleno de nostalgia de Capote. El escritor le preguntó a Huerta sobre su niñez. “Una madrugada próxima a la Navidad Truman Capote me pidió venir a New York desde el cercano Garden State o Estado Jardín como se le llama a New Jersey para juntarnos en uno de ios restaurantes que solíamos visitar. Quería saber de mi vida de infancia porque le había contado que yo había nacido en el Valle de los Indios, en los ríos transversales del desierto chileno de la entonces provincia de Atacama. De cuando a mis siete años, me había fugado de mi hogar-escuela de esas serranías para partir a conocer el mundo, uniéndome a unos gambusinos, (pirquineros), paupérrimos en su pobreza para conocer la vida por dentro y no recibir de boca de mi propia madre profesora esas palabras de guerra; amor a la patria, heroísmo, sangre vertida y odio por ¡os peruanos y bolivianos con quienes se vivía en guerra.
Ahí Truman recordó su infancia de privaciones en Monroeville.
-¿Ha ido usted a visitar el Monroeville de su infancia? ¿La casa de la tía Sook? ¿El jardín y los árboles donde trepaba con sus primos?
-No. Respondió con tristeza. -Tal vez… algún día.
Recordé entonces “Hay un día feliz” el bello poema de Nicanor Parra y me pidió que tratara de trasladarlo al Inglés.
 
 
Hay un día feliz
 
A recorrer me dediqué esta tarde
Las solitarias calles de mi aldea
Acompañado por el buen crepúsculo
Que es el único amigo que me queda.
Todo está como entonces, el otoño
Y su difusa lámpara de niebla,
Sólo que el tiempo lo ha invadido todo
Con su pálido manto de tristeza.
Nunca pensé, creédmelo, un instante
Volver a ver esta querida tierra,
Pero ahora que he vuelto no comprendo
Cómo pude alejarme de su puerta.
Nada ha cambiado, ni sus casas blancas
Ni sus viejos portones de madera.
Todo está en su lugar; las golondrinas
En la torre más alta de la iglesia;
El caracol en el jardín, y el musgo
En las húmedas manos de las piedras.
No se puede dudar, éste es el reino
Del cielo azul y de las hojas secas
En donde todo y cada cosa tiene
Su singular y plácida leyenda:
Hasta en la propia sombra reconozco
La mirada celeste de mi abuela.
Estos fueron los hechos memorables
Que presenció mi juventud primera,
El correo en la esquina de la plaza
Y la humedad en las murallas viejas.
¡Buena cosa, Dios mío! nunca sabe
Uno apreciar la dicha verdadera,
Cuando la imaginamos más lejana
Es justamente cuando está más cerca.
Ay de mí, ¡ay de mí!, algo me dice
Que la vida no es más que una quimera;
Una ilusión, un sueño sin orillas,
Una pequeña nube pasajera.
Vamos por partes, no sé bien qué digo,
La emoción se me sube a la cabeza.
Como ya era la hora del silencio
Cuando emprendí mí singular empresa,
Una tras otra, en oleaje mudo,
Al establo volvían las ovejas.
Las saludé personalmente a todas
Y cuando estuve frente a la arboleda
Que alimenta el oído del viajero
Con su inefable música secreta
Recordé el mar y enumeré las hojas
En homenaje a mis hermanas muertas.
Perfectamente bien. Seguí mi viaje
Como quien de la vida nada espera.
Pasé frente a la rueda del molino,
Me detuve delante de una tienda:
El olor del café siempre es el mismo,
Siempre la misma luna en mi cabeza;
Entre el río de entonces y el de ahora
No distingo ninguna diferencia.
Lo reconozco bien, éste es el árbol
Que mi padre plantó frente a la puerta
(Ilustre padre que en sus buenos tiempos
Fuera mejor que una ventana abierta).
Yo me atrevo a afirmar que su conducta
Era un trasunto fiel de la Edad Media
Cuando el perro dormía dulcemente
Bajo el ángulo recto de una estrella.
A estas alturas siento que me envuelve
El delicado olor de las violetas
Que mi amorosa madre cultivaba
Para curar la tos y la tristeza.
Cuánto tiempo ha pasado desde entonces
No podría decirlo con certeza;
Todo está igual, seguramente,
El vino y el ruiseñor encima de la mesa,
Mis hermanos menores a esta hora
Deben venir de vuelta de la escuela:
¡Sólo que el tiempo lo ha borrado todo
Como una blanca tempestad de arena!
 
De Poemas y antipoemas (Santiago, Nascimento,1954)
 
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En 1969 Truman Capote estaba en su apogeo. Mientras el escritor hacia amistad con Martín Huerta se desencadenó una polémica bastante singular con Jacqueline Dusann, autora de best sellers tales como El valle de las muñecas. Capote empezó la riña cuando menospreció las habilidades literarias de Susann en el programa de Johnny Carson The Tonight Show. Más adelante, ella apareció en el mismo programa y ridiculizó las maneras afeminadas de Capote, imitando su voz chillona e infantil y poniendo el acento en su homosexualidad. Truman dispuso de un nuevo turno: ante el presentador y varios millones de espectadores declaró que Susann tenía aspecto de “camionero trasvestido”. Eso la hirió -sin duda tenía unos rasgos masculinos- y junto a su marido acudió al despacho de su abogado, el eminente Louis Nizer, y le pidió que emprendiera un pleito por difamación.”Las palabras son como productos químicos- escribió Nizer tiempo después-. Algunas combinaciones provocan meras burbujas. Otras causan explosiones”. Según la versión de Truman, todo lo que habría tenido que hacer el abogado de la defensa era vestir de mujer a una docena de camioneros y hacerlos desfilar frente al jurado, con lo que este habría llegado a la conclusión de que Capote tenía razón.
“…Aún así, no entiendo por qué cree que lo que dije sobre su cliente fue una “difamación”. Todo lo que dije fue que en algunas de sus fotografías publicitarias “parece un camionero trasvestido”. Lo cual me parece una opinión estética, una observación espontánea. Maliciosa sí, pero no malévola”, escribió Capote en una misiva al abogado Nizer, publicada en Truman Capote. Un placer fugaz. Correspondencia, Debolsillo.
 
– ¿Y esa amistad con el autor de A sangre Fría se mantuvo hasta que Capote murió?- le pregunto a Huerta.
-Claro. Después Capote desapareció de New York, cuando estaba carcomido por el trago y la droga. Se fue a Los Ángeles, la ciudad que más aborrecía en su vida.
 
– ¿Y por qué se fue a Los Ángeles?
– Tenía una amiga que lo mandó a buscar porque estaba enfermo y ahí murió.
 
– ¿Conoció a Andy Wharhol también a través de él?
– No fue a través de él. Fue con Telly Savalas que fuimos a ver a Andy Wharhol. Con Telly salimos a farrear allá. Era lo más farrero.
En una entrevista Martin Huerta rememora: “Unos fornidos porteros nos detuvieron en la puerta del Studio 54. Telly se identificó y los muchachos morenos preguntaron: ¿Cuántos vienen con usted, Mr. Savalas?
-Todos- respondió el actor- , y en el acto, una multitud de colados nos llevaron en andas hacia el interior.
En el recinto no cabía un alfiler y todos debían bailar onda disco en forma “check to check”.
Steve Rubell era uno de los dueños del Studio 54. Avisado que Telly Savalas y sus amigos habíamos ingresado, nos invitó a su oficina en el piso inferior. Savalas nos presentó y Steve ordenó a uno de sus bartenders, un adonis ataviado con ajustados pantaloncillos; que trasladó la líbido de mi amigo Campo Elías hacia el cosmos, a destapar algunas botellas que guardaba para las grandes ocasiones. Para mi sorpresa era vino chileno; unas botellas gordas de la Viña Undurraga”.
 
– ¿Y cómo era la personalidad de Truman Capote? ¿Era simpático?
– Súper choro. Yo siempre lo veía venir con el diccionario bajo el brazo para hablar en español. Pero era solitario. De niño. Sin papá. Sin mamá. Criado por su tía Soacks, bien cariñosa pero bien chalada.
Entonces se fue Truman Capote en barco tocando y bailando craqueé por ahí.
 
– Uno se pregunta qué tan feliz habrá sido Truman Capote en los últimos días…
– Por ahí tengo unos escritos del final de él.
 
– ¿De la época gloriosa?
– De la época de plata.
Leo el escrito con una anécdota muy sabrosa de la cual Capote se reía a mares.
Esta es la historia que Huerta le contaba a Capote:
Estábamos en Santiago de Chile en plena Guerra Fría; esa maravillosa farsa guerrera entre los Estados Unidos de Norteamérica y su Imperio y por el otro, la U.R.S.S., Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y sus aliados, quienes cada vez que podían se enseñaban los dientes y querían arrancarse los ojos.
Al Teatro Caupolicán, en calle San Diego -que más parecía un hormiguero de estatura humana- llegaban los grandes espectáculos mundiales. Desde el catch a cas can, hasta el Ballet Berioska, pasando por Gilbert Becaud y el portentoso Holiday on Ice. Como era usual septiembre acogía la temporada circense y mientras avanzaban los primeros días de octubre, se levantaba el redondel de aserrín de los payasos, bajando los trapecios y mudando la pesebrera de los elefantes y las cebras del Circo Las Aguilas Humanas. Mientras tanto don Enrique Venturino y su hijo Sergio, promocionaban la llegada del famoso Ballet Moisseiev desde Moscú con un elenco estelar de 70 bailarines y casi otros 70 comisarios y directores que cuidaban que los artistas no desertaran pidiendo asilo político. El ballet traía también a su rutilante primera figura, el bailarín Sergei.
El circo no se quedaba atrás, tenía también su propia primera figura: el enano de la trouppe quien oficiaba de payaso y que se caracterizaba por ser un enano desproporcionado en sus partes íntimas. Lo que no tenía de altura lo tenía de…
Mientras el circo, como en la vida de todos los circos, se marchaba en gira y ya los carpinteros erigían el escenario para el ballet, la compañía rusa visitó el lugar de actuación. Hasta allí llegó la comparsa en pleno. Vinieron los bailarines del cuerpo de baile, vinieron los comisarios, vinieron el director y las primeras figuras; entre ellos Sergei. Alejado del barullo el enano transpiraba como fogonero cargando los camiones. En un respiro de las faenas, quiso el destino que las miradas del enano y Sergei se cruzaran e ignorando cualquiera implicancia idiomática o comunicacional, enseguida congeniaron por la “química del amor” y el bulto que escondía el enano. Acto seguido trabaron una férrea relación.
“Fue amor a primera vista”, dijo luego el enano.
El estupor cundió en los camarines del Teatro Caupolicán cuando ya por la noche hubieron de sacar al pobre Sergei en ambulancia hacia la Posta Central de salud. Dios!
¡El enano le había plantado los honores a Sergei con consecuencias desastrosas… Desastrosas para la compañía que no podría debutar sin su primera figura, desastrosa para los Venturino que hablan gastado una enormidad en propaganda, y desastrosa para una sociedad puritana y politizada que no podía aceptar amores entre un occidental con alguien venido desde detrás de la Cortina de Hierro.
No hubo más alternativa que aplazar el debut”, rememora Huerta.
 
– Usted andaba con puras celebridades como Andy Wharhol.
– Andy Wharhol era un tipo excéntrico, totalmente excéntrico.
Al final todo el mundo que llegaba y quería ser artista se arrimaba a él, y se convertía en artista porque Wharhol tenía todo el día la cámara y llegaba cualquiera a su casa. Ahí entraban no más.
 
De esa época dorada Martín Huerta vivió momentos de gran intensidad: las fiestas y el glamour pero también advirtió la real personalidad de muchas celebridades que parecían maravillosas pero escondían virtudes y defectos como cualquier persona. Truman no era ajeno a ello.
 
La Carlina y el vudú
 
De una mujer en Santiago durante los 50 escribió  un libro Huerta posteriormente: Yo Carlina, vida de una muy joven Carlina Morales Padilla, quien con el paso de los años se transformaría en La tía Carlina, la regenta del prostíbulo por excelencia de los años 50-60 en Santiago. Huerta narra con destreza los orígenes de esta pobre niña de once años, sin juguetes, que encontró en la basura una muñeca que adoró como si fuera parte de su ser.  “La nombró “Sarita” y fue foco de ínfimas alegrías.  Esto duró poco, ya que un día un grupo de matones, tan pequeños como ella, le arrebataron el juguete y comenzaron a burlarse. ¡Fea! le gritaban. La niña no soportó más y se abalanzó sobre uno de ellos comenzando a rasguñarlo. Pero esto no detuvo la escena, el resto de los rufianes siguió golpeando a Carlina y a “Sarita”. La niña debió salir corriendo mientras era perseguida y le tiraban piedras, muchas de las cuales dieron en el blanco. Allí Carlina perdió a su muñeca y ganó un creciente rencor por los hombres”, señala Huerta en el libro.
Otro pasaje curioso es cuando Capote le pidió a Huerta conocer a Altagracia Santiago o Madame Silvié, una mujer dominicana que practicaba el vudú. Después de varios intentos fallidos por fin se pudo dar la oportunidad de conocerla y ver una ceremonia que practicaba. Madame Silvié era una chanta y sus ceremonias eran una mezcla de efectos especiales y gritos que aterraban a los concurrentes. Capote al momento de ir preguntó insistentemente sobre el barrios donde acudirían y la gente que participaba en tan extrañas ceremonias. “A cada rato me preguntaba con su voz chillona: Is this a nice people?
 
– Oh, yes. They are a beatiful people, Truman- respondía yo para calmar la angustia que lo embargaba.
 
Cuando nos bajamos en la Estación cerca de St. Nicholas y nos propusimos caminar hacia la dirección indicada, hubimos de sortear a muchos homless hombres sin casa, que nos seguían pidiéndonos monedas.
-One quarter, only one quarter, hermano…
Con Truman aferrado a mi brazo y temblando como un colibrí frente a la flor de la pasión, fuimos recibidos en la puerta del Internacional Center of Deep Mistery por Madame Silvié con su túnica celeste aguacero que dejaba adivinar sus nalgas de dimensiones continentales. Y entramos. ¡Mejor no lo hubiéramos hecho! Un gran escenario en redondo con luces negras y cráneos humanos expeliendo humo fue nuestra primera impresión. La palabra ewe escrita en caracteres grandes designaba a los seres sobrenaturales y VO, lo era para inspirar terror. En el fondo del gran espacio, una cascada rodeada de vasta vegetación iba y venía recicladamente, y desde algunas paredes aparecían colgantes de mortajas robadas desde los cementerios haitianos, mientras como desde ultratumba se escuchaba un monótono sonido de candombe africano:
 
Tum, tum, tum, tum…
 
La reunión al principio nos pareció secreta, pero según se quemaban los tiempos fueron apareciendo seres descalzos que adorarían a la diosa serpiente que estaba instalada en una espaciosa jaula u oráculo en un costado alto del recinto y tapado por un manto oscuro con siglas indescifrables. Luego fuimos admitidos en un pequeño espacio aledaño cubierto de espejos donde el gran maestro, (El “Pájaro”), con una seriedad que no le conocía, nos exigió el juramento de no revelar ios secretos de esta hermética sociedad del Misterio Profundo. Nos untó las frentes con una pócima humeante que hedía a estiércol y una vez realizada esta ceremonia, se suponía que estábamos admitidos para ser partícipes de los ritos mayores que vendrían a continuación. Volvimos al recinto inicial donde estos seres descalzos ya imploraban bendiciones para los amigos y maleficios para quienes consideraban eran sus enemigos. Madame Silvié, luego de un rato de estar dignamente sentada en un alto trono de oropel cercano al oráculo comienza a ser poseída por el maleficio de los zombies, se retuerce presa de profundas convulsiones y con sus ojos fuera de las cuencas se deslizó exánime frente al oráculo de la diosa serpiente. Las otras mujeres que también están siendo poseídas trazan un círculo con ceniza de cementerios, que nos rodea y con un collar de huesos humanos colgados en nuestros pechos desnudos, Madame Silvié da curso a nuestra iniciación. Alguien nos da de mazazos en nuestras cabezas y todos cantan:
 
¡En, ¡eh!. banga, heu heu tanga, banga, aftiome, banga, eh, eh, kao le kao le
 
Mientras la alienante danza sigue, Silvié ejecuta más y más violentos pasos y acciones. En un instante y preso del terror más extremo Capote sale huyendo despavorido. Hasta ahí llegó el interés del escritor por las ceremonias vudú. Huerta al recordar el momento se ríe.
 
Posterior a su regreso a Chile Martín Huerta trabajó durante muchos años en el diario La Nación, hasta que Sebastián Piñera le dio la última palada en el entierro del último medio de comunicación gubernamental. Hoy Huerta camina tranquilo por el Centro de Santiago sin olvidar, eso sí, a sus amigos del pasado, fuesen celebridades o gente común y corriente.

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