Morpho eléctrico y goleador

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Por Hugo Dimter P.
Los árboles del Estadio Bancario comenzaron a aplaudir. Habían visto el gol y solo atinaron a mover las ramas frenéticamente mientras los escasos espectadores confirmaron que la entrada estaba pagada con creces. Sin embargo a uno de ellos le dio lo mismo. Pese a ser colocolino consideraba que el fútbol era algo alienante. Una pérdida de tiempo ante cosas más importantes que, en Chile, era urgente realizar. Aún así el joven advirtió que había sido un golazo e imitó el comportamiento de los demás: se levantó del asiento y aplaudió con fuerza.
Hacía poco -en la Eurocopa de Alemania 88- se vio un gol similar pero estábamos en Chile, en Osorno, y en un modesto estadio que nada tenía que ver con los recintos alemanes. Y sin embargo el gol era muy parecido. 
Que pobreza: las mallas rotas, él área con champas, los árbitros escandalosamente fuera de forma, camarines sin asear, solo agua fría en las duchas, las camisetas mal lavadas. Y sin embargo el gol era digno de una Eurocopa en Alemania.
Brazos, piernas, muslos, cabezas, corazones. Una sinfonías de movimientos tras el balón y una verdad indesmentíble: lo más importante de lo menos importante era el fútbol.
Soleada tarde sabatina durante un inestable agosto. Algunas mariposas sobrevuelan el césped. El fútbol resplandece. Bancario contra Arauco. Civiles contra militares. Algunos de los muchachos de Arauco llevan el pelo cortisimo. Son soldados del regimiento y su físico lo demuestra: delgados, fibrosos. Atléticos al cien. Casi robots invencibles pero de carne y hueso. Al otro lado Bancario tiene un plantel más disímil. Unos muy flacos, otros pequeños, aindiados, clase media todos. Un plantel heterogéneo, con más pinta de futbolistas. Más estilo, más cachaña. Más picardía e ideas. 
Al ataque. A destruir. Las ideas de ambos equipos se contraponían. Talento contra fuerza. Juego asociado en contraposición a un pelotazo al vacío para ir al choque. Un equipo amante de la libertad; el otro amante del golpe.
Bancario con una tricota albiceleste. Arauco de verde milico. En el banquillo del conjunto millonario, como se denomina a Bancario, un ex asesor del Intendente durante la Unidad Popular. Al otro lado un sargento primero que dirige al cuadro militar donde también juega uno de sus hijos. Han pasado 15 años del golpe pero ambos parecen conocerse. Se miran feo. No se tienen miedo.
En la tribuna hay poca gente pero cada cierto rato aparecen nuevos hinchas. La mayoría son de Bancario que hace de local. En un extremo está la hinchada militar: soldados de franco y clases en
actitud distendida, algunos familiares, una que otra polola de algún jugador. Los equipos salen a la cancha y se posan en el medio. Luego levantan los brazos saludando a sus hinchadas. Tibios aplausos. Algunos niños juegan en las tribunas mientras sus padres beben una cerveza recién sacada del congelador del casino.
El señor de negro va a iniciar el partido. Aquella brisa del sur corre con lentitud y los tiuques, en la copa de los árboles, se aprestan a disfrutar de un clásico osornino que involucra mucho más que simple fútbol. La lluvia ha lavado la brisa de agosto y todo podría ir mejor. El país anhela una democracia que parece estar a la vuelta de la esquina. Los partidos políticos sacan banderas y candidatos para encabezar el conglomerado que se opondrá a Pinochet, quien no desea ceder un centímetro del terreno ganado a sangre y fuego. Los militares están inquietos con el futuro pero hoy juegan fútbol y ello sirve de momentánea distracción. Hoy nadie quiere ser un gurka sino Van Basten o Gullit. Nadie quiere ser una oruga sino una mariposa azul eléctrica.
Un, dos, tres, Bancario!, gritan los jugadores. Uno que otro asistente al encuentro aplaude luego de dejar sus bebidas en el tablón. Al centro de la tribuna se congrega la mayoría. Casi todos se conocen. Pero en un extremo a la izquierda, muy cerca de la entrada al casino, hay alguien que nunca se había visto. Es un caballero de chaqueta negra y anteojos que enciende un cigarro tras otro. Debe tener 55 años y se ve más delgado de lo que realmente es. Su nombre es Pedro y su rostro delata que es profesor o algo parecido. El partido comienza y él se acomoda en un cojín café que ha traído y deja al lado el diario que ha estado leyendo. De pronto un joven de jockey se sienta junto a él.
-Vi una Morpho azul eléctrica- le dice sin preámbulo a Pedro, el caballero de chaqueta negra.
-Es una mariposa muy hermosa que puede volverse invisible- responde éste.
-Eso es lo mejor que tiene. A tí siempre te gustaron las mujeres que se evaporaban- sentencia el joven.
-Rodrigo, algunas no se evaporaron. Desaparecieron- responde Pedro mientras fija sus ojos en la cancha.
-La inútil improvisación frente a la vida. Nada de lo que hacemos es infalible. Pero para ellos también es válida la afirmación. Al final es una cosa de convicción y arrojo. Como el fútbol- señala Rodrigo mientras los 22 jugadores corren tras el balón a diferentes velocidades según la posición dentro de la cancha.
-Los de verde son de un regimiento- señala Pedro.
-Ahhh, chuta. Entonces hay que apoyar a los albicelestes; aunque parezca Argentina.- responde Rodrigo riendo mientras deja su mochila abierta junto al anciano.
-Vamos Bancario!- grita Pedro poniéndose de pie por un breve momento. Luego se sienta y coge el diario para depositarlo rápidamente en la mochila de Rodrigo. Van cinco minutos de juego sin ocasiones de gol aún. 
-Cómo te ha ido acá?- pregunta Rodrigo.
-Para ser franco más o menos- responde Pedro.
-Sé más específico.
-No se puede hacer. No se dan las condiciones. Demasiado peligroso. Muchos chanchos.
-No hay apoyo?- pregunta nuevamente Rodrigo.
-Hay apoyo pero de todas formas no se dan las condiciones. Sería meterse en la boca del lobo. 
-Entiendo. Descartamos esta localidad- sentencia Rodrigo.
-Tal vez más adelante. Va un informe muy completo dentro del diario ñ- finaliza Pedro.
-De acuerdo, no hay que apurarse- reafirma Rodrigo:
Los dos hombres guardan silencio mientras el partido continúa con ocasiones para ambos lados. Un contragolpe de los militares casi termina en gol de no ser por el actuar del arquero que realiza un achique de antología. 
Arauco se defiende con rudeza ante la pasividad del señor juez quien se hace el desentendido olímpicamente. En una jugada uno de los defensores barre sin pelota -y con fuerza desmedida- al atacante más esmirriado, quien cae adolorido.
-Ya pues, árbitro, saque tarjeta- grita el entrenador de Bancario ofuscado. El referee hace seguir la jugada como si nada hubiese ocurrido ante los nuevos reclamos del entrenador.
-Cuándo lo quiebre le vas a poner amarilla?- vuelve a preguntar el director técnico de Bancario enfurecido.
A corta distancia -50 metros- se escucha la respuesta:
-Fue a la pelota. Déjate de hablar huevadas.
Es el entrenador de Arauco.
-Como que huevadas? Milico de mierda- le responde el director técnico bancario.
-Anda a cagarte viejo culiado.
-Porqué no vas tú chuchatumadre?
El juez de línea trata de calmar las cosas.
-Si se ponen a pelear terminamos el partido con diez puntos perdidos- advierte. 
Los dos hombres se miran con fiereza.
-Parece que se van a agarrar- le señala Pedro a Rodrigo en la tribuna-. Milicos hijos de puta.
-Tranquilo. No nos vamos a hacer notar aquí- responde Rodrigo.
-No, claro que no, no seas exagerado. Son cosas del fútbol. Así es la pasión.
-Sí, claro. Oye, finiquitemos. Alguna novedad? Algo más que deba saber?- pregunta Rodrigo un tanto impaciente.
-…Déjame pensar- pide Pedro, sabiendo de antemano que no hay nada más que informar y que solo desea estar un par de minutos más con su jefe, a quien no ha visto desde hace meses y a quien admira profundamente, pues a ese muchacho, ya hecho y derecho, le confiaría la vida sin dudarlo un segundo. Un vendedor de maní se aproxima y Pedro lo llama y le pide dos cambuchos aún humeantes.
-Salado o confitado?- pregunta el vendedor.
-Salado- responde Pedro.
-Confitado- solicita Rodrigo.
-Ahí están- señala el vendedor.
-Muchas gracias caballero- agrega Rodrigo.
-Gracias a usted, joven. Muy gentil- finaliza el manicero.
Bancario ataca por la derecha, el lateral avanza con el balón y cede a uno de los mediocampistas, un flaco alto y moreno que con un quiebre de cintura se saca a un robot con facilidad, rápido se la pasa a un compañero quien avanza decidido, un defensa militar sale a su encuentro con cara de querer matarlo, el volante de Bancario ve que el extremo derecho de ha internado unos metros en velocidad y le mete un pelotazo en diagonal hacia adelante con toda picardía. Ante la sorpresiva jugada los defensores de Arauco quedan a contrapie, el wing derecho corre veloz y, sin detener el balón, mete un precioso, y preciso, centro un poco más atrás de la cabeza del área. Todo ha sucedido en quince segundos, en lo que los entendidos denominan “técnica en velocidad”. El balón sube por las nubes con potencia mientras la defensa militar mira absorta. Chicho, el centro delantero menudo -a quien han apodado así en honor a Allende- atento, se anticipa a su marcador y se eleva por el aire, volando hacia adelante. Como una morpho eléctrica, aquella mariposa que se torna invisible, asciende más y más en busca del balón y, cuando lo encuentra, gira la cabeza con fuerza impactando la pelota que adquiere una velocidad inusitada con destino al ángulo inferior izquierdo del portero, quien solo la ve pasar “tirándose para la foto”. Golazo. Digno de una Eurocopa en Alemania.
-Gooool- grita Pedro rompiendo la mesura. Con la camisa afuera y un tanto despeinado celebra como la mayoría en el estadio. Rodrigo solo sonríe.
-Gooolllll. Que golazo que se mandó el chiquitito ese- acota Pedro extasiado.
-Bello gol… Debe ser colocolino- acota Rodrigo irónico.
-Mi sexto sentido apuesta al azul- señala Pedro colorado.
-Tu sexto sentido anda más perdido que la cresta. Ese muchacho es tan colocolino como Chamaco y Caszelly juntos.
-El chico es de la U. Lo presiento- finaliza Pedro sentándose mientras se echa unos maníes a la boca para recuperar fuerzas.
Rodrigo ríe y aprovechando el silencio que se ha producido, posterior al gol, recuerda lo malo que era para jugar a la pelota. Sobre todo en el barrio, en La Reina, pues en la Alianza Francesa poco era lo que se jugaba; menos aún él que tenía excelentes calificaciones a fuerza de estudio y dedicación. Sin desearlo recordó ese Colo Colo del 73 que tanto dio que hablar y que alegró al pueblo antes que ocurriera la tragedia, que también lo involucró a él y su familia, con el exilio en Alemania. Si le gustaba el fútbol era por el hecho de ser popular, de su cercanía con los más pobres, con los humildes que se alegraban tratando de hacer fintas y goles en esas canchas de tierra que luego fueron usadas como terrenos de detención, exterminio y masacre. Ni siquiera el Estadio Nacional se había salvado de la tortuosa vergüenza asesina.
Rodrigo estaba cavilando sobre eso cuando Pedro lo volvió a la realidad señalando:
-Ahhh, otra cosa, Rodrigo: cuídate. No te vas a atragantar con un maní- sentenció alegre.
-Siempre lo hago, amigo mío.
-Cuídate aún más… Sabes que te estimo mucho… Hasta vencer o morir.
-Hasta vencer o morir- respondió Rodrigo , dándole un abrazo para luego alejarse por las escalinatas del estadio doblando tras ellas y dejando atrás la estela de su espíritu rebelde, su ética y el sacrificio totalmente desinteresado en pos de la liberación de su país. Muchos y pocos tenían una actitud similar.
Pedro se queda mirando el final del partido pensando en lo que sucedería al lado, un poco más allá, en otras ciudades, en ese Chile que era suyo y de todos. 
“No hay certezas, solo dudas”, pensó. Y era cierto. Una ventana al futuro repleta de incertidumbre. “Pero siempre ha sido así, de qué sorprenderse”, caviló. “El horizonte del pueblo es tan incierto como la misma historia. Tan frágil como el vuelo de una absurda mariposa”.
El pitazo del arbitro termina con sus cavilaciones. Se pone de pie y respira. Los jugadores de Bancario se abrazan en la mitad del campo. Son jóvenes con sueños que han vivido bajo el peso de la noche oscura, pero con la creciente certeza que la luz aparece cada mañana. Bancario ha ganado.
 “Hemos ganado, Rodrigo”, susurra Pedro poniéndose de pie. Y vuelve a repetirlo varias veces como una plegaria: “Hemos ganado”.

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