Truman Capote, narrador de las navidades maricas

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Lejos del estereotipo de la marica escandalosa que traicionaba a sus amigas en los medios y del escabroso creador de la primera non fiction estadounidense (A sangre fría), en dos de sus relatos (“Un recuerdo de navidad” y “Una navidad”) Truman Capote regresa al mundo de la infancia y logra que las locas volvamos a creer en el espíritu de estas fechas.

 

Por Adrián Melo

La imagen de Truman Capote (1924-1984) que más ha perdurado en la memoria colectiva es la de la loca mala y escandalosa que, tan pronto se rodeaba de ricas y famosas y aprovechaba sus lujosas mansiones y yates, como denunciaba los trapos sucios de sus afamadas compañías. En efecto, en Plegarias atendidas -novela que, a su muerte se encontraba inconclusa- estaba dispuesto a develar las intimidades y secretos más escandalosos de sus supuestas amigas de la alta sociedad que llevaban nombres tales como Jackie Kennedy, su hermana, la princesa Lee Radziwill, Ann Woodward (arribista y presunta asesina de su marido aristocrático) y Babe Paley, esposa del multimillonario fundador de la CBS. Fue el prototipo de la marica frívola y fiestera que se pavoneaba con una copa de champagne rodeada de mucha celebridad y “mucho chongo como nunca” en la glamorosa discoteca Studio 54. O la pionera en utilizar “lengua karateca” en los tempranos talk shows de la naciente televisión de los años sesenta para lanzar afiladas e ingeniosas diatribas contra sus colegas. De Jack Kerouac dijo que “no escribe, solo mecanografía”; de Jaqueline Susann, la autora del best-seller El valle de las muñecas, dijo que era tan vulgar como un “camionero” vestido de mujer. Y la lista sigue…

Finalmente, en términos literarios, se lo recuerda como el creador de un género novedoso (al menos en Estados Unidos): la non fiction. En su ficción cumbre, A sangre fría (1966), el crimen brutal de una encantadora y burguesa familia de una región aislada de Kansas fue elevado a la categoría de obra de arte. Como postre, en la vida real, Capote terminó algo apasionado por el atractivo y tatuado Perry Smith (1928-1965), uno de los asesinos que terminó colgado en la prisión de Lansing sin que el traicionero escritor moviera un ápice (o un lápiz) para salvarlo de la horca.

Ese y el hombre que definió a toda literatura como chisme y que, en Música para camaleones valiente y narcisista hasta el fin se autoconfesó con elocuentes adjetivos (“Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio”) parecería, a simple vista, poco propenso a la ternura, al recuerdo melancólico y al espíritu navideño.

El paraíso de la infancia

Sin embargo, sus cuentos ambientados en el Sur profundo de los Estados Unidos afirman la convicción de un creador proustiano que se resigna a abandonar el paraíso perdido de la infancia. En ese marco brindó dos verdaderas joyas de la literatura, cuentos magistrales -y podría decirse perfectos- sobre la navidad que, mágicamente, transportan a la inocencia y renuevan el deseo de volver a creer en Papa Noel hasta a los más incrédulos. Es más, de quienes no resultan conmovidos por esos relatos, se puede afirmar lisa y llanamente que no tienen corazón.

El primero de ellos, “Un recuerdo de navidad” (1952) relata la dulce amistad entre Buddy, un niño de siete años (el propio Capote) y una de sus primas: una anciana sexagenaria y bondadosa a la que llama Sook. El Edén de la amistad fiel se complementa con un animal que adquiere la categoría de tercer personaje principal: “Queenie”, “la pequeña terrier anaranjada y blanca de la familia”. Pero, la narración se centra en Miss Sook Faulk, la mujer que ofició de compañera, amiga y madre de Capote, que, hijo no deseado, fue frecuentemente abandonado por Lili Mae Faulk y Arch Person, su madre y padre y biológicos. Lejos del estereotipo de la mujer solitaria y amargada que implicaría su doble condición de solterona y católica, Sook es una mujer inocente, con alma de niño al punto de que sus vecinos la consideran retrasada.

“Cada uno de nosotros, es el mejor amigo del otro. Ella me llama Buddy, en recuerdo de un chico que había sido su mejor amigo. El otro Buddy murió en los años ochenta, de pequeño. Ella sigue siendo pequeña”, relata Capote. Es Sook quien llena de magia las navidades de Buddy-Capote al grito inaugural de “ha llegado el tiempo del pastel de frutas”. Juntos decoran el árbol de navidad recortando hojas de papel de estaño (que han guardado de los envoltorios de chocolates) en forma de estrellas, ángeles, peces y manzanas; y previo a la nochebuena beben juntos un poco de whisky y le echan una cucharada al alimento de Queenie.

Así, ebrios y felices, Sook confiesa que quiere regalarle una bicicleta y él “una navaja con incrustaciones de peces en el mango, una radio y medio kilo de cerezas recubiertas de chocolate”. Como ninguno tiene dinero, terminan regalándose, el uno al otro, sendos barriletes fabricados por sus propias manos. Sin dudas, la imagen de Sook y Buddy contemplando los barriletes en el cielo no dista de la entrada al Paraíso Terrenal. Pero, como no hay más paraísos que los paraísos perdidos, lo que relata Capote es la última navidad feliz entre los amigos queer. Los adultos hipócritas (que se contraponen a la inocencia infantil) los separan cuando Buddy es enviado por su madre como un pupilo a un Colegio Militar con el objetivo de “curar” su afeminamiento. Así se termina el tiempo feliz del pastel de frutas.

Capote que ya había presentado a Sook en “El invitado del día de acción de Gracias” (otro relato ejemplar que debiera ser de lectura escolar obligatoria para trabajar el bulling a las infancias diversas), vuelve a ella hacia el final de su vida en el último cuento que escribió. Las primeras palabras de “Una navidad” (1982), expresan: “Primero, un breve preámbulo autobiográfico, mi madre, mujer excepcionalmente inteligente, era la chica más guapa de Alabama. (…) A los dieciséis años se casó con un hombre de negocios de veintiocho de una buena familia de Nueva Orleans. El matrimonio duró un año. (…). Dejó a su marido y por lo que a mí se refiere, me puso al cuidado de una familia de Alabama”. Entre esa familia de Alabama compuesta principalmente de tías solteronas, emerge nuevamente la figura de Miss Sook, su mejor amiga. En este relato, la anciana se vale de artificiosas artimañas para que Buddy vaya a pasar una navidad con su padre, un hombre al que había visto pocas veces en la vida y al que el infante temía.

Adultez, crueldad y decepción

Esa Navidad en Nueva Orleans, Capote niño se enfrenta definitivamente con el mundo de la adultez: descubre que su padre es una especie de gigoló, un hombre encantador mimado por mujeres mayores. Un padre que llega a afirmar que él y Lili debieron pegarse un tiro antes de engendrarlo. (Arch no lo haría nunca, pero la bella e inteligente Lili Mae se suicidaría algunos años después), y que, finalmente, zamarrea a su hijo y le revela que Papá Noel no existe.

Nuevamente, el consuelo al niño desolado, viene de la mano de Sook. Ya de regreso a Alabama y a sus brazos, ella le explica a Buddy que: “por supuesto que existe Papá Noel. Solo que es imposible que una sola persona haga todo lo que hace él. Por eso el Señor, ha distribuido el trabajo entre todos nosotros. Por eso todo el mundo es Papá Noel. Yo lo soy. Tú lo eres”.

Es Sook también la que incita a Buddy a perdonar y redimir a su padre, porque para ella, el amor debe vencer siempre al odio (“Se nos asigna un tiempo determinado en la Tierra, y no quisiera que el Señor me viera desperdiciando el mío odiando”).

Merced a Sook, el niño Buddy escribe una carta -que revela Capote adulto aún se hallaba en la caja de caudales de su padre cuando éste murió años después- en donde le agradece a su progenitor el avión de juguete que le dio como regalo y le dice las palabras negadas: “que sí te quiero”. Luego de décadas de desborde de alcohol y drogas, a punto él mismo de morir, paradojalmente a la edad que tenía Sook cuando era su amiga, Capote seguía conservando su genialidad: nadie como él narró las navidades de las infancias maricas. E increíblemente solo él puede devolvernos, por medio de la escritura, la ilusión de la navidad.

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