ORIANA FALLACI
Yasser Arafat (fragmento)
El hombre más célebre de la resistencia palestina es también el más misterioso; la cortina de silencio que rodea su vida es tan tupida que uno se pregunta si no constituye una astucia para incrementar su publicidad, una coquetería para hacerlo más valioso.
Conseguir una entrevista con él es dificilísimo. Con el pretexto de que está siempre de viaje a El Cairo o Rabat, al Líbano o a Arabia Saudí, a Moscú o a Damasco, te la hacen desear durante días, durante semanas, y si al final te la conceden es con el aire de regalarte un privilegio especial o una exclusiva de la que no eres digno. En el intermedio buscas, como es natural, recoger noticias sobre su carácter, su pasado. Pero te dirijas a quien te dirijas, no encuentras más que un embarazoso mutismo sólo justificado, en parte, por el hecho de que Al Fatah mantiene sobre sus jefes el más absoluto secreto y no proporciona jamás su biografía. Confidencias secretas te susurrarán que […] En 1965 contribuyó de modo especial al nacimiento de Al Fatah asumiendo el nombre de Abu Ammar o sea “elque construye”, “padre constructor”. En 1967 fue elegido presidente de la OLP,Organización para la Liberación de Palestina, movimiento del que hoy forman parte los miembros de Al Fatah, los del Frente Popular, los de Al Saiqa, etc. […]
No es un hombre que haya nacido para gustar. Es un hombre nacido para irritar.
Resulta difícil tenerle simpatía, sobre todo por el distante silencio que opone al menor intento de aproximación humana. Su cordialidad es superficial, su amabilidad es pura fórmula y una nadería basta para volverlo hostil, frío, arrogante. Sólo se anima cuando se enfurece. Y entonces su vocecilla se convierte en un vozarrón, sus ojos se transforman en balas de odio y parece que quiera despedazar a todos sus enemigos juntos. En mi opinión, lo que cuenta en una entrevista no son las preguntas, sino las respuestas. Si una persona tiene talento, se le puede preguntar la cosa más trivial del mundo: siempre responderá de modo brillante y profundo. Su una persona es mediocre, se le puede plantear la pregunta más inteligente del mundo: responderá siempre de manera mediocre. Si tales leyes se aplican a un hombre que se debate entre el cálculo y la pasión, fíjate: después de haberle escuchado no te queda en la mano más que un puñado de aire. Con Arafat me encontré precisamente con un puñado de aire. Reaccionó siempre con frases alusivas o evasivas, giros de frases que no contenían nada aparte de su intransigencia retórica y su constante temor de no persuadirme. Y sin ninguna voluntad de considerar, aunque fuera por puro juego dialéctico, el punto de vista ajeno. De acuerdo: la entrevista entre un árabe que cree sin reservas en la guerra y una europea que no cree en absoluto en ella, es una entrevista inmensamente difícil. Más difícil porque ella queda inmersa dentro de su cristianismo, de su odio por el odio, y él, sin embargo, queda ahogado en su ley de ojo-por-ojo-diente-pordiente, epítome de todo orgullo. Pero hay un punto en el que este orgullo falla: en el momento en que Yasser Arafat invoca la comprensión de los demás o pretende arrastrar a su campo al que se debate en dudas. Que uno se interese por su causa, que admita de ella su justicia fundamental, que critique sus puntos débiles e incluso que arriesgue su integridad física y moral, no le basta. A todo esto reacciones con arrogancia, altivez y esa absurda inclinación a la pendencia.
La entrevista duró noventa minutos, gran parte de los cuales se perdieron traduciendo las respuestas que él me daba en árabe. Lo quiso él. Para meditar cada palabra, supongo. Y cada uno de los noventa minutos me dejó insatisfecha, tanto en el plano humano como en el intelectual y político. Sólo me divirtió descubrir que las gafas negras no las lleva también de noche porque sean gafas para ver. Las lleva para hacerse notar porque, tanto de día como de noche, ve muy bien. Con anteojeras, pero bien. ¿Acaso no ha hecho carreraen los últimos años? ¿Acaso no se ha hecho elegir jefe de toda la resistencia palestina y no va de un lado para otro como un jefe de Estado? Ya ni siquiera pretende que lo llamen Abu Ammar.
ORIANA FALLACI: Abu Ammar, se habla mucho de usted, pero no se sabe casi nada y…
ARAFAT. – De mí sólo hay que decir que soy un humilde combatiente palestino. Desde hace mucho tiempo. Empecé a serlo en 1947, junto con toda mi familia. Sí, en ese año mi conciencia se despertó y comprendí la bárbara invasión de la que había sido objeto mi país. Nunca hubo una semejante en la historia del mundo…
O.F.: ¿Cuántos años tenía entonces, Abu Ammar? Se lo pregunto porque su edad es objeto de controversia.
A.: Ninguna pregunta personal
O.F.: Abu Ammar, sólo le estoy preguntando cuántos años tiene. Usted no es una mujer. Puede decírmelo.
A.: Se lo ruego. Ninguna pregunta personal.
O.F.: Abu Ammar, si no quiere que se hable de usted, ¿por qué se expone siempre a la atención del mundo y permite que el mundo le mire como al jefe de la resistencia palestina?
A.: ¡Pero si yo no soy el jefe! ¡No quiero serlo! En serio. Lo juro. No soy más que un miembro del comité central, uno de tanto y, precisando más, aquel a quien ha sido encomendado el papel de portavoz. O sea, el de contar las cosas que deciden los demás. Es un grave error considerarme el jefe: la resistencia palestina no tiene jefe. Intentamos aplicar el concepto de dirección colectiva, y aunque la cosa presenta dificultades, insistimos, porque creemos indispensable no confiar en uno solo la responsabilidad y el prestigio. Es un concepto moderno y sirve para no engañar las masas que combaten, a los
hermanos que mueren. Si yo muero, su curiosidad quedará satisfecha; lo sabrá todo sobre mí. Hasta ese momento, no.
O.F.: No dirá que sus compañeros quieran permitirse el lujo de dejarle morir, Abu Ammar. Y, a juzgar por su guardia de corps, diría que le consideran mucho más útil vivo.
A.: No. Es probable que yo resulte mucho más útil muerto que vivo. Sí, mi muerte serviría a la causa como incentivo. Digamos también que tengo muchas probabilidades de morir; podría ser esta noche, mañana… Si muero, no es una tragedia: otro irá por el mundo representando a Al Fatah, otro dirigirá las batallas… Estoy más que preparado para morir, y respecto a mi seguridad, no la cuido como usted cree.
O.F.: Especialmente cuando cruza las líneas y pasa a Israel, ¿verdad? Los israelíes dan por cierto que usted ya ha entrado en Israel dos veces, escapando a sus emboscadas. Y añaden que quien se atreve a hacer esto debe ser bastante astuto.
A.: Esto que usted llama Israel es mi casa. Por tanto, no estaba en Israel sino en mi casa, con todo el derecho a andar por mi casa. Sí, he estado allí, pero muchas más que dos veces. Voy continuamente, voy cuando quiero. Cierto que ejercer este derecho es bastante difícil; sus ametralladoras siempre están preparadas. Pero es menos difícil de lo que ellos creen; depende de las circunstancias, de los puntos que se elijan. Se necesita astucia, en esto tienen razón. No es casualidad que a este viaje le llamemos “el viaje de los zorros”. Pero también le diré que este viaje, nuestros muchachos, los fedayn, lo hacen continuamente. Y no sólo por atacar al enemigo. Los habituamos a cruzar las líneas para que conozcan su tierra, para que puedan moverse en ella con desenvoltura. A menudo llegamos, yo lo he hecho, hasta la franja de Gaza o al desierto del Sinaí. Incluso llevamos las armas hasta allá. Los combatientes de Gaza no reciben las armas por mar: las reciben de nosotros, de aquí.
O.F.: Abu Ammar, ¿cuánto durará todo esto?
A.: Ni siquiera nos planteamos esta cuestión. Estamos sólo al principio de esta guerra. Sólo ahora empezamos a prepararnos para la que será una larga, larguísima guerra. Una guerra destinada a prolongarse durante generaciones. No somos la primera generación que combate: el mundo no sabe u olvida que en los años veinte nuestros padres ya combatían al invasor sionista. Eran débiles porque estaban solos contra unos adversarios muy fuertes y apoyados por ingleses y norteamericanos, los imperialistas de la tierra. Pero nosotros somos fuertes. Desde enero de 1965, día en que nació Al Fatah, somos un adversario peligrosísimo para Israel. Los fedayn están adquiriendo experiencia, están multiplicando sus ataques y mejorando su guerrilla. Su número aumenta constantemente. Usted pregunta cuánto podremos resistir; es una pregunta equivocada. Debe preguntar cuánto podrán resistir los israelíes. Porque nosotros no nos detendremos hasta el día en que podamos volver a nuestra casa y hayamos destruido Israel. La unidad del mundo árabe hará que esto sea posible.