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Por Pablo Rosenzvaig
Llegué a Chile en 1990. Después de que no me aceptaran en el Francisco de Miranda -por reprobar un examen estando terriblemente deprimido- caí en el Liceo 11 Rafael Sotomayor, uno de esos colegios que construyen para que los hijos de cuicos y militares tengan, después de echados, un lugar donde caer.
Rememoro que, aún siendo estatal, seguían parándose después del plebiscito cuando llegaba la profe diciendo “Good morning miss”.
Recuerdo un colegio que no era privado pero tenía clases de religión aunque supuestamente la concerta era una promesa laica. Recuerdo cuicos que desechaban el desayuno en su casa cuica por levantarse tarde, pero encontraban que robarle el desayuno del Estado a los que no desayunaban en su casa porque una bolsa de té tenía que alcanzar para 5, era una especie de chiste masculino dirigido a sus pares cuicos. En el fondo un acto más de poder dentro de los miles que construían su cotidianeidad.
Yo venía de un barrio del sur de Buenos Aires en el que si no aprendías temprano a defenderte te comían las ratas, así que más que preocuparme por que me sacaran la chucha recuerdo que mi primera preocupación fue la de no entender los códigos. La segunda, cuando ya los empecé a entender, fue de cómo iba a vivir entre esos códigos que de a poco hacían crecer mi odio. El colegio del que yo venía en Lanús se llamaba Nere echea (Mi casa en vasco) y el 90% de los que te enseñaban eran mujeres y de ese 90, el 60% eran divorciadas, solteras o a su pareja la habían matado los milicos. O sea que era un colegio en donde la política no se pasaba en clases de educación cívica sino que era transversal a todo. Iba desde a cómo tratabas a alguien en los pasillos hasta a que una profesora de cine te corrigiera viendo 9 semanas y media cuando alguien decía refiriéndose a Mickey Rourke: “Uuuu. Le dio con todo a Basinger”. “No, no, no, se dieron, se dieron”, recuerdo que decía la profesora.
Por qué este prólogo gigante para empezar de a poco a hablar de Corazones de Los Prisioneros se estarán preguntando. Bueno, la primera razón creo que tiene que ver con antes de empezar a escucharlos y llegar a Chile preguntando por qué equipo de fútbol no tenía estadio. Mi hermano y yo éramos de San Lorenzo (club sin estadio) y creo que preguntar eso da la primera clave de una cierta pertenencia que estábamos buscando. Y es acá en dónde creo que posteriormente se empieza a anclar también mi fanatismo por Los Prisioneros, aparte del que se empezó a gestar por la U.
Creo que en algún lado esos lugares comunes del exiliado no le sirven a todo el mundo que llega a Chile de vuelta. Yo crecí con mis viejos en Argentina escuchando el libreto entero de la lucha libertaria, de ese exiliado físico obligado a arrancar y cambiarse de nombre. Quilapayún, Pablo Milanés, Silvio Rodríguez, Víctor Jara y miles más, eran la música y el exilio de nuestros padres, pero no necesariamente el nuestro. Y es acá en donde me interesa plantear el primer punto que me parece importante acerca de las razones por las cuales me acerqué por primera vez a Los Prisioneros. Aún ni me acerco a hablar de Corazones. Creo que tiene que ver con que la primera vez que los escuché supe que González le cantaba al exilio interno más que a ese universal de la canción protesta. Los Prisioneros le cantaban a la noche, a las esquinas y a las calles porque tal vez creían que La voz de los 80 tenía que empezar a ver el mapa pero con lupa. Yo conocí esa lupa por el primer amigo que tuve en el liceo. Se llamaba Jaime Reyes, un cabro que en vez de jugar fútbol en los recreos tocaba La Polla Records y los Smiths en guitarra. La primera vez que lo escuché cantando fue desde la cancha del patio. Llevaba 4 días en el colegio y me metí a jugar porque el fútbol era el único idioma universal que conocía y porque aparte era también el único lugar en el que podía pegarle a los cuicos sin meterme en problemas. Miraba de reojo mientras paraba una pelota, esos pasillos que me recordaban los de Cindy Mancini. Me llegó un pase al borde del área, de esos que quedan picando justo, llegó llenita le decíamos en el barrio. La pelota dio 2 botes y justo cuando estaba perfecta para pegarle escucho los acordes de There is a Light that never goes out sonando desde el borde de la cancha. La pelota se fue más alto y más lejos que si hubiera nacido jugando al rugby. Creo que fue de las pocas veces en mi vida que he abandonado una cancha de fútbol sin que se tratara de un esguince de esos crónicos de tobillo. ¿Qué pensé qué iba a encontrar en alguien que tocaba a los Smiths en esa época de mierda de mi vida? ¿Por qué me fui esa vez de esa cancha y me perdí de quebrar al hermano de Cruz Cocke que jugaba en el equipo contrario? ¿Por qué abandoné el único lugar en el que me sentía cómodo en esa época? Bueno, lo primero que puedo decir es que los Smiths siempre fueron mi hogar y creo que intuía que ese hueón tocando eso al borde de la cancha tenía que ser mi amigo. Yo venía de otro país pero él también. Él también era un extranjero, extranjero de ese colegio y de esa cancha de fútbol. Recuerdo que me acerqué y le pregunté por qué estaba tocando Smiths y nos hicimos amigos instantáneamente. Todo este prólogo sigue siendo el intento de escribir de Corazones porque creo que escribir de un disco como este implica mínimo partir por el colegio. Partir por ese San Miguel personal que cada uno tiene. Nada me calza hoy más que Jaime Reyes tocara Los Prisioneros entre medio de canciones de los Clash cuando me los presentó.
Obvio que las primeras canciones que escuché de Los Prisioneros no fueron las de Corazones sino las del Pateando piedras y La voz de los 80. Recuerdo que Jaime me los presentó diciendo: “No le creas a los hits de La voz de los 80” y tocó Brigada de negro: “sábado en la noche… la gente estúpida sobra sábado en la noche… quien pesca a una chiquilla sábado en la noche… nadando en alcohol y tabaco sábado en la noche… alegría de vivir ellos dicen. la noche es joven… para lucir letreros en la ropa convence a tu chiquilla… que te pareces a su ídolo manténganse despiertos… dennos sus mejores poses” Cuando Soda stereo tocaba en clave de ska puras pelotudeces acerca de las persianas americanas y le llamó a un disco “Nada personal”, Los Prisioneros titulaban antes a un disco “La voz de los 80” que podría haberse llamado “todo personal”. La voz de los 80 es la voz de eso que no tenía voz. Pero no es cualquier voz esa de González. No es la voz del que dice desde afuera lo que está mal con las cosas de los 80 ni es la voz punketa directa del que se cree antisistema.
La voz de González es ya acá la ironía del que cree que sólo es posible criticar cosas desde adentro. González se parece demasiado a veces a cuando Luca Prodán hablaba de vampiros para decirle a los cuicos: “Yo estoy al derecho dado vuelta estás vos”. Luca tuvo a Virna Lisi y González tuvo a Marilyn. Si La voz de los 80 era la manera que tuvo Jorge para vérselas con ese 80 de Reñaca, soda stereo y GIT, Corazones fue la forma de vérselas con lo que Luca también adelantó parafraseando a Milanés diciendo: “El tiempo pasa, nos vamos poniendo tecnos, el amor no lo reflejo como ayer”. Si Pateando Piedras le debe muchísimo a Depeche Mode y sus ruidos de máquinas de fábricas, Corazones es tal vez el disco más petshoybosiano de la historia de Chile. Luca era fan de Nick Drake y pensaba al igual que Strummer que todo lo que estaba claro era una especie de enemigo. González hace de Corazones no sólo el abandono de su historia anterior sino que graba un disco en clave de pop de todo eso que en los discos anteriores sólo podía ser una especie de discurso universal.
En Corazones están todos esos mismos enemigos que estuvieron siempre en Los Prisioneros pero esta vez es como si Jorge los viviera aún más desde adentro. Luca cantaba canzonetas napolitanas antes de que llegaran los hijos bastardos universales estilo Manu Chao a hablarnos de los inmigrantes y los clandestinos. Strummer hacía reggae cuando todos le pedían que cantara de nuevo should i stay.
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González saca Corazones cuando todos le pedían de nuevo El baile de los que sobran. Las fronteras de Los Prisioneros de antes en formas de mapas acá son un tren viajando al sur. Las banderas de Latinoamérica pasan a ser la distancia entre la que lava la ropa y el que mira la lavadora. Como diría mi gran amigo Rodrigo Pérez, este es el disco en donde González sigue siendo un prisionero y Narea pasa a ser un profeta. Podemos leer tal vez en este quiebre la entrada esta vez mucho más en serio de la electrónica en los prisioneros. Eso que ya insinuaban en Muevan las industrias o El baile de los que sobran y que ya perfilaba para muchos la idea de que González se había vendido y se estaba poniendo blando por creer que abandonar las guitarras era ser menos contestatario, acá explota como 1000 corazones a los que se les saca el bypass. Aún seguimos lidiando en el presente, con columnistas que siguen haciendo de la guitarra sinónimo de rebeldía. Se olvidan de P.I.L, de los Pet shop Boys de heaven 17, de los Stranglers e incluso de lo que significó la pega de Andrew Weatherall en el screamadelica de los Primal Scream. Se olvidan hasta de lo punk que puede ser Merritt con un casiotone de juguete. Cito a estas bandas porque creo que son necesarias para pensar lo que Corazones implica en la historia de Los Prisioneros. Venían de hacerse famosos en toda Sudamérica con Pateando piedras, venían de lidiar con la prohibición de tocar en muchos lugares para presentar “La cultura de la basura” por haberse puesto del lado del NO. Aún así Corazones era para EMI el disco con el que debían conquistar el nuevo casillero del monopoly industrial: México. Vengo escuchando Corazones hace días más de 6 veces por día y aunque Pet Shop boys, New Order y hasta Stereo mcs ayudan como referencias para hacer un disco increíblemente bailable, uno se enfrenta a la idea de que si el ritmo te hace mover las patas en mala, las letras dan ganas de salir a incendiar micros y si no las escuchas bien, a salir a promocionar el femicidio. Me fascina meterme así en discos para tratar de trazarles la historia. Corazones fue masterizado en Los Angeles y producido por Gustavo Santaolalla, o sea que estamos hablando de esos tiempos en donde los estudios invertían en serio porque pensaban que iban a dejar la zorra y convertir a Los Prisioneros en los nuevos Soda. Y González acá hace eso que muchos otros hicieron conciente o inconscientemente cuando deben saltar a la fama. Dejan la cagada. A Mark Eitzel le pasó exactamente lo mismo por ejemplo con San Francisco de American Music Club con Geffen Records. ¿Resultado? Los echaron del sello.
Pero no nos desviemos y volvamos a Corazones. Esa edad del plástico, a la que González le cantaba en la voz de los 80 creyendo que su generación sería fuerza y cambio, acá se transforma en un viaje mucho más personal y a la vez incluso más político. En el apogeo de la era de los viajes a Miami, Corazones empieza con un viaje en tren. Un viaje huacho y pobre mirando por la ventana un Chile más chico que ese del no necesitar banderas o ser un pueblo al sur de Estados Unidos. Es como si González pasara en este disco de la proclama social a la proclama del cuerpo que sufre lo social. Pasa de los mapas al viaje. Pasa del mapa al territorio. Pasa de que tengamos que pensar que eso que antes era dirigido al discurso social ahora pueda estar dirigido a una mujer y a una pérdida. Ese que decía seremos fuerza seremos cambio pasa a asumir su caída. De esta forma Corazones creo que se transforma en el disco más político de Los Prisioneros. Acá Jorge sufre de todos y cada uno de sus discursos y empieza así: “Y no me digas pobre por ir viajando así, no ves que estoy contento, no ves que voy feliz, viajando en este tren, en este tren al sur…” Charly cantaba “no voy en tren voy en avión” . El indio Solari proclamaba: “yo voy en trenes no tengo a donde ir” retrucando a Charly, pero tenemos a González viajando en tren y haciendo de lo que ve por la ventana un himno de incluso lo que ya no existe. Ya no hay trenes al sur ni ventanas como esas porque ya no hay trenes al sur. Ese “Y no me digas pobre por ir viajando así” no es un González que se vendió al sintetizador sino que es el mismo himno que podría hacer Jarvis Cocker con los Common People o cualquiera de los Pet shop boys bailando con todo eso que odian. No es casualidad que ya ese tren no exista.
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En Amiga mía sigue viajando pero esta vez el tren se pierde entre el amor y la amistad. Un himno que pide que lo que fue y ya no es, vuelva a serlo y lo que nunca fue no lo sea. La amistad y el amor en versión dialéctica. Una canción que hoy podría ser perfectamente pasada a tribunales por Stalker. “Amiga mía, yo sé que nunca vamos a dejar que este amor se nos vaya” dice el coro en plural y uno ya sabe que ese amor que ya no existe, es una perdida singular. Todos los femicidios comienzan justamente en esa idea de no soportar que un plural se haga singular. Lo gigante de esta canción está para mí en esa idea de poder decirle a alguien amiga porque sabes que ya la perdiste como amante: No te olvides lo que digo. aún cuando escuches lo peor. te estaré amando igual! Lo otro impresionante es que cuando dice: “yo sé que nunca vamos a dejar que este amor se nos vaya”, no se trata de esas canciones que buscan que ese otro vuelva. Es una puta canción de despedida con la idea de que ojalá puedas un día llamarle en serio a la culpable de todos esos recuerdos de sudores y almohadas, amiga. En Con suavidad eso que comienza diciendo “llego como una ilusión, tan distinto a tus amigos y me apoyo en la pared, para hablarte de aventuras” y que podría ser un adelanto gimnástico del reggaeton que vendría después y que podría resumirse en un perreo contra una pared sin embargo anuncia sin hablar, toca sin tocar, te habla de amigos, rutinas y trabajo. Es como si González quisiera pelear con los lugares comunes del erotismo. Esos gimnastas del amor del que nos hablaba todo el porno de los 90s. Esos que se saltaban los preámbulos al igual que los cuicos yendo a chanear como si fuera un nuevo deporte extremo. Con suavidad adelanta la primera razón por la cual este disco se llama Corazones. No por nada después viene corazones rojos. Corazones rojos González tosiendo y rapeando: En la casa te queremos ver. Lavando ropa, pensando en él. Con las manos sarmentosas y la entrepierna bien jugosa. Ten cuidado con lo que piensas, hay un Alguien sobre ti. Seguirá esta historia, Seguirá este orden, porque Dios así lo quiere, Porque Dios también es hombre! Y aún hay gente que cree que eso de la entrepierna es algo que no hay que decir cuando en realidad eso jugoso es lo que se espera de esas mujeres que no son las de Arjona. Las mujeres de Arjona se enamoran sin ese lado político del hombre, del dios y de eso que acá González explica en 4 estrofas: “Si te quejas ahí esta la puerta, no estás autorizada para dar opinión” “De tu amor de niña sacaré ventaja, de tu amor de adulta me reiré. Con tu amor de madre dormiré una siesta y a tu amor de esposa le mentiré”. Las mujeres a las que le habla González son los plurales de las mujeres que no son una misma mujer sino todos esos lugares de la mujer en el fantasma masculino. Mujeres que sirven siempre y cuando calcen en los lugares en que los hombres suelen y quieren ponerlas. Acá ya podemos empezar a pensar que el enemigo de González ya no es ese de los 80 sino que en los 90 es ese que ya es post plebiscito. Acá ya no le habla a la dictadura sino que se adelanta a la dictablanda de la concertación. Y Corazones sigue con la canción más pet shop boys ever and ever. Cuéntame una historia original creo que es una canción que resume muy bien el disco. Los dolores acá ya no son necesariamente sociales o si lo son, a González lo que le interesa es ver como se construyen en lo más íntimo de lo individual. En esos detalles que la proclama social deja de lado. Le interesan mucho más acá los barrios que los pueblos al sur de los Estados Unidos. Que todos los papás son la víctima Todas las mamás son explotadas Todos los hermanos viven infelices en todas estas casas Diez portazos por minuto En las manzanas que nos rodean Mientras caminamos por San Miguel. Todo el mundo dice que vives sufriendo como nadie más Cuéntame una historia original.
Corazones es, de esta manera, el disco en dónde creo que González deja más las guitarras de lado para poder seguir contando una historia original. Esa que en el encasillamiento del rock de protesta ya no podía contar y empezaba a repetirse al revés diciendo el diablo es magnífico. Corazones me recuerda esa frase de Hornby en Alta Fidelidad acerca del pop: ¿Escucho música pop porque me siento desgraciado o me siento desgraciado porque escucho música pop? Acá González, al igual que los Pet Shot Boys, que Jarvis Cocker, que Luca y su rubia tarada, demuestra que la rabia no sólo es aquella que se grita; también es esa que se baila.

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