Maremoto

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Por Hugo Dimter P.
He soñado con un maremoto en Maicolpué. He visto la ola gigante, una ola de cien barcos de altura y para los lados. Primero la imaginé, luego que alguien advirtiera que el mar se recogía. Unos pescadores -con los pantalones arremangados- han gritado en dirección a las casas para alertar a sus familias, abocadas a tareas domésticas. Todo esto ha sucedido en la mañana y he sentido pavor.
También he visto hombres que se han reunido en la playa con sus trajes de goma. Son buzos y hablan como si se tratara de una cofradía, formando un círculo. Luego se han abrazado, despidiéndose viriles y sin asomo de tragedia. Para ellos la proximidad de la muerte no es cosa anormal, y pienso que para todos debería serlo.
Silba el viento canciones paganas. Las nubes adquieren un color cobrizo.
Algunos niños corren por la playa jugando sin darse cuenta de lo sucedido. Yo estoy -junto a mi esposa y mi hijo- en nuestra casa a 40 metros de altura y siento que tal vez no sea seguro ese lugar ni ningún otro. El mar no da señal alguna. Corro por un sendero hacia un terreno de mayor altura, voy en dirección a la cima del cerro. Algunos lugareños se reúnen a mirar el mar y su designio. Son gente humilde, familias de jóvenes pescadores en casas precarias junto a sus destartalados vehículos. Algunos se ven nerviosos esbozando unas ridículas sonrisas. Todos mirando el infinito y pensando en aquellos que aún están en la playa. Nada hace presagiar la tragedia que vendrá.
Desde la altura del cerro me siento seguro. Debiera quedarme ahí pero mi familia está cincuenta metros más abajo. Las campanas suenan como una orquesta macabra.
Miro hacia el mar y entonces la veo atrás: una ola de cien barcos de altura y para los lados. Corro hacia abajo a buscar mi familia. La ola avanza y yo también. Mi esposa y mi hijo salen de la casa y yo veo la ola llegar y cuando destroza todo en el borde de la playa nosotros subimos con rapidez y la gente en la cima nos grita que nos apuremos y nosotros corremos con ligereza.
-Miremos el paisaje, estrellita mía- susurro.
El sonido abrasador del espanto y la muerte. La guadaña cortando cabezas y el sonido de clarines en una mañana soleada de primavera.
Despierto. Un presagio.
Seguramente el maremoto como metáfora de tiempos políticos oscuros con llamados a una nueva dictadura más sofisticada y letal. Siervos y monarcas en una dictadura de cien barcos de alto y para el lado.

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