Las llamas más destructivas

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Por Diamela Eltit
El signo Trump implica una alerta mundial ante los giros, los caminos y el sufrimiento masivo que ocasiona el orden neoliberal. Trump encarna el poder mediático más alienante fundado en el yo como único horizonte. Un yo de tal magnitud, tan penetrante que ha generado a un personaje que podría ser asimilado a un matón, a un millonario infatuado, a un narciso invadido por delirios de grandeza. A un peligro. Y más. Porque este personaje es el actual Presidente de los Estados Unidos.
Su presencia intolerante (e intolerable) puso en marcha un programa de gobierno que pretende cambiar de raíz a la nación. Un programa que, en realidad, no es defensivo para sus trabajadores, como señala, sino más bien ofensivo para una parte importante del mundo porque se funda en un conjunto de prohibiciones acompañado de insultos e intransigencias. El muro es quizás el signo cargado de simbolismos que lo representa. Violencia pura.

El muro no trata, en realidad, de proteger las fronteras sino más bien de un ataque concertado en contra de la dignidad de los mexicanos y que nos incumbe (como nos incumbe evitar y denunciar las injusticias y los atropellos en el mundo), porque más allá de todas las diferencias y de las diferencias de las diferencias, Trump con su muro, especialmente discursivo, está agrediendo a toda Latinoamérica estructurada, en parte primordial, en el mestizaje que somos y que resulta, en definitivo, lesivo para el mundo blanco que él y su elite extrema desea. Un mundo que, desde cualquier ángulo, se caracteriza por una cursilería bastante quitsch. Pero aprovechando la fragmentación y el pavor económico, los gobiernos de la región (entre ellas, Chile) no han sacado sus frecuentes palabras oficiales para protestar contra esta agresión al mundo Latinoamericano que tiene como primer objetivo a México.

El migrante (no todos, depende de sus factores, como la esposa de Trump) es el signo actual en que se miden los prejuicios que caracterizan a la ultra derecha, a su clasismo y a su racismo. La religión como campo de lucha ideológica reemprende su tarea colonizadora. Esta vez es en contra del islam, que, a pesar de los problemas generados por el fanatismo de alguno de sus seguidores, tiene que entenderse como una religión multitudinaria con una pequeña zona destructiva del mismo orden que porta el terrorismo en diversas partes del mundo de filiación no musulmana.
Desde la perspectiva de este “magnate” una de las forma de restablecer los trabajos pasa por disminuir considerablemente los impuestos para los empresarios, entendiendo su rol, en este sistema neoliberal, equivalente a figuras sagradas porque ellos, los empresarios “dan” trabajo (caído del cielo) y mientras menos impuestos paguen más trabajos “dan”. Eso es cierto. Ya está lo suficientemente estudiada la explotación y la plusvalía.
Pero, sin duda, hay que pensar cómo el fenómeno Trump fundado en gran medida en la mentira más impune, genera un “clima” en la derecha chilena, como un modelo posible y representa “la gran esperanza blanca”. Resulta sorprendente que incluso, Sebastián Piñera, de matriz más bien liberal, rompa sus propias estructuras para atacar de manera venenosa la reciente migración latinoamericana hacia Chile, va hacia la región de La Araucanía a apoyar a los hacendados, pretende tomar las riendas del país ordenando a “sus alcaldes” empujando una torcida operación política ante una catástrofe como son los incendios y sus máximos afectados: la población, asentada mediante un esfuerzo sostenido, que pierde todo lo que tienen.
Ha sido escalofriante el comportamiento de la derecha en este drama porque se han dedicado solo a echarle más fuego a la hoguera incrementando así el incendio más grande de la historia. 

El diputado Edwards es solo uno de los incendiarios. Uno entre muchos. Y, por supuesto avergüenzan.
La derecha chilena quiere el Estado de vuelta. Ocuparlo y transitarlo. Extenuar al Estado y estrechar hasta el paroxismo sus vínculos con los privados. Detener las migraciones, castigar al pueblo mapuche, destruir los sindicatos, llenar hasta la extenuación las cárceles y los delitos que produce su propio proyecto, liberar a los presos de Punta Peuco. Y capaz que, en un proceso de mímesis extrema, el llamado en el que concuerden sea: “Hacer a Chile grande otra vez”.

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