Por Dago Flores
George Orwell (autor de 1984) dio en el clavo cuando dijo que la historia la escriben los vencedores. Pero lo escrito no necesariamente es lo verdadero, y además hay una versión distinta por aquella persona que la haya leído. Es por ello que la historia está más ligada a la ficción que al documental; es por ello que el cine se nutre del pasado oficial.
Pablo Larraín debutó en Hollywood con una película que recorre las arterias políticas de Norteamérica, Jackie. Antes de ello, mientras su carrera se desarrollaba en Chile, buena parte de su filmografía se centró en retratar momentos bestiales y salvajes de nuestro país en que los humanos pueden ser peores.
Larraín es Larraín, fruto de una familia que ha vencido en Chile y que ha contado la historia que tuvimos que aprender en el colegio. Pero a pesar del apellido, el director chileno del momento supo desprenderse de su carga y construyó su propio camino en la creación y el cine. Uno podría pensar que para lograrlo se tuvo que parar en la vereda del frente, pero no, si hoy está en Hollywood es gracias a su mirada diferente de los periodos y personajes que retrata: no es izquierda ni derecha, es una nueva dirección; no es blanco ni negro, es un nuevo color. En Tony Manero y Post Mortem, por ejemplo, contextualizados nosotros como espectadores del periodo histórico, podríamos esperar héroes, pero recibimos lo contrario, un asesino sin remordimientos en Manero, (similar a Ben de C’est arrivé près de chez vous, Rémy Belvaux, 1992), o un funcionario del servicio médico legal con parafilias aberrantes en Mortem, digno personaje de Tom Six (The human centipede) o Takashi Miike (Visitor Q). En cuanto a Neruda (Larraín, 2016), aquí deliberadamente se desarmó al personaje histórico para formar uno nuevo. Esto no requiere de ningún tipo de observación analítica si hasta los afiches promocionales de la película incluyen la frase “olvida lo que sabes” sobre un Neruda sonriente. Es que así como Larraín no cree en la derecha ni en la izquierda, tampoco cree en la rigurosidad de la historia oficial, ni en héroes lleno de promesas y rectitud. Larraín cree en protagonistas que haciendo uso de sus herramientas logran o no sus objetivos. Y las almas de estos personajes habitan un metro bajo suelo, ya que el contexto que les rodea se los exige o los guía hasta allá.
Jackie no es la excepción. La cinta comienza cuando el periodista Theodore H. White llega hasta la casa de Jackie para entrevistarle por el reciente asesinato de su marido. Rápidamente el periodista se da cuenta que la ex primera dama lo citó para darle su estricta versión de los hechos, versión que será narrada, corregida y editada por ella. Así, a punta de flashbacks, Jackie cuenta lo que sucedió inmediatamente después del asesinato de su marido, que finalmente será lo que el periodista estará cercano a informar. En forma paralela, y utilizando el mismo recurso, se irá develando a Jackie en diferentes momentos de su vida como primera dama. Gracias a esto sale a flote Jackie Bouvier en un mar de Kennedys, políticos, caretas y promesas. Finalmente Jackie vence cuando debería ser una perdedora. Y además la historia la escribe ella.
Jackie es el primer protagonista femenino de Larraín. Por lo mismo, creo yo, su arco de transformación es distinto al de los protagonistas anteriores, tan distinto que aquí sí hay uno, pero está camuflado en los flashbacks: al comienzo de la película Jackie recibe al periodista y se la ve una mujer decidida, fuerte. Al final de la película despide al periodista y es igual, no ha cambiado. Gracias a los flashbacks descubrimos que este ser en presente, quien nos cuenta los hechos que guían la película, no es el mismo de hace un par de años, incluso de hace un par de semanas ¿Qué pasó? A su marido lo mataron al lado de ella. La brutalidad del hecho exige dos posturas: dejarse guiar por los otros y sufrir desconsoladamente; guiarse a sí misma y crecer. Claramente la primera opción es la más fácil y la que está al alcance de la mano de Jackie, pero no la toma y elige la segunda ¿Y por qué no la toma? Yo creo que no hay una razón específica, sino un ambiente que impulsa su decisión. Es cosa de ver la frivolidad con que la familia Kennedy y el mundo político enfrenta la situación, algo que Jackie simplemente no puede tolerar porque es un presidente de Norteamérica el que acaba de ser asesinado; basta observar la labores que realizaba como primera dama, cosas simples y banales a ojos del establishment transformándola casi en una figura infantil al lado de un hombre poderoso. Así que Jackie se prepara, estudia y luego golpea la mesa y decide. Y el funeral, pomposo y elegante, no es para Norteamérica, o para honrar el legado de su marido, si no para ella, una mujer que gusta de lo bello, una mujer que renace del luto.
Hay una escena que define a Jackie, la heroína trágica. Ella y un sacerdote (John Hurt) caminan por un parque. La intensidad dramática del momento está definida por lo que ambos personajes harán después, asistir al Cementerio de Arlington a una ceremonia en que se dejaran los féretros de dos de los hijos del matrimonio juntos al de J.F.K. Jackie está triste, no entiende por qué dios actúa de forma tan cruel. Ante eso, el sacerdote le dice la siguiente parábola: “Jesús una vez se cruzó a un mendigo ciego en el camino y sus discípulos le preguntaron: ‘¿Quién pecó, este hombre o sus padres por haber nacido ciego?’ Y Jesús dijo: ‘ni este hombre, ni sus padres. Este hombre es ciego para que la obra de Dios pueda revelarse en él’. Y al decir eso, puso barro en sus ojos, y le dijo que se lavara en la piscina de Siloam. Y el hombre lo hizo y volvió pudiendo ver. En este momento usted está ciega. No porque haya pecado, sino porque ha sido escogida para que se revelen las obras de dios en usted”.
Es que a Hollywood le encanta justificar a sus héroes a través de lo católico, ya que en Norteamérica, independiente si está gobernada por demócratas o republicanos, la gran historia, la epopeya por excelencia, es la vida de Jesús, hombre compuesto de valores que deberían recorrer las venas de todo hijo de la bandera de los cincuenta estados. Si bien en la película lo religioso no destaca por sobre lo humano, la escena recién contada es lo suficientemente poderosa como para entender que en las tierras hoy comandadas por Trump la Biblia es historia de vencedores. Y quien sea analizado desde ella puede arder en el infierno, descansar en la gloria, o transformarse en una figura icónica de la moda y madre de un país.