Violeta Parra no era una sino múltiples personas. Violeta Parra era todos nosotros. Los que se fueron y los que vendrán.
Se cumplen 100 años de su natalicio y Violeta está más viva que nunca. Multifacética, contradictoria, humana, alegre y apesadumbrada. Arte popular, música chilena, folclor. Violeta es tan cercana a los dioses como al viejo cantor que le confiaba sus secretos.
En fuga no hay despedida, escrita por Luis Barrales, y presentada en el GAM, vamos advirtiendo a esa Violeta poseída por el correr de los tiempos que se van acabando, es una Violeta urgente que se desespera por vivir, por recopilar, por amar.
La sala está repleta. El inicio de la obra es caótico, conflictiva, neurótica. Son los días de la carpa de La Reina y las cosas marchan mal. Violeta está mal. El elenco hace saltos en el tiempo y en su obra mostrando los dos Chiles que nos marcan: el ignorante y despreocupado y el de raíces fuera de la capital que vive manteniendo la memoria y las tradiciones con alegría y esperanza. Violeta debe navegar entre esas dos aguas, sabiendo que la tormenta se aproxima, que siempre ha estado allí y que terminará por hundirla. Pero no todo es tragedia: la realidad también tiene su dosis de humor y mucha música, infaltable sin duda. La obra incluye en el montaje recreaciones de entrevistas, donde Violeta demuestra su carácter volcánico. Minuto a minuto se recrea su vida pero también la de un país casi extinto y por el cual Violeta está dispuesta a dar la vida si fuera necesario. Violeta no se queda en el limbo; ella toma posiciones. Lucha con lo que tiene a mano: su talento. De esta forma pasan casi dos horas, tal vez un exceso, para embriagarse de una Violeta ni tan ausente sino una Viola chilena: compleja, contradictoria y genial.
El elenco, dirigido por Trinidad González, desarrolla una obra que no es de los 90, ni de comienzo de siglo. Va más allá. En algunos instantes parece demasiado ambiciosa con máscaras y textos en diferentes idiomas, pero cuando la obra termina una establece que el todo es mucho más que esas particularidades. Punto aparte es la música y como los actores la desarrollan, ya sea instrumental o cantada. Ahí hay virtuosismo y talento, hay pasión y garra. En definitiva amor por lo que se hace. El teatro chileno tiene buena salud y larga vida. En campos donde reina el tedio, la apatía y la ambigüedad el teatro saca una voz crítica, pulcra y coherente con nuestra historia y raíces.
Tarea para la casa: Llevar este tipo de obras a regiones. Qué se debe hacer? Pues un poco de ayuda no estaría mal. Violeta es de todos. No solo de aquellos que pueden ir al GAM.