Mucha gente piensa que un poeta vive en las nubes cuando es todo lo contrario: un poeta vive anclado a la tierra usando un lenguaje único que sube a las nubes. Él no sube; pero sus palabras sí, sus versos, y en definitiva su poesía es la que sube. Es el caso de Jorge Loncón (generación del 80, si es que las generaciones sirven de algo) a quien su poesía me es cercana y reconocible. Loncón es un poeta del sur que da a luz un lenguaje que viaja en el aire llegando a los rincones más remotos. Y atención que todos lo intentan pero pocos lo consiguen.
Loncón sabe bien de lo que escribe pero aun así, y volviendo la vista al pasado -en la tormenta y la noche oscura- conserva el buen humor y la esperanza de quién sabe que la poesía nunca morirá, menos en este país. No es superficial para nada pero tampoco se pone grave. Remarca los puntos sobre las íes pero también escribe con cierta ironía sobre lo que fuimos y somos en este Reyno mestizo.
El dinosaurio de la realidad da para mucho desde hace décadas. Y Loncón se aproxima a ese dinosaurio y le abre la boca para ver sus entrañas. Qué ve? Desechos, pudriciones, pero también esperanza y seres nobles. Entonces Loncón se alza frente a este mundo y visualiza lo que vendrá: la imposición más abismal, más individualista y mezquina. Loncón profetiza a finales de los 80 lo que se avecina para Chile. Porque seamos sinceros: sólo algunos vieron más allá del mall recién inaugurado (Tomas Moulian el más certero). Pero también algunos poetas olfatearon el tufillo neoliberal que emanaba de Plaza Italia hacia arriba y que decantaba en La Moneda. ¿Mala suerte? No. Existió planificación y decisión para avasallar. Y eso está reflejado en la poesía de Des Andando. Chile retrocede. Lo que habíamos avanzado se diluye y aflora una nueva mirada y un nuevo sistema al alero de los regimientos, los corvos y los acuerdos a espaldas de la ciudadanía: el neoliberal. Y frente a esto, Loncón y muchos más, no se victimiza pero tampoco guarda silencio. Imposible hacerlo. Y publica. El dolor no tiene nada que ver con el dolor. La poesía no puede describirla pero es la que más se aproxima. Y así la desarrolla con varios tópicos que Loncón amasa dándole, a veces brutal, otras ingenua, forma poética.
Lo bello, lo horroroso, lo hermoso, lo terrorífico, no pueden ser probados por la ciencia. Loncón se lo pregunta religiosamente: En que mundo viví, Señor. Interrogante válida ayer y hoy, en diferentes estados de realidad.
La poesía de Loncón tiene esa negación de la posverdad acerca de los 80 que hoy es innegable. Es un testimonio concreto y valioso que desarticula esa pos modernidad plagada de mentiras y equívocos crueles y mezquinos. En definitiva la poesía de Loncón es un cuerpo que aparece, que se hace visible, en aquello que podría ser un foso o la orilla de playa. Su poesía no es la espuma de la ola que forma el lenguaje. Su poesía es el mar. Todo un océano.