Bajo el prestigio de la Cruz del Sur, que no cobija cualquier cosa, un astro enteramente nuevo da sus primeras luces, mezcladas, extrañas, parpadeantes, pero ya inconfundibles.
¿Quién es, quién es David Rosenmann Taub, aparte lo que claramente dicen sus apellidos?
Él nos contestará:
“Era yo Dios y caminaba sin saberlo.
Eras oh tú, mi huerto, Dios y yo te amaba”.
Dios preocupa a David Rosenmann; se toma con Él irreverentes familiaridades, aunque no tanto como lo anuncias los títulos, calculados, para escandalizar: “Dios se cambia de casa. En un coche de lujo…”, “Dios pasa siempre resfriado. ¿Tendrá temperatura?”, y que solo encierran fantasías audaces como algunas del Romancero o los místicos.
“Dios se cambia de casa. En un coche de lujo
y con mucho cuidado, guarda la estrellería
del Este. Echa en un saco al Ángel Principal:
la loza del ropaje repica a festival”.
Con tal cual nota prosaica disonante, alternan bellas imágenes, de una puerilidad sencilla y rasgos cuyo simbolismo evocan a un Claudel sin gravedad.
“Los torpes serafines tropiezan con un rizo
de Lucifer. Los coros yacen con la vajilla.
Y así entre trueno y trono se desarma el palacio”.
Esto podría figurar en un cuento infantil. Más adelante, la resonancia cambia, entre las burlas aparece el sentido y cruza un estremecimiento revelador. David Rosenmann no está tranquilo delante de Dios, pese a su desenvoltura juvenil.
“El tiempo ha sido ‘depositado en un cajón”
junto con el destino del alma y los anteojos
de Dios. El turbulento navío se encamina
por las olas del caos hacia la nueva casa.
Antes de abandonar el reino carcomido,
Dios sube a la terraza a ver si por olvido
algo se le ha quedado; y se posan sus ojos
por las salas sin techo; y aunque mira y traspasa
los libres pasadizos, se olvida de la muerte
y la vida que azótanse en un rincón intérmino.
Y Dios se va sin verlas, mas siente escalofrío”.
Muy poco perspicaz ha de ser el lector que se sorprenda, después de estos desplantes, si halla al autor en “éxtasis continuo”:
“Sigo y persigo la llama divina.
Me ahogo siempre en agua divina.
Ciego me ciego de cumbre divina…”
Y aun de oírle murmurar, contrito, una plegaria, lejanamente comparable al celebérrimo soneto de Sánchez Mazas:
“Estirado así como has pedido,
de hinojos, las visiones deslumbradas,
y con las manos apesadumbradas,
más breve que un pájaro escindido,
en mi amplio reposo prometido
desde que alimenté las empapadas
vigas de siervo, hasta que tus espadas
rebanaron mi árido latido,
en mi lecho final aquí me tienes.
No sé si has de venir y tengo miedo
de que no vengas a mis pobres sienes
a tomar este fuego de viñedo
tuyo que por la tierra he sustentado:
aprisa, quiero aprisa tu llamado”.
Aun no bien logrado, con acentos oscuros de relleno, este grito religioso figura entre las efectivas novedades que a la poesía nueva de Chile aporta David Rosenmann. Los jóvenes del período nerudiano iban por otra senda y estas visiones no los asaltaban. ¿Habría aparecido un precursor, uno capaz de sacudir la rutinaria férula no ya de veinte o treinta años atrás, sino de ayer, de anteayer?
Sería la mejor nueva del año.
Otro rasgo sorprendente, inesperado, entre los arrebatos líricos: la nota humorística. Ignoramos si el poeta quiso provocarla, si tuvo o no tuvo intención de reír, cosa que en muchos inhibe la risa, porque no se atreven a contrariar propósitos explícitos o implícitos de una obra. El hecho importante para nosotros consiste en que pocas veces un “contraste violento e inesperado” ha tenido mayor eficacia cómica que el último adjetivo del último verso en esta estrofa:
“Con trapitos de musgo, cariño mío,
te envolveré. Haga tuto mi niño lindo.
Te envolveré bien, hijo,
con esmeraldas y halos alabastrinos,
y a tus manitas cubriré, cariño mío,
con gusanos bonitos.
Haga tuto mi niño, niño podrido”.
Existe, naturalmente, una explicación y la hallará quien observe el subtítulo “Funerales” y siga leyendo el resto de la composición. El poeta se refiere con sarcasmo a un niño muerto. Ello no obsta para que, de nuevo, el manantial de carcajadas se abra con una nueva irrupción del niño:
“Duérmete para siempre mi lucerito.
Ciérranse tus ojitos, mi lucerito.
Ciérralos para siempre, niño podrido”.
Otros se emocionarán: quiere decir que son estrofas de doble efecto. Mayor riqueza.
Por lo demás el nuevo autor no la requiere; su Cortejo y Epinicio descuella, justamente, por la variedad de tonos, la abundancia de metros, ritmos y rimas – no desdeña éstas ni aquéllos – y la soltura con que maneja su delicado instrumental. Uno se siente a través de una selva, bien acompañado por invisibles voces, modernas, clásicas, arcaicas o revolucionarias, siempre en espesura y con profundidad de terreno.
Así se crean las originalidades.
Entre las varias (1) que podrían señalársele a Rosenmann, no es ciertamente la menor la que apuntaremos al fin: solo acuerda un sitio secundario a la dominadora libido, al erotismo absorbente y obsesionador. Lo explica este verso inicial de una composición amatoria que corresponde a “Más” de Magallanes Moure: “En la Lava Sensual” (que corre ardiendo) el “No es bastante tu cuerpo: deseo tu deseo” traduce en distinta forma la misma idea, el apetito, de “algo más”.
Persígalo, consígalo el autor y habrá logrado colmar también el anhelo de muchos lectores.
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(1) Por ejemplo: la intensidad sin decaimiento, el vigor vehemente y la potencia de elevar y poetizar hasta los más prosaicos temas: véase “Echaurren, calle dormida”, etc.
Biografía
Hijo de emigrantes judío-polacos —Manuel Rosenmann y Dora Taub—, David Rosenmann-Taub mostró precozmente su talento para la literatura y la música, que fue alentado por su padre políglota y por su madre, una virtuosa pianista. Ella empezó a enseñarle a tocar el piano cuando David tenía dos años; a los nueve, ya daba él mismo lecciones de ese instrumento. Su maestro de composición, contrapunto y fuga fue el gran compositor chileno Pedro Humberto Allende Sarón, aunque también tuvo otros profesores como Roberto Duncker, Carlos Isamitt o Andrée Haas.
Estudió en el Colegio Europeo y, más tarde, en el Liceo de Aplicación; posteriormente ingresó en Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile, del que se graduó como profesor de español en 1948.
Rosenmann-Taub comenzó a escribir poesía desde muy joven, y su primera obra, un largo poema titulado El adolescente, apareció en la revista literaria Caballo de Fuego en 1945.
El mismo año en que terminó la universidad, ganó el premio del Sindicato de Escritores con el manuscrito del primer volumen de Cortejo y epinicio, que sería publicado en 1949 por la editorial Cruz del Sur y recibiría los elogios de Alone. A este primer libro le seguirán, en las tres décadas posteriores, más de diez poemarios, incluidos Los surcos inundados, galardonado con el Premio Municipal, La enredadera del júbilo, Los despojos del sol y El cielo en la fuente.
En 1975, inicia una serie de viajes, dando conferencias de poesía, música y estética por Sudamérica (en Buenos Aires conocerá a Victoria Ocampo y publicará Los despojos del sol), Europa y los Estados Unidos. Será en este país donde se establecerá definitivamente en 1985. Allí, además de seguir escribiendo poesía, graba varias composiciones para piano y compila los dibujos que ha venido haciendo a lo largo de su vida.
Su poesía siempre ha sido admirada por lectores exigentes y diversos. Armando Uribe, Premio Nacional de Literatura, lo calificó de “el poeta vivo más importante y profundo de toda la lengua castellana”.2
En 2000 se creala la Corda Foundation con el propósito de reunir, preservar y divulgar la obra de Rosenmann-Taub.