Por Arturo Jaque Rojas
Hemos sabido de un vídeo grabado por una niña chilena, Valentina Maureira, de 14 años, que padece fibrosis quística, en el que pide a la Presidenta de Chile permiso para que le coloquen una inyección que la haga dormir para siempre.
Por la cobertura que ha tenido esta noticia se le ha concedido poco predicamento, ya que la montaña de inmundicia politiquera, que se ha ido acumulando, cubre todo y tapa el horizonte. El imperio de la banalidad y la frivolidad tiene concertados y confabulados a los noticieros, y a los medios en general, para seguir embruteciendo y alienando a la masa acrítica.
Pues bien, si un ser humano padece una enfermedad irreversible -que le ha provocado sufrimiento constante cada día-, convirtiendo su existencia en una miseria y en un infierno, el Estado debiera tener contemplado el derecho a la eutanasia, la muerte dulce y asistida, consagrado en la constitución, ya que es única forma que posibilita que se respete la voluntad expresa por la persona, en plena posesión de sus facultades mentales.
Pero una carta fundamental que fue gestada en dictadura, seudo-reformada bajo los gobiernos de la fenecida Concertación- que parece un zombi putrefacto bajo el atuendo de oropel de la N.M-; y que tiene en su ADN la muerte, no como expresión lúcida en grado sumo del discernimiento de la persona humana; sino como la concreción y certidumbre de que dejaron una reguero de cadáveres a lo largo de esta tierra, en los mares y en los abismos del mar, jamás permitirá que la libertad sea ejercida a ultranza. Por de pronto, sabemos que el gobierno actual, no la cambiará.
Encima, mientras sigan gobernando sujetos de mentalidad medieval, que consideran que tienen el deber de “salvaguardar” la vida; que creen que tiene un derecho superior a decidir una agenda valórica, ética y moral, y a imponerla al resto de la sociedad, continuaremos enfrentado estas encrucijadas. Como contraste y paradoja, estos fariseos, son los que se roban todo del erario público, o gozan de prebendas ad perpetuam, o de suculentos puestos; mientras condenan a la esclavitud al resto del pueblo, despojado en la práctica de su soberanía, y de sus derechos y de sus libertades.
Es una situación monstruosa, en que una pequeña clama a las autoridades de turno, que acaben con su fuente de padecimiento, que data de cuando era bebé. Como un testimonio sobrecogedor al respecto, su padre planteó en un noticiero, Hora 20- excepción dignísima-, que cuando ella nació: “su corazón le dijo que la niña venía enferma”; como después quedó ratificado por los exámenes y diagnósticos de los médicos. Entiendo que no es el primer hijo que pierden por esta causa.
¿Por qué se tiene que suplicar por el derecho a la muerte, al buen morir?. Nadie quiere, per se , que la niña muera ahora; si existe una oportunidad en un millón, todos quisiéramos que Valentina siguiera estando entre nosotros; pero si ella ha llegado a este instante crucial y trágico, con una conciencia y un determinación irreductibles, ha sido porque su enfermedad ha acabado con su voluntad de vivir.
Una de las cuestiones que se debatía en el noticiero, en que la niña estaba en un hospital privado, la Católica; y que si regresaba a uno público, Calvo Mackenna: seguramente se agravaría. ¿Es que en Chile los pobres se mueren sin saber por qué?…
Y, en consecuencia, en toda sociedad que se preciara de democrática, libertaria y respetuosa del libre albedrío, debiera oponerse a que un ser humano ejerciera su último deseo que sería: ante una enfermedad terminal, en la que no hay posible mejoría, ni alivio, con el agravante que a medida que pase el tiempo irán in crescendo los dolores físicos, y el tormento mental y espiritual- aunque sean en lapsos de lucidez- : se debiera poder recurrir a la eutanasia como la opción.
Si hubiera una pequeña ilusión, a la cual aferrarse para dar la batalla, todo sería diferente; por el contrario, no hay perspectiva de poder seguir sostenido una flama, un remoto retazo de fe entre las manos: es mejor que ser renuncie, en que se ha quedado reducido a una condición de terrible deterioro, en que cada aliento es causa de dolor; en que cada movimiento arranca quejidos y gritos, en que los ojos se abren sólo para vislumbrar sombras y oscuridad, y los rostros desgarrados de la familia que acompaña la extinción de un ser tan amado o amada.
Aunque repito: si para Valentina hubiera un resquicio, un intersticio, a través del cual columbrar un nuevo amanecer, todo y todas debiéramos acometer la empresa de salvarla
Recuerdo que en el libro “Utopía”, de Tomás Moro, hay un capítulo que se consagra no a la eutanasia en sentido estricto; mas si queda claro que se deben tomar las medidas pertinentes para la persona enferma, de un modo irrecuperable, que haya comunicado su propósito de no seguir viviendo.
También, que el fallecido Juan Pablo Segundo, Papa de la Iglesia Católica, habló, sin ambages ni tapujos, de acabar con el ensañamiento terapéutico, cuando ya todas posibilidades de prologar la vida se han esfumando. Los médicos no se han de arrogar la pretensión de decidir sobre retener a quien sólo sufre; a quien ha renunciado, y sólo desea partir.
¿Tanto hacen ostentación del poder y tanto se vanaglorian del “progreso” de este país, que no se ha enterado que, por dar un ejemplo, en Bélgica existe este derecho, concorde a ciertas condiciones que se deben dar y verificar, incluso para niños y niñas?…¿Por qué no imitan los modelos de liberalización que hay en países desarrollados?… Si no hay nada que hacer por ella deben dejarla ir.