Por Ricardo Paredes Vargas
Al pasar los días, desde el 18 de octubre se han ido decantando las aguas y cada actor político ha tomado la posición efectiva en este convulsionado escenario. Han ido cayendo los disfraces y las máscaras democráticas. La derecha como siempre se sitúa en el partido del orden y defiende la obra de su general Pinochet, expresada en la sacra Constitución de 1980 y en el modelo económico, y consecutivamente se escandaliza por las muestras de violencia y destrucción de infraestructura y mobiliario público. Si bien en un principio se declaró dispuesta a modificar la “Carta Magna”; aunque de malas ganas, ahora ha desistido y pretextos no le faltan. La oposición, más aparente que real -en su rol –a la que ya no hay cómo llamarla, pero insiste en calificarse a sí misma como de “centro izquierda”, se ve inerte, sin reacción. Y de pronto se ha vuelto conservadora al exigir al gobierno responder con más represión a los manifestantes que osan poner en riesgo el orden institucional, como lo hiciera José M. Insulza. No cabe duda de que los pocos beneficiados con este sistema le estarán agradecidos por su compromiso con la democracia y sus instituciones.
No se quedan atrás algunos intelectuales como Cristian Warnken, quien entrega su visión cuasi apocalíptica de lo que ocurre en nuestro oasis y se escandaliza por los destrozos con lo cual, según él, la juventud está llevando al país a un destino incierto y trágico –guiada por siniestros principios incubados en el marxismo, doctrina según la cual “las dimensiones culturales y espirituales del ser humano prácticamente son prescindibles”, como lo expresara en El Mercurio del 19 de diciembre de 2019-. La opinión encontró una dura réplica por parte de académicos e intelectuales nacionales, quienes además le exigen que señale de dónde sacó esa idea de Marx.
La propia derecha, primero a través de diez de los once senadores de Renovación Nacional, manifiesta su rechazo a la nueva constitución, mediante una voltereta olímpica –y Andrés Allamand, después de darse vuelta de carnero a modo de argumentación nos recuerda los años previos a 1973 y busca desatar la campaña del terror. Qué estrategia política tan poco novedosa. A esto, como era de esperar, se agrega la UDI, que en su Consejo Nacional, como buenos defensores de la obra de su general declararon que se opondrán. ¿Alguien esperaba algo distinto? Así la derecha ya declaró que no hay condiciones para ello y votarán en contra el proyecto de una nueva constitución. ¿Habrá que sumar a la “oposición” que prefiere defender la democracia según la visión dictatorial de Guzmán y Pinochet?
Sumándose a este coro de plañideras, ahora 99 ex funcionarios de los gobiernos de la antigua Concertación de Partidos por la Democracia o ex Nueva Mayoría –es decir, ex administradores del modelito que agobió y agotó a la población por tanto tiempo y que, por si fuera poco, hace agua por todos lados, han publicado una carta en la que expresan la necesidad de defender la democracia y “protegerla de la violencia irracional o premeditada de sus enemigos, de quienes la promueven y también de aquellos que la confunden con la legítima protesta social”. Les fue tan bien en su rol de administradores que se encariñaron con el modelito y salen a defenderlo de todos los peligros.
Atrás, pues, quedó la mascarada de los esfuerzos para lograr un acuerdo político de todos los sectores, excluido el PC, coronados el 15 de noviembre de 2019 con el tan cacareado “Acuerdo por la Paz Social y nueva Constitución”, que tenía como fin , por lo visto, más que generar una nueva constitución, aplacar las expectativas de la ciudadanía y desmovilizarla.
Con todo lo anterior, resulta evidente que las promesas de una nueva constitución se van esfumando rápidamente. Y aparece la verdadera cara de los políticos. Mejor ni hablar de la “Agenda Social”, porque no hay nada concreto después de casi tres meses de manifestaciones. Ni lo habrá, creemos.
Pensaron que las demandas sociales no tendrían repercusión en la ciudadanía: “no prendieron”, dijeron. Cuando se percataron de su error, decidieron decretar el estado de emergencia, poniendo a los militares en la calle, toque de queda y otras medidas con las cuales el pueblo se asustaría, se encerraría en sus casas y sería restablecido el “orden público”. Pese a la más violenta y criminal represión –justificada con la excusa de la guerra contra un enemigo poderoso, que solo Piñera conoce- el pueblo sigue en la lucha por conquistar más justicia, más derechos, más libertad y verdadera democracia, poniendo fin a los abusos y a los privilegios de unos pocos.
Después pensaron que en el verano que estamos transitando se produciría una desmovilización, pero les falló el cálculo de nuevo. Ahora el gobierno, que apenas se sostiene, que ya no es más que un zombie, quiere regular el derecho de reunión, o sea, derechamente impedir que la ciudadanía se reúna como lo ha hecho, de modo masivo, para expresar su repudio al gobierno, a sus políticas y al sistema en general.
La gente está manifestándose por más libertades y no va a parar ya que aprendió algunas lecciones. La primera es que el verdadero poder está en la ciudadanía que se expresa y actúa, manifestándose en las marchas, expresándose en los cabildos donde ha tenido ocasión de imaginar otro Chile y compartir sus visones con sus iguales. La segunda lección es que no puede creer en las promesas de los actores políticos, tanto del poder ejecutivo como del legislativo, que sus palabras no tienen ningún valor y que el papel en que las escribieron no vale nada, no es más que un papel deshaciéndose. Otra lección –dolorosa porque entre sus integrantes hay hijos del pueblo- es que los cuerpos policiales no están para proteger a las personas, ni velar por los derechos de las mismas, sino que son instrumentos de defensa de los intereses de los poderosos, de las élites que nos gobiernan a través de representantes supuestamente “elegidos” por nosotros.
Y ése es el miedo de quienes hoy nos gobiernan, no sabemos hasta cuándo: que el pueblo se cansó de abusos y de mentiras y no dará marcha atrás.