El gato azul y su kipá

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Volver. Volver a la vieja pensión de Valparaíso donde escribí mi segunda novela en los años ’90. Claro, esta vez no iba solo, me acompañaba Manuela ya bien entrado el siglo XXI. Y sería una simple noche en que me dejaría llevar: era porteña. Aunque yo elegiría el lugar donde dormir: mi antiguo refugio de hacia un cuarto de siglo.Toqué la campana y esperamos medio minuto. Ya estábamos por irnos cuando se abrió la puerta de doble hoja.
-¿Qué tal, está don Andrés?
-Mis padres murieron hace tiempo.
Reconocí al hijo que en aquella época era un veinteañero, a quien recordaba como un vagoneta. Flaco y desgarbado, se pasaba el día en el living leyendo cómics y escuchando música. No estudiaba ni le ayudaba a sus progenitores, un matrimonio muy trabajador, amable, serio, que llevaba la pensión cual si fuese una joya.
-¿Te acuerdas de mí? Me instalaba a escribir aquí hace una punta de años.
El tipo se acercaba a la cincuentena; bien entrado en carnes y su rostro reflejaba el deterioro, ¿alcohol?, ¿drogas?, ¿cómo saberlo?, ¿mero prejuicio?
-Por supuesto, mis papás fueron a un lanzamiento y compraron tu libro, por ahí está con tu dedicatoria. ¿Te llamas Jaime Frankl, verdad? ¿Qué desean?
-Sí, los recuerdo de punta en blanco… Necesitamos una habitación para esta noche.
-Lo siento, está cerrada… la tengo en reparaciones.
-Qué lástima… buscaremos aquí en el mismo cerro-el tipo nos miró y se tomó un tiempo, mientras Manuela lo observó con curiosidad.
-Les puedo ofrecer mi pieza, aunque tendría que arreglárselas. Denme media hora.
-¿Y cuánto nos cobras?-habló por primera vez Manuela.

-Veinte lucas y les estoy haciendo precio porque te conozco- y la miró con sus ojos pardos bajo unos párpados medio caídos.
-Ok. ¿Y tienes habilitada la terraza del cuarto piso con vista al puerto?
-Sí.-¿Podemos servirnos allí un aperitivo?
-No problema. Yo estaré en la otra mesa con mi hijo y mi nuera.
-Vamos entonces Jaime a comprar las cosas-dijo Manuela-. Volvemos en media hora… ¿cómo te llamas?
-Raimundo del Valle-contestó el tipo y giró para ingresar a la casa.
Antes de que cerrara la puerta y nosotros retornáramos a la calle, apareció bamboleándose por los adoquines un hermoso gato azul marino en cuya cabeza portaba una kipá del mismo color con filigranas plateadas, tomada con un pinche a su oreja izquierda. Caminaba tranquilo y se metió a la pensión antes de que Raimundo pudiese bloquearle el paso.
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Raimundo estaba sentado en la terraza junto a la pareja joven. Bebían gin-tonic instalados en una mesilla redonda alta en tono rosa que hacia juego con el color de los tres taburetes. Era imposible no escuchar su conversación. Dinero, negocios, cuándo terminar de arreglar la pensión. Quedaba claro que la pareja trabajaría con Raimundo como segundos de a bordo, consiguiendo pasajeros y haciendo la limpieza. De pronto, el joven alzó la voz:
-Papá, ¿y nos vas a dar el adelantode 200 mil? Estamos planchados.
-No sé si tanto, pero el lunes te transfiero 100 mil.Mándame tus datos por WhatsApp.
-Por Dios papá, ese no fue el trato. Ya sabes que la Luli tiene que retirar sus lentes nuevos, está viendo re’quete poco.
-Lo siento muchachos. Hubo que arreglar los baños. El gasfíter se llevó las lucas que me faltan-dijo Raimundo, quien sin estar ebrio parecía un poco achispado y estaba cada vez más locuaz
-.Luli, cómprate unos de cuneta por mientras, en una semana les doy lo que falta. ¡Qué tanta hueá!
-Eres último viejo, vamos Luli-la tomó de la mano y descendieron de la terraza. Raimundo se quedó mirando ora el puerto ora la botella de gin que estaba ala mitad. Manuela y yo nos hicimos los locos, como si jamás hubiésemos sido testigos dela escena. Nos bebimos las cervezas y el vino tinto, y habíamos terminado el aperitivo. Mudos cerca de media hora. Ambos escritores, debimos haber pensado en un cuento, pero no daba para tanto, o eso creíamos, hasta que Raimundo se paró, dijo “me disculpan” y se instaló en nuestra mesa, idéntica la suya.El gato azul con su kipá ingresó a la terraza. Saltó sobre un taburete y de ahí a la mesa que ocuparon el dueño de casa y los jóvenes. Y se echó oteando nuestra mesa.
-¿Qué onda Raimundo este gato azul luciendo una kipá?
-Mira Jaime, la relación entre este cerro y los judíos es misteriosa… ¿Han visto la menorá hecha de piedras que hay en la muralla justo al poniente bajando al plano…En verdad no lo sé… Y este gato va y viene, mío no es.
-Curioso –dijo la Manu.
-Pero no nos distraigamos, ya oyeron-dijo Raimundo-. Mi hijo no me da tregua.Nunca me lo va a perdonar.
-Yo encuentro que los anteojos agach cunet son harto buenos,amén de baratos,y es solo una semana-terció Manuela.
-Ven, tengo razón, Luli puede esperar. Y los baños no-y bebióun sorbo de su gin.
-¿Qué es lo que tu hijo no te perdonará jamás?-no me pude aguantar.
Raimundo se alzó del taburete y quedó de costado frente a nosotros. Se levantó el pantalón de la pierna derecha y nos mostró una tobillera electrónica. Quedamos hipnotizados. Luego cruzamos miradas. Silencio. Al unísono, Manuela y yo sorbimos de nuestros vasos de vino. El gato azul se paró, nos miró fijo y volvió a echarse sobre la mesa.
-¿Se preguntarán por qué?

-¿Qué hiciste?-inquirí tratando de parecer natural.
-¿Desde cuándo tienes la tobillera?-preguntóManuela sin disimular su interés subiendo el tono de suvoz.
-Cuestiones de herencia. Después que murieron mis papás. Tengo un hermano mayor. Quería la mitad de la casa. Somos solo los dos. Él se fue joven, fui yo el que se quedó con los viejos. Los cuidé más de cinco años cuando no podían trabajar y enfermaron. Le ofrecí un tercio, comprárselo, pero no aceptó. Me amenazó con los abogados… -bebió un largo sorbo-. Me pidió mucha plata por su mitad. No me interesa la casa, me dijo…Estábamos bastante pasados de copas y exploté…Manuela me miró, oteó al gato y volvió la vista sobre Raimundo.
-Dale-le dijo.
-Le di una paliza de la puta madre. Soy mucho más grande y pesado que él. Casi lo mato, terminó en el hospital hecho bolsa, tardó más de un mes en recuperarse, amén de los yesos que le duraron aún más.
Le hice un gesto a Manuela para que se contuviera y le pregunté:
-¿Y tú?
-Cuasi-delito de homicidio. Seis meses en chirona. Ni te lo encargo lo que fueron esos tiempos en la Peni. Al fin cedí, miti y miti. Y pude salir. Pero estoy limitado a moverme cuatro cuadras en torno a la pensión durante dos años. Y mi hermano no se puede acercar.
-¿Y cómo le vas a pagar?Está hecha un buen desastre, vi los baños, un asco, tuve que mear de pie–preguntóy afirmó la Manu.
-Los abogados llegaron a un acuerdo: 20 cuotas en 10 años. Por eso la estoy arreglando, saldré adelante con la ayuda de mi hijo y mi nuera–y se hundió en un profundo silencio.
-Ayúdame mujer-dije-. Dejemos todo esto en la pieza y vámonos a cenar al Cerro Alegre.
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-Debemos irnos ahora de la pensión –le enfaticé a Manuela-.Retirar nuestras mochilas y partir.
-No es para tanto. Ya pasó y el tipo se está rehabilitando. No veo riesgos.
-¿Qué ya pasó? Es un asesino en potencia. Quizá qué nos pueda pasar. ¡Yo noduermo en su cama ni muerto!
-Ay Jaime, le estás poniendo mucho. Su hermano también es un cabrón.
-El problema Manuela es que el tipo te atrae. Bastaba ver cómo lo mirabas y la atención inusual que le ponías a su historia.
-Tú estás celoso.
-Sí, además.
-Raimundo no me atrae en absoluto, no es mi tipo, basta mirarlo.
-No entiendo… ¿entonces qué?
-Su relato me interesa, lo quiero escribir.
-… Ok, te creo. Pero no necesitamos quedarnos en la pensión. Ya lo tienes.
-De acuerdo, ¿cómo zafamos?
-Volveremos después de medianoche. Tenemos las llaves de entrada a la casa. Chequeamos que no hay luces encendidas y ya.
-¿Le pagaste?
-No. Le dejamos las veinte lucas en el velador y listo.
-Subir con luz no es problema. ¿Pero cómo bajamos de la pieza en esa casa a oscuras. Pisos altos, escaleras de cuasi caracol.
-No te preocupes, soy nictálope, me muevo como un búho o un gato en la noche, y la pensión me la conozco de memoria.
-Vale majo… Me enojé, yo no le pagaría un peso…
-Eso déjamelo a mí. El reloj de laIglesia Luterana dio la medianoche. Pedimos la cuenta. Y avanzamos por Templeman en una noche de cielo encapotado. La lluvia no tardaría en dejarse caer.
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Enciendo la luz de la pieza de Raimundo. Extraña visión, una mezcla de disco rasca, motel barato y una escalera rectay muy planaque llevaba aunsegundo piso. Allí solo una cama de dos plazas con sus veladores, y en las paredes varios póster con escenas porno de la peor clase. En el primer piso un gran sillón muy gastado, un plasma y equipo de música de dimensiones kilométricas, una mesa con cuatro sillas,un gran refrigeradorjunto a un mueble de cocina y un lavaplatos doble de última generación.Una casa weirddentro de la misma pensiónde suyo cuidada estilo arcaico. Recordé a don Andrés y su señora, ¿cómo se llamaba?, y me dieron tiritones.Hicimos nuestras mochilas y nos dispusimos a salir de la pieza. Dejé los 20 mil sobre uno de los veladores mientras Manuela hurgaba en el mueble de cocina hasta que encontró un cuchillo carnicero que blandió como una espada. Apagamos la luz y salimos al pasillo en busca de la escalera que nos llevaría al primer piso. La oscuridad era total, caminábamosa ciegas. Yo adelante y Manuela tomada de mí con su mano libre. Hasta que alcanzamos el primer escalón.Y se encendió la luz. El gato azul la había prendido con una de sus patas. Seguía portando la kipá. Bajó raudo por las escaleras y se detuvo justo en la puerta de entrada. Y se montó en una banqueta adyacente.
-Esto es una trampa –me susurró Manuela al oído.
-¡Qué va!, no era necesario usar al felino –afirmé bajito.
Descendimos sin hacer ruido. Al llegar a la entrada tomé las llaves y abrí la puerta. El gato azul me estiró las patas delanteras pidiéndomelas. Se las entregué. Las puso sobre la banqueta. Repitió la operación, esta vez con Manuela y el cuchillo. Al fin depositó en una de mis manos los 20 mil y se perdió escaleras arriba.La pensión se fue de nuevo a negro.Y en medio de la penumbra cerramosla puerta de doble hoja y salimosa la calle. Llovía a cántaros.
 
Grisha Scherman Filer
Escritor

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