Por Hugo Dimter
Dios no tuvo nada que ver en esta historia. Las cosas se dieron así. El evangelio, y su propio destino, lo escribió ella.
Según mi punto de vista Renato Advis cambió el rumbo de su vida cuando conoció a Scarlett durante el perpetuo verano de 1980 en ese balneario del sur que los mapuches y lugareños denominan Maicolpué, a 62 kilómetros de la civilización germana y mestiza avecindada en Osorno.
Ella tenía 12 años, lo que los involucra en una infancia bella, pero de igual manera dolorosa -más para él que para Scarlett, por supuesto-.
Su amistad se fraguó un ya olvidado mediodía cuando él miraba a los bañistas en la playa.
A lo lejos las figuras de unos jóvenes hacían gambetas en la arena. El entusiasmo lo invadió en un lugar con tantos niños dando vueltas. Bajó corriendo sin pensar que el destino le iba a permitir conocer una de las personas más memorables de su vida, o de los rastrojos que la iban a conformar.
“Hola” fue lo único que dijo Scarlett y -luego de preguntar sí podía jugar con ellos- las palabras que salieron de su boca fueron “dale”. Después de un largo e interminable rato el juego había finalizado. Se sentamon en la arena con las piernas cruzadas mientras el sol parecía dar vueltas y giros en las manos de Scarlett.
El requerimiento se hizo: Cómo te llamas?- preguntó uno de los niños, que luego supo eran todos primos de Scarlett.
Renato dio su nombre y preguntó el de los demás enterándose que todos eran de Temuco y Santiago. La mayoría de ellos lo superaban en edad por pocos años. Preguntó dónde se hospedaban y le señalaron una casa cercana justo arriba del lugar donde estaban. Pequeña, pero a buen resguardo del viento en las noches, el inmueble amarillo reunía todas los requisitos para una familia que deseaba desconectarse de los álgidos días que se vivían en ese Chile de los 80.
Qué sabemos de Scarlett? Pues los datos son escasos y con el tiempo se han transformado en meras conjeturas y teorías, muchas de ellas alejadas de la realidad. Católica, santiaguina, adolescente de un establecimiento de las monjas inglesas, Scarlett, vivía en una especie de burbuja, donde sus padres, preocupados y temerosos de la contingencia, la habían sumido. No viajaba en micro y su interacción con el entorno se basaba en la inalterable asistencia al cine los domingos -luego de la misa- y el almuerzo con sus abuelos paternos en su casa de La Reina. Elegida mejor compañera durante casi toda la enseñanza básica, sus amigos la admiraban y se sentían orgullosos de su amistad y de lo ordenada y eficiente que era con sus tareas y calificaciones escolares. En aquel entonces Scarlett sentía una devoción casi enfermiza por las lecturas de Marcela Paz y su Papelucho, un personaje infantil al cual la muchacha comparaba con su primo Stefan. Una vez, incluso, ella le preguntó a su madre si Marcela Paz conocía a su primo tras lo cual la madre rió de buena gana y le dio un gran beso que años más tarde Scarlett recordaría con pesar y nostalgia.
El padre de Scarlett, un hombre que había renegado de su empirongada familia, más interesada en el bienestar material que en los deseos de aquel muchacho enamorado de la mujer que se iba a convertir en la señora L.
Jorge L, incipiente militante de la Democracia Cristiana, comenzó a trabajar apenas salió del Liceo Alemán a fines de los 60, cosa que su familia vio con malos ojos ya que deseaban que estudiara Medicina al igual que varios integrantes de la misma. Pero el joven L tenía otros planes, con el foco centrado en los cambios que se estaban impulsando en el agro chileno y el sorpresivo impacto que sintió su corazón durante ese periplo: estaba enamorado de aquella muchacha de Osorno a la cual había conocido durante un viaje de negocios. Fue durante aquella semana que Jorge Lyon asistió a una cena de un agricultor quien en un momento anunció que su hija, quien estaba en la cocina, cantaría una linda canción francesa. De entre las ollas y sombras apareció una rubia muchacha con la sonrisa más hermosa que Lyon había visto en sus escasos años. “Parece un ángel”, pensó el joven quedando perdidamente enamorado al punto que luego de un mes habló con el padre de la niña para pedir su mano. El matrimonio se realizó en el Club Alemán de Osorno y fue una ceremonia austera y recatada a la cual sólo asistió la madre del joven Lyon. Luego vinieron tiempos de alegría: el nacimiento de los niños, los cumpleaños, las Navidades, la bicicleta naranja. Cenas en junio en medio de la neblina de un restaurante Osornino. La inmensurable acción de la esposa de querer besar al futuro padre de sus hijos.
Pero fue una felicidad extinta y marcada por la llegada de los malos tiempos. La explotación y la vergüenza post 73. Su férrea oposición a la injusticia y el decidir un curso de acción que sorprendió a todos a inicios de los 80. Hasta que un día de 1975 el hombre finalmente desapareció.
Así las cosas, la muchacha y su hermano, cayeron en un pozo inundado de pena y fiero recelo de las personas. Por supuesto que nadie habló del tema. Los sirvientes, luego de conversar con la señora, olvidaron todo recuerdo del ex señor Lyon. Su ropa fue a dar a un hogar de anciano y las fotos a un ático en el tercer piso. Un día llegaron detectives preguntando por él y uno de ellos pronunció la palabra “Mir”.
Qué es eso?- inquirió una de las mujeres de origen chilote. Nadie dijo nada. Salvo la mayor de ellas que le pegó un cachuchazo en las orejas a la preguntona. Luego de buscarlo por toda la casa y beber un poco de jugo de naranja los policías finalmente se fueron y no volvieron nunca más.
-Dónde está mi papá?- preguntó Scarlett a su madre, a lo que ella escuetamente señaló con mucha pena: ” En el sur”.
-Y por qué no viene?- volvió a preguntar la niña.
– Porque se perdió en los bosque- respondió la madre. Y luego se alejó escondiendo el rostro curtido ya de pena.
Los bosques del sur de Chile se había tragado al padre de Scarlett. Ahora, diez años después, la muchacha estaba en la costa de Osorno, jugando a la pelota y de vez en cuando elevando la vista y mirando hacia el bosque por sí en una de esas aparecía su padre.
Van a jugar taca taca en las tardes?- le preguntó Renato a sus primos y le contestaron que sí, que algunas veces, iban a jugar flipper y seguían jugando fútbol, esta vez en una diminuta cancha de madera con jugadores de bronce. Ciertas noches de fin de semana la gente recorría lo que los turistas llamaban “el boulevart” en contraposición a los mapuches que denominaban el lugar escuetamente como “los negocios”. Tres almacenes, dos panaderías, una shoperia y dos cuchitriles donde se emborrachaban turistas y mapuches, más el flipper y un retén con un par de Carabineros conformaban el boulevart o los negocios, como le decían los lugareños.
Las canciones de Electric Light Orchestra alcanzaban la altura del cerro como un zumbido imperceptible al igual que los camiones o la micro que llegaba a la medianoche. Fue en una de esos microbuses que un día de enero llegó el padre de Scarlett. La familia de la muchacha no escondió la sorpresa ni la rabia. Habían pasado cerca de siete años sin saber de su paradero ni el motivo de su huida, como la habían denominado. El hombre un buen día se esfumó y ahora volvía a tocar la puerta donde se encontraba su familia sin que nadie lo hubiese llamado. Todos sabían que era por razones políticas pero ello no era una excusa para abandonar a sus seres amados. Por lo menos para la familia no era un motivo justificable. La madre de Scarlett sentía que no había otra mujer, que más bien era por un tema de seguridad, de sobrevivencia. Pero aún así lo culpaba por el dolor que sentían sus hijos ante un padre ausente, un progenitor que se había perdido en el bosque. Scarlett y su hermano, pese a ser niños, aún recordaban el rostro de su padre. Un rostro que se hacía difuso. Tal vez la voz había permanecido más presente en su memoria. Una voz aguardientosa, con un tono extraño, lento, como masticando las palabras.
-Hola- saludó a su esposa en la puerta.
-Hola- respondió ella en el marco de la puerta sin inmutarse ni esperar algún tipo de redención para su persona o su familia al hablar aquellas pocas palabras con su esposo, o lo que quedaba del hombre con el cual se había casado.
-Los he echado mucho de menos- dijo el hombre.
-No lo creo- respondió ella-.Casi siete años sin tener noticias tuyas.
-No pude.
-Los niños deseaban verte. Han sufrido. No pensaste en ellos?
-Pensé en ellos. Pensé en todos, en realidad. Mi lucha es por toda la sociedad; lo que incluye mi familia… Puedo pasar?
-No sé si eso ayude en algo.
-Quiero ver a los niños- respondió él.
-Pasa.
Scarlett se quedó en el pasillo mirando al hombre que la llamaba con una sonrisa en el rostro.
-Eres tú?- preguntó la muchacha.
-Sí, soy yo.
-Dónde estabas papá?
-Tratando de cambiar el mundo- respondió el hombre.
-Y lo cambiaste?- volvió a preguntar la niña.
-No, pero no me rindo- respondió él con una lágrima cayendo por el rostro.
Se abrazaron en silencio.
-Te eché de menos papá.
-Yo también hija. Puede que no haya estado físicamente pero te amo. Aunque yo no esté te sigo amando mucho, mucho.
La niña se quedó mirando el rostro de su padre con la comprensión de quién ama con una fuerza interior inconmensurable. A lo lejos se escuchaba el romper de las olas en la playa. Un sonido seco y vivo, interminable. Tan inacabado como el amor de padre e hija. Nada, ni siquiera la naturaleza o la muerte, los podía separar.
-Debo marcharme, hija- dijo él.
-No quiero estar sola- respondió ella.
-No lo estás. Tu madre está a aquí. Y yo estaré en espíritu- acotó el padre.
-A mí me gusta tener un padre- se sinceró la niña.
-A mí me gusta que seas mi hija. Una hija valiente. Y para ello quiero que conserves esto- señaló el padre entregándole una Biblia.
-Este libro me va a ayudar?- preguntó la niña.
-Ahí me vas a encontrar. Es mi lugar secreto. Entre medio de esas páginas va a estar mi alma junto a ti.
Scarlet acarició el texto y lo pudo en su regazo. El hombre le dio un beso tratando de camuflar las lágrimas y dio media vuelta marchándose. La niña no lloró. Nunca más lloró. Ni siquiera cuando le contaron, algunos años más tarde, que su padre había sido asesinado en los bosques de Neltume por tratar de reactivar el MIR. Aquella vez al enterarse de la mala nueva Scarlet se fue corriendo a su habitación para abrir el libro que le regaló su padre con tanto amor y comenzó a leer hasta quedarse dormida en un sueño profundo donde su padre la tomaba de la mano y miraban hacia el infinito mientras el mar se perdía en el horizonte de un Dios lejano.
Aquel verano Renato Advis fue a dejar a Scarlett a la estación de trenes y no volvió a verla nunca más; aunque su figura no se fue nunca de aquel balneario ni tampoco de sus recuerdos. Nunca las cosas volverían a ser como antes. Ella, tal vez, con el paso del tiempo fue feliz. Él no.