Wanglen y el canto de las flores

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Por Persus Nibaes
El último libro del poeta mapuche Cristian Aurelio Antillanca, Del Aire Editores, 2018, llegó ayer a mis manos. El poeta es mi amigo de muchos años y me regaló su último libro y yo le entregué y le dediqué el Levisterio, el libro que me tiene por acá en el sur.
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El poeta estaba descansando contento entre sus fotografías de su Chaihuin querido. El golpe del mar sobre las rocas de Chaihuin y la playa y las estrellas a punto de caernos encima son recuerdos que tengo de haber estado en la arena tibia entre varios amigos poetas mapuche.
Cristian Antillanca fue una puerta por donde entré al país mapuche y aprendí a conocer a quién me llevaría toda una vida, porque mi aprendizaje siempre ha sido lento y el país mapuche es enorme. El poeta estaba entre sus libros y sus cuarzos en una soledad poética de monje budista. El poeta Antillanca ha leído budismo y eso me consta por su gran biblioteca y por sus versos.
Wanglen, el canto de las flores, es el producto de esa lúcida soledad y silencio. El poeta Antillanca es silencioso y sabio, y los sabios siempre están solos. Me contó su experiencia que tuvo hace unas semanas cuando nos reunimos en casa de un chamán amigo y de lo mucho que admira al poeta Leonel Lienlaf.
El relato de sus experiencia fue muy conmovedor para mí y muy significativo, por lo que no se los puedo revelar en este escrito, pues es privado y porque alcanza para escribir otro libro sobre la percepción de las galaxias como gemas y lágrimas como sólidos, como si el poeta fuera capaz de llorar sal y sintiera toda el agua como hielo.
Esa sinestesia es parte conmovedora del libro Wanglen y el canto de las flores. En él, el poeta describe un mundo creado por el canto. Concepción muy cercana a la forma que la cultura mapuche tiene sobre la creación del universo.
Hace unos días, en Berlín, Anahí Mariluan en una de sus exposiciones sobre la música mapuche, explicaba que para los mapuche, cantar es sagrado y daba el ejemplo de cómo la ciencia occidental y la música occidental han violentado a los seres humanos, idea con la que me siento muy identificado, excluyendo a las personas que no cantan bien.
La cultura de la competencia puso su ojo inquisidor y privatizador en las emociones que produce el cantar y relegó a un segundo plano a todo sujeto que no cante bien, en los cánones occidentales de afinación, entonación y temple. Como si cantar fuera de los cánones fuese prohibido para el que no canta bien, excluyéndolo de la ceremonia social del cantar y muy probablemente alejándolo de la gratitud emocional de cantar. En cambio Anahí explicó que para los mapuche todos debemos cantar.
Para Antillanca, el canto es el la forma en como la Tierra es capaz de crear la vida sobre ella. Esta idea de la creación a través de la música es conocida en la literatura universal, se me viene a la cabeza el Silmarillion de Tolkien en el que Eru Iluvatar crea el universo en colaboración de su coro de ángeles del cual Melkor es el ángel que desafina y crea lo oscuro y tenebroso. En Wanglen y el canto de las flores, no hay oscuridad. Es un libro luminoso lleno de fotografía de flores de la Selva Valdiviana y parte de una saga de libros que continúa con los cantos de los pájaros. Sus poemas son un canto a la creación del universo hecha a través de la música. Los ríos les cantan a las quebradas y en su canto mutuo, germinan las flores y las plantas a su paso. Es un día luminoso y con poemas llenos de amor y una sensibilidad especial.
El poeta Cristian Antillanca es capaz de mostrarnos el camino del perdón y la gratitud, de la evocación del amor de madre a un amor de madre planetaria y un amor cósmico. Al final de leer el libro siento que todos los seres humanos estamos conectados. La sección con fotografías de flores comienza con una foto de una galaxia con forma de flor. Me dijo; me encanta la astronomía y esa capacidad de crear esas fotografías hermosas que nos muestran las formas de las galaxias. Esas fotos los astrónomos no las ven así, ellos reciben datos de radiotelescopios y con un software crean esas imágenes a partir de los datos. Estuve investigando un poco, me contó, mientras me servía una copa de vino. Me contó de su experiencia con mi amigo chamán y que no les voy a contar, pero que da para escribir otro libro. En Wanglen hay una ternura que solo pueden comprender aquellos que son capaces de escuchar el canto de las flores y de los pájaros y de las galaxias. Él está convencido que el universo se creó a través del amor, el cariño y la ternura. Aún así en uno de sus versos dice; Yo soy Juan Pallante, soy Juan Pallante y latuwe/ después de años me nombro/y me renombro/después de años/más años/nazco. /He aquí mi cuerpo florecido/como un sol morado bajo la lluvia/me ves/hombre atad a mis ramos/la ligadura/con la fuerza con la que amas/ya viene Ella como tropel de caballos/manchados/por un camino polvoriento/ya viene/para dar la vuelta y volver/sobre el barro.
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Este poema -para mí que me cuesta escuchar las canciones de las flores, sino que más bien ando pensando en armar una guerra- es un poema político como primera cosa, pero en esa política de los linajes mapuche, de aquel kimun que se va transmitiendo por la sangre y el espíritu, y que es el conocimiento extenso sobre el universo que contiene la cultura mapuche y que renace. Por uno que cae se levantan diez. Ese kimun dice que aunque Juan Pallante muera, que aunque Camilo Catrillanca muera a manos de Carabineros de Chile. Juan Pallante y Camilo Catrillanca van a volver a caminar desde el barro y sobre el barro. Porque Juan Pallante y Camilo Catrillanca son mapuche y son humanos y los seres humanos, aunque como yo no seamos mapuche, del barro somos y al barro volvemos. Solo que a veces, algunas veces, quizás pocas de las veces, contamos con un amigo llamado Cristian Antillanca que vive en Rahue Alto y fue criado en el lof de Chaihuin, donde cada cierto tiempo reúne a sus amigos poetas a leer y observar las estrellas en la playa, temerosos del rugido del mar, algunas veces cuento con este amigo que me explica en los poemas de sus último libro, que a veces, en contadas ocasiones, baja el río cantándole a la quebrada y en su canto mutuo nacen las flores y los pájaros y muy de vez en cuando, de las flores nacen seres humanos que son capaces de oír y registrar, escuchar y transmitir el canto de las flores, que una mañana de sol, el primero de diciembre, les compusieron al agua del río y le decían que el universo se había creado de un canto y que ese canto era una canción de amor.

El hombre imaginario – Nicanor Parra.
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