Novela de amor… y muerte en Colombia
Recorrer las páginas del libro del colombiano John Jairo Rodríguez Saavedra, con un título tan original, “Muerte de Conejo por vodka” es un interesante desafío. El título de la obra es “esencial” para el objetivo que quiere comunicar el autor. Quizás esté repitiendo los consejos de editores preocupados por las ventas, en ese momento crucial y final de un trabajo literario: El título debe ser un mensaje decidor.
Me arriesgo que en este caso, y por ahora, el título no parece ser expectativa “comercial”. Es mucho más literario que eso. Por tanto, solo queda encomendarnos a la decisión del lector, de acometer el desafío de recorrer la senda marcada por este novedoso escritor.
El libro de 110 páginas, es incorporado en la colección Narrativa de la Editorial Ceibo, en Santiago de Chile el 2014.
El prosista y periodista Rodríguez, en esta novela, nos sitúa de inmediato en Colombia, “Caminó. David vive cerca del Andino… Entró al centro comercial… se comió un helado… se dirigió a la tienda de música…” (13). Su personaje pasea por la cotidianidad de Bogotá. Esto es importante, por la aparente normalidad que nos retrata de inicio.
Obviamente contradice lo que un lector austral, como se dice de los chilenos, imagina de ese gran país, de visibles abusos gubernamentales, guerrilla, carteles de narcotráfico, bases militares norteamericanas, secuestros, asesinatos teledirigidos con bombas sofisticadas, muertes y muchos muertos. Que por desgracia han dejado en segundo plano aquellas costumbres y pasiones caribeñas, tan colombianas, que mezclan sabrosos bailes con alegrías, cumbias combinadas con café y mucho ron. Y vodka en este caso.
La muerte está en el aura del libro, esta realidad es retratada claramente cuando David conoce a Sarah (personajes principales) o dicho de otra forma, cuando Sarah quiere hacer llevadera la “eminente” enfermedad mortal de David, esa mentira piadosa ayuda a retratar el mundo que rodea a los personajes. “¿Podía algo salvarlos del naufragio en el que estaban?… el panorama solo puede terminar cediendo a la tragedia” (17).
Es reforzada esta fatalidad con citas de escritores o poetas de décadas pasadas, con la particularidad de que muchos de ellos… se suicidaron en la vida real. “David pensó por quincuagésima vez en la muerte…” (41) o “Un muerto es un muerto, cien mil, son una estadística…” (61). Pero quizás por el amor a la vida, John Jairo, horada el dolor expresando con una pluma bella y de fe infinita: “Una muerte solo puede ser poética cuando se la provoca uno…” (23) y “terminar su vida con sus propias manos sin delegar su fin a nadie más que a ellos mismos” (52). Este tipo de fin es llamado por el autor como “muerte artística”, muy diferente a la muerte natural del vulgo, o a la que viene antes de tiempo, mandatada por alguien, el gobierno, los narcos, la delincuencia y luego la silencian: “La Policía, investiga, es decir, jamás se sabrá nada de los asesinos” (90).
Un libro que habla de la muerte, ¿que puede tener de atractivo?, se preguntará el lector. Le respondo, si lo lee como Jairo lo relata, puede ser un momento muy aleccionador, por las enseñanzas de vida que nos brinda, sobre todo de su país.
Pero debe hacerle caso al escritor. Tome el libro en sus manos… y un computador con conexión a internet y empiece a leer, sígalo página por página, no se arrepentirá, pero le advierto, necesitará tiempo y mucha atención.
¿La razón? En medio del relato, John Jairo nos sabe impactados, de seguro, y nos brinda respiros que alivian el alma, intercala links que recomiendo seguir, intertextualidad con “The Best of Wagner”, “God gave me everything” de los Rollings Stones, o “La Guerra” de Clément Janequin, y unas películas maravillosas “Los viajes del viento”, “Un tigre de papel” y “La Isla desnuda”, es con arte, música y cine, lo que nos ofrece este joven novelista para que lo sigamos acompañando en esa, su lucha, contra la muerte, hasta después del fin del libro.
Se debe agradecer infinitamente al autor, por el mundo cultural que nos insta a recorrer. ¿Esa habrá sido su intención? “La imaginación es una cosa grande y hay que utilizarla cuando se necesitara, es decir siempre” (40).
Invito a leer el libro, no puedo entrar en los detalles, pero permítanme confesar, es hermoso leer “Las sonrisas lanzadas con temor casi nunca dan en el blanco…” (88), o la confesión en una carta de David a su enamorada Sarah, luego de admitir que por propia voluntad se tragó una foto de ella, una oda al amor, cuando confiesa: “Ahora que te tengo adentro, ya no me puedo mover cómodo en la tierra. La última vez que quise correr, salí volando” (108).
Quizás la reflexión que deja esta obra, es lo grave que en la convivencia humana se vea como “algo normal” la muerte en cualquiera de las formas que relata, restando el valor y la importancia a la vida.
Agradecemos a John Jairo, además, por las reflexiones que mandó en respuesta a nuestra solicitud, acerca de la razón su libro:
“Lo que sucede es que la guerra y la muerte forman un cóctel demasiado venenoso como para estarlo bebiendo siempre. Y acá en Colombia, esto ya lleva más de medio siglo y no nos cabe un bocado más de ese cóctel en el estómago. Por eso hay citas de artistas que tienen un vínculo cercano con la muerte también”.
Y termina. “Te agradezco rescatar frases que para ti son lindas, (del libro) y esto tiene que ver con que, en medio de la guerra, también la belleza (la poesía, si quieres), alcanza a abrirse un campo en medio de tanta podredumbre. Esta idea de las citas cinematográficas, musicales , literarias, y otras, hace referencia a que en medio de la guerra, la música, el cine y la literatura, jamás dejan de existir, y hay que ponerlas juntas para hacerle contrapeso a esa idea de la guerra como lo que opaca a todo lo demás.”
John Jairo Rodríguez Saavedra, es un poeta y escritor, nació en la montañosa Sandoná. Ganó el premio poesía en la Universidad Central de Bogotá el 2011. Es periodista cultural, ha trabajado para el Canal Capital de Colombia, y escribe para revistas de literatura y teatro de Colombia y Argentina.
José M. Carrera @JosMCarreraC
Santiago
Urbe Salvaje