“Me gusta encontrar nuevas formas de decir las cosas”
Por Gonzalo Robles Fantini
En efecto, a este poeta, narrador y cronista literario le gusta escribir y conversar. De pensamiento rápido, humor inteligente y un estilo franco y reposado, piensa las palabras antes de decirlas y es certero en sus opiniones. Pero le interesa más la forma de lo que se dice que la opinión, al menos cuando se trata de escribir sus crónicas en Las Últimas Noticias.
A sus 40 años, Leonardo Sanhueza goza del reconocimiento de la crítica especializada y de una obra de calidad, de escritura minuciosa para la publicación. No le gusta encontrar una veta de escritor y repetir la fórmula, sino adecuar el estilo conforme a la temática que aborda.
Con una infancia en Temuco durante la dictadura militar, las realidades vividas las ha expresado en obras como la novela La edad del perro (2014) y Colonos (2011), sobre los inmigrantes europeos en La Araucanía a fines del siglo XIX y la violencia implícita que sustentó esa precaria civilización, poemario por el cual obtuvo el Premio Academia Chilena de la Lengua el 2012 y fue finalista en los Altazor el mismo año. También el 2012 le fue otorgado el Premio Pablo Neruda de Poesía Joven, que reconoce anualmente a poetas destacados menores de 40 años.
Con estudios en geología -declaró haber sido durante el ejercicio de su profesión el poeta mejor pagado del país- en la Universidad de Chile, paralelamente estudió Lenguas Clásicas, y ha comentado que en su época universitaria lo marcaron las clases magistrales de Nicanor Parra en la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de calle Beauchef. Sus estudios de lenguas le permitieron traducir los poemas breves del autor latino Catulo al castellano de Chile, conservando el contexto histórico en que fueron escritos los versos, pero con el sentimiento fresco que Leonardo sintió al leer a este poeta por primera vez.
Desde el año 2002 trabaja en Las Últimas Noticias y hace catorce años que no ejerce como geólogo. Su actividad reciente ha sido abundante: aparte de la publicación de la novela sobre su infancia en Temuco, publicó este año el libro de crónica El hijo del Presidente y editó en Chile el poemario Tres bóvedas, originalmente publicado en Madrid, en el 2003.
Leonardo responde con serenidad y precisión a las preguntas, dejando entrever sus vastas lecturas y dominio literario.
En Colonos (2011), resulta evidente la referencia a Antología de Spoon River, de Edgar Lee Masters -de hecho, Alejandro Zambra lo advierte en la contratapa-. ¿Es efectiva esa referencia?, ¿cuál es la relación que mantienes con esa obra norteamericana?, ¿fue la estructura que escogiste para tu poemario?
-Sí, yo creo que hay comparaciones posibles entre la Antología de Spoon River y Colonos, pero el origen de ambos textos es completamente diferente. La Antología… es una especie de Divina Comedia, se trata de retratar toda la humanidad, con todas sus miserias, con todos sus héroes y villanos. En el fondo, es un Infierno de Dante. Y para eso se recurre a la figura del pueblo chico y, en particular, el cementerio, donde finalmente todos quedan iguales, sin privilegios de ningún tipo.
En el caso de Colonos, lo que yo quería era contar historias particulares, a veces incluso de un solo momento, y recurrir justamente a esa forma de escenificación, una forma un tanto dramática, teatral. En ese sentido se parece, porque son historias de pueblos muy precarios, semirurales, donde los seres humanos están expuestos a sus límites, al estar en situaciones en las que no suelen estar. Son tipos que fueron trasplantados, alejados de sus lugares, y que llegaron a un sitio que les resultaba hostil. Para eso tuve más presente otro tipo de textos, por ejemplo Winesburg, Ohio, de Sherwood Anderson, que son textos en prosa, son cuentos, y que coinciden en la época, más o menos, con Antología de Spoon River. También otros textos, como los relatos del far west de O. Henry, los relatos de California de Bret Harte, o sea, hay toda una literatura que está asociada a ese mundo, ese mundo de tipos que tienen que crear algo a partir de la nada, y que por tanto todo les sale mal, y que están inmersos en una realidad que a menudo termina en violencia y muerte.
También Marcel Schwob, en la idea de reconstruir vidas a partir de dos o tres datos, de buscar algunos vestigios. Las historias de Colonos, a veces, eran resueltas a partir de una condena leída en un archivo judicial, a partir de eso completaba la historia. Es necesaria la creación de una historia imaginaria, y para eso me influyó mucho el espíritu con que Marcel Schowb enfrenta el relato de estas vidas “verídicas” (que realmente existieron pero de las cuales se sabe muy poco).
¿Son todos casos reales?
-Todos casos reales.
¿Hay también una influencia de la conquista del Oeste Americano?
-Sí, también, por varias razones. Una es porque el proceso de colonización norteamericana tiene ciertas similitudes, pues es de la misma época, un poco anterior, incluso. En el caso de los pioneers norteamericanos, se trataba también de una cierta hostilidad hacia el bandolerismo, los bandidos asaltantes de caminos. La relación con el Estado fue diferente, eso sí, porque en Estados Unidos esos pioneers representaban al Estado, iban desde el este hacia el oeste en lo que se denominó en Norteamérica el Destino Manifiesto. El lema hacía referencia a que ése era el destino del país. En cambio, en Chile era completamente diferente. No hay un destino manifiesto, sino que es una ocupación militar con fines comerciales, estratégicos, geopolíticos. Al estar el país cortado en dos esa era una debilidad para una eventual invasión extranjera, francesa u holandesa. Pese a las diferencias, en cuanto a la vida cotidiana de las personas, la literatura del Far West me sirve para entender muchas maneras de relacionarse en lugares donde la ley está representada sólo por figuras fantasmales. Es sobre el Estado ausente: el Estado manda a toda esta gente pero él se va y los deja a la buena de Dios. La colonización empezó el año 1883-84 y el primer cuerpo de policía, que era totalmente corrupto, sin apego sagrado a la ley, se creó recién el año 1896. Además, eran prácticamente guardias privados destinados a resguardar la seguridad de los colonos para terminar con el bandolerismo, pero resultó ser una tropa de inútiles y, en muchos casos, se transformaron en cazadores de mapuches.
El libro Colonos es parte de un proyecto más grande. Mi idea es contar todo el proceso de ocupación de La Araucanía.
¿Qué opinión te merece la traducción de Antología de Spoon River al castellano de Chile, por Rodrigo Olavarría, publicada recientemente por Editorial Das Kapital?
-Me parece estupenda. Primero, por su valor intrínseco, por su valor como libro. Rodrigo Olavarría es un traductor excelente, muy meticuloso y también muy original, en algunos aspectos, para resolver ciertos problemas. Contaba él en la presentación del libro que, en un poema, un violinista termina su historia cuando lo llaman para ir a tocar a picnics y bailes, en el original. Pero resulta que ahora nadie va a un “baile”, entonces él se preguntó ¿cómo traduzco esto?, ya que no se entiende qué es un baile. Entonces Rodrigo lo tradujo picnics y asados. Ese tipo de soluciones son más libres y acertadas. Sin que Lee Masters parezca un autor chileno, claro. En una buena traducción, el poema debe fluir como poema mismo, pero a la vez dejar en claro que se trata de una época determinada, en un lugar determinado. Si un poema trascurre en una montaña, no se puede traducir como que transcurre en un cerro. Debe conservar la idea de montaña.
Además, las traducciones disponibles de la Antología… son muy literales, muy duras de leer, realizadas por traductores que priorizan el sentido mismo de la frase en lugar de priorizar el sentido de la frase en el contexto del pueblo. Eso le quita ritmo al poema, lo deja pesado, y finalmente son textos que hacen perder el valor poético del original. Tratan de ser muy precisos en conseguir la traducción más literal, pero eso hace que terminen en frases espantosas.
Por ejemplo, la traducción de Editorial Cátedra es muy buena, en especial su aparato de notas, pero no es amable para un lector que quiera conocer el texto, es más bien para el que quiera estudiarlo. Para un lector común de poesía puede resultar un poco agresiva.
Colonos es un libro de poesía más bien narrativa, de habla cotidiana, alejado un tanto de la poesía lírica. ¿Es tu estilo natural en poesía?, ¿piensas seguir cultivando ese estilo?
-No. En general yo me enfrento a los textos como unidades de libros, entonces los resultados suelen ser muy distintos de un libro a otro. Colonos, evidentemente, tenía un tono más cronístico, más narrativo, aunque hay algunos poemas más líricos, pero predomina el monólogo dramático. Hay una unidad y, de hecho, incorpora un texto netamente en prosa. Pero, en general, el texto mismo pedía ese tono. Y justo el libro publicado el año anterior, La ley de Snell, que lo escribí en paralelo con Colonos, es de un tono, por decirlo así, más poético, en el sentido de que el que habla no es un “narrador”, sino un hablante lírico, como se suele decir. Hay una preocupación distinta por el ritmo, la métrica, la sonoridad, diferentes recursos que componen un poema. Las imágenes, la idea que hay detrás, etc. Por eso el lenguaje de ese libro resultó totalmente diferente a Colonos. Y en el libro anterior a éstos, Tres bóvedas, hay un lenguaje más ligado al surrealismo, de verso mucho más largo y distendido, además, con imágenes mucho más exuberantes, mucho menos contenidas. Sucede con todos mis libros. Mi novela, La edad del perro, es también otro registro. En el fondo, a mí me gusta escribir para encontrar nuevas formas de decir las cosas. No me gustaría repetir, no me gusta eso de encontrar la veta y no soltarla más.
Justamente en Colonos hay un relato inicial, Los peces voladores, que encontré muy bien logrado, tal como tu novela La edad del perro. ¿Piensas seguir cultivando la narrativa?
-Sí, ¿por qué no? Y otros géneros también. Por ejemplo, El hijo del Presidente, también es un relato, pero que tiene aspectos de crónica y aspectos de ensayo. Cada libro que sale debería responder a ese espíritu, el de buscar nuevas formas, porque da cuenta de lo que está en la cabeza de uno. Es la reproducción de la estructura de la conversación. A mí me gusta mucho conversar. Cuando uno conversa, a veces trata de desarrollar una idea, como ejercitar el pensamiento, pero otras veces estás contando una historia, nada más, y otras veces no estás diciendo nada y te estás regodeando con el lenguaje. Esos son tres aspectos, pero hay muchos más, y me interesa mostrar esa amplitud de funcionamiento de una literatura personal.
Tú viviste la infancia en Temuco, tal como das cuenta en La edad del perro. ¿Cómo fue el surgimiento de la motivación de escribir sobre la violencia en La Araucanía, que persiste hasta hoy en el llamado Conflicto mapuche, y cómo es tu apreciación siendo habitante desde pequeño en la zona?
-En la Ley de Snell hay un poema que comienza con una imagen que compara los recuerdos con la flecha de Guillermo Tell. Atraviesa la manzana, o sea, logra su objetivo, pero a veces pasa de largo. Eso fue lo que ocurrió en el caso de estos libros. Tratando de reconstruir la memoria familiar, la memoria íntima de mi infancia, empecé a recordar y reconstruir estos mundos. Pronto me vi reconstituyendo la memoria de mi abuelo, de mi madre, de mi familia. En esa memoria apareció este mundo rural, salvaje, de gente a caballo, de cuatreros, de aventuras del Far West chileno. Entonces no me quedó otra que seguir hasta encontrar de dónde podría haber nacido esa idiosincrasia fronteriza, que era por un lado una cuestión muy melancólica y muy cabizbaja, pero a la vez algo muy violento. Y eso ha sido desde siempre en esa zona. Ahí está el hilo conductor de cómo llegué de una cosa a la otra. Haciendo memoria salieron estas historias: una fue la historia familiar de La edad del perro y la otra que, tal como la flecha de Guillermo Tell que pasó de largo, llegó hasta la ocupación de La Araucanía, pero justamente a través de los relatos familiares. Mi abuelo siempre contaba sus aventuras en la Cordillera y estamos hablando de bien entrado el Siglo XX. Entonces me llamaba la atención cómo, cuando se supone que la civilización está ya instalada, persistía esta película de vaqueros que había en la Cordillera. Entonces ahí fue donde apareció Colonos.
En La edad del perro también abordas la infancia durante la dictadura militar. ¿Cuál es tu opinión sobre el tema a más de cuarenta años del Golpe Cívico- Militar?, ¿qué opinas sobre el concepto de reconciliación nacional?
-Se trata de un flujo en la historia. No se cumple la idea de una historia circular que regrese a fojas cero. Eso es imposible pues el Golpe significó una rotura fuerte, que no puede cicatrizar, sino que se llena con otras cosas, con escombros y se va tapando. Pero la rotura queda ahí. No se va a cicatrizar nunca. Y así debe ser. Si recordamos, en los primeros años de los noventa, había esta idea de buscar una reconciliación, de buscar justicia en la medida de lo posible, como decía Patricio Aylwin. Y la premisa de ese proceso era muy discutible. En los años 90 parecía normal hablar de reconciliación. Pero a 40 años del Golpe, se vio que era una de las ideas más estúpidas que se pudiera haber imaginado, porque no se puede tratar a los sectores políticos de un país como si fueran un matrimonio. La reconciliación es una palabra muy rara, significa que en algún momento dos polos estuvieron conciliados. Para que algo se reconcilie, quiere decir que estuvieron las partes en un concilio. Y eso es falso.
La realidad previa al Golpe del 73 es una realidad totalmente distinta a la de hoy, pero eso no significa que se pueda recuperar ese Chile que estaba supuestamente conciliado. Me parece que la llamada Transición, esa cosa que nunca se acabó, fue un estado de inercia en que a través de estas entelequias, como la reconciliación, se taparon cuestiones que no se quería abordar, como la administración de la justicia. El simple hecho de que Pinochet se haya muerto sin ser juzgado como correspondía o que hasta la fecha los criminales más espantosos que la historia de Chile haya conocido estén en cárceles de lujo, más un montón de cosas, impide que se pueda decir que se ha cerrado el capítulo histórico. Es muy triste el panorama histórico de los últimos 20 años.
En 2010 publicas Leseras, una traducción de poemas de Catulo. Sé que cuentas con estudios, aparte de tu profesión de geólogo, en Lenguas Clásicas. ¿Qué tan difícil fue traducir a este poeta latino clásico?
-En general, Catulo no es difícil de traducir. Es latín de Catulo es clásico, del siglo I a.C., pero no es un poeta como Horacio o Virgilio, cuyo latín es mucho más complejo. Catulo es más transparente, más directo. Desde el punto de vista de la sintaxis, no hay grandes dificultades. Sí hay algunas dificultades en cuanto al léxico. De repente hay palabras que Catulo usa de una manera, aunque en su época se ocupaban de otra. Ahí hubo un problema de significados que tuve que resolver. También un par de casos de palabras que sólo usa Catulo, que no están registradas en ningún otro autor antiguo, que son palabras muy soeces.
El mayor problema de la traducción de Catulo es que fue un artesano muy fino. Su mayor aporte a la literatura latina fue trasladar los sistemas métricos griegos al latín de su época e instalar la poesía subjetiva. Su tipo de poesía, muy personal, muy íntima, no existía en Roma. Fue toda una revolución. La poesía que se usaba en ese entonces era épica, religiosa, sátira, pero no estos poemas breves, amorosos, donde Catulo hablaba en primera persona, con mucho humor. En su época trataban a estos poetas incluso despectivamente, como “poetas nuevos”, neófitos, poetas jóvenes, en el fondo. De hecho, Catulo escribió toda su obra entre los 20 y los 30 años.
¿La poesía de Catulo, en tu traducción por ejemplo, está vigente para los lectores jóvenes, más allá de la Academia?
-Bueno, ésa era la idea de la traducción. Catulo ha sido traducido numerosas veces y, generalmente, las traducciones no han reparado en este asunto, en la cuestión de época. El Catulo de filólogos ya es conocido, entonces yo quise mostrar al Catulo que yo leí, en un castellano moderno pero que no soslayara que se está en una Roma del siglo I a.C., en el contexto de la Guerra de las Galias, y que a la vez fuera algo tan fresco como lo fue en su tiempo la poesía de Catulo. Tomé una decisión sobre en qué castellano lo iba a hacer y fue en el castellano de Chile, y no en un castellano neutro o panhispánico. La mayor dificultad era la cuestión formal de cómo reconstruir los poemas, para que tuvieran alguna gracia métrica y produjeran lo que hizo Catulo en latín. Hice algunos experimentos. En un poema hice tres versiones de traducción, porque una sola (lo habitual en los traductores) no daba la idea completa de lo que Catulo expresa en ese poema. Él era tan sutil para decir las cosas más espantosas, más brutales, que el mismo texto lo puedes leer como un elogio o como un insulto. Entonces en un texto que mostraba tres matices se me ocurrió hacer tres versiones, y al leer las tres queda ese mensaje que puede ser de amistad o una tomadura de pelo. En otro poema hice dos versiones, una en formato cueca, con esa métrica.
Finalmente, ¿cómo ha sido tu experiencia ejerciendo el periodismo de opinión sobre temas culturales en Las Últimas Noticias y cómo evalúas este género y temática a nivel de la prensa nacional?
-Hay una especie de tradición, que comienza con Jenaro Prieto, Jotabeche, Joaquín Edwards Bello, que crean esta figura del columnista que habla de cualquier cosa pero desde el escritorio de un escritor. Creo que esta tradición condicionó a los cronistas que siguieron. Yo me adscribo feliz a esa línea, que por lo demás ha tenido un protagonismo en Las Últimas Noticias, un diario que siempre ha tenido columnistas literarios, a pesar de que sus líneas editoriales han sido de otro tipo. Antes era un diario de crónica roja. No es como La Nación o El Mercurio, que tienen una línea de “periodismo serio”. En esta tradición, que yo llamo columnismo literario, más que lo que se dice, importa el cómo se dice. Son columnistas que están siempre atrapando la frase, y tal vez por eso son mucho más efectivos que los que están llenos de opinión. También hay un columnismo de opinión, que es el que menos me atrae, que está destinado a cierta elite, que está lleno de opinión, que pone la opinión por sobre la forma, y que a menudo termina en textos ilegibles: llenos de puntos suspensivos, lleno de puntos seguidos ubicados al azar, textos escritos a la rápida. Un columnista debe escribir rápido, pero una cosa es escribir rápido y otra es escribir a la rápida. Hay que ser rápido y certero, pero muchos columnistas escriben a como les salga, porque tienen mucha confianza en sus opiniones. Yo desconfío mucho de mis opiniones, porque está el asunto del lenguaje. Cuando escribo una sola frase, me preocupa que esa frase funcione, entonces antepongo el lenguaje a las opiniones. Hay gente que pone las opiniones por sobre el lenguaje. Me molesta mucho ese totalitarismo de la opinión.
En general, hay una línea de cronistas que se balancean entre la cotidianeidad urbana, la noticia y su mundo más íntimo, más privado, más mental. Ese es el vaivén del cronista literario: ser un sujeto urbano, susceptible de la realidad, de sentirla, pero a la vez que mezcla todo eso con su realidad íntima, ya sea su vida hogareña como su vida intelectual, lo que está leyendo, lo que está pensando, las palabras que le están dando vuelta a la cabeza, y todo eso forma un solo texto.
Leonardo Sanhueza es un poeta con amplio conocimiento de autores, géneros y estilos, con una obra sólida, muy vinculada a su experiencia pero no por ello autorreferente, tanto estética como éticamente, la cual está lejos de encontrarse culminada. Tiene aún mucho que decir y su búsqueda no se agota en una fórmula característica. No quiere ser de aquellos escritores que escriben un solo libro en muchas publicaciones diferentes.
El periplo no acaba y los lectores quedamos con ansias en seguir deleitando nuestro paladar literario con sus diversas maneras de nombrar las cosas y experiencias.