“Debemos a los que nos precedieron una parte de lo que somos. El deber de memoria no se limita a guardar la huella material, escrituraria u otra, de los hechos pasados, sino que cultiva el sentimiento de estar obligados respecto a estos otros de los que afirmaremos más tarde que ya no están pero que estuvieron”, Paul Ricoeur.
Por Francisco Marín Naritelli
Marcelo Gatica Bravo (Cauquenes, 1976) es escritor, profesor de Castellano y doctor en Literatura de Vanguardia y Postvanguardia en España e Hispanoamérica por la Universidad de Salamanca. En poesía ha publicado El mar ya no es (2020), El extramuro/ Väljaspoolmüüre (2018), Anclado al pescador de mares (2017), Crucial (2015), Portafolio: poemas a pie de página (2014). En Estonia ha coordinado dos antologías, bajo el título Vientos del sur: Poesía chilena / Lõunatuuled:Tšiililuule (2015 y 2018).
Historia universal de una trenza (RIL Editores, 2020) es un poemario dividido en cinco partes que se enraíza en la memoria familiar, una historia que se transmite de generación en generación, de abuelas, madres, tías, hijas o hermanas, donde tejer y cortar la trenza, como reconoce Gatica, hace evaporar “la cárcel del cuerpo”, “cortar y dar a luz un amanecer rompiendo la tierra, tatuando mis huellas”.
Las huellas tal vez como sinécdoque del cuerpo, como indicio ineludible del paso del tiempo. Porque el “yo es un yo corporal”, decía Freud. “Porque el cuerpo importa”, como nos asegura Judith Butler. Y la trenza constata el existir, los recuerdos, un aprendizaje indispensable sobre la tierra, la lluvia, la naturaleza, la cotidianidad, la magia. Cauquenes. El sur. El acto de contar a través de la trenza constituye toda una genealogía, una constelación, en palabras de Walter Benjamin, que acontece y se multiplica prescindiendo de la linealidad como marca o clausura.
“Las cosas no son lo que parecen. Hija, el viento, perfectamente es un ángel en pleno parto. Escucha su silencio blanco” (pág. 16).
“La abuela leía las mareas de los vientos. / Conocía su historia/ su trayecto aéreo/ el espíritu de las pisadas/ el itinerario silente de las ventanas” (pág. 61).
“El día menos pensado abriste la puerta del océano/ ese mar misterioso/ que se zampa todo” (pág. 76).
“Las horas se deslizan sobre la piel sobre el cuerpo. Me traslado al instante preciso del estruendo” (pág. 24).
La trenza implica cierto torcimiento, un espiral del cabello que no es sino el espiral de la vida. Misterio. En estos versos cargados de lirismo hay misterio, porque la palabra es sinuosa y coquetea entre el ocultar y el descifrar. Algo que se enreda, algo que permanece en las sombras, algo que coquetea con el silencio. Inasible. Tal como reconoce Irma Césped, Maestra de Literatura Medieval, “pareciera que el misterio de la palabra no dicho hubiera quedado trenzado en la infinita espiral del cabello que oculta el dolor”.
“(…) Y bajo la genealogía/ de la trenza se ancla/ como memoria/ como ventana/ como veleta de espíritus/ un magma oceánico/ que refresca la piel/ para dar/ el siguiente paso de agua” (pág. 84).
“(…) Entre las paredes de un cuaderno de caligrafía intentaba inútilmente que las palabras se fugaran de los límites” (pág. 23).
“¿Pero qué más da si la palabra hubiera sido dicha? Acaso la palabra no es viento, espíritu sin dirección. En tu caso, guardaste el soplo vital. Todo para que la palabra no fuese dicha” (pág. 28).
Hay cierta pulsión que nos recuerda a Clarice Lispector, esto es, el lenguaje como pulsión lúdica, más cerca del asombro y el descubrimiento, que de la gramática y la sintaxis. Un lenguaje que se niega a ser discurso y que se embadurna en la ininteligibilidad de los territorios infantiles.
“Hay tanta distancia entre las palabras y las cosas, aquel universo inexacto entre la habitación y el huerto. Luego del tiempo de las costuras nos lanzábamos a descubrir el lenguaje vegetal. Tocábamos las palabras (quise decir, la piel líquida de las flores). Con tu silencio cósmico por ejemplo traducíamos la fotosíntesis, el lenguaje solar de las plantas y hierbas. Entre el huerto y la puerta de tu habitación atrapamos el pulso del agua, la raíz de la luz, la lengua aborigen del barro, la huella de los días: aquella época de cuando hablábamos con los árboles” (pág. 25).
El libro, que transita entre verso y prosa poética, y que cuenta en su portada con la participación de Izak one, artista chileno residente en Estonia, también aporta desde una lectura de género. Aquí el autor es consciente por partida doble: por un lado, de la importancia de la mujer en la construcción de su propia biografía; y por otro, de la visibilización de toda una época, léase, de abuelas y madres sometidas al orden patriarcal.
“Era la época remota de las mujeres bajo la piel de los objetos: mujer silla mujer taza mujer dame el cuchillo mujer calienta la cama” (pág. 17).
“Por años te bautizaron la Muda. Enterraste en el fondo de tu cuerpo las palabras. Era la táctica para olvidar la mutilación de tu vientre” (pág. 20).
“El horizonte/ en este pueblo/ es cuadrado/ y plano/ geométricamente/ inverso para las mujeres” (pág. 79).
Pero volvamos a la memoria para terminar. Historia universal de una trenza reitera lo que Paul Ricoeur denomina el deber de la memoria, en un nivel ético y político, o sea, más precisamente, la memoria y su relación con el deber de la justicia. “El deber de memoria es el deber de hacer justicia, mediante el recuerdo, a otro distinto de sí”. Esto quiere decir que la memoria es alteridad, que solo se hace posible en el encuentro con un otro. Una deuda, claro está. Una deuda con los y las que estuvieron y ya no están. En definitiva, un proyecto contra el olvido. Un imperativo de futuro.
Marcelo Gatica. Historia universal de una trenza. RIL Editores, 2020. 86 páginas.