Eliana, la profesora motorizada.

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Por Héctor Hernández Montecinos.
El primer año básico era una extensión sobria del kínder. Letras, números, animalitos, figuras geométricas y una profesora que encarnaba toda la dulzura del preescolar, pero era todo una farsa. Desde el segundo comenzaba una realidad que no pude nunca olvidar. La protagonista sin lugar a dudas fue la señorita Eliana Chamorro. Al colegio, el Francisco Bilbao, en Conchalí, llegaba fumando, no respondía a los apoderados que la saludaban y siempre habló sin mover un músculo de la cara. Era una mujer alta, de edad indeterminada, empalidecida por tanto maquillaje, de labios rojos y pelo corto, negro, brillante. De ella se decía de todo. Recuerdo que cuando mi madre supo que sería mi profesora se aterrorizó y se armó de valor para ir a rogarle encarecidamente que me tratara bien. La penetró con la mirada y le dijo: “Señora, a todos los niños los trato de la misma manera”, luego sonrió maliciosamente. Mi madre volvió impertérrita con los otros apoderados y les narró la escena. Estaban todos impactados con el placer que rebosaba en su maldad y que hacía lucir con su cigarro en la mano. Una de las mujeres que estaba ahí dijo: “Si es camiona, son todas las camionas así”. Cuando escuché eso me sentí aliviado. Era mi salvación para esos siete años que se vendrían. Mi padre era chofer de autobuses y seguro conocía a la señorita Eliana y su empresa de camiones. Quizá hasta habrían trabajado juntos o se conocerían de algún taller de reparación de motores y esas cosas. Me sentí feliz. No obstante, en el contexto de la conversación me di cuenta que mi interpretación había sido extremadamente literal. Estaban hablando de otra cosa. Le pregunté a mi madre qué significaba ‘camiona’. Miró a los otros apoderados como pidiendo mesura en los términos y dando a entender que estaban frente a un niño. “Después te explico” me respondió. Nunca lo hizo.
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La señorita Eliana ciertamente no tenía marido, lo cual la convertía en un sujeto bastante sospechoso para la moral popular y dictatorial de mediados de los ochentas. Tampoco tenía hijos y para colmo de los rumores vivía con una ‘sobrina’, a la que quería mucho. Nadie sabía su dirección, ni siquiera la directora, pero era la primera en llegar al colegio y la última en irse. Contó alguna vez que vivía muy lejos, a dos horas de distancia o más. Eso era todo lo que sabía de aquella profesora de castellano. Siempre vestía de color negro o rojo y su ropa estaba perfectamente impecable al igual que su famoso peinado que siempre se creyó era peluca. Caminaba de una manera extraña. A cada paso se bamboleaba un poco hacia adelante, por lo cual la llamaron “la paloma yeyé”. Siempre miraba con desprecio y algo de rabia. Era una suerte de María Félix, Dietrich o Garbo con su collar de perlas plásticas que le llegaba casi a la cintura. Cuando entramos a la primera clase de ese año 1987 nos formó en dos columnas de niños y niñas y nos repartió de menor a mayor estatura. En aquella época yo era uno de los más altos del colegio, razón por la cual siempre me senté en el último asiento de la sala. “Yo soy muy estricta y me gusta que me obedezcan” sentenció. “Saquen su cuaderno de castellano y copien lo que voy a escribir en la pizarra”. Así lo hicimos y comenzó a escribir un poema de Gabriela Mistral en el que se agradecía a Dios el comenzar el día. Uno de los niños, Gregory Ayala, que vivía cerca de mí y sus papás tenían una peluquería tuvo la mala idea de ponerse a hablar con su compañero de puesto. No se callaba y todos sabíamos que algo iba a suceder. La señorita Eliana baja la cabeza, deja de escribir en el pizarrón, se da media vuelta, se acerca al puesto del muchacho y le da una bofetada tan fuerte que sus cinco dedos quedan estampados en su rostro. Fue tan impactante ver esa escena en aquella primera clase que lo único que quería era hacer uno de mis conocidos berrinches para que mi madre me sacara del colegio, pero no me atreví. Estábamos todos horrorizados. La escena no fue sólo un exabrupto, sino que se repitió durante casi toda la década que duró la enseñanza básica. En el colegio lo sabían, pero se callaban. Los otros profesores también, pues los niños les contaban que le había pegado a tal o cual. Los apoderados día tras día se organizaban para hablar con la directora o ir al ministerio de educación a demandarla. Nunca hicieron nada. Mi madre me dijo que si la señorita Eliana me llegara a tocar que me saliera de clases y pidiera ayuda. La verdad es que nunca sucedió algo parecido. De hecho, me tomó cariño y me convirtió en su alumno favorito. Tenía casi las mejores notas del curso, hacía los trabajos de artes manuales más bonitos, era respetuoso y responsable, entre otras observaciones que ella hacía al curso sobre mí poniéndome de ejemplo. Incluso me dio el cargo vitalicio de ser el responsable del diario mural. Siempre me trató con una benevolencia distinta al resto de mis compañeros. Algo veía en mí que intentó protegerme. Me hizo su aliado. Compartíamos un no sé qué que generó esa suerte de cuidado. Una vez descubrió a una niña burlándose de mí, la agarró del pelo y la obligó a pedirme disculpas o cuando no podía hacer los ejercicios de educación física me decía que no importaba que siguiera trotando. Entre esa mujer y yo se formó una relación que con los años iría dejando una impronta en mí. Toda su furia no era más que dolor. Su cólera era frustración y resentimiento. En aquella época me parecía una mujer poderosa, pero ahora que la recuerdo me doy cuenta que seguro vivía de manera muy humilde y que su tristeza era tan enorme que no sabía cómo ocultarla más que con su propio personaje. He preguntado por ahí si aún vive. Lo más probable es que no. Hace unos tres años más o menos soñé con ella. Estábamos en el colegio y se despedía de mí. Iba vestida de verde claro con un chaleco blanco. Me decía que se iba a su casa. Me daba un abrazo y caminaba para tomar el bus. Esa fue la última vez que vi a la señorita Eliana.

Mariela Ríos Ruiz-Tagle
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  • Comment (1)
  • Yo conocí a esa grande mujer q en el fondo no era tan mala como parecia si el verla ya era terrorífico su mirada y como bien dices esa leve risa q expresaba un tanto maquiavélica tambien fue mi profesora jefe y mi profe de lenguaje y si ella ya falleció hace unos 3 o 4 años aprox. Saludos 😉

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