Leo este libro pensando en mis muertos. En mi madre, en mis abuelos. En el día que entré en la habitación de mi abuelo y por la camiseta, tan blanca, corría un hilito de sangre a la altura del corazón. Pienso en mi esposa y yo gritando, tratando de impedir lo que acaecía. Gritando. Porque la muerte está unida al grito. A la resta. A algo que ya no está; aunque uno lo niegue. En resumidas cuentas todos somos Iquela y Felipe, los protagonistas de esta novela magistral de Alia Trabucco Zerán. Dos formas de darle cara al dolor. Y seguir adelante.
Por Hugo Dimter P.
Alia Karima
Hace un par de años -junto a sus compañeros de Derecho de la Universidad de Chile- caminaba por Pío Nono mientras bromeaba y se reía como una típica estudiante veinteañera. Aida gastaba su tiempo entre los estudios, la dirección de la revista Talión y el Centro de Derechos Humanos de su facultad. Al egresar postula a una Beca Fulbright para su Magister y, anhelante, se va a Nueva York. Todo marcha sobre ruedas: como posgrado hizo una Maestría en Bellas Artes, en lo que se denomina “Escritura Creativa”. Tres años en la Gran Manzana adquiriendo el conocimiento para lo que amaba desarrollar a futuro.
Como una eterna nómade Alía viaja a Londres para continuar sus estudios, ahora es un doctorado en literatura latinoamericana. “El próximo año publicaré un ensayo, titulado “Fuera de la ley” sobre casos emblemáticos de mujeres violentas en Chile, específicamente mujeres asesinas”, señala Alia, quien es editora de Brutas Editoras junto a Lina Meruane y Soledad Marambio .
Ahí se encuentra Alia hasta ahora. En Londres. Mañana quién sabe. Contradictorio: lo único cierto es que no sabemos nada.
“El escritor nunca sabe de lo que escribe”, decía José Donoso. Hay una superficie notoria en algunas novelas, pero debajo hay una capa a la cual el lector accede poco a poco. ¿Sientes que es así?
–Me parece que se ha romantizado la escritura como un proceso donde el escritor o la escritora se sientan frente a la página y son presa de una inexplicable inspiración. Y eso, aunque atractivo, oculta un enorme trabajo de lectura, corrección y reescritura. De hecho, la propia literatura de Donoso está plagada de obsesiones y escenarios que se reiteran y que construyen un universo muy coherente. Pero sí estoy de acuerdo en un punto. Creo que hay un momento, frente a la página, en que es necesario perder el control. E intuyo que a eso apuntaba Donoso. A ese instante en que surgen palabras e imágenes inesperadas, que necesariamente tuercen el camino trazado. En esos momentos la escritura se despliega y alcanza recovecos más profundos. Es casi como si una palabra llamara a la otra y una imagen se encadenara a la siguiente. Pero ese proceso que suena tan mágico no ocurre en el vacío. Lo cruzan ideas, contradicciones, reflexiones, lecturas e incluso conceptos que se trabajan literariamente. ¡Y todo esto pasa antes de que el libro llegue a sus lectores! Lo que descubre ahí cada uno, eso es aún más misterioso. Dos personas pueden leer el mismo libro y decir exactamente lo contrario.
“Perder el control”, eso se advierte en la novela. En un mundo tan estructurado y rígido pareciera que perder el control es un acto revolucionario. Desde ese punto de vista, ¿es La resta un texto revolucionario en cuanto a estilo y en cuánto a contenido? ¿Es una novela políticamente incorrecta en esos dos sentidos?
–Por algún motivo me resulta extremadamente difícil escribir un texto (cualquier texto) con un claro principio, medio y fin. Me agobia y la verdad es que no sé hacerlo bien. Incluso en textos breves, en cuentos o ensayos, tiendo a desarmar la estructura y jugar un poco. Y la estructura (o sea, la escritura) es de las cosas que más me interesan y obsesionan. En La resta, una de las dos voces lleva adelante el avance de la trama (va, pues, desde el principio hasta el final) y la otra, la que corresponde a Felipe, constantemente la horada, la rompe y la desvía hacia otros territorios. Ese desequilibrio me atrae muchísimo, aunque no podría calificarlo como revolucionario. Por otro lado, me interesaba trabajar en esta novela una visión crítica de la militancia de izquierda y de la figura de la víctima, desde la perspectiva de los hijos. No sé si hablar de incorrección política, pero sí hablaría de un intento por desacralizar el modo de hablar del pasado y así romper cierta nostalgia que tiene parte de la izquierda y que me parece muy paralizante a nivel político.
(…) obligándome a restarlo rápido, de sopetón, eliminarlo, porque agregar siempre fue un problema y sumar la respuesta equivocada: ¿cómo igualar la cantidad de muertos y las tumbas?, ¿cómo saber cuántos nacemos y cuántos quedamos?, ¿cómo ajustar las matemáticas mortales y los listados?, sustrayendo, descomponiendo, desgarrando cuerpos, eso es, usando la aritmética del fin de los tiempos, para así, de manera rotunda y terminal, amanecer el último día, apretar los dientes y restar: dieciséis millones, trescientos cuarenta y un mil novecientos veintiocho, menos tres mil y tantos, menos los ciento diecinueve, menos uno.
Restar: De una cifra eliminamos una parte y eso da un nuevo orden. Esa parte eliminada, sin embargo, ¿desaparece realmente? Tomando los últimos 40 años de la historia chilena, ¿crees que algo de ese Chile desapareció? ¿Crees que esta hipótesis se trata tangencialmente en La resta?
–Es bonita la idea de una perpetua creación a partir de un origen inestable. En el caso de La Resta, creo que no, nada realmente desaparece. Es una operación imposible la que emprende Felipe en la novela: en su desesperación busca un orden arbitrario, el de los listados, el de las cifras. Y el dolor no tiene un orden. No desaparece jamás. Tal vez se incorpora al cuerpo, ese dolor, o se adhiere a las superficies de la ciudad o al paisaje, como en los poemas de Zurita.
El dolor no tiene un orden. No se puede clasificar. Es inenarrable. Inolvidable. Hace poco fue 11 de septiembre en Chile y la ciudad no se paralizó. No fue feriado. Los tacos eran los mismos. Como si se quisiera establecer un borrón y cuenta nueva. Y yo me pregunto si acaso no somos todos cómplices de esto. ¿Dónde están los intelectuales? ¿Dónde están los trabajadores? ¿Los estudiantes? ¿Qué papel juegan los escritores en esta opereta del olvido? ¿Cuál es tu visión, como escritora de esta generación, de este nuevo supuesto orden?
Es interesante lo que pasa en Chile cada 11 de septiembre. Esa inquietante combinación de normalidad y anormalidad. Mi impresión, sin embargo, es menos pesimista. Aunque haya habido innumerables intentos por olvidar, por hacer borrón y cuenta nueva, creo que la memoria es porfiada y que Chile está pasando por un intenso momento de reevaluación. Buena parte de los conflictos políticos de hoy nacen de ese pasado: el tema del aborto, por ejemplo, que tantas ronchas sacó en los últimos meses, fue una batalla que buscaba devolverle a las mujeres un derecho que ya tenían antes de la dictadura. Y podría seguir enumerando: la privatización de la educación y de los fondos de pensiones, la mercantilización de la salud, el modelo extractivista, el inmenso poder del Tribunal Constitucional a la hora de garantizar que los amarres ultraconservadores sigan vigentes. Todos estos temas han resurgido en los últimos años como ámbitos de profunda insatisfacción social, de enorme descontento, y a esa insatisfacción necesariamente subyace un cuestionamiento de la herencia de la dictadura y de la post-dictadura. Hay que trazar una y otra vez las conexiones entre el descontento actual y nuestro pasado reciente. De lo contrario el neoliberalismo se naturaliza y se fosiliza.
Por otro lado, en el teatro, en el cine, en la literatura, hay muchísimas obras que están trabajando el tema de la dictadura desde múltiples puntos de vista que permiten interrogar el Chile de hoy. Pienso en el trabajo de Nona Fernández (tanto en teatro como en literatura), en los textos ficcionales y también ensayísticos de Diamela Eltit, en el invaluable trabajo crítico de Nelly Richard, en Macarena Aguiló, en varias obras de Guillermo Calderón. En fin, y la lista sigue…
“[…] Cuando hay muertos se debe aullar, sí, aullar hasta que no haya voz, hasta que no haya nada”. Me gustaría, por un tema personal, que me explicaras un poco tu apreciación de esta cita.
-No había visto esta oración desconectada de la página. Y me parece que, como suele ocurrir con la literatura, es una frase bastante abierta. Ahora, tras algunos años de haberla escrito, me quedo con el aullido. Un aullido es una lengua extranjera. Es algo que sólo comprendemos superficialmente: percibimos la angustia, la urgencia, pero no su contenido exacto. Como si dentro del aullido hubiera otro aullido y luego otro y otro más. Tal vez el contenido de un grito es el grito.
(…) para plancharme la piel arremangada en los huesos, esos huesos flacos que se me notaban bajo la ropa y que también se notaban en las fosas en el suelo, esos huesos que una y otra vez transmitían en la tele, sí, pero con advertencia previa al menos, no como ahora, que aparecen así nomás, uno tras otro se asoman los muertos de Santiago, de esta ciudad mortuoria que seguro-seguro no es sensible ni menor de edad.
La ciudad aparece como cuerpo y cementerio; un ser vivo, pero también un espacio lleno de fantasmas que deambulan en nuestros sueños y nuestras vidas. La ciudad aparece como búsqueda y huida, como necesidad y rechazo; en definitiva, la urbe mantiene una tensión de pertenencia con los protagonistas de las distintas generaciones. Los personajes mencionan la posibilidad de marcharse, pero nunca se deciden a ello.
– La ciudad es también una casa. Es la pared que sigue a la propia pieza. En el caso de esta novela, Santiago está cubierta de cenizas que la enrarecen. Pero supongo que los personajes habitan distintas capas de esa misma ciudad. Felipe habita la noche y se relaciona con los animales, con los quiltros, con los pétalos de las flores y los muertos. En el caso de Iquela, tal vez su ciudad sea un extraño duplicado, suya y al mismo tiempo habitada por el pasado de sus padres. Algo espectral. Y ambos, Felipe e Iquela, quieren y no quieren huir, o tal vez sí quieren, pero ya es imposible esa fuga. Sería como escapar del propio cuerpo ¿no? Como desencarnarse.
Literatura chilena: ¿Mucho marketing y narcisismo?
–Creo que la literatura en general no está ajena al narcicismo y al marketing, pero no veo que esto sea especialmente grave en Chile. Es igual en todos lados. Lo bueno es que en Chile sigue habiendo espacios muy valiosos que se mantienen relativamente al margen del gran mercado: editoriales independientes que publican literatura más radical y minoritaria, por ejemplo, y me parece que ahí el marketing tiene menos importancia.
(…) yo soy el único que hace cosas útiles aquí, cosas imprescindibles como encontrar muertos y restarlos, cómo no se me va a notar la pena con tantos ojos, porque todo el mundo lo sabe: uno duele por los ojos y yo tengo cientos, millones de ojos
Podrías explicar el concepto de “Escritura como detonación”
– Creo que esa idea surgió a propósito de una pregunta por la música. Por la melodía presente en La resta. Y aunque para mí el ritmo es clave a la hora de escribir (tanto así que todo lo leo en voz alta y muchas veces murmullo mientras escribo), pensar la literatura como algo armónico me parece peligroso. La literatura que más me interpela, la que más leo y releo, suele ser bastante incómoda, a veces violenta, otras veces muy aburrida. No le tengo miedo a esa incomodad. A sentir desesperación, tedio, asco. En ese sentido, la palabra detonación me parece más sugerente.
El término pos-dictatorial ¿acabó en algún minuto o sigue vigente, incluso en la literatura chilena?
– Creo que mantiene su vigencia política en la medida que el país aún no tiene una democracia plena. Sigue vigente la Constitución de 1980, plagada de enclaves autoritarios como los requerimientos de quórum calificado o el Tribunal Constitucional. Entonces, decir post-dictadura es una manera de nombrar algo incompleto, de visibilizar que esto que tenemos no es realmente una democracia plena. Pero tengo mis dudas de si el término tiene alguna utilidad en el campo literario. Si bien se ha escrito muchísimo sobre la dictadura y sus consecuencias, muchas de esas novelas pueden leerse también desde otros ángulos y abordan estéticamente otros problemas. La literatura, finalmente, es mucho más oblicua que la política y no creo que se puedan traspasar los conceptos de un lado a otro sin problemas.