“Los infelices”, de Fesal Chain: “Una época que no iba a volver jamás”

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Por Nicolás Poblete Pardo
 
La palabra ‘infeliz’ es fuerte, ya que puede ser pronunciada como un insulto muy duro, pero también porque puede verse como el adjetivo de los más desafortunados. Los ‘infelices’ (VISUAL+ 2019), en plural, el título de la novela de Fesal Chain, vienen a ser los personajes que circulan por esta narración que nos lleva al terrible pasado dictatorial de nuestro país, una debacle histórica que traspasa múltiples esferas sociales, y que permanece en nuestras psiques como el más reciente de los traumas.    
“Los infelices” proyecta una voz narrativa ágil, accesible, con la que resulta fácil identificarse, quizá por el tono llano y por los detalles en los que se fija, y que le permite hacer un exhaustivo retrato del escenario urbano en el que transcurre la acción. Con suma fluidez la narración nos sumerge en la domesticidad en la que habitan sus personajes. Referencias a la   Plaza de armas y a un sinfín de marcas metropolitanas llenan las páginas de la novela; el efecto es el de situarnos en un pasado reciente nostálgico, en vísperas de ser perdido. Quizá el gran tema de “Los infelices” sea la nostalgia, aquella búsqueda del tiempo perdido.
Este tiempo que se ha perdido, una “época que no iba a volver jamás” la vemos desde el inicio, con el personaje de la madre de Carlos (el protagonista). Ella, apodada “la Beata”, lava y plancha ropa para “otros”. El padre es una figura ausente. Paradójicamente el padre, quien huye, vende productos para “toda familia decente”: sábanas, toallas, frazadas, etc. Los productos que oferta, apelando a la decencia del núcleo familiar, no llegan a su propio entorno, ya que la familia de Carlos no alcanza a conformarse como tal. De hecho, la madre sabe que el padre huirá y, entre rezos y plegarias, se propone sacar adelante a su hijo. Su misión es un tipo de antropofagia: a medida que Carlitos crece y comienza a educarse, ella cae y cae, deja de rezar y finalmente muere.
Estos inicios no son descritos ni con angustia ni con quejas. Al contrario, hay un dejo de resiliencia y empuje. La domesticidad, los ajetreos de clase media, donde se consume borgoña con frutilla, italianos, cervezas, pichangas, retrata un universo encantador que se intenta conservar o, al menos, evocar. El café Santos en el centro de Santiago, El Pollo Stop, los Cobres de Vitacura, “Las Flechas” (“Las lanzas”), el Ómnium, son también marcas de una ciudad que ya no existe en ese imaginario. Es el desencanto, unido a una nostalgia por los tiempos pasados, el que Chain retrata en su novela, donde resaltan personajes clave, como Marcela (su esposa, aburrida de la abulia de su marido, cesante en el momento de comenzar la novela), un doctor, llegado desde el sur, que recuerda momentos tormentosos de la dictadura y que relata el bombardeo a la Moneda; Roberto, antiguo compañero que encarna la mutación oportunista y que se ‘renueva’ en un Chile neoliberalizado, vistiendo una chaqueta de advenediza modernidad.
 
-¿Cómo concebiste el personaje de Marcela? Ella es quien piensa, a través de la voz narrativa, que “esa época no iba a volver jamás”. Respecto a Carlos, admite: “Un enorme abismo se había abierto entre ellos”.  
En particular, cualquier intento que traté de hacer en un principio, para armar estructuralmente la novela como historia o relato y pensar en personajes como arquetipos, no me dio ningún resultado. De hecho, cuando me di cuenta de ello, comencé a escribir realmente (más menos en la séptima u octava versión del texto definitivo). Dicho esto, “no concebí” ningún personaje con anterioridad a que comenzaran a desplegarse por sí mismos. Lo que sí puedo admitir es que realicé varias lecturas de la época y de mujeres de derecha. Leí un libro muy desconocido de Silvia Pinto: “Los días del arcoíris”, escrito en 1972. Ella fue periodista de El Mercurio y parlamentaria del Partido Nacional; de Mariana Callejas, sus memorias y también entrevistas y novelas. Y leí una investigación sobre las mujeres de derecha en el periodo 1970-1973. Pero el personaje de Marcela tiene a la vez mucho de recuerdos personales, de mujeres que conocí cuando niño y hasta adolescente. Todas opositoras a la Unidad Popular. Muy en la onda de aquellas que marcharon contra Allende en la concentración de las ollas vacías, me parece que el año 1971. Conviví con ese tipo de mujeres. Cuando Marcela habla de “esa época que no iba a volver jamás” habla de la UP y de lo nuevo que a ella se le aparece como una promesa. Respecto de la crítica a Carlos, ese tipo de mujeres tenían una postura bastante radical no sólo de la Unidad Popular sino de sus maridos, a quienes observaban carentes de coraje, un tanto pusilánimes y muy tradicionalistas como opositores a la izquierda. Según todo lo que leí y de los recuerdos que tengo, ellas consideraban que había que tener una postura frontal contra el totalitarismo en ciernes. Ahora, Marcela si bien es una mujer en ese estilo, no es una militante o alguien metida en la política, sino más bien alguien educada en los valores de una derecha combativa y participante de una época en que todas las mujeres independientes de su ideología o educación, comienzan su liberación sexual (la píldora anticonceptiva) y entran de lleno al mercado laboral y no dependen tanto de los hombres.
Portada Los Infelices (2)
-Cuando Carlos retoma el control laboral, gana un poco de dinero y su ánimo se repara. Dice estar feliz porque puede invitar a Marcela a comer, y eso “lo reconfortaba y lo hacía sentir más hombre”. ¿Qué nos dice su personalidad en términos de género? ¿Es esto parte del pasado del que no se puede escapar?
Carlos es un hombre débil para su tiempo, tanto durante la UP, como para el golpe y los primeros años de dictadura. Fue criado por una madre de carácter fuerte, ahogante para él y por cierto sin caer en algo mecánico, elige inconscientemente una mujer parecida a su madre. No podía ser de otro modo. No conocía un tipo de mujer distinta o no era capaz de verla. Ahora, es cierto, como te planteo en la respuesta anterior, que si bien las mujeres comenzaban su liberación individual y social justo en las décadas del ’60 y ´70, todavía el hombre tenía un rol heredado de proveedor y de controlador de la vida familiar y de la relación, cuestión que Carlos no era, en absoluto, capaz de hacer. Entonces de algún modo se queda con la “maqueta” del rol o su caricatura, y claro, cuando es capaz de triunfar, (según él), comienza a actuar como macho o lo intenta. Pero sin adelantar nada, le resulta muy ajeno poder desenvolverse así.
Haciendo un breve resumen de ambas preguntas en relación al tema de género, yo creo que Marcela es una mujer dominante, mucho más machista que el propio Carlos y él, un hombre que no encaja en el rol de macho. En este sentido la novela siempre juega con el invertir o mostrar rasgos en personajes que por costumbre son opuestos a dichos rasgos. Pasa con Roberto que no es sólo el oportunista, sino también el victimario, que a la vez fue víctima. Aquí Carlos es víctima de su mujer (y de Roberto) y ciertamente de sí mismo, de su ingenuidad.
 
-El estadio nacional es símbolo de jolgorio futbolero, pero es también un depósito de traumas, como vemos con el recuerdo de Hernán, amigo detenido allí, y sus memorias del hombre encapuchado. El doctor, después de atender a un hombre, quien le regala un salvoconducto para ir gratis a ver partidos al Estadio Nacional, piensa en la posibilidad de encontrarse, de estar en el mismo lugar que el hombre del rostro oculto. Háblanos de estos lugares donde confluyen emociones conflictivas.
Elegí el Estadio Nacional, no por ser un lugar común en cierta cultura de la izquierda, sino porque a mi entender es un lugar poco común. Te explico. Allí existió en los días posteriores al golpe, “el encapuchado del Estadio Nacional”, un hombre de izquierda que, según la realidad o el mito urbano sobre este personaje (no está claro), fue víctima de la Unidad Popular, al parecer sus compañeros de partido le habrían quemado su casa. La cuestión es que el tipo es un vengador anónimo, con su rostro cubierto. Pero, además, el Estadio Nacional, y esto puede ser novedoso para las generaciones que no nacieron en dictadura, fue desde la historia y el pensamiento social un espacio de encuentro, tal como dice su nombre, nacional, de la comunidad entera, donde no se hacían diferencias mayores, no importaba ni la ideología, ni la clase social de quienes se congregaban allí y en especial tampoco sí pertenecías algún equipo en particular. En las graderías todos compartían. No como hoy, que es casi un campo de batalla. Entonces el doctor, al ir al estadio en plena dictadura, desea rescatar aquel mundo, pero no le resulta mucho, pues sabe que en ese recinto se quebró ese mundo que desea de vuelta. Entonces yo trato, en sola una escena, de mostrar la contradicción vital de muchos chilenos y chilenas que necesitaban seguir viviendo normalmente, pero que sabían que esa vida normal era más bien un relato, un cuento que se contaban a sí mismos para poder seguir adelante, tolerando el nuevo mundo. Fue, y yo lo vi muy de cerca, una estrategia de sobrevivencia y no de olvido. Se trataba de construir un texto íntimo capaz de aguantar el horror.
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– “Siempre fueron iguales. Pero ya no importa. Están en el poder y no se van a ir. Aplastarán a cualquiera, como en esa fotografía de los tanques frente a la hilera de cuerpos botados en la berma. Y van a instalar, lentamente, la «verdad»”, reflexionar el doctor. Después de varias décadas, ¿han cambiado las cosas?
No, en esencia no han cambiado. Por una razón muy simple: “ellos” a los que se refiere el doctor, es decir la derecha económica, política y los militares, ganaron. No son los nazis de la Segunda Guerra bombardeados por los Aliados y los Soviéticos y tomando pastillas de cianuro, ni los fascistas y el mismo Benito Mussolini y su amante, colgados en la plaza de Loreto de Milán en 1945. Ahora cuando el doctor lo dice, no sabe que eso va a pasar, lo siente, lo intuye.
 
-En la fiesta a la que acuden, en la que tienen que mostrar su cara más hipócrita, Carlos tiene una revelación: “En ese momento, entendió́ que su vida iba a seguir así́. No era llegar, hacer la pega, recibir la plata e irse a casa. Siempre iba a tener que compartir con ese tipo de personas, dejar que lo rodearan, le escupieran la saliva borracha en el rostro. Porque, en el fondo, ellos permitían, toleraban su existencia”. ¿Qué tipo de aprendizaje hay en esta reflexión?
Tiene mucho que ver con la pregunta anterior. En principio, está esa dominación inicial, brutal, militar, a la que se refiere el doctor y luego el desarrollo más sutil de esa dominación. La progresiva instalación de la verdad y la vivencia subjetiva por parte de quienes no son integrantes centrales del poder. Eso se traduce en lo que piensa íntimamente Carlos, “ellos permitían, toleraban su existencia”. Es decir, la vida de un sujeto y su reproducción como sujeto, la siente como un permiso, como una dependencia que el mismo poder la ejecuta como codependencia. En ese sentido, las respuestas a ambas preguntas, apuntan a la construcción del totalitarismo, esta vez neoliberal para nosotros, pero que, en definitiva, para mí, no es muy distinto al totalitarismo del socialismo real. Éste último tiene otras herramientas económicas e ideológicas, pero el sujeto las vive del mismo modo en las dos realidades, como un castigo brutal, cuando es necesario, y una vigilancia de la consciencia y un permitir la propia existencia en la medida que es capaz de adaptarse o ser cínico frente a los mecanismos del poder. Hay otros que, sin estar en el centro del poder, les gusta ese totalitarismo, porque les conviene, es el caso de Roberto.
 
-Háblanos del engaño, visto en el affaire entre Marcela y Roberto. ¿Qué nos dice esto de la noción de lealtad?
Trato de mostrar que las relaciones sociales y de amor son, en definitiva, instrumentales, en una época en que lo instrumental se yergue como el pensamiento y la acción por excelencia. Hay una mínima referencia de la propia Marcela a la lealtad que le debe a Carlos, porque la acompañó durante sus días más difíciles antes y durante la Unidad Popular. En su pobreza y en su lucha por progresar, pero eso lo olvida rápido. Ella siente que Carlos no es capaz de mirarse a sí mismo como triunfador. Si bien no es un derrotado político, simplemente él no encaja en la nueva lógica. Cuando Marcela se encuentra con Roberto ve al macho que está a la altura de ella, de su propia determinación de dominar. Además, es un tipo que está al menos en la periferia del poder y fue capaz de reconocer la derrota y cuan equivocado estaba en el pasado. Marcela no se pierde. No se va a quedar con el derrotado, pues ella es parte integrante de los triunfadores. Así construye su deseo sexual. Por lo demás ella va rápido y no va esperar. De eso se trata el poder: El dejar atrás o anular a quienes son débiles e incapaces de seguir el ritmo y el proyecto personal y social que el poder promete y exige.
 
-Hacia el final la voz de Pinochet sigue penando e, incluso, la cordillera de los Andes se presenta como un mausoleo. ¿Por qué optaste por este final?
Una infidencia, el final era aún más ahogante. No quiero dar detalles, por los futuros lectores. Pero no tenía ningún atisbo de esperanza. Este es un juego de palabras. Yo siempre leo la letra de la canción nacional de Chile de un modo distinto al que lo leen muchos o quizás todos. Cuando dice “que o la tumba serás de los libres”, la frase se refiere a que los que mueren en Chile son libres. Yo lo veo como la tapa del féretro sobre los libres. Es decir, un país que es capaz siempre de acallar y enterrar a los libres. Probablemente por eso la Cordillera se aparece en este final como Mausoleo, como lo que amuralla al territorio, o como esa tapa a punto de caer. Y como Chile es tan angosto, encajonado por este Mausoleo y por el mar, entonces estamos en una cornisa que nos impele a caminar muy en puntillas, encerrándonos u obligándonos a tirarnos al mar, que no necesariamente es morir, puede ser salir, viajar, para no volver.

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