Lom Ediciones
Antes.
Cuando las primeras gotas caen en este pueblo llamado Santiago (grande, trágico y festivo) nos reunimos con Rodrigo para entrevistar al periodista y escritor Gustavo González Rodríguez.
Desde el piso 11 se advierte la vida íntima de aquellos que han abierto las cortinas en los departamentos de los edificios circundantes. Casi todas son mujeres. niñas, jóvenes o adultas, con sueños inmaculados que ingenuamente se preguntan qué hay más allá de la cordillera que -desde donde nos encontramos- pareciera tocarse con los dedos.
Gustavo González Rodríguez pone música clásica y por obra del Espíritu Santo todas esas mujeres comienzan a danzar. Es un espectáculo maravilloso que solo se da en estos edificios una vez al año -cuando llueve y la ciudad pareciera retroceder en el tiempo hasta la década del 60-. Niñas, jovencitas y ancianas bailando ballet con gracia y una ternura que cautivaría al peor de los mortales. Al finalizar se asoman a las ventanas y desde ahí envían besos en dirección al departamento donde se encuentra Gustavo. Es en ese preciso e inolvidable momento que sale el sol y el destino dicta que iniciemos la entrevista sobre su libro “La muerte de la bailarina”. De más está decir que el momento quedará para la posteridad y que cuando todos nosotros estemos bajo tierra los gusanos bailaran y asumirán que el l futuro es siempre un sueño frustrado.
La descripción señala: “Un pequeño pueblo ve convulsionada su vida cotidiana tras encontrar muerta a una mujer de 40 años, la bailarina del cabaret, en la pensión donde vivía. Su muerte repentina es un misterio, que provoca las conjeturas más inverosímiles entre los habitantes del villorrio. Se sospecha de la esposa celosa del latifundista que la frecuentaba en el cabaret, de un amante secreto que le habría robado sus ahorros, pero también se considera la hipótesis del suicidio por tristeza o de una venganza relacionada con su pasado misterioso, ya que había llegado al pueblo hacía solo un año, sin procedencia conocida”. Pero ese es sólo la génesis. Hay mucho más que eso.
