Por Hugo Dimter P.
Fotos de Melp: María Eugenia Lagunas Peirale.
Un grupo de hombres sentados al atardecer junto a la fogata. Alrededor de ellos las serpientes. Río abajo lo desconocido. La imagen podría simbolizar hoy a los periodistas de trinchera y su entorno.
Marcelo Mendoza Prado, el mítico periodista que se inició en Apsi, que dirigió las revistas El Canelo y Patrimonio Cultural, que escribió con Fernando Villagrán La muerte de Pinochet y publicóTodos Confesos está hoy sentado frente al fuego reflexionando. Marcelo pasa por un periodo interno de inflexión y ha retornado a la poesía que, según confiesa, nunca abandonó. Las serpientes se mueven junto a él, pero Marcelo no les tiene miedo. No lo tuvo antes; menos les va a temer ahora. Al menor atisbo de peligro Marcelo, cual talquino bizarro, saca su pluma para defenderse y escribe. El río emite una música extraña, pero Marcelo parece entenderla.
Esta mañana la bruma y el smog cubren Santiago y Marcelo me espera en calle Huérfanos esquina con Ahumada. Su figura es difusa, fantasmal, mimetizada con el entorno. De su boca salen burbujas que flotan cual vaho.
-Llego tarde -me excuso, sabiendo que le molesta la impuntualidad.
Trae dos libros que le he encargado, así que vamos al bar de La Unión Chica donde me cuenta que está viviendo en Valparaíso y que le gusta la brisa marina. Esporádicamente viaja a la capital con una mochila llena de poemas y proyectos diversos.
La contaminación se deja caer sobre la calle Nueva York y parece maldecirnos con el silencio. Un talquino ladino y un osornino cabezadura que nunca van a entender Santiago porque acá nunca llueve, porque hay poco pasto y porque las estrellas no se ven en el firmamento. Punto.
Primera historia. Marcelo Mendoza y Gonzalo Rojas. Todos Confesos.
Una mirada al siglo XX a través de vivencias personales.
nosotros los anarcas
nosotros los anarcas
estamos aquí
porque dios quiso que cuestionáramos a dios
nosotros los anarcas
preferimos silbar bajo la lluvia
a vociferar del aguacero
nosotros los anarcas
jugamos a asentarnos en la anomalía
antes que sentarnos en una silla musical
nosotros los anarcas
nunca estaremos contentos del todo
pero podemos sonreír por nada
Marcelo Mendoza le dedica ese poema al vate Gonzalo Rojas. Y me narra esto:
“La antigua Feria del Libro en sus inicios -antes de recalar en la Estación Mapocho- se ubicaba en el Parque Forestal, al aire libre. Era libertaria, gratis. Yo estaba en la universidad, puede haber sido el 85. Deambulaba un día caluroso por ahí, en el stand del Fondo de Cultura Económica, después de almuerzo. Pongamos que fue un lunes, un día en que no no andaba nadie. Había leído el año anterior -debe haber sido el 84, casi seguro, porque estudiaba arquitectura en Valparaíso- en un pasquín un poema de Gonzalo Rojas. Se llamaba “Los letrados”. Muy corto. Me encantó. Entonces ahí estaba mirando en el estante del Fondo de Cultura Económica el libro Del Relámpago. Gonzalo Rojas casi no había publicado en editorial chilena: sólo Ganymedes, editorial del poeta David Turkeltaub, lo había editado acásolamente. Yo estaba buscando “los letrados” en el libro Del Relámpago y le pregunto a un señor bajito con sombrero de marinero negro, peladito, que resistía la canícula sentado: ¿cuánto cuesta este libro? Y él me dice que no tenía idea. Y agrega:
-¿Cómo son las cosas? Yo lo escribí, pero no sé cuánto vale.
-¿Usted es Gonzalo Rojas?
-Sí.
Conversamos un par de cosas y me dijo:
-¿Por qué, si hace tanto calor, no vamos a tomarnos una cerveza?
Fuimos a un bar de José Miguel de la Barra y ahí debemos haber estado como hasta las 9”.
Conversaron de todo junto a las botellas de Escudo que iban quedando arrumbadas como mudos testigos de una amistad que recién se estaba construyendo y que sería memorable.
-Él se estaba yendo a la universidad de Utah. Tuvimos un intercambio epistolar y me pidió que le mandara poemas. Y así lo hice -confidencia Marcelo.
-Esa faceta tuya es desconocida. ¿Tienes muchos poemas?
-Sí. En los 80, plena dictadura, yo era uno de los poetas del Campus Oriente de la Universidad Católica; mi amiga Vivi Ferrer era plato fijo cantando maravillosamente en las peñas y yo era plata del staff “poesía”. Habían muchos actos culturales, y también exclusivos recitales poéticos. Una vez hicimos un jápening con mi amigo Erick Pohlammer: se llamaba “nos habíamos aburrido tanto”. Fue en el Instituto de Estética, una performance con escritura automatic, en la que el querido Gastón Soublette hizo improvisaciones en piano y una ex polola bailarina improvisó unas danzas de gallinas. En el ultimo tiempo de mi pasó por la u, hice dupla con otro poeta, un personaje extraordinario de la fauna del Campus Oriente: Lupus, así se hacía llamar. Con él hicimos una revista (un número) que se llamó Zuácate o Chucha, exclamó la princesa. En fin. Años después Gonzalo Rojas me contó que me había publicado algún poema que le envié en una revista mexicana. No sé si eso fue cierto: lo cierto es que nunca la vi. Cuando viví en España publiqué un librito (22,3 poemas perdidos), una autoedición de 40 ejemplares para regalarles a mis amigos españoles, con poemas viejos. Es una tarea pendiente, pero hay gente que a mí me conoció de mi época universitaria que no veo nunca y cuando se me aparecen para ellos yo soy “el poeta” -señala Marcelo riendo.
Pero volvamos a Gonzalo Rojas. Mendoza nos cuenta del diálogo para Todos Confesos:
“La entrevista a Gonzalo se desarrolló durante un día completo en Chillán y tuve la suerte de que estaba particularmente luminoso, entregadísimo, porque yo había estado varias otras veces con Gonzalo Rojas, incluso alojando en su casa de Chillán, y creo que éste era el día perfecto, de más luz en él. Estaba juguetón, sin censura, sin autocensura (dado que a veces te ocurre que se dan esas cosas), me esperaba con un gran estado de ánimo. En el libro creo que se transmite lo que te digo. Estaba físicamente impresionante, porque iba a cumplir 90 años. Llegamos al mediodía con Álvaro Hoppe que hacía de fotógrafo y de cámara video. Nos estaba esperando con un pisco sour. No uno: varios pisco sour. Yo pensé: “Se me va a dormir Gonzalo y sólo tengo este día…”. Pero estaba súper embalado, tomaba, y no se me empezó a dormir: el que se me empezó a dormir fue Hoppe.
Te lo prometo: estábamos ahí y a Hoppe se le cerraban los ojos, y tanto que lo empezó a huevear Gonzalo. Después almorzamos, no sé si era cazuela, más una botella de vino entre los dos. De hecho, le dije: “Gonzalo, yo tengo toda la tarde, no puede cagarme usted, así es que no se me vaya a quedar dormido…”. “No, mijito, está loco”, me dijo.
Bueno, a esa altura del partido Hoppe ya estaba a punto de ponerse pijama y tirarse en una lona (ríe). Incluso se fue a dormir. Gonzalo le dijo: “Mira, tiéndete ahí un ratito, una media hora”. Y Hoppe durmió una siesta… Gonzalo nada, seguimos sin parar… Estaba mejor que yo (ríe).
Me mostró su casa, que ya conocía, claro, pero tenía aderezos nuevos: estaba haciendo una suerte de palafito, subimos y él mostrándonos eso, muy activo, muy entregado -sentencia Marcelo. Y continua:
-Te voy a contar algo que no se lo dije a nadie: Gonzalo Rojas iba a presentar Todos Confesos. Eso fue a mediados de enero de 2011. Tuve largas conversaciones previas por teléfono sobre eso, él estando allá en Chillán. Ya había tenido una grave crisis de salud como en octubre, pero ahora estaba bien y encantado de venir a presentar el libro. Llamé a su hijo, Gonzalo Rojas May. Pero ya había tenido un deterioro. Igual su hijo me dijo: “Él quiere ir. Mira, déjame ver, voy a ver”. El lanzamiento era el día jueves y un día viernes de la semana anterior Gonzalo hijo me dice: “No, estás frito, no puede viajar, no podemos hacer nada, no está en condiciones: tuvo un bajón”.
Después entró en un estado de inconsciencia hasta que murió en abril, pero estuvo desde fines de enero más o menos así. No sé si inconsciencia es la palabra, pero quedó out, totalmente out. Una persona viajó a Chillán al día siguiente del lanzamiento y le mandé el libro. “Entrégalo, anda a la casa”, le pedí. Me avisó que se lo había entregado a una mujer con instrucciones de que se lo pasaran inmediatamente; pero no había seguridad que lo leyera, que era lo que yo más quería. Tuve mis aprehensiones: ¿le iba a parecer bien lo que quedó publicado? Las tuve porque no censuré nada y había dicho bastante, cosas que podían caer mal, como sus referencias a Neruda. A comienzos de febrero lo trajeron a Santiago, ya estaba en pésimas condiciones. Y nunca supe si había alcanzado a leer mi libro. Ahora lo que voy a contar es bonito… Cuando muere Gonzalo Rojas, en abril, yo no fui a velarlo al Museo de Bellas Artes. Pero sí fui piolita a Chillán a su entierro, fui con un amigo al que le dije que me acompañara, fui como un NN. En Chillán todos eran NN, cabros chicos de la escuela de Lebu, pura gente del pueblo. Creo que la única persona de Gobierno que estaba allá fue el ministro de Cultura, Luciano Cruz-Coke. La iglesia no podia estar más llena. Después fuimos al Cementerio de Chillán, al entierro, habló gente. Yo me iba yendo, no saludé al hijo ni a nadie, en mi condición de uno más, un NN más. A Gonzalo hijo no lo conocía personalmente, aunque había hablado por teléfono. Me volvía a Santiago y me devolví. Me acerqué a Gonzalo jr y le dije: “Mira Gonzalo, soy tal persona. Déjame darte el abrazo que no pude darte a tu padre antes”.
Y bastante emocionado me respondió: “Tengo que decirte algo: lo último que hizo mi papá, antes de entrar en la inconciencia, fue terminar de leer tu libro. Cerró tu libro y no estuvo para el mundo”.
Me emocioné muchísimo y se me cayeron las lagrimas. Yo estúpidamente le dije: “No te creo”. Me miró como con cara de regaño y me respondió: “Crees que en un momento como éste voy a estar inventándote algo así”.
Fin de la cita.
Marcelo Mendoza y Enrique Gómez-Correa: Casi inmortal
Braulio Arenas, Teófilo Cid y Enrique Gómez-Correa fundaron La Mandrágora en el Liceo de Talca, pero el que fue Mandrágora hasta el final, el único, es Gómez-Correa. Marcelo Mendoza ha lanzado bajo el alero de su actual proyecto (Mandrágora Ediciones) la reedición del libro “Reencuentro y pérdida de la Mandrágora” de Gómez-Correa. Y no se queda sólo en eso: tiene muchísimas horas de grabación desarrolladas durante largas y amenas entrevistas de finales de los 80 con Gómez-Correa, el mago.
-¿Cuál de ellos – de los Mandrágora- terminó mal? Uno que era muy bueno para el trago -pregunto saliéndome del tema.
-Teófilo Cid. Terminó mendigando y era de familia con no poca plata. Era de Temuco y llegó a Talca a estudiar. Ahí conoció a Gómez-Correa y a Braulio Arenas. De los tres orígenes, Cid era de los que tenía más dinero.
Marcelo vuelve a Gómez-Correa:
-Hoy existen pocos ejemplares de su obra. Son muy escasos.
-¿Cómo era Gómez Correa? ¿Un tipo surrealista y simpático?
-Lo conocí cuando trabajaba en Apsi. A principios de 1987, yo tenía 23 años. Me mandaron a entrevistarlo porque se estaba muriendo. Cuando entré a la casa salió su mujer, llamada Walkiria, lo que es muy notable porque toda la Mandrágora surge por el amor por los poetas románticos alemanes. La mujer se llamaba y se llama, porque está viva, Walkiria de verdad: el nombre no se lo puso él. Y ella me dice: “Apúrese en entrevistarlo porque no pasa este mes”. Tenía un cáncer terminal y a él lo tenían instalado en el garage de la casa, que le habilitaron como su casa-habitación. Yo entro y él estaba en cama, no se podía mover, y me dice: “Apuesto que mi mujer le dijo que yo no pasaba de este mes”.
Yo no hallaba qué responderle. No le iba a decir que me había dicho eso. Y Gómez Correa apesadumbrado me confiesa, de entrada: “Mi mujer cree que yo me muero este mes. Regaló todos mis ternos franceses, toda mi ropa, y yo no me voy a morir. Me quedan muchos años de vida. Yo no me voy a morir todavía”.
Y era verdad: no se murió hasta 8 años más. Aprendió a volver a caminar, siguió escribiendo, y nadie se explica qué pasó con el cáncer terminal. Gómez-Correa estaba desahuciado y cuando lo operaron el médico le dijo: “Voy a ser bien sincero: de 100 usted tiene un 2 por ciento de posibilidades de sobrevivir a la operación”. Y él le contestó: “Yo soy poeta, creo en el azar. Me juego a ese 2 por ciento”.
Así se tituló la entrevista, ese era el título.
-¿Después mantuviste algún vínculo con él?
-Lo iba a ver; no a cada rato. La última vez no me atreví a llamar por teléfono porque pensé que se había muerto. Había pasado tiempo desde mi última visita. “No puede estar vivo aún”, pensé. En la revista El Canelo publiqué unos poemas inéditos y lo llamé por teléfono. Me contestó él: “Claro que estoy vivo”, dijo riéndose.
Gómez-Correa tenía todo un cuento con las plantas, con la magia. Cuenta Marcelo que hizo magia en Ecuador, se instaló en la calle como un mago: el mago Mandrágora. Cuando estaba con cáncer, su hija vivía en Paris y estaba casada con un francés. Ella iba caminando y se encuentra con Jacques Hérold, que era un pintor surrealista bastante conocido, muy amigo de Gómez-Correa. De hecho Gómez Correa tenía su casa llena de cuadros de Magritte, Victor Brauner, Granells, un español, también Maruja Mallo, otra española. Y Jacques Hérold le dice a la hija: “Me acaban de avisar que se murió Enrique. Estoy muy triste”. La hija quedó destrozada y llamó por teléfono a Santiago. Pero le contestó el propio Enrique. “Papá, me acaba de decir Jacques Hérold que te habías muerto”. “No. No me he muerto, estoy aquí”. Cuento corto: Hérold murió intempestivamente como una semana después. Y Gómez-Correa todavía seguía vivo… Era casi inmortal.
El mundo ha cambiado. Todos hemos cambiado. Marcelo ha escrito una infinidad de poemas desde principios de los 80. Hasta hoy que los aires poéticos han vuelto a besarle el rostro y el alma. He aquí algunos de sus trabajos inéditos a los cuales tuvo acceso Urbe Salvaje. Esta es una primicia.
ellos no me quieren, ellas sí
no me quiere, para nada
el crítico literario ése
con quien antes incluso
jugaba a la pelota:
ahora practica el juego de omitirme
su castigo es hacer como
si yo no existiera
en letra de molde
nunca entendí de cuándo
i dónde
le vino el resentimiento
éramos poto i calzón
i yo que nunca le hice nada
malo
no me quiere, para nada
el colega ése
para quien yo era su referente
en el trabajo pero también
cuando jugábamos cacho
en las noches del inés de suarez:
desde hace años que le soy
un buen estorbo
i me ningunea
nunca entendí de cuándo
i dónde
le vino el resentimiento
íbamos a ver las mismas películas
i yo que nunca le hice nada
malo
pero sí me quiere esa
guapa exquisita
con quien me junto los martes
a tomarnos una copa de ron
a eso de las 7, nunca + tarde
porque su marido
que es crítico literario
se cabrea si llega al amanecer
pero sí me quiere esa
maravillosa amiga sexual
desde adolescentes
que me dice aún cosas lindas
cuando ando un poquito down,
aunque nos vemos tarde
mal i nunca
porque su marido es otelo
un colega ninguneador
envidioso i resentido
que se cabrea si ella llega después de las 3
(metro sta. lucía, 30/1/12)
él está feliz
él está feliz
se le nota radiante la sien
ella está feliz
se le nota en su vulva jugosa
el vecino está feliz
la vecina también:
qué manera de hacer juerga
los condenados!
el compañero de banco está feliz
se mea de felicidad
i la danzarina
i la astronauta
que bailan ingrávidas
a mandíbula batiente
i también el vendedor de escobas
i la niña que pide en la calle
carcajean jajajá
tal como ríe ese viejo
cascarrabias
a quien sólo un cataclismo
como éste le provoca un poco de alegría
(llegando a pta arenas, 6/12/11)
para qué se hizo dormir?
para qué se hizo dormir?
tal vez para negar la atiborrada vida
cuando duele i cuando es gozosa
o para entrar a la muerte
de a poco
se hizo para reemplazar el artificio
de doparse
o para hacernos ver que
la lucidez diurna es un engaño
para qué se hizo dormir?
para soñarte sin miedo
libre
como una yegua ardiente desatada
para que te asesinen i resucites
para no volver a soñar despierto
para mostrarte que vivir no es nada nuevo
para qué se hizo dormir?
es muy probable para evitar el suicidio
o en una de esas para impedir un crimen
para salir i después entrar
para volver a creer que respirar vale la pena
para no molestar al personal
(metro alcántara, 22 de noviembre de 2011)
Poéticamente Marcelo Mendoza tiene la fuerza y una sabiduría que la da el oficio y la vida. Que la da el campo, pero también la ciudad. Los viajes, el ir y venir. Pero volvamos a Todos Confesos. Le pregunto a Marcelo sobre cuál de los entrevistados fue el más difícil o menos participativo.
“De todos los personajes de mi libro, yo creo que el menos se entregó, el más compungido que yo sentí, el más reprimido también, fue Volodia Teitelboim* y se nota en la entrevista. No quiso contar mucho, hermético total. Varias veces se sintió muy incómodo.
-¿Por preguntas especificas?
-Sí, en el fondo no me dejó preguntarle por Claudio, su “hijo” que en todo caso cuando yo fui todavía la cosa no reventaba; pero yo sabía. Por eso me sorprendió tanto cuando la cosa revienta y Claudio Teitelboim aparece asombradísimo. Yo sabía, yo me lo había contado un amigo antiguo militante del PC. En el mundo comunista esa historia era bien conocida. Ahí ves tú el secretismo comunista. Esa cosa de secta…
-¿Cuál de todos fue el que más te gustó o te llamó la atención?
– Eso es como preguntarle a un hijo a quién quiere más: a la mamá o al papa… que es lo que yo siempre le pregunto a mi hija.
-Pero tiene que haber habido alguna entrevista que te dejara más satisfecho.
-Creo que todas están hechas con mucho cariño, con mucha empatía con el otro. Pienso que a lo mejor la que menos hubo fue la de Volodia; pero ahora no es que tampoco haya habido nada. A mí me costó sacarlo, el tipo era rígido, cuadrado, temeroso en el fondo. Pero en las otras, aunque no digan tremendos titulares, tú los notas que están hablando con el corazón. Porque la motivación para hacer este libro con viejos de 80 para arriba era hablar así, a calzón quitado en el momento en que está muy próxima la muerte y ya no hay nada que perder, ya no tienes que andar cuidándote las espaldas, ya no tienes que estar pensando si yo digo esto me va a traer estas consecuencias. En general yo llevé las conversaciones a ese ámbito humano, a las personas, no a los personajes. A mí se me da bastante esa empatía porque converso más que entrevisto. Entonces eso va generando dialogo en la confianza. Porque no puedo hacerlo de otro modo, no es un interrogatorio.
Lo que me gustó mucho hacer fue estar con la Lukó De Rokha. Es que yo siempre fui rockheano de adolescente, y para mí ésta era la última oportunidad decompartir con los De Rokha, y ella me encantó. Creo que eso se transmite también en la entrevista. Yo quería que ella estuviera para el lanzamiento, que viera el libro, y viera lo que salía. Pero la maldición rockhiana, podemos llamarla así, lo impidió. La mujer estaba súper bien y se murió, se murió antes. Pablo De Rokha era como el personaje de su “Escritura de Raimundo Contreras” -que a mi modo de ver es uno de los grandes poemas y libros del siglo XX, por lo menos de habla hispana-, que es de una métrica totalmente revolucionaria porque no tiene puntuación, no tiene mayúsculas… Es del año 1926, y es un libro donde existe este huaso, pero que lee a Rabelais y Nietszche. Es muy culto, en un contexto muy existencialista, cosa que es súper difícil de construer porque también es un poema rural, muy difícil por esos dos códigos. De hecho hace poco, hace menos de mes, conocí a una profesora de literatura, y estaba llevándole una tesis a un tipo que era sobre ese libro y me decía que el muchacho estaba vuelto loco, que no sabía qué hacer, no sabía cómo agarrarlo porque era una cosa muy rara. Está la modernidad, están las vanguardias… y el campo chileno, el mismo que yo conocí en mi infancia.
-¿A quienes quisiste entrevistar y no pudiste?
-Quise entrevistar a Miguel Serrano y de hecho estuve en su casa como para empezar y después me mandó un email diciendo que no. Creo que la gestora de su negativa fue su mujer, una española fascista muy joven. También quise entrevistar a Sergio Onofre Jarpa y me dijo que no, que estaba dedicado a sus nietos, pero no de mala gana. Incluso después me quedé con la duda, si hubiera insistido más…, pero él no quería. Creo que él se hizo el tonto y eso lo tenía definido.
Yo tenía una lista como de 30 personas y fueron quedando estos. Me hubiera gustado también un empresario viejo y tampoco se dio. Pero está bien los que salieron por ahí… Por ahí me ha criticado alguien o más de alguien que no hay nadie de derecha. Y yo he respondido que éste no es un libro de los tres tercios. En ningún momento he estado diciendo: “Ahh, tantos de derecha, tantos de izquierda, tantos de centro. Para nada”.
Epilogo
Nos volvemos a encontrar con Marcelo en El Liguria de Tobalaba. María Eugenia Lagunas lo retrata en unas bellas fotos que se unen a esta crónica. Pasamos una tarde agradable entre bebidas y recuerdos, entre risas y deseos de cambiarle el cariz a Santiago. Conversamos de Borges, de Sabato, de Cortázar. Recordamos a De Rokha y su nicho junto a Winnet. “Eso es muy significativo”, dice Marcelo. “De Rokha yace en un nicho con su mada mujer. Neruda fue un cadáver trashumante, pero por razones políticas. Él no yace en un nicho. De Rokha sí”. Se nota que Marcelo Mendoza es rokhiano hasta la médula. Ahora su editorial Mandrágora ha lanzado el libro Ciencia Gastronómica, recetas de guisos, potajes para postres, con un autor desconocido que recopiló estas recetas en 1851, época en que no habían relojes ni medidas, así que las recetas señalan “cocinar un rato, o echar un poco de…”. Este libro es parte de una trilogía de libros con caja de cartón incluida, ideal para regalársela a un amigo o amiga. Gran idea para sibaritas amantes de lo pantagruélico, aunque en Chile cada vez quedan menos.
Cae la noche. La gente sale de sus trabajos y apurada retorna a casa, al calor de sus hogares. Al mágico embrujo del fuego. Lo más lejano de las serpientes.
* El trabajo literario de Volodia Teitelboim, por el cual fue galardonado con el premio de los Juegos Florales de 1931 y el Premio Nacional de Literatura de Chile el año 2002, destaca por las memorias, biografías y ensayos. Su primer libro, publicado en conjunto con Eduardo Anguita en 1932, Antología de la Poesía Chilena Nueva, recopila a los grandes poetas de Chile y desata una fuerte controversia en la época, ya que omite a Gabriela Mistral, acentuando la pugna entre Vicente Huidobro, Pablo de Rokha y Pablo Neruda, con quien cultivó posteriormente una estrecha amistad desde 1937. Tres años antes, fue precisamente Teitelboim quien señaló que el Poema 16 de Veinte poemas de amor y una canción desesperada del futuro Premio Nobel es una paráfrasis del Poema 30 de El Jardinero, de Rabindranath Tagore. Aunque en su momento detractores de Neruda, como Huidobro y De Rokha, intentaron utilizar la anécdota para acusar a Neruda de un supuesto plagio, el hallazgo pasó a la historia de la literatura universal como uno de los más bellos ejemplos de paráfrasis. Para Marcelo Mendoza no existen ambigüedades: Fue plagio, y se acabó.