Por Loren Sanchís
La montaña es algo más que una inmensa estepa verde, de Omar Cabezas (León, Nicaragua, 1950), se convirtió en un relato de referencia casi obligatoria para intelectuales y periodistas que en la década de 1980 se interesaban en la literatura que producía Nicaragua bajo el entonces gobierno revolucionario de los sandinistas (1979-1990).
El relato de Cabezas -que fue comandante guerrillero sandinista- ganó el Premio Casa de las Américas en la rama de testimonio (1982). Pero Cabezas resiente las acusaciones de escritor en su contra. Cuenta en esta entrevista que el relato, traducido en varios idiomas y que fue una ventana para comprender parte de la historia de su país, nació de plena desnudez: con su novia de turno, luego de la hora del amor, donde contaba sus experiencias, mientras su pareja grababa, para luego transcribir el relato.
La montaña es algo más que una inmensa estepa verde es un texto de cercanías, sin ninguna duda. Julio Cortázar escribía en una carta dirigida a Omar Cabezas: “Sin duda ya sabrás por muchos otros lectores que una de sus características más salientes es la imantación, quiero decir que apenas se lo empieza a leer uno se queda como pegado a él y ya es imposible abandonarlo hasta el final”. Y el poeta nicaragüense, José Coronel Urtecho, expresó que el libro estaba escrito “en nicaragüense, en puro nicaragüense, en la lengua que todos nosotros hablamos”.
– Cuando se publicó La montaña es algo más que una inmensa estepa verde, de repente su nombre pasó a formar parte del panorama literario nicaragüense. ¿Qué recuerda del súbito interés por su relato?
– Lo primero que me provocó fue mucha presión. Verdad, porque una vez que se publicó el primer libro, me empezaron a presionar por el segundo. Entonces, esto me provocó mucha angustia, una presión social, política, masiva. Aquí en Nicaragua fue la presión más grande. Me paraba en un semáforo y la gente montada en un bus me decía: ´¿Y el segundo libro?´. Si iba a un restaurante o a una fiesta, la gente me presionaba mucho por el segundo libro. Igual ocurría en el extranjero. Entonces, la primera cosa fue que me provocó una presión sicológica de alguna manera, pero además me ocasionó acusaciones infundadas. Como, por ejemplo, que me acusaban de escritor. Y esa acusación yo nunca la he asumido, nunca aceptaba que me acusaran de escritor.
– ¿Usted cómo se consideraba? ¿Autor, un testigo, alguien que cumplió con el deber de la memoria?
– Yo tenía ganas de hablar. Una razón muy egoísta. Tenía ganas de contar lo que había vivido. Y hay que recordar que el libro yo no lo escribí: el libro yo lo conté. Este libro no es escrito: este libro es hablado, a una grabadora, con una muchacha. Lo que yo quería era hacer el amor y contar las cosas que yo había vivido. Y eso lo contaba completamente desnudo, además. Después el libro tuvo mucho éxito por el premio (Casa de las Américas) y todo este rollo. Quiero decir que esto está alejado de pretensiones de educación, de formación… Más bien, tiene que ver con mi característica: que yo tenía ganas de hablar, pues. Como estaba la revolución empezando, me presentaban como si fuera escritor. Y me preguntaban cuál era mi opinión sobre la revolución y los intelectuales, que cual era el autor que más había influido en mi vida… Y quiero aclararte que cuando hice este libro, lo único que había leído, porque yo no era un lector de literatura, yo era más bien un lector de sociología; soy abogado de profesión, pero a mí lo que me fascina es la sociología. Y entonces, me hacían esta pregunta que cuál era el autor que más había influido en mi obra. Ninguno decía, porque yo solo había leído El Quijote de la Mancha, porque me lo impusieron los profesores del primer año de universidad, de la clase de español. Claro, de tantas preguntas, tuve que empezar a leer, porque me daba pena. Por vergüenza personal, más bien.
– ¿Cuándo sintió la necesidad de contarnos esta parte de la historia clandestina de Nicaragua?
– Lo que ocurrió es que yo conocí a una periodista, a una reportera de guerra del Washington Post, en plena insurrección, y estaba bajando de la montaña en dirección de Estelí, precisamente. Se llamaba Alma Guillermo Prieto. Ella y yo nos hicimos amigos, 15 días antes del triunfo de la revolución. Después, ella me llamó diciéndome que la editorial mexicana Siglo XXI le había financiado un libro que era una historia oral de la revolución y ella pensaba hacerlo a partir de entrevistas con comandantes, y quería que yo fuera uno de los comandantes. Entonces yo le di una entrevista, hicimos como 12 horas de grabación. Después ella me entregó un fólder y me dijo: “Mira, vos sos escritor y no te has dado cuenta”.
-¿Por qué?- le pregunté.
Ella me dio una trascripción de la grabación que hicimos en su casa y me dejó leerlo. Y cuando lo leí, pues me quedé encantado. Ella me dijo que era textualmente lo que había dicho y entonces, me dijo que escribiera. Yo le dije que no, que era loca. Y se fue.
Mi oficina era contigua a las del comandante Bayardo Arce, que tenía una secretaria que se llamaba Nazarena Navas. Era bella, era linda y me gustaba. Yo no hallaba cómo entrarle a ella. Ella era lectora de literatura latinoamericana, yo siempre la miraba con libros de García Márquez, Vargas Llosa, Galeano. Entonces, para acercarme a ella empleé este truco.
Una vez le dije: “Nazarena, fíjate que una periodista loca del Washington Post me vino a decir que yo era escritor por esto. Le dije: Léelo amor, y entonces lo empezó a leer. Me dijo: No me friegues, esto es literatura y de la buena; tienes que escribir. Y si no podes escribir, pues grabas”.
¡Y cómo me voy a poner a grabar?Voy a parecer loco, así con la grabadora: bla bla bla bla.
-No, –me dijo—, yo te acompaño a grabar”.
-Bueno- le dije, entonces empezamos a grabar; vale decir, empezamos a hacer el amor y grabábamos desnudos. Ella lo transcribía después. Cuando se dio el primer año de la revolución, invitamos a todos los grandes intelectuales de América Latina en aquel tiempo. El padre (Ernesto) Cardenal, que era ministro de Cultura, en una conspiración con la secretaria, publicó sin mi permiso ni autorización un extracto de la grabación en uno de los primeros ejemplares de la revista Nicaragua. Ese 19 de julio, después del acto de la plaza de la revolución, Bayardo Arce dijo: “vámonos a mi casa a echarnos unos tragos”; él le dijo a todos los intelectuales. Estaba García Márquez, estaba Eduardo Galeano, Julio Cortázar, y no sé quién más… Pues ahí estuvimos hablando de cualquier cosa, de la organización del pueblo, etc. Pero, indefectiblemente, García Márquez, el Gabo, metió el tema de la literatura. Estaba diciendo que no es cierto eso de las musas para inspirarse, que la mejor musa era una mesa de trabajo con una página en blanco y fajarse, y escribir, y que eso requería oficio. Y que había que guardarla seis meses y volver a sacar la página y corregirla. Así era el oficio. Empezó a decir que aquí en Nicaragua van a ver que van a hacer una nueva literatura. Dijo: “Aquí acabo de leer un trabajo muy bueno y se ve que el hombre, el compañero que lo escribió, lo pulió: se mira que lo trabajó… Es comandante incluso, cómo es que se llama…Se llama Omar Cabezas”. Todo el mundo se volteó y yo me puse colorado. ¡Hay mi madre!, pensé, ¡si supiera este hombre que lo hice desnudo, que no lo corregí nunca, se va a morir! Entonces me quedé calladito. Y eso me puso una presión, verdad. Los compañeros me decían que escribiera. Pero esta compañera que me había ayudado a grabarlo se fue para Panamá, porque era panameña. Entonces yo deje de grabar. Pero me gustaba la idea de hacer el amor y grabar. Luego yo me encuentro con otra amiga y le expliqué cómo hacía las grabaciones. Después ella se fue para Bulgaria a estudiar. Yo todavía era soltero y cuando me encontraba a una amiga yo le proponía hacer las grabaciones…Y así fue, fueron unas cuantas noches bellas con unas amigas lindas.
Un buen día me llamó Ernesto Cardenal y me dijo: “Omar, fíjate que en Cuba hay un concurso que se llama Casa de las Américas”. Yo ya había oído a Leonel Rugama hablar de este concurso, pero claro, este concurso era para los grandes escritores, con referencia. Entonces le dije que estaba loco, que cómo se le ocurría proponerme este concurso. Cómo iba a concursar en literatura. “Si, -me contestó Cardenal—, pero hay un premio para testimonios”. Me daba lo mismo: cómo iba a mandar mi testimonio para que un jurado que no conocía, escoja cual vida es más bonita entre todos los libros que están contando su historia. No me parecía ético concursar para saber si mi vida era más bonita para que la premien. Yo tenía un problema con esto.
“No, –me dice— pero esto te corresponde a vos, puede servir de ejemplo para los jóvenes, las generaciones del futuro y esto…”
Por el lado político me cogió, pues. Bueno, le digo, pero fíjese que no tengo las grabaciones, porque mis amigas se quedaban con los casetes de recuerdo, porque les gustaba cómo hablaba… Y no solo esto, además Tomas no me va a dar permiso porque estamos hasta aquí de trabajo, porque yo era viceministro.
-No–me dice Ernesto Cardenal—, yo voy a hablar con Tomás.
Un día, Tomás me señala: “Omar, subí. –él estaba en el quinto piso y yo en el cuarto—. Mira, me dice, me dijo Ernesto que vos querés sacar un libro. ¡Yo no quiero hacer ni mierda!, la conteste. Él es el que quiere que yo lo haga. Tomás replicó: Bueno, de todas maneras esto es importante y por esto te voy a dar ocho días para que escribas este libro. Te voy a conseguir una casa en la Laguna de Apoyo, voy a ver para que te metan todas las cosas que vos necesites. Y me vas a escribir este libro en ocho días, porque tenemos demasiado trabajo. Y ándate ahora”, terminó.
-Pero mira, Tomás, es que no tengo los cassettes, y tengo que contarle la verdad al viejo.
-Anda que te los presten- dijo.
Fíjate que ninguna de mis amigas quería prestarme los casetes. Al fin, aceptaron darme una copia de los casetes. Me metí ahí con todas las copias, simplemente las ordene cronológicamente con todos los documentos y cuando faltaba un lapso de seis meses que no contaba, entonces yo escribía y le ponía un puente. Estuvo el libro, lo mande al premio.
Como a los tres meses, a mí se me había olvidado esto, me llamó Tomás: “Omar, me acaban de llamar de Cuba diciendo que ganaste”. ¿Que gané qué?, le pregunté. ´El premio´, me contestó. ¡Hijuelagranputa, qué jurado más irresponsable!, pensé. Y ahí empezó todo…
Luego, hasta 1988, por ahí ó 1989, no me acuerdo bien, me vino la presión para escribir el segundo libro. Eduardo Galeano me había dicho que mejor hiciera tres libros, que hiciera una trilogía, porque en este tiempo él estaba escribiendo Las memorias del fuego, y estaba con la onda de la trilogía. Entonces, teóricamente yo me metí a hacer la segunda parte de las tres, pero estando ahí durante un mes de vacación, yo me dije: ¿y cuando regresemos, la gente va a empezar a preguntar: y el tercero? Y me va a meter una presión como la que me metieron para el primero. Entonces me tiré no una trilogía, sino que hubo un libro así como de 700 o 600 páginas. Y en este momento perdimos las elecciones y como que se perdió el interés por la revolución y se desorganizó la parte del Frente que miraba mis libros, porque yo done mis derechos de autor para los huérfanos de la guerra y para Los Pipitos.
– Hoy en la actualidad, ¿ya no piensa grabar… ya no, digo, escribir?
– Yo me casé con la última mujer con quien grabé el primer libro. Es madre de mis gemelos, que nacieron con síndrome de Down. Fue lo que me inspiró a fundar Los Pipitos. Ellos nacieron en septiembre de 1986, en 1987 hicimos la asociación de padres de familia Los Pipitos, y en 1987-88 hice el segundo libro y después, en este ínterin, perdimos las elecciones. Los primeros años fueron años muy duros en que los gringos trataron de demolernos, trataron de acabar con todos los logros de la revolución, y trataron de demoler al Frente. Los gringos tienen el sentido de remate. Como nos golpearon con la pérdida del gobierno, trataron de irse a fondo, sin importarle las consecuencias. Entonces yo pensaba tal vez escribir un tercer libro. Como que ya te sentís un poco picado, que ibas contando una historia y quieres saldar la cuenta con el lector, con la juventud, con el mundo o con lo que sea. Porque el libro, el primero, por ejemplo, tiene más de 400 ediciones en 27 países. Fue nominado varias veces, se hizo una película que se presentó en el festival de Nueva York, fue muy divulgado hasta el día de hoy. Acabo de regresar de Venezuela, hace como 15 días, que nos invitaron los chavistas a hacer un intercambio de experiencia allá. Y después que estuve en una conferencia en una universidad, llegaron varios jóvenes y profesores a que les autografiara un libro y descubrí que era un libro pirateado por un editor español. Sentía la necesidad por escribir quizás unos cuentos, quizás una novela. Pero no soy un escritor de profesión. Hasta ahora ando con una gana terrible de contar lo que paso de 1990 para acá. Por eso quiero ocupar una conferencia que di cuando estuve en Santiago de Chile. Anteriormente estuve en Chile cuando yo era vicepresidente de una organización en la Universidad y fui a un congreso estudiantil continental que había allá. Ahí conocí a Allende y también a Víctor Jara y me acuerdo que le caí muy bien, pues amanecimos una noche bebiendo vino en las escaleras de un edificio, hacia un frio terrible y amanecimos en las escaleras que dan en las aceras. Entonces cuando me invitaron allá, me fui. Me invitaron a hablar y cuando empiezo a hablar yo ya no puedo dejar, esto es mi problema. Me van a mandar los filmes y las transcripciones grabadas de las conferencias que di allí. Y dos meses después me invitaron a Venezuela y también pedí el favor que me mandaran grabaciones.
Ahora me muero por contar lo que ocurrió. Entonces, no hay que asustarse si aparezco con un tercer libro contando la historia de lo que pasó de 1990 para acá, que me parece que es una odisea por todavía estar aquí platicando nosotros, porque los norteamericanos se tiraron una operación de demolición del FSLN después que perdimos las elecciones. Y no han podido pues, más bien vamos para arriba. Parece más bien que vamos a hacer un gobierno de nuevo en un par de años. No solo es que no nos detuvieron, porque claro, nos pegaron muchísimo. Pero empezamos a resistir, a reagruparnos y vamos para adelante. Perdimos el gobierno por los votos cuando lo ganamos a balazos. Bajados a votazos, minándonos por la guerra. Y entregamos el gobierno normalmente y después de 15 años volver de nuevo por los votos. Y a mí me gustaría contar toda esta experiencia de lo que fue la resistencia que hay contra los gringos. Claro, remontando las cosas para atrás, obviamente. A mí me encanta la idea de hacerlo.