“Los hispanizantes políticos que ayudan a Nicaragua desde su escritorio o desde un club de estudiantes, harían cosa más honesta yendo a ayudar al hombre heroico, héroe legítimo, como tal vez no les toque ver otro, haciéndose sus soldados rasos”. Sandino. Gabriela Mistral, 1931. Por José Miguel Carrera Jóvenes mujeres chilenas, años después, respondieron el llamado Gabriela. Antes de partir fueron bautizadas con seudónimos de guerra: Julia, Elena, Ada, Gisela, Mayra, Elda, Oisis, Betty, Doris y Aleida. Diez nombres que están inscritos en la historia de Nicaragua. Dos de ellas, Mayra y Ada, eran madres cuando emprendieron el viaje. La primera, dentista, tenía una niña de dos años, y la segunda, cirujana, una hija de apenas un año. Eso no fue razón para dudas cuando les plantearon la misión encomendaba por la revolución cubana. Luego del traslado aéreo -vía La Habana, Ciudad de Panamá y Liberia en Costa Rica- en camiones llegaron a la zona de guerra en Peñas Blancas. Inmediatamente fueron distribuidas en el teatro de operaciones, en baterías de cañones o morteros; otras en las columnas guerrilleras y en el puesto médico principal de la retaguardia, ubicado en la guardarraya del paso fronterizo tico-nicaragüense. Cuando llegaron había un solo médico nicaragüense, que era visto por los jefes guerrilleros como el “cura heridos”. La atención a los heridos fue estructurada de inmediato y de forma escalonada, desde el borde delantero hasta la retaguardia. Julia asumió como jefa. Para organizar los servicios médicos debieron realizar exploraciones y conocer las diferentes sintomatologías presentes en esa modalidad de combate, determinando los tipos de heridos que se podían atender en cada nivel y los que necesariamente debían ser evacuados a Costa Rica porque requerían atención mayor. Las chilenas recorrían con su fusil al hombro y el bolso médico toda la zona, a pie, a caballo o en vehículo. Se trasladaban a buscar medicamentos desde la retaguardia al borde delantero, evacuaban los heridos y lógicamente, eran parte de los combates con la Guardia somocista. Según el comandante nicaragüense Javier Pichardo (“Emilio”), uno de los principales jefes guerrilleros del Frente Sur, después de la llegada de las médicas chilenas: “no hubo casos de muerte por falta de atención médica, como solía ocurrir anteriormente”. Al poco tiempo recibieron mapas para marcar los datos de las unidades que atendían. Transformaron un carro acoplado e hicieron un eficiente Puesto Médico al lado de la carretera Panamericana y -con la ayuda de chilenos especialistas en ingeniería militar- construyeron uno de los mejores refugios de la guerrilla. Hasta instalaron una cocina para asegurar comida extra, que complementaba las raciones frías de alimentos que se repartían a los guerrilleros. Pasaron de todo. En una ocasión los internacionalistas uruguayos les llevaron un costillar de vacuno, medio descompuesto. La zona era ganadera y con los bombardeos aéreos y la artillería era normal encontrar animales muertos. Las doctoras revisaron la carne, pero igual la cocinaron, entregaban las raciones con una pastilla adjunta, para los efectos posteriores de semejante sopa, una eventual “diarreíta”. Conocida entre los combatientes fue la historia del “vapo”, o pavo al revés. No sé cómo estas doctoras se consiguieron un pavo en medio de la guerra. Acordaron una clave para compartimentar su futura degustación, que no alcanzaría para todos. Sólo algunos privilegiados sabían lo que se estaba cocinando y que la palabra clave para comer, era “vapo”. Justo antes de empezar a servir, comenzó un ataque artillero enemigo, rápidamente se dio la orden de “a los refugios”. Terminado el bombardeo salieron del refugio a saborear el pavo. Lamentablemente sólo encontraron el caldo, alguien más pillo aprovechó el ataque y se robó el ave. Nunca más se supo del famoso pavo. En otra ocasión, estando en ese lugar, comenzó un nuevo bombardeo, pero reforzado con la aviación enemiga. Rápidamente a los refugios, siempre se trataba de demostrar a los guerrilleros nicaragüenses de que era innecesario exponerse como mostraban las películas “tipo Rambo” norteamericano, imaginando que uno parado al borde de las trincheras resiste y muestra más valor. Las trincheras son un recurso usado para proteger a los combatientes, sobre todo cuando las condiciones de la guerrilla devienen en guerra de posiciones. En esa ocasión estaba también Joaquín, un oficial artillero convaleciente de los efectos de una bomba de quinientas libras que le estalló casi encima, estaban además Julia, Mayra y otras compañeras. Protegidos en el refugio esperábamos que terminaran de caer los proyectiles, comenzó a llover violentamente y todos nos apretujamos. Pasaba el tiempo y seguía el ataque, nos mirábamos nerviosos, hasta que alguien dijo que contáramos historias para matar el tiempo. Mayra me quedó mirando y dijo: “Bueno broder, tú que eres medio político, aprovecha de darnos la orientación política y así pasamos el tiempo”. No se sabía cuánto tiempo podía durar esa encerrona, estábamos todos tiritando de frío por la mojada, a pesar de que era Centroamérica y no el sur de Chile. No se me ocurría qué decir. De repente miré al suelo, vi un par de hojas embarradas y les dije: “Bueno, aquí está el informe político compañeras y compañeros, presten atención”, y empecé a leer esos papeles. Eran hojas de una revista gringa tipo Playboy, igual seguí leyendo la historia, que obviamente iba subiendo poco a poco de tono. Me escuchaban atentamente en medio de los estallidos y la lluvia tropical, nadie detenía mi lectura, todo lo contrario. De repente empezaron a reír y a reír, y me preguntaban en qué escuela militar había estudiado el tipo de formación política que estaba entregando. Entre las carcajadas pasó no sé cuánto tiempo, decían que había que tener cuidado con mi estilo de educación política.
Sin duda una de las experiencias más dura y dramática fue en los días finales de la guerra, cuando Mayra y Gisela recibieron el cuerpo sin vida de Days Huerta Lillo, oficial artillero comunista chileno. No era, claro está, el primer chileno muerto en esa guerra, Juan Cabezas Torrealba y Mario Guerra Ruiz militantes del MIR, habían caído antes. A Days lo traían envuelto en un saco y debieron prepararlo para darle sepultura temporal. Cuesta imaginar el impacto para ellas, sobre todo cuando se trataba de un compañero y amigo, contaban que tenía dos heridas de esquirlas en un costado del pecho, las que le produjeron la muerte. Llorando en silencio limpiaron con mucho cariño su cuerpo, y luego lo depositaron en el cajón de morteros que haría de ataúd. Colocaron dentro su boca una placa metálica con sus datos personales, para identificarlo cuando terminara la guerra, no se sabía cuándo. Fue enterrado con honores militares, esto quedó reflejado en muchas fotos y en una filmación que aún no ha sido encontrada. Terminada la misión, estas diez mujeres de honor formadas en la especialidad de Servicios Médicos, fueron condecoradas por el Estado de Cuba, con la Medalla Internacionalista de Primera Clase y treinta años después, el Ejército de Nicaragua las hizo merecedoras de la Medalla de Honor “Soldado de la Patria”, por ser además, fundadoras de las FFAA de ese país hermano. Varias de estas doctoras entraron legalmente al país en los años ochenta y brindaron apoyo médico a los combatientes rodriguistas que enfrentaban la dictadura de Pinochet. La compañera Elda, cuyo verdadero nombre era Ana Flores, falleció en noviembre de 2009 en Santiago, era parte de ese grupo de mujeres que por compromiso social y humanismo asumieron la vida militar para aportar al término de los crímenes de la derecha en Chile. Mujeres valientes, fraternas y sencillas, que en medio de los avatares que vivieron, supieron ser madres, hijas y excelentes compañeras. Hoy la mayoría de ellas se desempeñan en el sistema de salud chileno. Antes, mucho antes que este selecto grupo de diez militares internacionalistas lo fuera, dos jóvenes chilenas, “Carmen” en el Frente Urbano en Managua y “Emilia” en el Frente Sur, ya apoyaban y combatían en la clandestinidad al dictador Somoza en las filas del FSLN, son también muy reconocidas por los sandinistas. Luego del triunfo de la revolución, “Adriana”, “Erika” y “Channy”, socialistas de verdad, eran parte del naciente Ejército Popular Sandinista, y en años posteriores en Chontales, otra región de Nicaragua, “Julia”, “Natalia” y “Mayra”, combatían fieramente a los contra revolucionarios en las filas de un Batallón de Lucha Irregular. Todas ellas también cumplieron el sueño de Gabriela Mistral. En Chile también hubo muchas combatientes, cómo olvidar a la doctora “Verónica”, no se había graduado cuando las diez primeras muchachas partieron a Nicaragua, ingresó tiempo después en forma clandestina a Chile, se incorporó al FPMR, hasta que fue detenida. Compartió la cárcel de la dictadura, con grandes combatientes, que en esa dura época fueron encarceladas y torturadas, cuyas historias están todavía por escribir. Ellas nunca perdieron su dignidad y son ejemplos para las nuevas generaciones. Para todas estas Mujeres de honor, el homenaje que se merecen este 8 de marzo. Construyamos un Chile Digno José M. Carrera @JosMCarreraC Santiago de Chile