Por Guido Flores
El Antiguo Arte de Rayar los muros de la Ciudad
Tatuando Santiago
“Y yo grabaré mi nombre
En la corteza de un tilo
Pensando que eso no sirve
Para nada… “
Desde que el hombre es hombre se ha dado cuenta que el popular ejercicio de rayar los muros, ha sido una manera de hacer que las ideas se perpetúen, en libertad, sin mano editorial. Sobre todo porque es el modo más barato de hacerlo.
Todos, o casi todos alguna vez rayamos furtivamente el baño del colegio o nos atrevimos a publicar nuestros romances en el tronco de algún viejo árbol placero.
Parece que ya está todo escrito, pero no: aun hay mucho por rayar. La ocupación del espacio público, hacer estos tatuajes imprudentes pareciera ser la muestra de la enorme necesidad de expresar algo que estamos seguros nunca serán públicos, que está ajeno al razonamiento oficialista que lo estandariza todo.
La abuela de un amigo que perdí repetía cada vez que veía un rayado en el barrio donde crecí, “la muralla, es el papel de los canallas”. Claro, después me di cuenta que esos rayados llamaban a resistir el gobierno de Pinochet.
Me parecía graciosa la señora, lo decía como en broma, pero lo decía en serio. Después comprendí que esas palabras condenaban la única manera de hacer públicas esas ideas, esos sentimientos que aquellos temerosos tiempos acarreaban. Es cierto, algunos fueron muertos por ráfagas uniformadas cuando rayaban con sus pensamientos esos paredones. Pero más que estampar ideas libertarias o revolucionarias, el rayar murallas también se convirtió en una cuestión de sentimientos, incluido el placer de rayar un muro prohibido por la autoridad.
Hoy es un recurso muy utilizado por los políticos que se candidatean a algo, no importa a qué. La idea es hacer que su nombre resuene entre los electores. Sin embargo, muy a pesar nuestro, la mayoría de estos rayados carece de creatividad y belleza, excepto algunos murales que por lo general no duran mucho.
En realidad, la muralla es como el diario del pueblo: blanco de campañas publicitarias, de cantantes, grupos religiosos, circos, y una gran lista de anónimos recitales juveniles y no tanto también. En suma, es como un diario que no cobra por publicidad.
Esa maldita costumbre de rayar
Si nos fijamos, en los colegios, en los liceos, restoranes, universidades, y en todo buen murallón accesible y otros no tanto -liso, ojalá blanco- estos son como una gran galería donde se revelan las personalidades más extremas de nuestra urbe, desde el rayado más conservador, hasta el más radical, sexomaníacos, revolucionarios, fascistas, adoradores del falo, poetas, futboleros…
Y si tratamos de encontrar algo de esta historia, los libros no arrojan muchos antecedentes. Se habla que este fenómeno es llamado por los entendidos el grafitti moderno y los primeros antecedentes conocidos sobre este tema nos llevan a Nueva York, el epítome de la convivencia de las razas.
Era el año 1962, cuando una Bárbara y una Eva escribieron su nombre en el muro, y esto es porque fecharon ese día como el de su unión. Luego, un joven mensajero que acostumbraba a viajar en el Subway Rayaba los vagones con su nombre y el de la calle donde vivía: TAKI 183. La evolución de estas marcas o rayados en el metro neoyorquino dio origen a un nuevo estilo: el que hizo famoso a un tal Spin, quien dibujó enormes letras verdes con marcos blancos en la puerta de un carro en 1973.
Al otro lado del charco miles de jóvenes clamaron su disconformidad con el sistema en la revolución de Mayo del 68, en París. Algunos de esos grafitti, ya clásicos como el “prohibido prohibir”, “Mis deseos son la realidad” o el no muy optimista “Mejor un final espantoso que un espanto sin fin”.
En Chile, los rayados y murales poseían una temática similar. Representaban ideas políticas y estaban inspirados en los “héroes” de la época. Particularmente la Brigada Ramona Parra, del Partido Comunista en los años sesenta y setenta, que seguían la estética de los muralistas mexicanos.
Durante el régimen de los uniformes en Chile la situación impulsó a que la gente apreciara más este arte a finales de esos oscuros años de represión. Famoso fue el mural del ajedrez, con el rey puesto en jaque por un peón solitario, haciéndolo caer. Solamente supe que ese mural lo hicieron unos estudiantes socialistas de la Universidad de Chile.
Más tarde la pasión por la libertad se fue trasladando hacia los estadios, donde la Garra Blanca y Los de Abajo disputaban territorios y supremacías. A principios de los ochentas se hizo conocido en las micros el símbolo de un fanático del equipo de la Universidad de Chile y del grupo musical canadiense Rush. Este hincha luego pintó una sábana con su emblema, “Fredy U Rush” y lo colgó en la reja del estadio, hoy el resultado es conocido. Donoso es su apellido y su consigna fue famosa, pero el exabrupto duró hasta que el Fredy se fue al Servicio Militar.
El Hip Hop, en la calle misma
Hoy la práctica se realiza a escondidas como ayer, en las sombras, anónimamente algunos se publican a través de los llamados Tags, que son como firmas hasta hoy, impulsada por la creciente popularidad de la cultura Hip Hop. Porque el grafitti volvió a surgir con la ayuda de este fenómeno, el nacimiento del rap a principios de los años ochenta.
Puede que sea una mala costumbre, pero para mí el arte no lo puedes hacer sólo en un cuadro: Tú lo haces donde sea. Rayados los puedes hacer donde quieras. Ahora que la gente opine que está feo o mal hecho, no sé -me dice Jimmy Fernández- el conocido rapero chileno panameño que formó a La Pose Latina.
Y sigue, “Quienes pagan la limpieza en las calles? Somos nosotros… Somos nosotros, con los impuestos y toda esa vaina… ¿Quiénes son los primeros en rayarlas? Los políticos”, se responde. “Yo no puedo hacer eso porque eso es una huevá fea, una huevá falsa. Pero poner mi nombre, para mí, no es injusto hacerlo”.
Aprovecha de explicar algunas técnicas. Se tapa el hoyo del espray con un fósforo y por el otro lado le haces un orificio más chico con una aguja para que el trazo sea más finito, o se lo agrandas para que el trazo sea más grueso.
Son las recetas de estos artistas clandestinos que llegan a robarse las latas de pintura en espray, que conocen sus marcas como al alimento, que no sólo tiran rayas en la pared, sino que estudian sus obras, las diseñan y planean estrategias para escapar si llega la policía en medio de la creación.