La construcción del sujeto mapuche en la narrativa de Javier Milanca
Una lectura de Xampurria. Somos del lof de los que no tienen lof
Por Bernardo Colipan
La construcción del sujeto mapuche en la narrativa de Javier Milanca, refiere a un abandónico peñi que no tiene redención y que aun situado en un pueblo tranquilo del sur de Chile, vive en una opaca realidad.
Alejados del fogón, de la tierra azul prometida, del lof bucólico-pastoril, sus memorias de mediana duración los retornan a un lof devastado, que los obliga a una permanente errancia. Piensan, viven y se emocionan desde el desgarro.
Sus personajes viven un trauma colonial heredado y se encuentran con otros sujetos igual de subalternos, con los cuales no puede nivelar expectativas y la construcción de una comunidad, resulta ser una experiencia fallida.
Son seres erráticos con memorias de corta duración, porque su tuwun/lugar de origen y su kupalme/ linaje familiar, los remite a experiencias de rupturas y a espirales de tragedia. Son descendientes de grandes caciques, que terminan sus vidas durmiendo bajos los puentes, arropados con perros callejeros.
Sus abuelos fueron seleccionados a gatillos por los verdugos, sin derecho a un rito funerario mapuche para su sepultación.
Bisnietos de sobrevivientes trashumantes de la campaña del desierto y la guerra de la pacificación. Cargan una memoria de despojo y una herencia de persecución sin descanso.
El abandónico peñi en la narrativa de Milanca es un sujeto duro, resiliente en su propia tragedia, de la cual destila una ternura que le permite respirar.
La marginalidad que los asfixia, en su dialéctica también resulta ser, el único lugar en donde pueden vivir.
Son personajes con un mundo subjetivo simple y aunque la felicidad tropieza con ellos por accidente, su propósito no es buscarla, pues conocen la frágil sutura con la que está cocida.
El abandónico peñi en la narrativa del Xampurria está caracterizado por alcohólicos, cesantes, porfiados pendencieros, tuertos, meseras de bar, rudas prostitutas williche de sonrisas diáfanas y abiertas. Todos, por no decir la mayoría de ellos, con un carácter huidizo e inquieto. Hoscos y desconfiados.Siempre a la defensiva, pero sensibles cuando los toca la ternura con su delgado hilo de luz.
Viudas que quedan con un contingente de hijos y pasan su vida lavando ropa ajena.
Panaderos, vendedoras de milcao que viven su amor plebeyo, comiendo completos y bebiendo interminables jarros de schop. Mesoneras de los bares “Mi rey”, “El fogón” y el “Siete macho. Solitarios profesores jubilados que pasaron toda su vida, sin derecho a compartir una cama caliente con alguna mujer. Campesinos que pasan el tiempo, observando el horizonte donde terminan sus melgas de papas.
Su corporalidad la viven como experiencia autodestructiva, su horizonte valórico se encuentra en permanente movilidad.
Se emparejan, legalizan y bendicen su unión ante un dios soltero.
Los abandónicos peñi, al nacer lejos de la ciudad letrada, nunca fueron bautizados con nombres de moda, es por eso que es frecuente encontrar en ellos , nombres como: Evaristo, Eudalia, Amelia, Maruja, Abraham, Rosamel, Filomena, Moisés y algunos ni siquiera tienen nombres propios como la viuda de Quilaqueo, el maestro Paillanka, el maestro Paillakura o la María pingüino.
A la familia del abandónico peñi, no alcanza ninguna política de planificación familiar. Los hijos de Evaristo Paichil, la viuda de Quilaqueo y de Amelia se multiplican como estrellas sin control y bajo los mismos techos de fonolas de viviendas mal forradas con despuntes y tapas de madera de pino.
El abandónico peñi es víctima de una violencia colonial y capitalista.
Ese ilkun/rabia contenida nunca deriva en un magma de emancipación social, porque la violencia colonial lo transforma en víctima y así le clausura todo impulso de rebeldía.
La ira contenida se convierte en una violencia invertida, que los trasforma en personas en personas autodestructivas.
Por la rabia reprimida el abandónico peñi, es portador del germen de su propia autodestrucción y el colonizador lo intuye y por eso le instala las destilerías de aguardiente en la orilla de todos sus ríos.
El abandónico peñi, tal vez no piensa en la felicidad, porque pasa preocupado por domesticar el hambre, la vergüenza y el dolor.
Alejados del fogón, de la tierra azul prometida, del lof bucólico-pastoril, sus memorias de mediana duración los retornan a un lof devastado, que los obliga a una permanente errancia. Piensan, viven y se emocionan desde el desgarro.
Sus personajes viven un trauma colonial heredado y se encuentran con otros sujetos igual de subalternos, con los cuales no puede nivelar expectativas y la construcción de una comunidad, resulta ser una experiencia fallida.
Son seres erráticos con memorias de corta duración, porque su tuwun/lugar de origen y su kupalme/ linaje familiar, los remite a experiencias de rupturas y a espirales de tragedia. Son descendientes de grandes caciques, que terminan sus vidas durmiendo bajos los puentes, arropados con perros callejeros.
Sus abuelos fueron seleccionados a gatillos por los verdugos, sin derecho a un rito funerario mapuche para su sepultación.
Bisnietos de sobrevivientes trashumantes de la campaña del desierto y la guerra de la pacificación. Cargan una memoria de despojo y una herencia de persecución sin descanso.
El abandónico peñi en la narrativa de Milanca es un sujeto duro, resiliente en su propia tragedia, de la cual destila una ternura que le permite respirar.
La marginalidad que los asfixia, en su dialéctica también resulta ser, el único lugar en donde pueden vivir.
Son personajes con un mundo subjetivo simple y aunque la felicidad tropieza con ellos por accidente, su propósito no es buscarla, pues conocen la frágil sutura con la que está cocida.
El abandónico peñi en la narrativa del Xampurria está caracterizado por alcohólicos, cesantes, porfiados pendencieros, tuertos, meseras de bar, rudas prostitutas williche de sonrisas diáfanas y abiertas. Todos, por no decir la mayoría de ellos, con un carácter huidizo e inquieto. Hoscos y desconfiados.Siempre a la defensiva, pero sensibles cuando los toca la ternura con su delgado hilo de luz.
Viudas que quedan con un contingente de hijos y pasan su vida lavando ropa ajena.
Panaderos, vendedoras de milcao que viven su amor plebeyo, comiendo completos y bebiendo interminables jarros de schop. Mesoneras de los bares “Mi rey”, “El fogón” y el “Siete macho. Solitarios profesores jubilados que pasaron toda su vida, sin derecho a compartir una cama caliente con alguna mujer. Campesinos que pasan el tiempo, observando el horizonte donde terminan sus melgas de papas.
Su corporalidad la viven como experiencia autodestructiva, su horizonte valórico se encuentra en permanente movilidad.
Se emparejan, legalizan y bendicen su unión ante un dios soltero.
Los abandónicos peñi, al nacer lejos de la ciudad letrada, nunca fueron bautizados con nombres de moda, es por eso que es frecuente encontrar en ellos , nombres como: Evaristo, Eudalia, Amelia, Maruja, Abraham, Rosamel, Filomena, Moisés y algunos ni siquiera tienen nombres propios como la viuda de Quilaqueo, el maestro Paillanka, el maestro Paillakura o la María pingüino.
A la familia del abandónico peñi, no alcanza ninguna política de planificación familiar. Los hijos de Evaristo Paichil, la viuda de Quilaqueo y de Amelia se multiplican como estrellas sin control y bajo los mismos techos de fonolas de viviendas mal forradas con despuntes y tapas de madera de pino.
El abandónico peñi es víctima de una violencia colonial y capitalista.
Ese ilkun/rabia contenida nunca deriva en un magma de emancipación social, porque la violencia colonial lo transforma en víctima y así le clausura todo impulso de rebeldía.
La ira contenida se convierte en una violencia invertida, que los trasforma en personas en personas autodestructivas.
Por la rabia reprimida el abandónico peñi, es portador del germen de su propia autodestrucción y el colonizador lo intuye y por eso le instala las destilerías de aguardiente en la orilla de todos sus ríos.
El abandónico peñi, tal vez no piensa en la felicidad, porque pasa preocupado por domesticar el hambre, la vergüenza y el dolor.