Cine. Tres carteles para un crimen

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Con la muerte no se juega
 
Por Hugo Dimter
Tres carteles a la orilla de la carretera que dicen:
“Violada mientras moría”
“Cómo pasó jefe Willoghby?”
“Aún no hay arrestos?”
Dos meses. Eso es lo que dura la trama en este pueblo racista y homofobico de Ebbing, en el sur de Estados Unidos. Es también el tiempo que la protagonista, Mildred Hayes, logra pagar por el arriendo de tres carteles publicitarios en la carretera, luego de siete meses del asesinato de su hija Angela, y que apuntan a la falta de resultados en la investigación.
Pero no nos quedemos solo con esto; es más que una simple historia policial. Y, tal vez, en eso radica que el filme sobrepase la barrera de una buena historia y se acerque a lo que poseen -y generan- las buenas películas: perdurar, quedar en la memoria, hacer pensar. No es común hoy que ello ocurra; menos en un filme donde todos mandan a la mierda a los demás en lo que se denomina como “pueblo chico; infierno grande”.
Es lo que consigue «Three Billboards Outside Ebbing, Missouri», del director y dramaturgo Martin McDonagh (Londres, 1970), quien tiene otros filmes de excepción como «Escondidos en Brujas» (2008) o «Siete psicópatas» (2012) y ganador del Óscar al mejor cortometraje por «Six Shooter» el 2004. Mc Donagh no lo asevera mas la película es tan política como genial. Pero vamos con calma.

Desde el suelo y hacia arriba
La procesión, ante el dolor de una muerte, se lleva por dentro y sin desearlo Mildred provoca un torbellino de emociones, drama, desesperación, frustraciones, y amor -en ella misma y los demás- al momento que los carteles aparecen en el camino.
Pensemos que la realidad es el suelo y la ficción está allá arriba: para algunos unir la realidad con la ficción es una buena fórmula. La ficción de esta forma se torna real, generando una amalgama perfecta y viscosa donde todos terminamos adheridos.
Uno se alegra cuando aparecen -cada cinco o diez años- películas de esta textura. Seamos realistas: Es una foto de lo que somos. Son escasos los directores que filman nuestros defectos y, a contracorriente, se atreven a mostrarlos, con ironía y humor negro, en la pantalla grande.
 
Fuego para Mildred, Willoghby y Dixon
Detrás de todo buen filme siempre hay una gran mujer: Francés Mc Dormand no tiene rivales para volver a ganar el Oscar a mejor actriz. Su férrea actuación de Mildred Hayes hace tiempo (quizás desde Fargo o La duda con Meryl Streep) que no se veía en las pantallas por otra actriz. Su rol fuerte, decidido y bien planteado -una mujer luchando sola contra el mundo- genera una adhesión instantánea.
El papel de Mildred, separada de un ex policía golpeador, madre de un hijo y de Angela -su hija asesinada- es la constatación que las cosas no siempre salen como uno las quiere. Su vida no es fácil y por lo tanto es ella quien le puede decir al sacerdote del pueblo que la Iglesia es una pandilla. O aquella que recuerda cuando una noche no le prestó el auto a su hija y ésta irritada gritó que esperaba que la violaran en la carretera. Y así fue.
Pero hay más participantes en el éxito del filme de Mc Dornagh: indudable que es la gran película de Woody Harrelson en una actuación que busca poner cordura, pese a que es el Sheriff acusado de ineptitud, a que posee una linda familia y que también tiene un cáncer que se lo está llevando a la tumba. Él es el jefe Willoghby. No ha podido resolver el asesinato de Angela, y Mildred se lo saca en cara. Y arrienda los carteles.
Caso aparte es el rol de Dixon (Sam Rockwell), un policía borracho, racista y de temperamento violento, quien tiene a su madre como mala consejera. El enfrentamiento de Miltred y la policía (representando al poder) se hace cada vez más compleja. Hasta que los acontecimientos hacen que todo dé un giro en 360 grados.
Cómica, divertida. Así tildan a esta película. Ni lo uno ni lo otro. No tiene nada de divertida; y si lo tiene cae en el humor negro y la ironía que hace pensar en algo más allá de lo que se ve u oye. Porque siempre hay algo más profundo que la simples apariencias.
Definitivamente 3 carteles para un crimen es una película más profana que hermosa. Claro que lo es. Alguien podría asumir que los personajes son casi caricaturizados, pero no nos asombremos. Acaso la realidad no es así?

El pueblo y los carteles: todo real
Los carteles como detonantes de la comunicación y el efecto del mensaje en la ciudadanía de este pequeño pueblo de Ebbing. A todo ello se añade, a través de estos carteles, una muerte que vuelve a remecer. Se vuelve a abrir una herida y de ella sale el drama que viven cada uno de los habitantes de este pueblo. Pero luego del suicidio del Sheriff Willoghby están las cartas que envía. Esos mensajes determinan el nuevo cauce que adquiere la historia. Y curiosamente son tres cartas que le dan un giro a las personas y a los hechos.
Señalemos que la película está basada en un hecho real, ocurrido en 1991, en Vidor, Texas. Esa vez también se utilizaron unos carteles:
Steve Page asesinó brutalmente a su esposa en 1991.
La policía de Vidor no quiere resolver el caso.
Creo que ellos fueron sobornados.
La Fiscalía General debe investigar.
James Fulton – Su padre.
El 13 de mayo de 1991, Kathy Page de 34 años, divorciada y madre de dos niñas, fue encontrada golpeada y estrangulada en el interior de su auto. El asesino la colocó en el asiento del piloto para que la escena pareciera un accidente. Las investigaciones posteriores confirmaron que también había sido violada.
A nadie le importan los dentistas
Willoghby le dice a Mildred que a nadie le importan los dentistas. A nadie le importa nada pareciera ser más certero. Y sin embargo no es así. Ello se demuestra en el filme; casi todos están a favor de buscar justicia en el crimen de la hija de Mildred pero también están en contra de los carteles que perjudican al Sheriff Willoghby. Se presenta así un problema de minorías y mayorías.
Frances Mc Dermont, la actriz que llama que llama a la desobediencia civil y busca poder para el pueblo, no puede elegir cualquier filme para demostrar su talento. Está claro, ¿no? Sabemos que esta película no es sobre la ausencia ante la muerte de la hija sino una crítica política -y por ende ética- acerca de la justicia y el derecho a ejercerla por mutuo propio. Cuando hoy se habla de pena de muerte para los violadores y asesinos el discurso final del director Martín Mc Donagh adquiere una propuesta política. Es entonces que una escopeta recortada puede ser una buena opción para aquellos que no tienen nada que perder, pues ya lo han perdido casi todo. La idea será discutida entre Dixon, el ex policía, y Mildred. La minoría busca encontrar justicia ante la mayoría que se circunscribe a los derechos civiles.
Al final Mildrer ríe. Es la única escena donde lo hace. Por el camino decidirán qué hacer con el supuesto violador, ex soldado en Irak u otro país arenoso.
A la luz de los acontecimientos, estas vidas rutinarias y pueblerinas, deambulan por un laberinto donde los hechos las hacen excepcionales. Es la realidad la que moldea sus vidas; y no al revés. Son vidas mínimas enfrentadas al desbarajuste de la realidad y del azar.
Una buena forma de invocar a los muertos es hablar de películas antiguas. Habla de una película antigua y todos llegaran a dar su opinión y rememorar alguna escena. Pues, de ser así, en 20 ó 30 años más alguna escena de Tres carteles para un crimen, como la de Dixon tirando por la ventana al joven corredor de propiedades debiera ser recordada. Definitivamente este filme se ha instalado, como una llaga hiriente, en nuestro corazón.

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