por Ernesto Guajardo
En silencio ha tenido que ser, y como indirectamente,
porque hay cosas que para logradas han de andar ocultas,
y de proclamarse en lo que son, levantarían dificultades
demasiado recias pª alcanzar sobre ellas el fin.
(José Martí)
La guerra de zapa que impulsó el general José de San Martín, como un esfuerzo táctico previo al cruce de los Andes por el Ejército Libertador, se caracterizó por el uso de diversos recursos que –hoy en día– podrían considerarse como expresiones de inteligencia y contrainteligencia.
En efecto, el uso de comunicaciones cifradas, de agentes encubiertos, de espías, de difusión de informaciones falsas, de acopio de antecedentes del enemigo, todo ello fue utilizado a partir de 1815 y culminará con las acciones realizadas por los insurgentes y montoneros, realizadas a fines de 1816 e inicios de 1817.
Como sabemos, en este periodo la figura de Manuel Rodríguez siempre ha sido protagónica en los relatos que los historiadores decimonónicos construyeron sobre la Reconquista; junto a él, las siluetas de José Miguel Neira o Francisco Villota suelen alcanzar, de tiempo en tiempo, cierta tímida relevancia. Del resto de los integrantes del servicio de informaciones, de aquellos audaces y abnegados agentes patriotas que ingresaron clandestinamente a Chile y se desplazaron al interior del país, cumpliendo las tareas encomendadas, muy poco se sabe.
Sin embargo, las labores realizadas por este servicio no solo se efectuaron en nuestro país. También a algunos agentes les correspondió cumplir misiones especiales al otro lado de la cordillera. Quizás, lo que tuvo que hacer Pedro Bargas fue una de las muestras más extremas de un patriotismo a toda prueba.
Bargas era un respetado vecino de Mendoza; desempeñaba el cargo de ayudante mayor de las milicias urbanas. Hombre reservado, silencioso, incluso algunos le tenían considerado como alguien indiferente a los acontecimientos políticos.
Al parecer fueron precisamente estas características las que tuvo en consideración el general San Martín para solicitarle cumplir una misión muy específica: debía infiltrarse entre los realistas. Para lograr esto debería simular de manera convincente su condición de realista, lo cual implicaba estar dispuesto a asumir también las consecuencias de dicha representación. A fines de salvaguardar el secreto de esta operación, solamente San Martín y Bargas conocían la naturaleza de la misión de este último.
El relato de C. Galván Moreno es muy vívido, al momento de describir lo que hubo de vivir este desconocido integrante del servicio de informaciones:
El gobernador lo manda prender, lo carga de grillos, le impone exhaustivas multas.
Cuando Vargas está en la cárcel, como es natural, su familia intercede por él. (…)
El gobernador, invocando la humanidad, lo pone en libertad; pero lo destierra a San Juan por un tiempo.
Más tarde le permite regresar a Mendoza. Entonces vuelve a ser preso, sigue el mismo proceso.
Su destierro es San Luis. Durante esos confinamientos, a los que lleva la marca de los grillos
y la fama de los castigos por su obsecuencia a la Corona…
Pablo Camogli entrega mayores antecedentes al respecto: cuando Bargas fue detenido y trasladado a la cárcel, quedó bajo la vigilancia del mayor de plaza, el teniente coronel Manuel Corvalán, su cuñado, un convencido patriota, por cierto.
Todos los bienes de Vargas fueron confiscados y su familia condenada al oprobio social.
El supuesto espía debió padecer la vida carcelaria como cualquier otro sospechado por un
delito grave como el que se le imputaba: grillos en manos y pies, mala alimentación,
el frío del invierno mendocino y el calor del verano del desierto, los abusos de los carceleros.
Del mismo modo sufrió los empréstitos forzosos decretados contra los españoles, portugueses y
‘americanos desafectos al sistema’, como el que se impuso luego del incendio intencional del
ejército, el 29 de agosto de 1816 y por el cual Vargas debió pagar 183 pesos.
El éxito que tuvo Bargas en la representación de su papel como realista fue tan rotundo que incluso su esposa, Rosa Corvalán y Sotomayor, creyó que su cónyuge defendía la causa del Rey.
Llegó a tal extremo el sacrificio de ese honorable ciudadano, que hasta su misma esposa
doña Rosa Corvalán perteneciente a una antigua familia cuyana, ignorante de la verdad
de las cosas y altamente indignada vituperable de su compañero, intentó demandarlo
por acción de divorcio…, algo que, a duras penas, logró evitar San Martín.
A Bargas lo despreciaban todos los patriotas, Lucio Funes señala que, incluso, estuvo a punto de ser asesinado:
Como es natural, tratándose de un traidor a la causa americana y de un sujeto perseguido
por la autoridad, era lógico que abundasen las personas a quienes entraban deseos de sacar
leña del árbol caído, y con tal motivo, hasta el esclavo de uno de sus hermanos, estuvo a
punto de ultimarlo, intento que no llegó a consumarse por la intervención de la autoridad,
que desterró de la provincia al presunto agresor.
Uno de los objetivos de esta infiltración en el campo realista era establecer contacto con un destacado defensor del rey en la ciudad de Mendoza, el español Felipe Castillo Albo, quien tenía una estrecha amistad con Marcó del Pont. Para San Martín era de gran interés obtener la firma de dicho realista, a fines de poder enviarle así correspondencia falsa a Marcó del Pont. Efectivamente, luego de todas las persecuciones sufridas por Bargas, varios realistas comenzaron a tomar contacto con él, incluyendo a Castillo Albo, con quien inició una correspondencia privada. Según indica Leopoldo Orstein, “en lugares y a horas previamente convenidas, Vargas se entrevistaba con San Martín enterándole de la marcha de sus investigaciones y entregándole las cartas de Castillo Albo”. De esta manera, al obtener la firma del español, San Martín pudo enviar correspondencia falsa a Marcó del Pont. De este modo, señala Bartolomé Mitre, “Marcó fue un títere manejado por los hilos secretos de las variedades combinaciones de San Martín”.
Por cierto, para el buen éxito de toda la operación era imprescindible que, a pesar de todos los pesares, Bargas mantuviera su farsa hasta el final. Así lo hizo. Soportó con un estoico silencio. Supo del triunfo de las fuerzas patriotas en la batalla de Chacabuco, pero aún no estaba autorizado para finalizar su misión. Debió esperar incluso hasta después de la batalla de Maipú… Casi un año después de ese hecho de armas, cuando el general San Martín ya estaba seguro de que la independencia de Chile estaba asegurada, liberó a Bargas de todas las acusaciones en su contra y lo haría de modo oficial, informándole al intendente y gobernador de Mendoza, Toribio Luzuriaga:
El Exmo. Sor. Capitan Gral en Oficio de ayer me dice lo siguiente:
Ya es tiempo de que cesen los sacrificios prestados en beneficio de la Causa, por D. Pedro Bargas:
priciones, multas, y Confinaciones ha tenido que sufrir este buen ciudadano y sobre todo su opinión.
El adjunto despacho que tengo el honor de incluir a U. S. y que con f.ha de 3 de Junio del año anterior
ha librado el Supremo Director del Estado en facvor de este benemerito Ciudadano, manifiesta la
recompensa de sus servicios; á V. S. mas que á nadie les son constantes pues los ha palpado mas de
cerca, por lo tanto sírvase V. S. darle á reconocer en la orden del dia, como igualmente manifestar á
este M. Ill.e Ayuntamiento que el ciudadano D.n Pedro Bargas, cuya nota hasta aqui ha sido de antiPatriota,
há hecho a la Causa servicios los mas interesates, interín yo lo hago al Exmo Supremo Director del Estado
para que se ponga en los papeles publicos, borrando por este medio la nota de enemigo de nuestra
Santa Causa cuya opinion ha sabido sacrificar en beneficio de ella.
Me son iguamente constantes los servicios de este Individuo, su virtuoso desprendimiento y demas
sacrificios q.e ha sufrido. – Lo hago presente a V. S. p.a su inteligencia, y que el despacho á que se refiere
el Exmo Señor Capital Gral D. Jose de S.n Martin en su nota q.e tengo el honor de transcribirle es de Capitan de Exercito.
Dios gue a V. S. m.s a.s – Mendoza y Marzo 21 de 1819.
Toribio de Luzuriaga
Al M. Ill.e Cavildo Just.a y Regim.to de esta Capital.
Así, por fin, luego de meses de soportar el oprobio público en Mendoza y sus alrededores, Pedro Bargas pasaba de ser el traidor infame, a un flamante capitán de Ejército, patriota, por cierto.
El esfuerzo realizado por Bargas llevó al general Gerónimo Espejo a definirlo como “el más heroico de los agentes” que completaron el plan de campaña de la guerra independentista.
Sin embargo, a pesar de estos reconocimientos, a mediados del siglo XX Lucio Funes escribía lo siguiente:
Mendoza y el país entero debe una reparación a la memoria de este excelente patriota,
cuya meritoria acción ha sido olvidada o ignorada por sus conciudadanos, al extremo de
que en las provincias de Cuyo donde actuó no existe una calle, ni la más modesta
escuela que consagre su nombre a la consideración pública.
No sabemos si esa situación ha cambiado. Al menos, por nuestra parte, queremos honrar en este artículo la memoria de este agente patriota, y con ello, instar a continuar investigando en los archivos dispersos, en busca de los fragmentos de memoria que permitan reconstruir la biografía de los hombres y mujeres que, muchas veces, lucharon de manera anónima por nuestra independencia.