Una vida difícil

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Por H.D.
 
                              “La historia de un país es también la historia de sus crímenes”
 
 
Desde el aire sus brazos parecen penetrar en el mar, pidiendo auxilio. Es el puerto de San Antonio que simula una herradura inclinada hacia el oeste siempre atrayendo barcos y personas. Pero también es una señal que un poco más allá, en los cerros, los problemas siguen latentes, acrecentando la brisa y la llovizna que en cualquier instante se transforma en tempestad o tragedia.
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Era grande y alto. Jordan Bravo Vásquez nació en Quillota pesando seis kilos y medio con una estatura de 59 centímetros. El doctor dijo que parecía un camión y el personal médico y las enfermeras lo apodaron así en el hospital. Un bebé fuerte y vigoroso. Rosa, su madre estaba tan feliz como orgullosa. Atrás quedaba la muerte de su primera hija quien fue prematura y vivió escasos días. Con Jordan Dios la había premiado y ahora debía cuidarlo con esmero. Era 1997. Chile vivía días de esplendor siendo el jaguar de América Latina. Pero las cosas no serían tan fáciles para Rosa. Nunca lo habían sido. Ni para gran parte de los ciudadanos del país.
 
 
Una mañana de inicios de febrero del 2022. En la toma Altos de Placilla los autos levantan polvo cuando frenan. En realidad siempre se forma una polvareda en ese sector al cual se accede luego de subir por un costado del centro hacia el cerro. En lo alto las improvisadas casas se reproducen como callampas, que llenan los huecos en un terreno agreste y poco agradable a la vista. Polvo y más arena. Dentro de una de estas casuchas amarillentas de material ligero el sol no logra entibiar el ambiente. Aún es muy temprano. En la cocina la flama es tan fuerte que desborda la tetera. El joven que deambula con polera y pantalón corto escucha que el agua hierve. El ruido se mezcla con la televisión encendida donde los animadores del matinal hablan de gente famosa y distante de lo que sucede en la mayoría de los hogares del país. El muchacho no le presta atención a esas cosas. Su mente está en otro lado y en otros quehaceres. Coge su celular, lo mira y lo guarda. El muchacho no lo parece, pero está preocupado. Tiene tantas cosas por hacer y le falta tiempo. Se prepara un café y unta el pan con mermelada. Afuera hay neblina. Revisa nuevamente su celular. Cambia de canal. Prefiere los deportes. El fútbol lo apasiona. Sabe que en el fútbol nunca hay que quedarse dormido. Hay que estar atento, y preocupado ante la próxima jugada.
-Jordan, apaga la tetera, por favor- le grita su pareja.
Jordan no escucha y sigue viendo la televisión. Pero el muchacho no es un bobo ni un desesperado. Solo está desatento. También siente rabia y pena. No es pesimista, pero sabe que ha cometido un error y eso es peligroso. Tal vez demasiado peligroso.
 
 
Jordan Bravo Vásquez tenía 25 años cuando fue secuestrado, transformándose en una de las últimas personas -año a año son más de diez mil- que desaparecen todos los días en Chile. Pero su evanescencia es singular, reflejando un fenómeno reciente.
La génesis se dió durante la mañana del 3 de febrero de 2022. Los vecinos de la toma Alto Placilla en San Antonio advirtieron sorprendidos la veloz llegada de dos vehículos: una camioneta Mitsubishi y un auto Kia. Eran las 7, 40 de la mañana. De ellos descendieron cinco personas. Los tipos parecen cowboys, están furiosos y llevan bates de béisbol y palos. Jordan está distraído cuando siente vidrios rotos. Lo acompañaban su hijo de 4 meses y otro niño de cuatro años, hijo de Barbara, su conviviente. Su pareja grita al ver hombres amenazantes entrando por una ventana. Dos de ellos son morenos y tienen un peinado singular, parecido al de esos cantantes urbanos que están de moda. La puerta también la derriban. Rápidos se mueven por el lugar gritando groserías y destrozan todo, mientras roban un teléfono, 230 mil pesos en efectivo y documentos de Jordan, a quien golpean y luego arrastran para subirlo -con una capucha en la cabeza- a un vehículo. Los hombres tienen pensado dirigirse a la localidad de Mauco, Quillota, distante una hora y media.
-¡Me van a asesinar!- grita Jordan-. ¡Me van a asesinar!
Pero nadie hace nada.
Los autos se pierden entre una nube de polvo mientras los niños lloran pensando adónde se llevan al papá. Fue la última vez que lo vieron. Ese es el recuerdo que les queda, unos desconocidos robando lo que más aman: su joven padre.
 
La bahía
 
253 años atrás -cuando se erigió San Antonio- no había nada. Era un peladero. Fue el portugués Antonio Núñez de Fonseca quien en 1590 decidió construir una bodega para almacenar pescados y diversos productos agrícolas. En homenaje al patrono de Portugal lo denominó como San Antonio. Dos siglos más tarde sólo existían ahí 26 familias que se dedicaban a la industria pesquera. Pasaron cien años -después de la Independencia- para que el puerto menor fuera declarado como “San Antonio de las bodegas”.
Con el militar y ex Presidente Manuel Bulnes se establece como puerto de forma oficial, tras el bombardeo español sobre Valparaíso. Pasa el tiempo.
Años más tarde llegarían los primeros inversionistas que vieron en el puerto un buen negocio. Pero aún faltaba algo que solo avizoró el Presidente José Manuel Balmaceda: un tren que llevara carga desde Santiago al puerto de San Antonio. El despegue era un hecho.
 
Cuando Jordan nació su madre trabajaba recogiendo luche, o lechuga de mar, un alga -incluso comestible- con la cual los japoneses fabrican desde cosméticos hasta lencería. Semana a semana iba de una playa a otra: Ventanas, Horcón, Quintero. Rosa necesitaba trabajar. La relación con su esposo iba de mal en peor. Ella le temía. El hombre abusaba del alcohol y era violento. Rosa decidió marcharse lejos. Fue así como comenzó a vender velas en las diversas fiestas religiosas como las de Iquique, Calama y Antofagasta. Mientras tanto la abuela de Jordan cuidaba a su nieto en San Antonio. Del padre ni hablar.
Hace un tiempo Rosa supo que su ex esposo terminó sus días botado afuera de una hospedería en Cartagena. Murió de hipotermia. Nunca cambió. El alcohol, como con mucha gente de los alrededores, acabó llevándoselo.
 
La vida de Jordan está plagada de momentos buenos y malos. No es un santo ni un demonio pero eso no es impedimento para vivir a máxima velocidad. Siendo niño no tiene muchos hobbies. Le gusta el fútbol y sueña con ser un goleador y jugar en el Barcelona. Pero una lesión a los meniscos sella su carrera. También hay falta de leche con su indispensable calcio. Pasa el tiempo y del césped pasa a ser un simple espectador. Ello lo hace abandonar esos sueños. La realidad es diferente. Es dura. Más aún ahí en San Antonio. Más aún para alguien que ha vivido cometiendo equivocaciones. No hay dónde mirar. Los malos ejemplos estaban ahí a la mano, pero también en los supuestos líderes del país. En nadie se puede confiar. Sinverguenzas hay en todos lados.
 
Fue durante el siglo XX que el puerto de San Antonio se consolidó como el más importante en la transferencia de carga. Ese fue el proceso natural. Un lugar que no tenía nada y llamó la atención de personas que se asentaron por trabajo viniendo desde el campo, desde Rápel, Melipilla, Matanzas. Mas para ellos las cosas no evolucionaron como se esperaba. Una cosa era el puerto; otra la ciudad. San Antonio era un pueblo fantasma. La gente comenzó a sentirse traicionada. El sacrificio y esfuerzo no era correspondido. Se hizo costumbre que los creyentes subieran los escalones de la capilla y rezaran por el futuro de la ciudad y de ellos mismos con tanta insistencia como sonaban las campanadas los domingos. Los milagros nunca llegaron por la ruta 78.
 
Jordan, siendo niño va pasando los cursos de la enseñanza básica a duras penas. La madre está siempre de viaje por lugares remotos, trabajando arduamente, pero aún así se reúnen y son felices. Son momentos escasos y de corta duración. Tanto madre como hijo desean que no acaben nunca, pero ella, al cabo de unos días, debe partir. Jordan termina el octavo en San Antonio pero decide no continuar estudiando. Quiere trabajar en el comercio ambulante así que junta dinero y viaja a Santiago para comprar buzos, perfumes y chaquetas que luego revende en la calle y en las ferias. Le va bien gracias a su carisma, a que es liviano de sangre y su caballerosidad.
 
El sueño chileno
 
En esta ciudad todo depende de las características del terreno. Y en el terreno no había mucho; solo polvo y algarrobos. Desde la cima de los cerros los habitantes ven el puerto y sus brazos adentrándose en el mar en busca de algo inalcanzable para la mayoría.
Es la constatación de una ciudad con una alarmante cesantía, con trabajos precarios, con el índice per capita más bajo de Chile, y una larga lista de carencias nunca abordadas. El panorama era desolador. Algunos, últimamente, la definieron -incluso en la columna de un diario- como Flaitelandia. Una caricatura. Pero en toda caricatura hay algo de realidad. San Antonio es un lugar que experimenta, primero que otras ciudades, los males que aquejan a Chile. Una especie de laboratorio maligno. Lo es Chile, lo es San Antonio en mayor medida. Pero aún así existen personas que luchan contra la corriente y le dan una dignidad que revitaliza la urbe. La pobreza no es sinónimo de mala vida. Solo es una consecuencia de un país que es desigual. De la cuna al cementerio.
 
Y así llegamos hasta estos días de fin de mundo con pandemias y desplazamiento de personas desde todos lados, incluyendo Santiago y sus barriadas -que está en línea recta con San Antonio-, y de distintos países: Colombia, Perú, Venezuela, Haití, y un sinnúmero de nacionalidades que huyen de otro sinnúmero de males. Llegaron los ilusionados migrantes y la ciudad no dio abasto. Tampoco son tantos. No es que la ciudad esté desbordada. Pero hubo un incremento y entonces comenzaron las tomas de terrenos, las pugnas y la inevitable violencia. El alcohol y otras cosas fue una compañía irresistible.
 
La toma Altos de Placilla está en el Fundo Miramar, rodeada de múltiples caminos de tierra y arena. Desde el final de calle Portales se observa a lo alto. No hay mucha vegetación salvo algunas plantaciones de pinos. No hay mucho más. Las lluvias en invierno no provocaron la germinación de plantas ni pasto a la orilla del camino. Lo único que creció fue un número indeterminado de familias -mil aproximadamente- que componen la toma. Dicen, dijeron, dirán, que existe un proyecto que busca construir 12 mil viviendas. Eso se dice. Ahí en San Antonio se dicen muchas cosas. Todos desconfían de esas buenas intenciones. Son palabras al viento, murmuran los desconfiados. Solo algunos tienen vehículos, viejos camiones, autos antiguos y sin brillo en los capós. La gente en bicicletas es mayoritaria. Algunos suben en carretas o con carros de supermercados. Hay recicladores de todo lo que se pueda imaginar: latas, plásticos, vidrios, metales, cartón. Para ellos fue un problema el surco que apareció delimitando el terreno un día cualquiera.
Hace unos meses la inmobiliaria Bellavista había cavado una zanja al final de la calle Portales en él antiguo acceso al fundo como una medida extrema, aduciendo usurpación y robo de energía por parte de la toma. Ningún auto pudo pasar. La gente de más allá dice que son autos del año pero no se ven vehículos de esas características. Lo más nuevo son los viejos colectivos que se acercan a la toma, dejando señoras a la distancia, nunca en las cercanias ni nada parecido.
 
Es un terreno grande. Son 350 hectáreas. La inmobiliaria ha hecho lobby con insignes personalidades: José Antonio Kast, las señoras Sabat, Von Baer. La idea es castigar con penas privativas de libertad el delito de usurpación, ampliar el período de flagrancia y facilitar la detención de los ocupantes. Es el proyecto de ley 14.015. Un texto que busca poner mano dura evitando las ideas de esos “revoltosos que quieren todo gratis”. Las casas cuestan dinero y hay que pagar. Los terrenos son de un particular y no de ellos. Por otro lado los pobladores desean un techo, pero también luz y agua. Y ya han realizado marchas frente a la municipalidad y cortes de ruta en las cercanías. Para la inmobiliaria la toma es un mal negocio. Para el gobierno y la municipalidad es un dolor de cabeza.
 
 
No ha cambiado nada. Todo sigue igual desde hace años. Dios no se ha aproximado en esta tierra con sus bendiciones, o por lo menos no en la forma que la ciudad y sus habitantes desearían. No se debe echar la culpa a Dios. Todos han tenido mucho que ver en eso.
Gran parte de la gente va de norte a sur. Deambulan como zombies, aunque ellos desconocen esa condición. Sin dinero, en busca de trabajo y de un lugar que los proteja. Los jóvenes anhelan lo mismo. Un refugio. Un lugar seguro. Eso buscan. Es lo mínimo a lo que uno aspira. Un espacio para ver crecer a sus hijos sin tener miedo. Pero eso parece imposible en San Antonio, parece inalcanzable en Chile.
 
Anónimos, jamás serán conocidos, sus vidas pasan vacuas, el país no los oye. No los toma en cuenta. Menos los trata con cierta dignidad. Da pena y da rabia, no tanto como las que ellos sienten. No hay amor sino el de ellos mismos, interactuando con sus pares. No es distinta al del resto de las ciudades que están más allá, hasta llegar al extremo
norte desierto y sur austral y gélido. Cuanto Esperar? Un año? Dos años? Diez años? Treinta años? Debemos esperar un milagro? Cuántos más desaparecerán? No hay respuesta. San Antonio de Padua, santo milagroso, debería hacer algo. Tal vez él es el indicado. San Antonio de Padua era portugués. El océano Atlantico había inundado sus venas. El mar podría generar una tempestad e infiltrar el corazón y el alma de Chile, con ese anhelado cambio. Empezando por esa herradura en forma de U que es San Antonio, el puerto de la quinta región en Chile.
 
Pasó casi un año desde la desaparición de Jordan. La policía de investigaciones había trabajado con esmero en el caso. Una a una hilaron las pocas pistas, las escasas pruebas existentes y desenredaron la madeja de hechos que sucedieron a su desaparición. Los recuerdos se cruzan y estallan entre sí. Al momento del secuestro Jordan tenía una orden de detención por sucesos durante el estallido social. Su secuestro se asocia a muchos trascendidos: al tráfico de drogas, a líos de faldas. Más específicamente a una quitada de drogas (una mexicana) que es la tesis que maneja la familia. Algunos lo vinculan a dineros adeudados. A préstamos. El joven tenía problemas. Pero aún así merecía lo que padeció? Es ésta la forma en que se solucionan los problemas? Con secuestros y haciendo desaparecer cuerpos?
 
Los imputados Hugo Alexis Colorado Almarza, Jorge Alejandro Colorado Almarza, Héctor Fabián Moreno Espinoza, Máximo Antonio Ramírez Villagra y Máximo Antonio Ramírez Dinamarca, fueron considerados un peligro para la sociedad y están recluidos en la cárcel de Rancagua. Lo único real, vigente y efectivo es el secuestro que está establecido según el artículo 110 del Código de Procedimiento Penal; el asesinato de Jordan, sin pruebas concretas, no. Pero es posible acreditar la muerte de una persona mediante presunciones judiciales. La responsabilidad criminal no se encuentra extinguida. El artículo 413 del Código de Procedimiento Penal establece que para aplicar alguna amnistía la investigación debe estar concluida. La amnistía es el perdón que la sociedad le entrega al inculpado. La muerte de Jordan se puede establecer mediante otras medios de prueba legal, como podrían ser testigos u otras. Así se construye una presunción de muerte para avanzar en la investigación penal. En el caso de secuestro efectuado por particulares si ello se mantiene por más de 90 días la pena se agrava, imponiéndosele el máximo en la norma legal. El delito de secuestro se agrava con el homicidio.
 
Lo cierto es que un 20% de los secuestros en la región de Valparaíso ocurren en San Antonio y van aumentando mes a mes. Alrededor del 40% de las denuncias tienen vinculaciones con el mentado tráfico de droga o uso de armas de fuego. Pero el oscuro panorama no termina ahí para San Antonio. Hay otro ítem. El medioambiental. Según estudios recientes del Atlas de Riesgo Climático (Arclim) San Antonio es el puerto más expuesto al deterioro por efectos del cambio climático en Chile, debido a marejadas. Parece una pesadilla. Pero es real.
Y hay otra marejada. Pero ésta es criminal. Una fuente me señala que una parte mínima de quienes van a instalarse en San Antonio huyen de otras ciudades por problemas con la ley. Una parte mínima sin duda. Pero San Antonio es un buen puerto para arribar si te busca la policía.
En el caso de los secuestras el órgano encargado de investigar es la Brigada de Investigaciones Policiales Especiales (BIPE) de la PDI.
 
 
La última videollamada de Jordan a su madre fue premonitoria. Así lo entiende Rosa quien me narra el diálogo que existió:
-Hola hijo.
-Hola mamá.
-Te creció el pelo.
-Sí, me crece rápido.
-Ahhhh.
-Mamá te quiero mucho.
-Yo también.
-Chao mamá.
-Chao.
Rosa rememora esa video llamada como muy corta. Extrañamente breve. La interpreta como una despedida. La madre se emociona al recordar esa última conversación con su hijo. Hubiese deseado decirle mil cosas pero no fue posible. Nunca se imaginó que iba a ser la última vez que iba a escuchar su voz y verlo.
 
 
 
Seis hombres caminan por unas dunas en mitad de la noche. La luna apenas ilumina la escena. Las estrellas se descuelgan del firmamento y parecen abalanzarse sobre los árboles. Uno de los más jóvenes -que encabeza el grupo- parece ver unos niños corriendo a lo lejos. Se advierte una casucha miserable y fuego de una incipiente fogata. De improviso pasan unas gaviotas surcando los aires y los hombres miran hacia lo alto menos el que encabeza el grupo quien observa hacia atrás y ve sombras en la espesura. Entonces rememora lo que ha sido su vida. Una vida corta pero intensa. Con errores. Con aciertos. Con penas y alegrías. Sabe que va a morir. Pero así?, se pregunta. De esa forma miserable?
Con Jordan muere una parte de Chile.
Algo estamos haciendo mal, reflexiona. El grupo se detiene. Todo ha acabado. Lo peor de Chile y de la humanidad aflora en la oscuridad. Luego sucede todo lo demás. La noche se traga un hombre.
 
                                     “Incluso la noche más oscura llegará a su fin y el sol se alzará”
                                                                      Víctor Hugo
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