Yo tenía 13 años

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Por Omar Pérez Santiago
Yo tenía trece años el año 1965 cuando mi padre llegó a casa con un librito pulp, encuadernación en rústica, de hojas amarillas y portada blanda, una edición barata y de consumo popular.
El título decía, “Barrio Bravo”.
Mi padre lo había comprado en la calle firmado por su autor, Luis Cornejo.
Nadie me obligó a leerlo. El libro estaba allí para ser leído y lo leí en una tarde sin esfuerzo.
Y nunca más lo olvidé.
Eran cuentos auténticos, vivos y llanos sobre asuntos del barrio Vivaceta de Santiago, bautizados con slang o jerga vernácula chilena: “La Cuatro Dientes”, “Cuello de loza”, “El señor González”, “El Chicha Fresca” y “El Capote”.
Los cuentos abrieron una puerta en mí.
Era una bendita época en que un escritor podía influir como un médium o un portal en mi limitado modo de ver el mundo. Yo descubría con felicidad a un cuentista fuertísimo. No lo podía comparar con los cuentos chilenos que nos hacían leer en la escuela.
Me inquietó.
Me arrebató.
Cambió mi forma de ver la literatura.
En la página 77 venía lo tremendo, el cuento “El Capote”. Era un cuento que, como escribió Alone, no se puede olvidar, aunque pasen cien años. Cornejo se atrevía a relatar aquello que no se podía contar, un brutal abuso sexual de una pandilla en un potrero de Vivaceta.
Luis Cornejo autoeditó el libro por primera vez en el año 1955 y lo vendía por su cuenta en la calle. Vendió miles de ejemplares.
Yo tenía trece años.
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Y tal como hacían los fanáticos con las lecturas que uno admiraba, decidí copiarlo en un cuaderno escolar. En aquella época no existía el copy&past. Lo copié palabra por palabra. Yo tenía un vecino de mi edad, que se llama Tito. Con él jugaba a la pelota en una calle en que entonces pasaban pocos autos.
Terminé de transcribir el cuento El Capote y se lo pasé a mi vecino, el Tito.
—Lo escribí yo, le dije.
Tito el leyó el cuento y estaba impactado. Fue tal su entusiasmo que yo no pude, o no supe, echarme atrás con mi mentirilla.
La vida pasó. Pasarían los años, tan rápido como pasa la vida.
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LA VIDA ES BREVE
La vida es breve, pero en ese pedazo de tiempo pueden pasar cosas relevantes. Nos hicimos mayores y nos pasó todo lo que nos pasó. Terminé mi educación secundaria. Fui a la universidad.
En algún momento, y de algún modo, una forma de vivir de los chilenos, el pluralismo, se hizo trizas y hubo purga.
PAF
Un día la dictadura, en medio de la noche y la impunidad, se llevó preso a mi padre y a mi hermano.
Yo amo a mi país. Pero amo también mi vida y mi libertad. A fines de los años sesenta me expatrié. Me metí en una embajada en medio de una fiesta diplomática, pedí asilo y viajé al exilio a Suecia, donde viví por más de diez años. Viví enseñando y aprendiendo idiomas.
Un día volví a vivir en mi país, en el año 1990.
Había vuelto la pluralidad.
Yo caminé de nuevo por la Plaza de Armas de Santiago.
La vida es breve.
Un día caminé por la Plaza de Armas de Santiago y allí, por casualidad o por suerte o por el destino, me encontré con Tito.
Habían pasado 25 años desde el año 1965, pero eran años que me parecieron cortos, porque la vida es breve.
Con Tito nos fuimos a tomar un café en la fuente de soda Marco Polo, de la Plaza de Armas de Santiago.
Sentíamos el apego, la familiaridad. Habíamos crecido como vecinos. Hablamos de nuestras madres, de nuestros padres, de nuestros hermanos. De allí venimos.
Luego, Tito me dijo algo que me sorprendió:
—Cuando chico yo sabía cuál sería tu futuro.
—¿Cómo?
—Sí, yo sabía que tú ibas a ser escritor, lo supe desde esa vez que escribiste un cuento que se llamaba El Capote.
Ya lo había escrito el crítico literario Alone: es imposible que un hombre, aún joven, aún chico, pueda olvidar en algún momento esos personajes del cuento de Luis Cornejo.
¿Cuántos libros habremos leídos? ¿Y de cuántos realmente nos acordamos de algo?
Pero Tito, de todos los cuentos que él había leído, Tito se acordaba de uno, El Capote. Habían pasado 25 años desde que yo le pasé mi copia del cuento en el año 1965, cuando éramos chicos y cuando jugábamos a la pelota en una calle donde pasaban pocos autos.
DE NUEVO NO FUI CAPAZ
De nuevo, no fui yo capaz de decirle a mi estimado Tito que ese cuento incorrecto lo había escrito don Luis Cornejo y que yo era un simple y joven admirador que lo había copiado en un cuaderno escolar.
De nuevo, no supe yo decirle la verdad.
Y yo espero que esta confesión, que esta confesión vergonzosa quede entre nosotros. Sean discretos, por favor. Espero que ustedes si lo ven, no le cuenten. Sean indulgentes.
Después de despedirme de Tito, salí a la Plaza de Armas.
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SALÍ A LA PLAZA DE ARMAS
Salí a la Plaza de Armas. Como en una película de Hollywood, donde todo lo hacen fácil, salí a la Plaza de Armas y crucé hasta allí donde había un señor narizón y calvo. Era él. Era Luis Cornejo, el verdadero autor del cuento “El Capote” del libro “Barrio Bravo”.
Era el año 1990, y todavía estaba Cornejo vendiendo sus libros en la Plaza de Armas de Santiago, el punto cero. Andaría por los 65 años.
Hablé con él, le confesé mi temprana admiración. Adquirí una copia del libro Barrio Bravo, que él firmó tal como se lo había firmado a mi recordado padre en el año 65.
 
NO DIGO NADA NUEVO
No digo nada nuevo si afirmo que en los años 80 leímos lo que se llamó el realismo sucio, dyrty realism, asociado a los escritores norteamericanos Raymond Carver y Charles Bukowski.
El realismo sucio, igual que la literatura de Luis Cornejo, era una literatura de hechos contados de forma descarnada. Su artificio era no ser descriptivo ni usar demasiados adjetivos calificativos. Sus personajes eran gente corriente de vidas fragmentadas cargadas de amargura, de humor negro e ironía.
No digo nada nuevo si afirmo que el realismo sucio de Charles Bukowski tiene su antecedente en la excelente novela “Pregúntale al Polvo”, de John Fante de 1939.
Charles Bukowski, en un prólogo de “Pregúntale al Polvo” introduce a John Fante, de la siguiente modo: “Yo era joven, pasaba hambre, bebía, quería ser escritor (…) Pero cierto día cogí un libro, lo abrí y se produjo un descubrimiento. Pasé unos minutos hojeándolo. Y, entonces, a semejanza del hombre que ha encontrado oro en los basureros municipales, me llevé el libro a una mesa.”
¿De qué va el libro “Pregúntale al Polvo”?
El libro es desenfadado y vital y en el primer párrafo dice así: “Era una noche de importancia vital para mí. Ya que tenía que tomar una decisión relativa a la pensión. O pagaba o me iba”. Es Arturo Bandini, un escritor pobre y sin éxito de 27 años; sin éxito y sin un libro escrito, pero anhelante de sueños gloriosos. Desesperado e impulsivo camina a una fuente de soda donde conoce a una camarera mexicana, Camila López, una morena princesa azteca a la que él también anhela con ardiente desesperación. La presencia de sus muslos delicados se le incrustó en la cabeza.
No digo nada nuevo si afirmo que el título de la obra “Pregúntale al Polvo”, la tomó John Fante, de la novela “Hambre”, del noruego Knut Hamsun, de 1890.
“Hambre” es también una novela corta en cuatro partes sobre el monólogo de un candidato a escritor, un artista de hambre, un pobre y famélico existencialista, que se pasea hambriento por la helada Christianía, que así se llamaba entonces la capital de Noruega. Vivía en un conventillo en la Vivaceta de Christianía, en un conventillo helado donde no le alcanzaba para pagar la renta.
No digo nada nuevo: Fante era un gran admirador de Hamsun. El título Ask the Dust (“Pregúntale al polvo”) deriva de “Pan”, novela de Hamsun de 1894: “Pregúntale al polvo de la carretera y a las hojas que caen.” (En noruego: Spør støvet paa veien og løvet som falder).
No digo nada nuevo si afirmo que Fante fue luego una inspiración para otros escritores como Henry Miller o Jack Kerouc.
APPEASEMENT O APACIGUAMIENTO CHILENO
Cornejo. Piensa en Cornejo.
Todos sus libros los auto editó. Y los vendió por cuenta propia. 40 mil ejemplares. 15 ediciones.
Hubo quizá una conspiración del silencio chilensis, el rancio appeasement o apaciguamiento chileno.
De esto no se habla mucho. Ignorado por la crítica, esa red hermética de insiders con agenda propia y persianas cerradas.
Enrique Lafourcade publicó la antología “Cuentos de la generación del 50”, en el año 1959.
No está Luis Cornejo.
El año 2001 Camilo Marks publicó la antología “Grandes cuentos chilenos del siglo xx”.
No incluyó a Luis Cornejo.
Era el sistema industrial chileno del libro y sus estructuras de appeasement conspiraron contra Luis Cornejo. Un plan para evitarlo de modo malintencionado. Los elusivos comentaristas de libros encerraron dudosa y erróneamente a Cornejo en el nicho de la llamada Novela Social. Mañosamente, como forma de sacarlo de circulación y de bajarle el perfil, lo asociaron a Nicomedes Guzmán y a los autores de la llamada generación del 38.
Qué le vamos a hacer.
Esa es la aislada o endogámica república literaria en que le tocó batallar, una república bananera donde unos porteros definían quien entraba; poderes fácticos sin pudor pero con la falsa sonrisa del apaciguamiento. Fome.
 
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LO CIERTO ES QUE
Lo cierto es que Luis Cornejo es el padre del realismo sucio chileno, un real autor de vanguardia.
No me digan que no habían escuchado esto.
Recuerden: en el año 1955 antes de publicar su libro, Cornejo había dado vueltas por Europa en una delegación en que estaban reales artistas de vanguardia y modernidad, talentos chilenos que han hecho historia: Violeta Parra, los hermanos Duvauchelle, el arquitecto social Miguel Lawner, etc.
Lo cierto es que en los años 60 Cornejo trabajó con más o menos éxito en Chile Films, la modernidad visual.
En 1962 Cornejo fue productor del cortometraje, “A Valparaíso”, del gran cineasta neerlandés Joris Ivens. Fue productor del verdadero suceso del nuevo cine chileno, el film, “El Chacal de Nahueltoro” de Miguel Littin (1969).
En 1970 escribió y dirigió el largometraje “El Fin del juego”, con actores como Calvin Lira Portales, Raquel Parot, Héctor Noguera, Lucy Salgado y Bélgica Castro.
¿No han visto el film?
Adivinen.
El film trata sobre el tema preferido del realismo sucio: un pobre candidato a escritor, un hombre mediocre, petulante, atormentado por sus deseos de grandeza, y al fin, existencialmente derrotado.
¡No me digan que no han visto ese film del realismo sucio chileno!
Al fin. Luis Cornejo murió en 1992.
En 1999, “Barrio Bravo” fue editado por la editorial LOM.
Eso es todo. Gracias.
 
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