A 50 años de la caída del Che

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“Quien no sea capaz de luchar por otros, no será nunca

suficientemente capaz de luchar por sí mismo”.

Comandante Fidel Castro

Che-Guevara-1964
Por José Miguel Carrera
Este mes de octubre se conmemoran 50 años de la caída del Comandante Ernesto Che Guevara en Bolivia. Los revolucionarios chilenos recordamos siempre, además de su figura legendaria, a líderes, jefes y combatientes que ante nosotros encarnan su ejemplo. Al Secretario General del MIR Miguel Enríquez, al jefe histórico del FPMR Comandante Raúl Pellegrín, a una de las principales jefas rodriguistas, la compañera Cecilia Magni, a los entrañables combatientes del FPMR José Miguel Martínez, Mauricio Gómez y Pedro Ortiz, y también al Comandante Camilo Cienfuegos, “Señor de la vanguardia”, como el mismo Che Guevara lo llamaba. Todos entregaron sus vidas en un mes de octubre. Honor y gloria para ellos.
Cuando el Che cayó apresado y luego de ser asesinado en 1967 en Bolivia, yo apenas tenía trece años, sinceramente lo que puedo hablar es lo que he leído y estudiado de él, del ejemplo que dejó sembrado en su pueblo cubano, al que llegué en 1973. Empecé mi actividad política a finales de los años sesenta y por supuesto conocí el impacto de su muerte, pero terminé de comprender su real valía y legado, en los años que viví en Cuba. Quizás eso fue, porque de las tres organizaciones que se disputaban la vanguardia revolucionaria en la época de mi juventud, los comunistas, socialistas y el MIR, unos lo destacaban y otros no tanto, en esos tiempos.
La vida universitaria en Medicina en La Habana, el efecto del Golpe de Estado en Chile y luego la oportunidad única de ser oficiales de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, abrió para nosotros un abanico de oportunidades para conocer lo que significaba el Che para el pueblo cubano, para Fidel, los demás dirigentes revolucionarios, luego mis jefes y camaradas en las FAR. Escuchar del Comandante en Jefe Fidel de que la revolución aspiraba que sus nuevas generaciones y en especial sus niños: “Que sean como el Che”. Conocer valores revolucionarios tales como la fidelidad a los principios, respeto al pueblo, lealtad a la revolución y a los combatientes. La importancia de cumplir las tareas con modestia, humildad, superación, audacia, decisión y la disposición a asumir la causa de cualquier pueblo que luche por su libertad, como un combatiente más de esos pueblos, el internacionalismo del Che. Todo eso fue para nosotros una enseñanza extraordinaria, pues la pregonaba y cumplía en persona Fidel, Raúl y la revolución cubana, un ejemplo a seguir.
Es por ello que aceptar dejar los estudios universitarios para mi generación fue algo que correspondía hacer, por los crímenes de la dictadura en Chile lo reafirmaban, e incorporarnos a las FAR por el año 1975 para aprender la Ciencia y el Arte Militar, una obligación sin discusión alguna.
Me pidieron los compañeros que hablara de las vivencias o experiencias de mi generación en las tareas internacionalistas:
Cuando nos llamaron a la misión internacionalista que cumplimos en la revolución sandinista en 1979, en mi caso, fue el propio jefe del Regimiento que llegó hasta el lugar en que estaba mi pequeña unidad a recogerme. Dijo que tenía órdenes superiores de llevarme de inmediato a un lugar donde debía concentrarme y esperar nuevas órdenes. Al llegar al punto de concentración, el jefe se retiró. Me di cuenta que ya había un numeroso grupo de militares. Todos los citados éramos chilenos.
Recordé inmediatamente una entrevista leída en un libro que homenajeaba al Comandante Ernesto Che Guevara. Un internacionalista cubano relataba: “cuando llegué a la concentración para cumplir nuevas misiones en los primeros años de la revolución, todos los citados éramos negros, pero de los más negros”. Luego saldrían al África acompañando al guerrillero heroico.
-genius-ernesto-che
Esta vez éramos puros chilenos, y empezaron entre nosotros, jóvenes oficiales, las interrogantes. ¿Será para ir a Angola, o a Chile? Nadie sabía, nuestros encargados militares no sabían nada, y obviamente los dirigentes civiles tampoco. Sólo quedaba esperar.
Estando todos los citados, nos comunicaron que recibiríamos una preparación especial y nos trasladaron a una escuela de formación militar irregular en La Habana, conocida como Punto Cero. En la época de la dictadura en Chile, sobre todo sus primeros años, cada militante del MIR que caía detenido era acusado de haber recibido preparación militar en esa escuela, y denunciado públicamente por los pasquines de la dictadura El Mercurio y La Tercera.
Mirando al grupo de oficiales chilenos concentrados para esta misión, me daba cuenta de que habíamos crecido profesionalmente. Ya no éramos los chascones estudiantes de medicina, o los que llegaban con distintas pintas de casi todas partes del mundo donde había exiliados o hijos de exiliados, o directamente del mismo Chile, varios desde las mismas cárceles de la dictadura. El contingente tenía porte y aspecto militar, como nos decían los oficiales cubanos. Este grupo de revolucionarios que se preparaba militarmente, inicialmente inaugurado por los estudiantes de medicina y jóvenes exiliados en Cuba, cualitativamente estaba más maduro y preparado.
Fuimos organizados en un pelotón. La orden que recibimos en la fase de preparación para la misión internacionalista, era ejercitarnos fundamentalmente en el tiro de cañones sin retroceso y morteros, además de la preparación combativa individual. Los oficiales artilleros ayudaban a preparar a los que no éramos de esa especialidad. Debo decir que durante toda mi permanencia en las Fuerzas Armadas cubanas, nunca había gastado tantas municiones de fusilería, artillería y morteros juntas como hicimos durante la preparación para el combate internacionalista.
Cuando ejecutábamos el tiro de infantería en mi unidad militar, desempeñándome como jefe de una pequeña unidad de infantería, se cumplía toda una gama procedimientos de seguridad para medir la efectividad del tiro. El reglaje de los órganos de puntería del armamento, las posiciones de tiro, entre una serie de normas. En cambio en Punto Cero, los instructores cubanos tenían como principal objetivo que apuntáramos bien en las más variadas posiciones de tiro. Recuerdo un aro de metal colgante, similar al de los arados de los tractores en los campos, como blanco. Este debía sonar siempre cuando disparábamos. Si no sonaba significaba que estábamos apuntando mal y los instructores nos corregían de inmediato. Nos decían en el mejor tono guaposo de los cubanos: “Chileno, si no le das al blanco de inmediato, el blanco ese te dará a ti, así que déjate de cuentos, límpiate bien los ojos y apunta correctamente, quiero oír la musiquita del blanco, ¿Oíste chileno?”. Y mirándonos a todos, nos mandaba a seguir disparando, gritándonos: “Atiendan acá, quiero escuchar una sinfonía de tiros dando en el blanquito ese…Apunten… ¡Fuego!”
Continuamos con nuestra intensa preparación en Punto Cero sin saber todavía el objetivo de nuestra nueva misión. La verdad es que no nos imaginábamos para qué nos preparábamos, y en el oficio que teníamos, de militares revolucionarios, no se acostumbra a preguntar.
Realizábamos prácticas de tiro diurno y nocturno, tiro artillero simulando condiciones de lucha irregular, aprendimos el tiro llamado “vietnamita” – en la guerra contra los invasores yanquis los guerrilleros vietnamitas los atacaban con solo el tubo-cañón del mortero y las municiones; los órganos de dirección de tiro del mortero eran los brazos, ojos y oídos de esos heroicos combatientes.
Encontrándonos en el área de ejercicios de tiro un día, fuimos llamados urgentemente al lugar de formación frente a nuestro albergue. Teníamos una visita. Era nada menos que el comandante Fidel Castro en persona y una comitiva de jefes que lo acompañaba. El jefe de pelotón, dio el parte reglamentario y el legendario comandante nos dijo que pasáramos a una sala donde hablaría con nosotros.
Al entrar a la sala, recuerdo que vi a un general del Ministerio del Interior cubano. Hasta ese entonces, nosotros sólo nos relacionábamos con los oficiales de las FAR. El alto oficial pintaba en la pizarra con tiza un plano que representaba un territorio. Fidel indicó unas correcciones y tomó la palabra diciéndonos algo así como lo siguiente: “El pueblo nicaragüense está dando una dura y sacrificada contienda en contra de la tiranía somocista, y el Frente Sandinista de Liberación Nacional está a la vanguardia de esa lucha. El triunfo popular es inminente. El FSLN tiene armamento de artillería, pero no cuenta con especialistas. Han solicitado apoyo a Cuba, y de acuerdo a nuestros principios, se la daremos”.
Nos indicó que lo pintado en la pizarra era un esquema que representaba el lugar donde se desarrollaban los combates del Frente Sur “Benjamín Zeledón” con las fuerzas de la Guardia Nacional del dictador Somoza. El dibujo mostraba el borde delantero de los guerrilleros, un puente que cruzaba un río llamado Ostayo, la carretera Panamericana, la frontera con Costa Rica, el gran Lago de Nicaragua y seguramente otras cosas que no recuerdo.
Para nosotros quedaba claro ahora cuál sería la misión de los oficiales chilenos: Combatir junto al pueblo de Nicaragua. Y semejante Jefe dándonos la misión. Todo un honor.
El comandante Fidel nos dijo que sabía que nosotros estaríamos dispuestos para combatir en Nicaragua, pero faltaba la autorización del Partido Comunista chileno, en el que en ese tiempo militábamos. Por lo tanto debíamos esperar. Luego se retiró con su comitiva, pero antes nos preguntó qué estábamos comiendo, si estábamos conformes, entre otras cosas.
Estaba claro para nosotros que solicitaríamos ir de igual modo, dijeran lo que dijeran. Ya teníamos la mala experiencia de la misión de apoyo a Angola: los jefes militares cubanos al poner en completa disposición combativa a las unidades designadas para esa misión, no aceptaron la participación de oficiales chilenos, y los reemplazaron por oficiales cubanos. No estaban autorizados a llevarnos en esa misión en África, o los jefes cubanos tenían otras ideas para con nosotros.
Luego de la visita de Fidel, extraordinaria para todos los presentes, se intensificó la preparación. No había tiempo que perder.
Aquí sucede lo extraordinario para mí. Me había criado en una población de la zona sur de Santiago, en la comuna de La Granja, en la población João Goulart, nombre de un presidente democrático brasileño que fue derrocado por un golpe militar. La dictadura chilena cambió su nombre por Villa Brasil para caerles en gracia a los militares golpistas brasileños. En otras palabras, yo, orgulloso hijo de pobladores, tuve el honor de ver dos veces en un mismo día al comandante Fidel Castro, porque se apareció de nuevo esa noche.
Con la comitiva nuevamente frente a nosotros, volvimos a la formación para recibirlo, pasamos rápidamente a la sala, el comandante no estaba para formalidades. Ante un grupo expectante y sin habla, planteó que la dirección de nuestro partido estaba de acuerdo, y él no podía esperar hasta el día siguiente para contarnos. La emoción en esa pequeña sala fue increíble, todos al unísono empezamos a cantar la Internacional, el himno de los trabajadores del mundo y se acabó la reunión. No había más que decir.
Muchas historias se cuentan acerca de esos dos encuentros en que yo tuve la suerte y el honor de participar. Hubo otras visitas del jefe de la revolución cubana, según me contaron mis camaradas, pero varios ya no estábamos en Punto Cero. Íbamos rumbo a Peñas Blancas, el puesto fronterizo entre Nicaragua y Costa Rica, siguiendo a otros hermanos que salieron primero.
Me emociona recordar a los militares que estaban conmigo en ese momento, sobre todo a los que hoy no están vivos y que murieron en esa misión: el Teniente de Infantería Edgardo Javier Lagos, el Teniente Artillero Days Huerta Lillo, el Teniente de Infantería Miguel Rojas. Y tantos otros hermanos que entregaron su vida en la lucha para combatir a la contra revolución en Nicaragua, junto a los guerrilleros de El Salvador y los que cayeron en Chile, combatiendo a la dictadura.
Conclusiones, para no extender mi lectura:
Nuestras vidas han sido un intento modesto de seguir por la senda de hombres como el Che, camino que no termina aún, pues seguimos vivos. Quiero compartir algunas enseñanzas, o reflexiones, que nos dejara esa experiencia internacionalista y luego lo vivido en la lucha clandestina contra la dictadura en Chile. En la primera conocimos la miel del triunfo y en la segunda la amargura de la derrota.
Debe haber siempre una mirada estratégica en la lucha revolucionaria.
La unidad entre los luchadores y el pueblo debe ser monolítica.
Es nefasto el sectarismo como método de formación y práctica política.
El proceso de acumular ideas nuevas y fuerzas, no termina nunca.
Reivindicar la memoria de los combatientes, es un deber revolucionario.
No se puede perder lo aprendido por nuestro pueblo en la lucha contra la dictadura, conocer el “estado del arte” alcanzado sirve para el presente y futuro, qué duda cabe.
Termino citando a Raúl Pellegrín, opinión realizada luego del triunfo del No y antes de los ataques a los pueblos realizados por el FPMR el 21 de octubre de 1988:
“… ahora con esta democracia naciente que viene a disfrazar la dictadura y sus crímenes, se avecinan tiempos difíciles para los revolucionarios, intentarán destruirnos, el enemigo nos cercará, nos aniquilará, destruirá nuestra logística y las comunicaciones, mellarán nuestra confianza, nuestra moral, intentarán aislarnos del pueblo. Intentarán perpetuar su modelo de dominación económica y política, intentarán maquillar y legitimar la esencia de un sistema injusto y criminal. En ese difícil escenario que se avecina, quedaremos muchas veces aislados, sin provisiones, sin medios, cercados, agobiados, muchos de nosotros posiblemente caeremos. Sin embargo, en este difícil momento se define el carácter histórico de nuestra lucha, no debemos dejar de luchar, mantener la lucha irrenunciable del pueblo por la dignidad y la justicia”.
Viva el Comandante Che Guevara.
Honor y gloria a los chilenos caídos en las luchas internacionalistas

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