Por Edgard Lara.
Fotos de María Eugenia Lagunas Periale
Aún queda tiempo antes que el calor termine por derretir esta tarde de sábado en la Filsa.
Es fin de semana: la familia sale a recorrer. Pasean y se alimentan de cultura entre pasillos tapizados de fotografías en blanco y negro de las estrellas Alfaguara. Entre stands de cómics de superhéroes, entre libros de pocas páginas que pueden costar más que el arriendo del mes.
En ese contexto, la sala Acario Cotapos recibió el recital poético en homenaje a Stella Díaz Varín, conformado en esencia, por gente de la región de Coquimbo. Teresa Calderón cumple la función de maestra de ceremonia, entre recuerdos hace una semblanza de “La Colorina”, mujer mito, mujer musa, que iluminó la zona con su poesía: “Siendo muy niña la conocí en La Serena. Era una mujer hermosa, con ese pelo increíble, los amigos le tenían miedo, porque ella era feroz. Atrevida, audaz, contestataria y todos los adjetivos posibles, Stella los llevaba, creando una obra que ha durado hasta el día de hoy”. Si bien el rótulo “homenaje” apuntaba sus dardos a que el eje de la tertulia se centraría en el aporte de Stella al constructo artístico nacional, la esencia derivó a otra instancia que no dejó de ser interesante.
La cantidad de asistentes es notoria, y según como destacarían durante el transcurso del evento, acarreó más público que una accidentada lectura de Zurita, suspendida por el bajo interés.
La presentación de los nueve escritores que conformarían el homenaje se enmarcó en un discurso contra el centralismo; esa cualidad única que tiene la capital para de zurcir bocas y de paso los ánimos. Calderón replicaba como la indiferencia de Santiago lapidaba las ganas de cualquiera: “Hay grandes valores literarios en las regiones y acá nunca se va a saber de ellos, por la maldición de que solo Santiago siga siendo Chile. No puede ser que nosotros que estamos involucrados en la educación y la poesía no podamos tener acceso a la obra de cada uno de los autores”. El resto de la jornada tácitamente iría conformando una nutrida expresión que apoyaba el discurso anti exclusión.
La exposición lírica mostró las diferentes caras de la región, que en algunos casos destacó más por su insistencia en las imágenes poéticas que por la variación y riqueza individual. El recurso lárico se mantuvo presente en gran parte del recital, la remembranza del valle, de la luna del Elqui, la poesía del objeto y temáticas “fundacionales” que se suscriben a un arquetipo reiterativo en varias regiones del país, la diferencia es lo forestado o desértico del contexto en donde se desarrolló el imaginario.
Al intentar buscar una interpretación del motivo de la reincidencia temática, Teresa me explica que, a pesar de la cuota de azar presente, obedece a un afán de mostrar la postal más adecuada de la inventiva de cada autor: “pienso que esto fue algo muy circunstancial y puntual, es una coincidencia que se haya tocado específicamente esta poesía, pero me parece que si eso sucedió, es porque los poetas decidieron mostrar su tierra a los que no la conocen, a la gente de Santiago.”
Se presentaron también propuestas más arriesgadas, voces variadas que rompen el esquema convencional de lo considerado como poesía por la creencia pública. De esta manera destaca el trabajo de Alicia Mondaca, quien utilizando el concepto de “poesía cuántica”, factura fractales que ofrecen un recorrido por panoramas oníricos, los que se desdibujan entre la cercanía del cuerpo y representaciones más abstractas. Lo planteado por Víctor Arenas alias “El Búlgaro”, si bien se adecua a una concepción más tradicional, su marcada respiración al momento de leer y las sombrías imágenes de su lírica, van tiñendo las representaciones con una estela depresiva que no recae en la sobreexplotación del recurso.
Probablemente la creación de Cristián Geisse es la que presenta un cambio de ambiente de mayor notoriedad. De ritmo más acelerado y con el uso de pasajes controversiales, Geisse nos pasea por una sala cuya pared esta pintada con los sesos del cadáver humeante de un Pablo de Rokha que todavía cuestiona sus decisiones, quizás un poco tarde como para hacer un cambio. Llama la atención su lectura final en donde usando a uno de sus heterónimos, Claudio Fonseca Cox, ofrece una visión dura y desesperanzada sobre la vida en provincia, lo que de cierto modo agrega otra crítica al mentado centralismo: “Fonseca Cox vive en Vicuña, escribe como un modernista hasta que ve a Rodrigo Lira en la calle. Se acerca y entra en contacto con nuevas tendencias. Es un choque, es la fractura que se produce en este escritor al darse cuenta que esta en una provincia. En su caso personal, el poeta cree que la creación se puede desarrollar en cualquier lugar, Santiago no es la panacea para nadie. Los problemas son, a su juicio, la forma en que se pueda impulsar lo creado.
La ronda de lectura la cierra Javier del Cerro con pasajes de su “Abisal”, un viaje caótico por un mar-averno de ritmo desenfrenado, violento como el oleaje. La interpretación al momento de la lectura ayuda a fundirse fácilmente con el hablante lírico, la desesperación, la rabia, el horror son bien recreados por el poeta del Cerro, traspolando de conceptos generalizados a la individualidad sensorial.
La reunión es satisfactoria como vitrina y homenaje, pero las dudas siguen pesando en los hombros. Fuera de existir iniciativas como las de este tipo, en donde los poetas de provincia, sean nuevos o viejos, puedan presentar y dar a conocer sus trabajo ¿Qué hace falta para combatir el exilo impuesto a las letras regionales? ¿Facilitar lecturas colectivas? ¿Facilitar la distribución editorial? Arturo volantines, reconocido autor de la zona y organizador responde alguna de las dudas. “A partir de la República el problema de la concentración se fue repitiendo, por eso se producen revoluciones, por un espíritu descentralizador. Actualmente yo creo que ayudan mucho los medios, por que hay una libertad, hoy puedes ser poeta en cualquier lugar del mundo”. Además de compartir el mismo pensamiento en torno a que se propicien más exposiciones en la capital, Arturo también sugiere un cambio de mentalidad, ocupar cualquier instancia posible para exponer el catalogo regional: “A esta feria no estaba invitada la región de Coquimbo particularmente, pero la región se vino y dijo nosotros estamos, existimos y no tenemos miedo de esto.”
Al salir de la sala queda la sensación de que la figura de Stella Díaz permanece presente no solo en su arte, sino también apoyando en el debate al que nos citó inconcientemente. Su compromiso se extiende hasta ahora, siendo un punto de inflexión en la guerrilla ombliguista que vive la literatura nacional. La tarea si bien es difícil ya ofrece diferentes salidas, queda preguntarse entonces si la creación ¿realmente debe validarse al ser reconocida en la capital? O ¿es tan solo una mala costumbre que de cierto punto en adelante se decidió seguir?
Little Bio
Stella Díaz Varín nace dentro de una familia de clase media; su padre fue un abogado anarquista que inculcó a la escritora su ideal político. Esto, sumado a sus apasionadas lecturas, provocan que desde pequeña publique artículos y poemas en los diarios locales. En 1946 lee un poema frente al presidente Gabriel González Videla dedicado a él en un acto público de su colegio, lo que determinará que el presidente electo le ayude instalarse en Santiago, deseo que se había exacerbado con la muerte de su padre 11 años atrás. En 1947 viaja bajo la oposición de su madre y su hermano mayor, para seguir estudios de medicina y siquiatría, convencida de poder escudriñar en el cerebro humano para conocer los sueños del hombre.
Diarios como El Siglo, La Opinión (donde conoce a Vicente Huidobro), El Extra (donde reporteaba crímenes en los barrios marginales) y La Hora, publican sus escritos. De este último fue despedida por publicar un artículo relacionado con la tala de árboles en La Alameda ordenada por el alcalde de ese entonces. El cierre de los diarios en que trabajaba le impide continuar sus estudios.
González Videla, que en 1946 había ganado las elecciones con el apoyo del Partido Comunista (PC), dos años más tarde hace aprobar la Ley de Defensa de la Democracia, que lo prohíbe, y sus miembros, entre ellos Stella, son perseguidos. Un profundo odio por al gobierno la une a Enrique Lafourcade y Enrique Lihn, por lo que juntos se tatúan una calavera en el brazo, un pacto de sangre que consistía en dar muerte al presidente que consideraban dictador.
Es el editor Domingo Morales en 1949 quien la impulsa a publicar su primer libro, Razón de mi ser, que se agota en tres meses. La escritora vive con su hermano menor, quién también emigra a Santiago, en una pensión cerca del antiguo Instituto Pedagógico. En la época del 50 se vive un gran auge cultural en la capital, donde escritores como Jorge Tellier, Enrique Linh, José Donoso, Enrique Lafourcade, Mariano Latorre, Pablo Neruda, Alejandro Jodorowsky y Nicanor Parra compartían con Stella en El Bosco y el café Iris. Como cuenta la escritora en variadas entrevistas, los de la época del 50 eran lectores asiduos de Darío, Neruda y Sartre.
Durante esa misma época vive un romance con Parra, que le dedica el poema La víbora; posteriormente conoce a Jodorowsky con quien vive una intensa relación amorosa. Al cabo de un tiempo es acorralada en una cita y violada, quedando embarazada. Se casa en 1950 para proteger al niño recién nacido y a ella misma. Este primer matrimonio tuvo como fruto tres hijos que mueren a las pocas semanas de nacidos, lo que ocasionó posteriormente la ruptura definitiva de la pareja. Mucho más tarde se casa con un arquitecto de apellido Viveros, con quien tuvo un hijo llamado Rodrigo.
En 1953 publica Sinfonía del hombre fósil, autoeditado, y en 1959 Tiempo, medida imaginaria, editado por el Grupo Fuego, dónde dedica un poema a Neruda que escribió años antes para la celebración de los 50 años del vate. En 1973 se enfrenta con el golpe militar y la ascensión al poder de Augusto Pinochet; durante este tiempo la escritora vocifera a favor del PC desde su ventana en la Villa Olímpica a la calle y exhibe fotografías del Che Guevara. Su vivienda es allanada y ella misma, detenida y torturada; además, es arrollada por un vehículo que vigilaba su casa. Durante este periodo participa en la SECH como casi todos los escritores de la época.
En 1992 publica Los dones previsibles, editada por Cuarto Propio, con el que gana el primer premio Pedro de Oña y el premio del Consejo Nacional del Libro en 1993; luego aparece un tríptico testimonial autoeditado, La Arenera.
Viaja a Cuba y presenta en la Casa de las Américas un ensayo sobre la poesía chilena desde 1898 hasta la poesía joven. Es homenajeada con una antología de sus poemas editada en ese país en 1994, titulada Stella Díaz Varín: Poesía. En 1999 se publica De cuerpo presente ganador de un FONDART.
Se le diagnostica un tumor cancerígeno en las cuerdas vocales y diez años después, el 15 de junio del 2006, muere a los pocos días de ser hospitalizada.
Figura mítica, se la ha llamado “primera poeta punk chilena” y “la Bukowski chilena”,1 y fue protagonista de numerosos incidentes, entre los que figura el puñetazo dado públicamente a Lafourcade a raíz de un artículo que éste había escrito en El Mercurio durante la dictadura militar y que, según ella, la “delataba”.2
“Su poesía marcó nuevos rumbos en la creación poética nacional”3 y en Estados Unidos se realizan variadas tesis en torno a su obra poética.
Sus versos fueron incluidos en varias antologías como Poesía Nueva de Chile (1953); La mujer en la poesía chilena (1963); Atlas de la poesía chilena (1958).
Aún se mantiene inédita su obra Stella extragaláctica, por la que obtuvo una beca del Fondo Nacional del Libro en 2006.
El documental La Colorina,2 galardonado en varios países, narra la vida, obra e impacto de la apasionada poetisa. Stella murió cuando aún no habían terminado de filmar esta cinta, que se estrenó en 2008.
Un hecho curioso de su vida y que ella transcribe a varios de sus poemas es su problema con el alcoholismo, que logró vencer 15 años antes de fallecer.