Por Vladimir Rivera
A la señora L. la conocí una vez que me pidió redactar una carta. Ella no sabía escribir.
-Una carta ¿a quién?- le pregunté.
-Al Presidente- me respondió ella.
Siempre fue delgada, pero ahora que tiene cáncer se la veía aún más. Trabajaba en la fruta, en un fundo en Catillo, cercano a Colonia Dignidad. Una micro pasa a buscar a los trabajadores a las 06.00 de la mañana para entrar a trabajar a las 08.00. En la mañana no hay problema, ya que el viento levemente frío es agradable; sin embargo, desde las 11, el calor puede ser sofocante. Y No hay árboles.
Nos sentamos y ella me contó los hechos: “Esto es lo que yo sé de Rodrigo Hidalgo de 38 años, el feroz cuatrero conocido como “El Halcón”. El 17 de octubre de 1974 comenzó todo. A Hidalgo lo habían acusado de abigeato. El robo de un par de ovejas. Hubo un enfrentamiento entre carabineros y el grupo liderado por el Halcón. Lo persiguieron por toda la región”.
Le pregunté si quería saber qué había sido de El Halcón. Desde pequeño yo había escuchado de su figura. Mi madre dice que una vez en el campo lo vio. Ella había ido a buscar agua al pozo y ahí estaba. El Halcón le pidió agua. Mi mamá temerosa le dio. Luego se despidió con un “gracias muy amable”. Algunos decían que era muy guapo. Una especie de Che Guevara rural. La Sra. L reclamaba al Estado de Chile el cuerpo de su tío.
-¿El era su tío? – le pregunto.
-No. Pero todo comenzó ese día.
Efectivamente, el jefe del retén de Ñiquén, cabo 1° Roberto Saldaña, al recibir la información del abigeato, pidió ayuda a San Carlos y logró formar una pequeña patrulla, seguida por el cabo 1° Héctor Montes , el sargento Luis Pérez, el baqueano Miguel Fuentes y Joaquín Cabrera, uno de los hijos del dueño de campo donde se había cometido el abigeato.
La policía se dejó caer de sorpresa. Hubo disparos. Muchos disparos. El primero en caer fue el cabo Saldaña. Tanto la casa como el terreno donde se alojaba el cuatrero, pertenecía a Luisa Cárdenas (90), dicen que el Halcón tenía un amorío con una muchacha llamada Lucrecia, de 22, una de sus hijas. Dicen que la anciana era la líder del grupo. Saldaña era viudo. Tenía 3 hijos de 4, 5 y 6 años que, de pronto, quedaron sin padre ni madre.
Los demás carabineros, al verse sobrepasados pidieron refuerzos al Regimiento de Infantería de Montaña de Chillán. Comenzó la cacería. Autos, caballos y helicópteros tras el Águila. 6 días dicen que duró la cacería. Ahí caería el cabo Montes, padre de 4 hijos. Su velorio fue en la comisaría de San Carlos. Está demás decir que la cacería fue infructuosa. El cuatrero se escabullía como el animal salvaje que era.
Cerca de Parral, el Halcón junto a un secuaz, se acuarteló en la casa de un campesino de apellido Navarro. Le pidieron al hombre, comida, abrigo y curaciones. Navarro obedeció. Sabía que era el Halcón. El terror de la región. El cuatrero más buscado de la historia. Sin embargo, a escondidas le pidió a un gañan que fuese por ayuda. Cuando llegó el contingente militar, ya el Halcón estaba muerto. Se había suicidado con un tiro certero en la sien. Dejaba tras de sí, un regadío de muertos.
El Halcón pertenecía a una familia campesina.
A los 6 años su casa fue asaltada. Su padre murió, dejando huérfano al chico. Aprendió con otras personas el abigeato. Dicen que robaba a los ricos para darle a los pobres. Según dicen no quería que otros niños pasaran hambre como él lo había hecho. A principio de los 70 era una persona legendaria. Algunos lo comparaban con El Zorro, de ahí su apodo. Un animal salvaje, frío, certero.
A los 15 años cayó preso por primera vez. Mató a un carabinero. En la cárcel se amotinó y junto a un grupo de reclusos se enfrentaron a los gendarmes. Dicen que dos gendarmes quedaron heridos.
Dice una de los familiares de Luisa que ese día de octubre Amanda Preciosa había salido a lavar la ropa, cuando de pronto, apareció un carabinero herido. El carabinero sin vacilar le dio dos disparos en la espalda. Agonizó dos días. Al escuchar los disparos, nadie quiso salir de la casa a buscarla, por temor a recibir un tiro.Desde la casa se escuchaban los quejidos de Amanda Preciosa. Su hijo de 14 años, impotente, no se despego de un orificio de la vieja pared de adobe donde seguía los movimientos de su madre. Dicen que la vio morir. No lloró, porque ya lo había hecho durante dos días.
La Sra. L me cuenta que apenas llegaron los carabineros se llevaron a los muertos. El cuerpo de Bella Aurora no apareció nunca más. Dos tíos, Benedicto y Apolonio fueron al retén de San Carlos, en busca de su Amanda. Fueron apresados. Nunca más se supo de ellos.
La Sra. L me dice que la carta es para el presidente, que quería saber dónde estaban sus tíos. Sus sobrinos, hijos los esperan aún. Terminé de escribir la carta. La Sra L me dio las gracias. Me regaló un kilo de frambuesas. Siempre que la veo me agradece por la carta y yo le preguntó que cómo le fue. “Aquí me ve, nunca me contestaron”. La última vez que la vi, estaba demacrada, más delgada que nunca. Seguía trabajando en la fruta, ya que no tenía recursos ni para retirarse ni para tratarse la enfermedad. Apenas me fui, pensé “¿Cuántas vidas pueden costar un cordero?
Vladimir Rivera es director de cine con mención en libretos y guiones de la UAHC, y profesor de castellano.