Miss Colombia

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Por Persus Nibaes
Me quedé unos días con un par de viejitos colombianos muy queridos, cómo dicen ellos, en su finca enclavada en las montañas de los Andes antioqueños.
Él era un pastor luterano retirado y ella una oficial de la burocracia estatal, también retirada.
Un mañana doña Celia dijo que iba al pueblo, a Guatapé a hacer unos trámites y que, con don Omar, nos íbamos a quedar solos así que fuéramos juiciosos. En pocos días yo tenía un avión de vuelta a Chile desde el aeropuerto de Río Negro, cerca de Medellín.
Al otro día don Omar fue a la cabaña de la finca dónde yo estaba y me invitó a visitar a una amiga. Cómo estaba sólo y no tenía algo preciso que hacer, porque uno siempre tiene un poema, un cuento, un capítulo de una novela, un artículo, o cualquier texto que corregir, pero este día el oficio de escribir y corregir que es la vida entera, podía esperar, siempre puede esperar, así es que me levanté rápidamente y acompañé a don Omar a tomar desayuno, para después ir donde su amiga.
El desayuno se sirve temprano, apenas amanece y es de arepas con huevo y chocolate. El amanecer es un espectáculo digno de vivir en todo su esplendor, pues miles de pájaros que ahora no recuerdo su nombre despiertan cantando al sol infinidades de sinfonías y solos de orquesta, para el deleite de toda la naturaleza que tenga el don de escuchar.
La naturaleza en Colombia es tan exuberante que a veces uno no está preparado para tanto insecto, pero uno se acostumbra al ritmo de los cantos de pájaros o de la cumbia a todo volumen del vecino del otro lado de la carretera.
La finca de don Omar queda en un sector llamado La Araña, donde baja un camino que serpentea la selva y un río, hasta llegar a un valle muy cerrado, donde se bifurca el camino que sigue hasta una central hidroeléctrica kilómetros más abajo.
Hicimos todo el camino en su escarabajo del 67.
Don Omar decía que muchos le habían querido comprar su Volkswagen querido, pero que él no lo vendería hasta que el auto ya no pueda andar, y lo iba a reparar siempre, porque su auto era parte de su vida.
Los alemanes hacen todo bien, me dijo, pero si hay algo que hacen muy bien, es la filosofía y los autos.
Mientras descendíamos por la jungla de La Araña, se cruzaban muchas formas de pájaros de diversos colores. Llevábamos un perrito muy viejo y amaestrado que tampoco recuerdo cómo se llamaba, pero que al ver entrar a don Omar en su escarabajo, se subió y acomodó en el asiento de atrás.
Este perro es muy inteligente, dijo don Omar, quien era un hombre muy bondadoso. Se notaba que los años de estudio y servicio religioso, habían forjado en él la disciplina y la paciencia, cosa tan escasa en estos tiempos.
Estudié filosofía alemana, me dijo, desde Lutero pasando por los hermeneutas y los ateos. Por eso te comprendo, me dijo, el ateísmo antropológico de Feuerbach, viene de Lutero, comentó.
Hablamos de la vida y de la muerte, más en plena selva colombiana, parece que la muerte se hubiera tomado un descanso. Colombia es una tierra donde la vida hierve espontáneamente de las piedras, de las nubes, del calor.
La lluvia tibia refresca un instante y los relámpagos de la noche parece que fueran a rajar el cielo.
Luego de una hora bajando desde La Araña, llegamos a una isla de río. Cruzamos un puente colgante y entramos a una super finca. Se notaba que los dueños eran muy adinerados, pues las casas eran de arquitecto.
Al rededor de la isla un paraíso se desprendía de las montañas. Era cómo un cuento, un lugar que pocas veces vi. Miles de árboles, vida por doquier.
Al bajarnos del escarabajo, vino a saludarnos ella, la señora María. Al verla, la saludamos con don Omar y a sus gigantes perros, que jugaban con la visita como si nos hubiesen conocido desde siempre.
Ella nos invitó a tomar un tinto, que es un café cargado colombiano al que le hago el quite porque me sube mucho la presión. Lo tomo y comienzo a transpirar y a hablar sin parar.
Ella cocinó para una visita que tenía que era un par de novios que habían ido a descansar a su finca a cambio de un módico precio. Ella les estaba haciendo pescado, pero no sabía sacarles las escamas ni espinas.
Entonces recurrí a mi oficio antiguo de carnicero, y después de sacarle las escamas, los abrí y limpié.
Tenían un nombre raro esos peces, pero no lo recuerdo, lo siento, soy malo para recordar nombres.
Después del almuerzo y contarle a todo el mundo porque andaba en Colombia y toda la historia, ellos se fueron, no antes de hacerme preguntas y aconsejarme en todo lo que debía hacer, porque así son los colombianos y hay que tomarlo bien, lo que pasa es que en Chile no estamos acostumbrados a que la gente sea tan comprometida, menos la gente en Europa donde había andado recién. Europa es esencialmente frío y soledad.
Ella siguió sirviendo tinto y nos llevó a una especie de ruca de techo de pasto, dónde habíamos cocinado los pescados y nos sirvió un rico jugo de guanábana, una fruta exquisita que en Chile nunca había imaginado.
Después salimos a caminar, a jugar con los perros y a meternos en el río.
Ella estaba muy contenta con la visita de su amigo Omar y de este joven chileno que decía don Omar, era escritor.
Vivía con su sola hija la que era sordomuda, por lo que solo se comunicaban con señas. Su hija ya era una mujer mayor, digamos que ella tenía más de 60 años y la hija más de 40.
Después de la tarde comenzó a oscurecer y con ellos salieron los famosos zancudos. No sé porqué les gusta tanto mi sangre, pero por más que use repelente en jabón o en spray, ellos se las arreglan para encontrar mi talón de Aquiles y dejarme para la historia.
Ocurrió algo sorprendente, de pronto, el jardín se llenó de ranas que hacían una música estridente junto con los grillos. Esa era la sinfonía de la tarde, pero lo más extraño era que el jardín se llenó de sapos y ranas que cantaban cada quién más alto.
Entonces ella cerró las ventanas y nos quedamos en un salón tomando café y jugo y ella trajo una guitarra.
Vamos a cantar unas canciones Omar, de esas que tú sabes y que yo ya estoy comenzando a olvidar, dijo afinando las cuerdas.
Tocaron temas del folclor latinoamericano y románticas de Juan Gabriel.
De pronto ella pidió una romántica especial a don Omar, y él muy alegremente se la cantó en guitarra.
La canción hablaba de un viejo amor no correspondido. De una mujer que ya mayor, sentía que se le había secado el corazón. Ella trató de no llorar y se secó las lágrimas. Me pidió disculpas por ponerse sentimental, pero nos confesó que se sentía muy sola.
Ella era parte de una familia de ricos industriales y políticos colombianos. Había crecido con todos los lujos de la clase alta, viajes, tierras, poder. Pero había algo en ella que la hacía distinta y era su melancólica belleza. A pesar de los años, sus ojos verdes y grandes seguían iluminando el mundo con su mirada.
Sus manos suaves y delgadas terminaban en unas uñas largas y bien cuidadas. Las facciones de su cara y sus piernas todavía eran la de una mujer hermosa, cuya belleza había sido su peor perdición.
Usted es un mujer muy linda, le dije tontamente, no debería sentirse así.
Resulta estimado, me dijo, que yo nunca pensé que me iba a quedar sola. Los hombres pasaban por mi vida, cómo el agua baja por ese río, dijo y me di cuenta que el río nunca había dejado de cantar.
Ella fue una mujer muy famosa, me dijo don Omar, ella fue Miss Colombia.
Yo quedé sorprendido. La belleza y la tristeza de esa mujer mayor me habían puesto melancólico. No sabía si abrazarla o guardar silencio.
Disculpa, me dijo ella a media luz. Es que hacía días que estaba sola, Omar siempre me viene a visitar pero hacía días que no venía. En esta finca me siento más sola todavía, creo que me voy a volver a mi casa en Medellín. Pero si, me dijo ella, yo fui Miss Colombia y lo dijo con gran orgullo, cómo si para ella ser la mujer más hermosa de un país de mujeres hermosas hubiese sido su mayor distinción, lo dijo arreglándose el pelo, con un dejo de superioridad.
Que a ti no se te pase la vida buscando, me dijo, yo nunca pensé que iba a terminar así. Los hombres me prometieron todo, me dieron viajes, autos, casas. Aunque yo no necesitaba nada de eso porque mi familia tenía todo.
Parece que nunca nadie me quiso de verdad.
Me contó Omar que vienes llegando de Europa, y me alegro por ti, te felicito que sea por tus estudios. Imagínate que yo me cansé de recorrer Europa.
Don Omar cambió la música y se puso a cantar una canción más alegre y ella sirvió más jugo y más café y se secó las lágrimas.
Pasado el rato nos subimos los tres nuevamente al escarabajo y nos fuimos, don Omar, el perrito y yo.
Siempre la vengo a ver, me dijo don Omar, más tranquilo arriba del auto, pero hacía tiempo que no la veía tan triste.
Tenía un novio mucho más joven qué ella que le sacó plata hasta que se cansó. Se puso con un restaurante el hombre, pero la dejó. Creo que el restaurante es de ella, pero ella no quiere nada con él, pues él tiene una novia más joven.
Ella fue Miss Colombia, volvió a repetir don Omar, cómo si eso fuera algo que le hubiese cambiado la vida, pero para peor.
Fue la mujer más hermosa de su época de juventud y es triste, pero parece que ningún hombre amó su alma nunca, sólo su cuerpo, sus piernas largas, su cabello rojizo, sus ojos verdes. Todo eso era ella, pero ya era pasado. Parece que a ella nunca nadie la habían amado.
Ahora era una mujer muy triste, quizás arrepentida de una vida superficial.
Cruzamos el puente colgante y ella cerró el portón. A los lejos quedaron los cantos de las ranas y los grillos.
En el camino don Omar me fue contando de los problemas de la iglesia luterana con la guerrilla y los paramilitares.
Doña María, la mujer más bella de Colombia, quedó triste y sola, acompañada de su hija, que no podía hablar ni escuchar.
Sumida en una tristeza de río, pues todos los ríos son tristes.

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