Virginia Vidal y los condenados de la Tierra

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José M. Carrera

 @JosMCarreraC

La escritora Virginia Vidal fue conocida en el mundo literario por una obra, que parecía no tener fin. Se han publicado varias entrevistas acerca de su trayectoria. Fue periodista y directora de Anaquel Austral (2) todas accesible en internet. 

Urbe Salvaje tuvo la oportunidad de entrevistarla. Por su estado de salud accedió muy amablemente a contestar en junio un cuestionario que valoramos enormemente. 

Virginia aclara desde un principio su forma de pensar:

— Me repugna que se hable de “clases sociales humildes”. No conozco tales clases. Sí la de los asalariados y de quienes están marginados del mercado donde  se vende la  fuerza de trabajo, aquellos que no tienen ni hogar ni refugio. Para ellos el sistema usa la obscena expresión “en situación de calle”. Los señores del poder que acumulan la riqueza,  forman y acrecientan el capital, a los cuales se suman doblegándose  y buscando propinas,  clasifican así a quienes  han reducido a la mendicidad. Rebajan, oprimen, explotan, discriminan,  humillan y les quitan la dignidad. A los pobres del mundo que luchan por ponerse de pie; también los llaman “gente sencilla”. Es el mismo lenguaje de las castas políticas gobernantes que con soberbia sin límites tratan de “vulnerables” a esos oprimidos, como si ellos fueran de acero blindado y han reemplazado el concepto revolución por “refundación del estado”; las categorías de masas y pueblo por “gente”.

Sobre este pueblo escribo con el mayor respeto. Durante años entrevisté a hombres y mujeres cesantes,  a pobladores sin casa, allegados en Santiago, en Rancagua, en Concepción. Ellos  se organizaban para tomar un terreno baldío y levantar sus viviendas; con ellos compartí cuando dormían encima del barro, cuando les negaban el agua; lo mismo con las viudas cuando explotó el  grisú, en 1968, murieron doce mineros en Schwager. Fui a ver a los heridos en el hospital, no sólo sus rostros y cuerpos soflamados, lo peor: casi todos tenían el tracto respiratorio y los pulmones quemados…Testimonié  la apasionada lucha por la vida digna, por la recuperación de sus derechos. Mi novela “Letradura de la Rara” hasta hoy es la única que tiene como  protagonista a una mujer obrera industrial- señala.

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Nos interesa destacar los aportes de Virginia a la novela historiográfica chilena, de la que ella fue una reconocida exponente.

Los expertos describen a la novela histórica, como aquella que está basada en una detallada descripción de un período histórico concreto, en donde conviven personajes que en realidad existieron, ambientados en hechos que efectivamente sucedieron y que por lo general la “historia oficial” oculta o margina al olvido.

La historia es el estudio de los hombres a través del tiempo, según palabras del reconocido académico, historiador y héroe de la resistencia francesa contra el nazismo Marc Bloch. Y en la literatura, la mejor muestra de ello es la novela histórica. Un dato: Por mi cercanía con la República de Nicaragua, me permito destacar como un referente de la novela de las características mencionadas, El Burdel de las Pedrarias del nicaragüense Ricardo Pasos Marciaq publicada por primera vez en 1995. En ella sobresalen los nefastos valores de los conquistadores españoles, la destrucción de las civilizaciones que existían en Centroamérica, relatada desde la perspectiva femenina, pues son mujeres españolas las que aparecen como las narradoras en el libro. Vale la pena recorrer esa lectura.

Pero volvamos a Virginia Vidal. Nos hemos abocamos al estudio de tres de sus novelas históricas, solo haremos someros comentarios de ellas por orden de publicación y no de tiempo histórico. Quizás la característica común, es que las protagonistas son mujeres comprometidas y grandes luchadoras:

Javiera Carrera, Madre de la Patria, Editorial Sudamericana, de mayo 2000. En este texto nos invita a visitar la Plaza de Armas de Santiago, entrar a la Catedral Metropolitana y llegar al lugar donde se encuentra la tumba de “los Carrera” e identificar en ella a la “Madre de nuestra República” Javiera Carrera Verdugo. “¿Qué méritos tiene esta mujer, la única considerada madre de la patria? ¿Por qué sólo ella ha sido acreedora a semejante título?” son las preguntas iniciales de la autora y nos desafía a recorrer el libro y descubrirlo. Nos enseña -o quizás reivindica- que Javiera, hermana de los héroes de la independencia, José Miguel, Juan José y José Luis, fue también la primera escritora chilena, reportera de nuestra inconclusa emancipación.

En Letradura de la Rara, de Ceibo Ediciones, 2013; son las mujeres obreras los “personajes principales”, pero aclara con firmeza la autora, “como protagonistas pensantes y actuantes”.  Ella saca a la luz sus vidas e ilumina cada página contra el olvido y el machismo, relata la dura vida de las madres, hijas, abuelas, compañeras y esposas en ese período fundacional de la clase obrera chilena de comienzos de los años mil novecientos, retrata sueños, deseos de amores carnales y mentales en medio de sus esfuerzos como dirigentes sindicales. Y Virginia contrataca la historia “doble oficial”, la de los explotadores y de los explotados cuando nos dice “El pueblo lo llama don Reca. Cuando anunciaron su muerte de propia mano, nadie lo creyó. Crecía el rumor de que Luis Emilio Recabarren, dirigente máximo de la Federación Obrera, lo habían asesinado. Imposible que se matara como consecuencia de una neurastenia. (…) todo suicidio es un asesinato.”

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En Agustina la salteadora a la sombra de Manuel Rodríguez, Ceibo Ediciones 2015, describe una época de monarquía española y de montoneras, en el Chile del siglo XIX, después del asesinato del guerrillero, héroe de la lucha independentista. En la obra, en esa hora dolorosa de traiciones, que también se viven en la actualidad, la protagonista principal Agustina Iturriaga, mujer real, lucha, ayuda  y combate por una nueva patria chilena.

En los tres libros, la pluma fuerte e incisiva de Virginia Vidal, cual fuera una espada afilada, reconstruye diálogos históricos que nos han ocultado en las aulas en toda nuestra vida republicana hasta nuestros días, pero también recrea ambientes y realidades de la época que relata. Nosotros sabemos que es ella misma opinando través de sus protagonistas. Por ejemplo muestra la pieza donde puede escribir Javiera Carrera a don Pedro Díaz, “su Valdés”, después de dormir a sus hijos. O enunciar la tensión de las hermanas Altea y Mercedes en la Asamblea Obrera de la Alimentación en la primera cuadra de la antigua calle Ahumada, y que decir de las noches en las cuevas donde Agustina pernocta y oculta las armas para sus montoneras, además del brillo de las estrellas que observaba cuando piensa en su vida de mujer bandolera.

En más de una oportunidad fue nombrada en artículos de El Mercurio. 

“Me aterra la sola idea de que me llenen de alabanzas en el diario de Agustín Edwards, portavoz pagado por el imperialismo para derrocar al presidente Allende e iniciar  contra el pueblo el período de crímenes más atroces de nuestra historia”, señaló convencida.

Virginia fue testigo de una época ya extinta. Tratamos de retroceder en el tiempo.

¿Quién es Francisco Coloane para usted?

—Coloane fue un amigo de nuestra familia por muchos años; compartimos la estadía en Pekín. Gracias al conocimiento de su obra pude entrevistarlo y escribir “Testimonios de Francisco Coloane” (Editorial Universitaria 1991).  Como lo he dicho en otras ocasiones, Coloane supo borrar las fronteras entre prosa y poesía, descubrió el mundo austral increíble con aventura, violencia, ternura, lucha entre el hombre y la naturaleza, fue ecologista antes de que se inventara este concepto.

Estuvo vinculada a la imprenta Horizonte y tiempo después al diario El Siglo, ¿qué significaron para usted?

—Trabajé en la imprenta Horizonte durante siete años como reportera del diario “El Siglo”. Cuando retorné del exilio, todavía en dictadura, no volvieron a contratarme ni ahí ni en ninguna parte. Aceptaron mis colaboraciones en “Punto Final”, “Análisis” y “Mensaje”, sólo ocasionalmente en “La Época”.

Usted vivió en China en los años sesenta, ¿cómo era esa nación comunista?,  ¿influyó en su oficio de escritora? ¿Su exilio posterior en Yugoslavia también la influyó?

— Llegué con mi familia a Pekín en agosto de 1960. En la República Popular China  —que ya celebraba diez años de revolución—  comenzó la etapa más importante de mi vida. Fui invitada a la Universidad de Relaciones y Comercio Exterior a dar una charla a los estudiantes de castellano. Poco después, tuve la alegría inmensa de ser contratada como lectora y presentada a los profesores de la cátedra y al rector, señor Li, quien fue combatiente en la Gran Marcha.

Mis estudiantes fueron los mejores y más disciplinados alumnos de la tierra; tenían iniciativa y orgullo creador; empecinados, no permitían por ningún motivo quedarse atrás a un condiscípulo menos dotado. Trabajaban muy recio, pues no sólo estudiaban sino también dedicaban jornadas al trabajo productivo, “lao-tún”, sobre todo a los cultivos agrícolas y a las cosechas. Entre ellos había estupendos músicos, dibujantes, actores.

Pude asomarme a la inmensa nación china;  fue mi aprendizaje de la belleza y el dolor; del refinamiento supremo y las imborrables huellas de la miseria. Neruda supo comprender en profundidad ese pueblo y de su revolución dejando el testimonio en su poesía.

También trabajé tres años en Checoslovaquia, Universidad de Jan Comenio, Bratislava. Pude conocer el inicio del rico proceso encabezado por Alexander Dubcek, apoyado por su pueblo, pero aniquilado por la invasión de las tropas soviéticas y el Pacto de Varsovia en 1968.

Estuve exiliada en Yugoslavia y no olvidaré nunca la generosidad que me ofrecieron, incluso me propusieron nacionalizarme, lo cual agradecí, pero no podía aceptar, porque soy de acá.

Tengo inmenso reconocimiento por Venezuela, por su pueblo, por los amigos que me brindó mucho. Colaboré en la revista Elite y en otros medios: me incorporaron a la Asociación de Escritores, a la Asociación de Críticos de Teatro, a la Asociación Internacional de Críticos de Arte, capítulo Venezuela; sólo el Colegio Nacional de Periodistas se negó a aceptarme. Allí recibí varios premios literarios y me publicaron la novela del exilio “Rumbo a Ítaca”.

Cada país en que he vivido, cada pueblo, me ha ayudado a conocer mejor el mundo, a respetar la lucha inagotable por la justicia y la libertad.

Leí que fue secretaria de Matilde Urrutia y la apoyó o trabajó en la organización de la Biblioteca de Neruda en Isla Negra. Me pregunto ¿Qué significó para usted hacer ese trabajo?  ¿Qué libros eran los preferidos de Neruda?

—Como secretaria de Matilde Urrutia me encargué de escribir su correspondencia y la ayudé a trasladar toda la biblioteca de Neruda desde Isla Negra a la Chascona y aquí la ordenamos.

Por años fui amiga de Delia del Carril y me aceptó la única entrevista por ella concedida que apareció en la revista “Hechos Mundiales”, dirigida por Guillermo Gálvez Rivadeneira, detenido desaparecido. Esta entrevista después fue usada a troche moche por copiadoras carentes de ética.

Todas estas experiencias están en “Hormiga pinta caballos (RIL, 2006) y en  “Neruda memoria crepitante” (Ediciones Radio Universidad de Chile, 2015).

Usted trabajó en Radio Moscú ¿Qué puede decir de ese periodo?

— Yo trabajé en la Radio Moscú en 1979. Recuerdo la voz de Katia Olevskaia cuando iniciaba el programa Habla Moscú, Escucha Chile, conocido simplemente como Escucha Chile, transmitido entre 1973 y 1978, con duración de dos horas cada día, a cargo de José Miguel Varas, periodista y escritor extraordinario. El tiempo transcurrido en la radio fue la práctica de un ejercicio de riqueza incalculable.

Además de redactora y reportera, fui locutora bajo el nombre de Minaya Díaz. Tuve el honor de compartir oficina con René Largo Farías. Este brillante locutor fundador del programa radial Chile ríe y canta y más tarde de la peña del mismo nombre, puso todo su saber musical al servicio de los programas. De retorno a Chile fue víctima del asesinato político (la misma infamia segó la vida del actor Héctor Duvauchelle en Caracas).

Tuve el honor de ser llamada por el jefe Babkén Serapioniánts quien me dijo que unos trabajos míos quedarían grabados en el Archivo de Oro de la Radio (si no me equivoco, entre ellos un reportaje dedicado a Víctor Jara y otro a Víctor Díaz); en ese archivo se conservaban programas que no serían eliminados.

Crecía la necesidad de obtener mayor información lo más directa posible de un lugar más cercano a Chile. A fines de diciembre de 1979 partí a Venezuela como corresponsal permanente, hasta 1987. Trabajé en diversos oficios para costear mi corresponsalía. Varias veces a la semana —en ocasiones, a diario— partía de mi trabajo a la Agencia TASS, para despachar mis crónicas por cable. En algún desván de Caracas quedaron guardadas las copias de los cables que yo enviaba: ¡Eran rollos de metros y metros de largo que se fueron acumulando en esos años! A más de ejercer esta corresponsalía, yo colaboraba con la revista cultural “Araucaria”, publicación chilena en el exilio, de cuyo consejo de redacción fui miembro.

Asistió a la entrega del Nobel de Pablo Neruda, ¿qué recuerda de la ceremonia?

— Fui no la única sino el único periodista de Chile que cubrió la entrega del Nobel a Neruda; por el Canal Nacional de TV asistió el gran locutor Sergio Silva. En  “Neruda memoria crepitante” está mi reportaje sobre este suceso cultural de enorme importancia política, como la entrega de todo Premio Nobel. Concedido en 1971, en pleno auge de la Unidad Popular, era un espaldarazo al gobierno del presidente Allende que estaba cumpliendo las cuarenta medidas de su programa y concitaba el interés de todo el mundo. Neruda no sólo era el gran poeta universal sino también el embajador de Chile en Francia. Allí demostró su capacidad política, en especial en las reuniones del Club de París, ese foro informal de acreedores oficiales y países deudores, donde le correspondió como representante de Chile coordinar formas de pago y renegociación deuda externa. El premio alegró en especial a todos los latinoamericanos, pero no a los medios que estaban tramando el golpe de Estado y no enviaron representantes.

Me preparo para opinar algún día de Gabriela Mistral, yo sinceramente la descubrí en Nicaragua. He sabido que usted ha participado en varias conferencias sobre su obra, ¿Qué ha escrito sobre ella?

— Además de numerosos artículos sobre su vida y obra escribí “Agua viva. Gabriela Mistral y la juventud”, Ed. Texidó, Santiago, 1994.

¿Qué ha significado para usted el oficio de escritora? ¿Se siente realizada?  ¿Ha sido feliz? ¿Tiene tareas pendientes al respecto?

—Para mí, escribir —tanto crónicas y reportajes como narrativa— es el empeño en entregar testimonio de la realidad que me ha tocado vivir, dando a conocer la tenaz lucha de los humillados y ofendidos en defensa de su dignidad. Procuro usar el lenguaje que corresponde, sus propias expresiones, sin falsearlas ni ridiculizarlas. En ello he trabajado con alegría. Me faltará tiempo para escribir  y publicar todo lo que tengo pendiente.

No me gusta ni acepto la expresión “sentirse realizada”, pues no soy mercadería para venta barata en el comercio.

¿A quiénes podría mencionar como sus colegas contemporáneas?

—Hay notables poetisas y narradoras  chilenas vivas; sería injusto nombrar solo a algunas. Prefiero mencionar a las que ya no están entre nosotros. Javiera Carrera fue la gran cronista de la independencia, maestra del género epistolar. Marta Vergara es la gran cronista olvidada. De nuestras eminentes poetisas, Violeta Parra alcanza reconocimiento universal como Gabriela Mistral, pero aquí no se la valora como merece; tampoco se ha valorado a Mercedes Marín del Solar, la más importante poetisa de los primeros tiempos de la república, ni a Stella Díaz Varin. Las narradoras Inés Echeverría de Larraín y Virginia Cox Balmaceda fueron valientes para mostrar la llamada clase alta con todos sus vicios. María Flora Yáñez dejó libros importantes. Marta Brunet es admirable por toda su obra; fue la primera en dar protagonismo  en “María Nadie”, a una mujer que se ganaba la vida con su propio trabajo desafiando los prejuicios sociales. Marta Jara desmitifica la mentira del “hombre sencillo”, devela los resultados de la perversa economía sustentada en el inquilinaje, el vínculo entre hombres y animales, la compenetración con la naturaleza, su amor al niño. La novelista y dramaturga Isidora Aguirre les dio vida a héroes espléndidos, tanto mapuche como campesinos que defendían su tierra o pobladores marginales sumidos en la miseria.

Usted no fue ajena a la lucha contra la dictadura, tampoco del FPMR, es una historia de muchos, ha defendido públicamente a Sergio Galvarino Apablaza, líder rodriguista odiado por la derecha. Podría opinar al respecto.

— Sergio Apablaza, conocido como el “Comandante Salvador”, durante la guerra de liberación en Nicaragua, encabezó el contingente de jóvenes combatientes contra la tiranía de Somoza. Lo increíble es que todos los partidos de los gobiernos de la “concertación” y “nueva mayoría” (mismo fraile con distinto capacho)  no hayan valorado esta heroica gesta. Tampoco tienen el menor fundamento para afirmarse en la calumnia de la derecha que lo vincula al asesinato del senador Jaime Guzmán. Quienes pretenden ser restauradores de la democracia no han trepidado en mantener obligados a seguir viviendo en la clandestinidad a chilenos patriotas, muchos desterrados; en la cesantía permanente y más encima con procesos pendientes por haber luchado contra Pinochet. Como si existiera una voluntad de mantener la impunidad y de seguir persiguiendo a los opositores a la dictadura. Se reivindican sentencias sin pruebas ni elementos para condenar a ciudadanos sólo por haber pertenecido al Frente Patriótico Manuel Rodríguez. Se los condena a la desmemoria de un tiempo infame y se olvidan las persecuciones callejeras, los baleos a los pasajeros de un autobús, las ratoneras mortales filmadas por la televisión en vivo y en directo y otras vesanias cometidas en este tiempo contra patriotas que lucharon para acabar con  un tirano y la dictadura- finaliza.

Según la opinión del escritor Jorge Arturo Flores (3), novelista, cuentista, poeta, biógrafo y ensayista, publicada en la Comunidad La Letra Grande, los grandes exponentes de la novela histórica chilena son Alberto Blest Gana con su obra Durante la Reconquista, acerca de las andanzas de Manuel Rodríguez,  Magdalena Petit con su trabajo acerca del guerrillero Manuel Rodríguez y Diego Portales, la vida de La Quintrala y la mitología del Caleuche  y Jorge Inostrosa, con sus obras El Corregidor de Cal y Canto, Los Húsares Trágicos y Adiós al séptimo de Línea.

Flores en su extenso texto “La novela Histórica en Chile” incluye además, entre las novelas históricas de destacados autores a tres novelas de nuestra entrevistada Virginia Vidal: Balmaceda, Varón de una sola agua, Javiera Carrera, Madre de la Patria y Oro, veneno y puñal. Debemos leerlas.

Virginia Vidal seguirá escribiendo sobre los condenados de la tierra como ella siempre reafirma.

Gracias Virginia.

(1) http://www.escritores.cl/paginas/vidal.htm

(2) http://virginia-vidal.com/

(3) https://escritorjorgearturoflores.wordpress.com/

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