Por Juan Pablo Sutherland
Hace tiempo que no escribía sobre la contingencia de la militante gay en prensa o de los personajes que transitan en ese espacio político de representación, pero quizás esta ocasión sea necesaria.
Aparentemente la impunidad que da el privilegio de tener pantalla y decir lo que se te ocurra sin respuesta me indica que puede fácilmente establecerse un desequilibro que no fortalece el debate de las ideas. No conozco a José Miguel Villouta, pero me sorprende en extremo la liviandad desde donde habla, una liviandad que quizás adelantó Lemebel con un artículo publicado en los años 90 que se titulaba: “La insoportable levedad del gay”. Este texto se refiere a la entrevista que el periodista dio este jueves recién pasado en Mentiras Verdaderas en televisión abierta (La Red). Presumo que no tiene toda la información o le falta algo de perspectiva para entender cómo fueron los procesos y las luchas que dimos muchos (as) durante los ochenta y noventa para solo pararnos públicamente en este campo. Recordemos lo que significaba en ese tiempo poner el cuerpo o la cuerpa como dirían algunas amigas trans, existía la ley de penalización de sodomía (artículo 365) entremedio y el salvajismo de época sobre las sexualidades fuera de la norma. Es decir, fue todo un desafío pensar e instalar “las sexualidades críticas” como un campo de lucha política que no se consideraba para nada como parte del entramado político discursivo. Incluso, los efectos de ese campo de transformación incluyen que hoy alguien como Villouta pueda hablar sin restricciones ni censuras. Cuestión que hace más de 25 años ni siquiera era posible enunciar.
No me interesa convocar acá todo lo que se realizó, pues fue considerablemente de peso. Lo que me interesa es poner en escena varias ideas. Dice el periodista: “Y hay que ver al gay cuico que gana mucha plata, no como el enemigo sino como el que nos puede poner 100 lucas. Yo he estado en debates con Rolando Jiménez en que él me ha dicho ‘ay, el gay cuico nunca baja de arriba’. ¿Qué contestái de este argumento de lucha de clases?”.
Es desconcertante diría, que después de 25 años de lucha política por los derechos de las minorías sexuales (enunciación que prefiero al de diversidad sexual que a estas alturas es un espejismo que esconde diferencias como esta) alguien no entienda que las sexualidades se construyen históricamente. Lo que quiero decir es que la transformación no se resuelve con pensar en las 100 lucas del “cuico”, incluso desde ese argumento se motiva aún más para considerar “al cuico” como el productor de lucas y no de transformación. Por otra parte, quienes organizamos el movimiento homosexual a fines de los ochenta y comienzo de los noventa, veníamos de la lucha contra la dictadura, proceso que nos tocó, no lo pedimos ni nos sentíamos elegidos para nada, fue así, con todo lo que significó para todos.
Esa misma insistencia contra la dictadura impregnó al primer movimiento homosexual de una política de liberación sexual, que con el tiempo se perdió, pero esa es otra discusión. Sin embargo, desde ese inicio, el lugar de la izquierda con toda la moral tradicional que podría sostener, era preferible al de la derecha reaccionaria y represora de las libertades individuales (léase el prontuario de los crímenes de lesa humanidad que cometió y la moral de sus herederos hoy en el juego político). Quizás no prefiera ninguna de esas lógicas a la larga, pero tengo claro que toda la clase política convivía con ese pensamiento, triste sin duda, pues pensamos que la utopía política incluía la sexual.
Quizás sea conveniente citar además la mirada de Lemebel en el Manifiesto que reclama ese lugar, pero que no por ello asume un lugar de critica sin densidad o de homologarse al caudal liberal de la propia derecha. Lo que Villouta plantea tan descaradamente, quizás tiene que ver con la lógica de un sector elitista y hegemónico del movimiento homosexual actual, un movimiento que se ha convertido en una especie de secta que solo piensa en sus propios lugares y le vale madre el resto del país. Lo de Allende no se justifica como rabieta, no conozco su polémica tesis. Quizás la furia de Villouta tenga que ver con esa pureza de identidad homonormativa, que piensa que la sexualidad de gays no puede contaminarse de otras luchas, que se ve feo, horrible, confundir las causas por dios. El ataque a Salvador Allende está detrás de eso.
Las políticas que conocemos del corporativismo gay actual apuestan por un modelo de blanqueamiento y normalización sin miramientos, son espejos precarios del establishment gay gringo, que ya cayó hace más de 35 años en crisis, por eso el surgimiento de las políticas críticas en contra de ese narcisismo gay y sus políticas de identidad. Por eso mismo el surgimiento de las políticas queer y de disidencia sexual cuestionando el modelo gay blanco de clase media que le importaba un rábano los asesinatos de travestis latinas pobres en Estados Unidos. Un dato al paso, el feminismo también tuvo que lidiar con esas perspectivas.
Finalmente comentarle a Villouta que el Movilh fundacional realizó hace más de 25 años un acto en público y a contrapelo a la fiesta de los abrazos (evento que organiza todos los años el PC para su aniversario). En ese momento extendimos un lienzo con un triángulo negro para solidarizar y homenajear a todos los homosexuales perseguidos y asesinados por el estalinismo. Eso da claridad sobre las señales política de ese movimiento. Acción no sin dificultad, pues las tuvimos, sin embargo ese gesto sitúa una ética, es decir, pelear los espacios para transformarlos.
Quizás en ese sentido la propia Gladys Marín entendió el gesto y junto con Lemebel fueron figuras relevantes para pensar la izquierda desde un lugar éticamente posible. Actualmente no tengo claro a qué podríamos llamar izquierda, pero eso es harina de otro costal. Hoy existen multitudes que piensan más allá las políticas de identidad aunque fueron ficciones políticas necesarias a decir de Jeffrey Weeks, quizás las nuevas formas de debatir críticamente requieren pensar el capital entronizado a las retóricas de la inclusión y la diversidad, ya blanqueadas y siéndoles útiles a sus propósitos.
Columna publicada en El Desconcierto, previamente autorizada por el autor