Cuando cayó Ignacio
Por Andrés Figueroa Cornejo
Apenas separados por la mesa envejecida de una fuente de soda santiaguina, el ex militante del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR), Eduardo Robles, relata que “a 28 años del asesinato por la espalda de Ignacio Valenzuela Pohorecky, su familia le pidió a los amigos de Ignacio la reposición de una placa de cerámica puesta en su tumba que representa un motivo infantil que le dibujó su hijo Luciano y que había sido robada. Y mientras colocábamos ese símbolo en su nicho, recordé y recordé (‘volví al corazón’) todo lo que ha pasado desde entonces”, y añade que “uno siempre evalúa el costo de la pérdida de este amigo, compañero y hermano. ¿Para que sirvió su caída? ¿Quiénes conocen hoy su historia? Y uno piensa en el sacrificio de una generación que combatió con las armas a la tiranía y qué cosas logramos.”
-¿En qué contexto cae Ignacio?
– A mediados de 1987 hacía pocos meses que el Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR) se había separado del Partido Comunista chileno (PCCh). Ignacio formó parte de la promoción inicial que creó al FPMR. De esos militantes de la Juventud Comunista (JJCC) que alcanzaron la claridad histórica para asumir una política no sólo porque bajó partidistamente, sino porque fue parte de un proceso y convicción personal sintetizadas en que para derrotar a la dictadura era preciso usar todas las formas de lucha. Hasta ese momento, todas las demás resultaron insuficientes. La inmensa mayoría de los dirigentes/as de los partidos políticos tradicionales de izquierda había sido asesinada. En consecuencia, la creación de frentes antifascistas, movimientos sindicales, etc. en contra de la tiranía carecían de espacio, ahogados por la represión. En ese marco dramático, muchos/as militantes llegaron al convencimiento de que para mover al pueblo de Chile y confrontar mediante acciones directas a la opresión ya era necesario realizar sabotajes, lucha y propaganda armada, castigos selectivos, etc. El objetivo era confrontar el monopolio de la violencia estatal, ayudar a la toma de conciencia y a elevar la moral de nuestro pueblo.
– ¿Cómo conociste a Ignacio?
– Antes del golpe de Estado de 1973. Militábamos juntos en la JJCC. Ignacio era un gordito militante y estudiante del Liceo 17 de la comuna de Las Condes de la ciudad de Santiago. Era conocido como “el guatón Valenzuela”, de mejillas rojas, muy buen estudiante y de excelente humor. Cuando se ejecutó el golpe de Estado contaba 16 años y ya era un connotado militante de la JJCC de su colegio. Como muchos/as, después del golpe, Ignacio vivió un camino de transformación y madurez fulminante. Ingresó a estudiar Economía a la Universidad de Chile. Yo me reencontré con él alrededor de 1977 cuando estaba por graduarse de su carrera universitaria y ya habían exterminado a las direcciones del PCCh y del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), entre otras fuerzas. En medio de un proceso de repliegue y exilio masivo, Ignacio me comentó que a la dictadura no se le podía encarar sólo enviando cartas a los regimientos, invocando el costado humano de los milicos o mediante las denuncias de las organizaciones de derechos humanos: era urgente asumir otro tipo de resistencia, siguiendo el ejemplo del MIR. Esta convicción caló en muchos jóvenes comunistas de la época.
-¿A qué se refería explícitamente Valenzuela Pohorecky?
– A la necesidad de pasar a la clandestinidad y a desafiar a la dictadura militarmente. Ignacio hacía tiempo que confrontaba sus posiciones con los compañeros/as que realizaban un trabajo en la Asociación Cultural Universitaria (ACU). Recuerdo que Ignacio, amante de la poesía, discutía con un poeta de entonces a quien le planteaba que la poesía debía convertirse en lucha frontal y directa en contra de la tiranía. La poesía desarmada no provocaba ningún daño relevante a la opresión. Las peñas y los grupos folclóricos eran necesarios, pero definitivamente insuficientes.
La juventud rebelde bajo la tiranía
-¿Cómo se expresó la radicalización de los jóvenes de fines de los 70?
– Nos sumergimos y empezamos con los rayados (pintadas) en los muros llamando a la insubordinación, por ejemplo. Coincidimos con la victoria sandinista en Nicaragua en 1979, la de Vietnam en 1975, la guerra en El Salvador, y con discusiones fuera de Chile que se dieron en la cúpula del PCCh. De hecho, el secretario general de esa tienda, Luis Corvalán (que ejerció el cargo entre 1958 y 1990), comenzó a hablar de todas las formas de lucha, de la perspectiva insurreccional de masas (PIM), de la violencia aguda y, por primera vez, se mencionó el llamado “vacío histórico” del PCCh, el desprecio por la autodefensa y el trabajo militar. Los miembros del PCCh que se formaron en Cuba y combatieron en Nicaragua también incidieron en ese debate.
-¿Cuál fue la reacción de la totalidad de la dirección del PCCh?
– Al aparato sindical en el exilio, que era parte de la Federación Sindical Mundial, siempre le pareció una aventura el discurso insurreccional, debido, tanto a la política de la Unión Soviética, como a cierta mentalidad obrerista y economicista que lo dominaba. Esa cultura chocó con la juventud comunista al interior y al exterior del país.
-¿Y qué hicieron ustedes, entonces?
– Ignacio, yo y otros comenzamos a conversar con ex compañeros del colegio sobre la necesidad de iniciar sabotajes y acciones audaces.
-¿A qué se referían con ‘sabotajes’?
– Dañar las comunicaciones, desalentar en la práctica el discurso dictatorial del supuesto milagro económico chileno. Ya el MIR había efectuado sabotajes a agentes del gobierno y a símbolos de la burguesía en sus propios barrios de ricos. Por tanto, pensamos que esa era la línea a seguir. Comenzamos a boicotear con explosivos caseros los locales que administraba la esposa del dictador, Lucía Hiriart, le incendiamos el auto a un guardaespaldas de Pinochet. En Santiago existíamos tres grupos de esta clase que no nos conocíamos entre nosotros. Algunos habían quemado los tendidos telefónicos, realizado ataques incendiarios a la revista Qué Pasa de ultraderecha Eso fue en 1980 y sin permiso del PCCh. Aprendimos de manera totalmente autodidacta.
-¿Y qué hizo el PCCh?
– Paulatinamente empezó a contactar orgánicamente a pequeños grupos como el nuestro y que fueron formando el Frente 04, previo al FPMR y que se alimentó de algunas personas que fueron parte de la autodefensa que tuvo el PCCh en la Unidad Popular. En esa experiencia participó Cecilia Magni, antiguos militantes comunistas que años después murieron en el asalto a unas armerías, entre otros/as.
-¿Cómo respondió la tiranía?
– Nos signaba de terroristas mucho antes de que existiera el FPMR. Sincrónicamente fracasó de modo terrible la Guerrilla de Neltume del MIR.”
El FPMR y el PCCh: el conflicto permanente y la escisión
-¿Y el origen del FPMR?
– El PCCh decidió crear un aparato militar, pero públicamente no como una política propia, con el fin de no perder el diálogo y la posibilidad de acuerdos con la oposición burguesa a la dictadura. El denominado “vacío histórico” nunca se tradujo en la transformación del PCCh en una organización político-militar. El FPMR fue una especie de ‘hijo bastardo’ del PCCh, un no reconocido. Eso, teóricamente, le ofrecería una forma de presionar al régimen y al mismo tiempo negociar en un mejor pie con la oposición liberal. Ya la creación del FPMR como una estructura aparte del PCCh, demostró que jamás existió un real reconocimiento de la ausencia de una política revolucionaria en su interior.
-Pero esa es una evaluación posterior…
– Por supuesto. Entonces, para quienes asistimos al parto del FPMR nos resultó un enorme avance su sola existencia. Nosotros nos convencimos de que un aparato de esa naturaleza no podía tener ninguna relación con el trabajo público del PCCh. Lo vimos como algo coherente en ese tiempo. Hoy podemos afirmar que la manera en que fue concebido el FPMR jamás tuvo que ver con un Partido Comunista que luchaba por el poder y que siempre primó y ha primado su condición reformista y legalista.
-¿Y la Política de Rebelión Popular de Masas (RPM) del PCCh?
– Fue proclamada en 1980, pero comenzó a realizarse en Chile alrededor de 1983, cuando se dio a conocer el FPMR. Galvarino Apablaza (Comandante Salvador) fue uno de los encargados de trabajo militar de masas (TMM) en el PCCh y luego fue uno de los dirigentes del FPMR. Así también se nombró a un enlace político entre el trabajo militar del PC con el FPMR.
Ignacio
-¿Cómo era Ignacio Valenzuela Pohorecky?
– Ignacio tenía un carácter audaz basado en una formación política sólida. Cuando el PC bajaba la línea de realizar acciones de sabotaje y propaganda armada, Ignacio ya lo estaba haciendo hacía tiempo. Él fue uno de los primeros dirigentes del destacamento especial del FPMR. Los destacamento especiales en Santiago fueron cuatro: uno dirigido por Roberto Nordenflycht; otro por Mauricio Arenas; otro por Mauricio Hernández Norambuena; y otro por Ignacio, quien realiza espectaculares acciones. Por ejemplo, el secuestro del cabo de carabineros Germán Obando, del militar encargado de relaciones públicas del ejército, la toma de la Radio Minería, el asalto a las armerías, sabotajes múltiples, etc. En esas acciones todavía no participaban oficiales del FPMR formados en el extranjero, sino que militantes locales, salvo Roberto Nordenflycht, Raúl Pellegrin y Galvarino Apablaza, y otros pocos que se ocuparon de los aspectos logísticos de la nueva organización. De hecho, Ignacio (junto con Mauricio Arenas) sólo viajó a Cuba a formarse militarmente por algunos meses recién en 1984. Para conocer el carácter de Ignacio, vale ejemplificar con su planificación de una operación de castigo contra una casa de tortura y exterminio de la Central Nacional de Informaciones (CNI) ubicada en la calle José Domingo Cañas, en la comuna de Ñuñoa en Santiago (en la actualidad, es un lugar de memoria de las víctimas de la dictadura). Cuando ya se encontraban los grupos operativos preparados para la acción en la calle, con fusiles y lanzagranadas, el PC envió un instructivo para que se suspendiera la operación porque estaban entrando a Chile las compañeras Julieta Campusano y Mireya Baltra, ex parlamentarias de la Unidad Popular que se presentaban desde el exilio a una entidad de DDHH en la capital. Se supone que la acción militar planificada podía poner en peligro a las ex diputadas. Pues bien, Ignacio resolvió no arriesgar a los combatientes y realizó la acción de todos modos. Varios agentes de la tiranía, probadamente asesinos, fueron ajusticiados en la operación rodriguista. Por ello, Ignacio fue reprendido por el PCCh a través de la dirección del FPMR. A las ex diputadas no les ocurrió nada. Ese tipo de conflictos entre el PC y el FPMR se tornaron recurrentes. Todo ello ocurrió previo a la independización del FPMR del Partido Comunista, porque los combatientes llegaron a la conclusión de que sólo eran considerados un aparato de negociación y propaganda armada. El PC no tenía el objetivo de construir un militante integral político y militarmente.
-¿Cómo y cuándo se independizó el FPMR del PCCh?
– A comienzos de 1987, la dirección del FPMR decidió confrontar la voluntad del PCCh de desarmar el trabajo militar de masas después del ajusticiamiento fallido a Augusto Pinochet y del descubrimiento de la internación de los arsenales de Carrizal Bajo. El Partido Comunista, presionado por las fuerzas más reformistas en su interior, resolvió desandar la política de rebelión popular de masas como condición impuesta por la oposición liberal al régimen para ser parte de la salida pactada de la dictadura. Es importante decir que siempre las armas que utilizó el FPMR tuvieron el control político y orgánico del PCCh. Creo que el motivo estuvo asociado al temor y desconfianza de que el FPMR se convirtiera en una fuerza independiente. Pero estamos hablando que en la dirección del FPMR estaba Raúl Pellegrin y otros que tenían un nivel político mucho más avanzado que la dirección del PC, una superior experiencia combativa y una tradición de militantes ejemplares. El propio Raúl Pellegrin fue condecorado en Nicaragua como el mejor militante comunista. Por eso, cuando ocurre la separación, el 90% de la dirección del FPMR se fue del PC. Había una opción política mucho mayor al mero hostigamiento en contra de la dictadura. Se trataba de realizar realmente la Política de Rebelión Popular de Masas, más allá de una transición a la democracia limitada, representativa y burguesa, transición que todavía hoy no ha ocurrido. En la actualidad todo se ve más claro, toda vez que el PCCh acabó incorporándose a un bloque político (Nueva Mayoría) que únicamente se ha dedicado a administrar uno de los capitalismos más liberales y antipopulares del mundo. Siento que hemos sido traicionados más de una vez.
– ¿De qué manera recuerdas a Ignacio Valenzuela?
– Ignacio cayó a los 30 años de edad. Reunía un alto nivel de cultura política. Fue un gran lector del marxismo, de la poesía contemporánea (le gustaban los ‘poetas malditos’ franceses); gustaba de la música de Georges Brassens y de todos los irreverentes franceses, era economista profesional. Si bien no tenía buena voz, tocaba la guitarra. Era muy enamoradizo, vivía intensamente y no bebía alcohol. Y contaba con la audacia y decisión necesarias para llevar adelante operaciones muy arriesgadas donde él siempre estuvo en primera línea. Conjuntó la teoría y la práctica coherente y armoniosamente. Entre tantas acciones, participó directamente en el asalto al Cuartel Borgoño de la CNI: dirigió el ataque a un cuartel del Batallón Antiexplosivos ubicado en la calle Alférez Real en la comuna de Providencia en Santiago; condujo la acción de castigo en contra de la Comisaría de Carabineros de Polobanda en la comuna de Las Condes. Ya a fines de 1986, Ignacio me comentó que el PC estaba obstruyendo el trabajo militar de masas y al FPMR, y que en esas condiciones, él no estaba dispuesto a continuar la política de ese partido y que prefería incluso ir a criar gallinas al campo y dedicarse a escribir poesía.
-¿Ignacio tenía una vocación militar?
– Para nada. Se formó en la experiencia y la voluntad. Fue amante de la vida. En una de las primeras acciones en las que participé con él, hicimos unas barricadas apoyando la huelga de una empresa textil en el centro de Santiago en 1980. Entonces una operación audaz consistía en hacer una barricada y lanzar algunos volantes. Ignacio se fue autoconstruyendo desde lo más simple. El ‘gordito Valenzuela’ se transformó con el tiempo en un líder operativo de primer nivel, y todas las acciones en las que participó resultaron exitosas. Él nunca fue detenido ni cayó en ninguna de ellas. La única forma de detenerlo fue acribillándolo por la espalda. Junto a Raúl Pellegrin, Roberto Nordenflycht, Mauricio Arenas y otros/as, Ignacio fue un militante complejo, alegre, capaz de reírse de sí mismo y de encarar, al mismo tiempo, los riesgos de un revolucionario. Ni Ignacio ni los demás hermanos/as fueron militaristas o se creyeron nunca ‘Rambo’. Lo menos que deseaba Ignacio era morir. Por eso yo lo recuerdo a él y a los demás compañeros que murieron en la masacre de la Operación Albania muy lejos de una mirada martiriológica. Por eso a los que cayeron en ese crimen perpetrado por la tiranía para desmoralizar al FPMR y al pueblo chileno, aprovechando el debilitamiento de la organización por su reciente independización del PCCh, los evoco vitales, enteros, ejemplares. Fuera de la ortodoxia y la burocracia del PC y como a verdaderos comunistas revolucionarios.
– ¿Cómo cayó Ignacio en el contexto de la llamada Operación Albania de mitad de junio de 1987?
– Ignacio fue el primero en caer en esa operación de la dictadura. Él se había quedado a dormir en una casa en la calle Alhué de Santiago, donde vivía su madre. Ese lugar estaba con seguimiento y vigilancia. Los agentes de la CNI fueron tras sus pasos y le dieron la voz de ‘alto’ para detenerlo. Ignacio portaba una granada de guerra y alcanzó a desenfundar su arma, una pistola Browning de 9 mm que siempre llevaba encima porque jamás estuvo dispuesto a entregarse, y en ese lapso fue acribillado por la espalda. Inmediatamente se volvió eterno.