Domingo: Un remolino de relatos
Por Zucchero. Fotos de Majo Pastene.
El séptimo día
Domingo, para algunos el día más triste de la semana. La jornada festiva donde se reflexiona, donde uno se mira al espejo, aunque lo que se vea diste mucho de la belleza acercándose a lo grotesco.
56 domingos para darse cuenta que el mundo gira a la inversa. Aún así es un día en familia, para los amigos. Algunas veces para uno mismo.
Natalia Berbelagua, escritora, nacida en 1985 en Santiago, ha publicado los libros Valporno (2011), La Bella Muerte (2013) por Editorial Emergencia Narrativa, y Domingo (2015) por Editorial Libros Tadeys. Actualmente trabaja en su próxima novela y en la escritura de guiones.
Natalia nos presenta historias intimistas y cotidianas. Como el título de su último libro todas parecen transcurrir un domingo. Su familia, el reencuentro con un antiguo novio, un temor, y muchas otras cosas de la infancia. La muerte de Pinochet, el nauseabundo olor de una calle de Valparaíso, alguien que atisba desde una construcción cercana.
La narrativa de Natalia Berbelagua nunca deja indiferente. Es amena, se lee fácil. Algunas veces atrapa. Otras acaricia.
“Ahora estoy mostrando mucho más abiertamente mi realidad. Me di cuenta el último tiempo que mis mejores cuentos son los que hablan de cosas que me pasaron o me están pasando en el momento. Entre el escritor y la obra no hay separación, al final aún en la ficción más aparatosa se está igual, se muestran las obsesiones, las debilidades, todo. Por eso escribí Domingo, por eso me puse a leer mis diarios de vida, la estructura del libro se dio sola, los mejores textos de la semana estaban el séptimo día, seleccioné algunos y trabajé sobre ellos. Todo lo que está ahí es verdad. Todo lo que está ahí soy yo. Me reservé varios domingos felices para que el libro tuviese un tono más potente y para atesorarlos conmigo, íntimamente, la felicidad sí que hay que guardarla”, señala Natalia.
Natalia se brinda tal cual es y el lector agradece esa transparencia. La escritora ya en 2011 lanzó Valporno, una serie de cuentos ambientados en un lugar que podría ser Valparaíso. El libro causó bastante revuelo debido a la sinceridad con la que Natalia afrontaba ciertos temas. Algunas señoras pusieron el grito en el cielo con la aparición del texto, o posteriormente al verlo en alguna Feria del Libro, pero ella impertérrita. Era innegable: Natalia trajo aire fresco a la narrativa chilensis.
– ¿Por qué escribir? ¿Tal vez imaginar un mundo mejor que éste?- le pregunto.
– Partí escribiendo por evasión, por sueño, para evadir el aburrimiento y crear un mundo donde el foco está puesto en lo que yo veo. Me paso los días trabajando, pero también imaginando cosas que no necesariamente terminan en libros, sino en proyecciones de lo que quiero ser. Quise escribir porque creía que me pasaban cosas raras y algo había que hacer con eso. Un ejemplo. Estuve un año con un ojo desviado. Un día me acosté normal y al otro desperté así. 365 días después, o 367 no sé, desperté con el ojo normal otra vez, tenía seis años.
Crecí en una casa antigua de Santiago, con árboles y animales, mi primera mascota fue una gallina con la que andaba en brazos todo el día como si fuese una muñeca.
Me intrigaba la muerte, me acerqué a mirar a los primeros muertos de mi familia, nunca se me ocultó nada. Fue una infancia rara, linda y cruda al mismo tiempo, inocente y fuerte también. Siempre he sido una vieja-niña, una vieja-adolescente y hoy una vieja-adulta joven. Mis textos son lo que son por eso, escribo como hablo, como pienso, cuento las cosas que he visto y las que proyecto. También las que sueño en la noche.
– ¿Qué tan importante es el lector y su juicio?
– El lector es fundamental. Yo escribo pensando en que un otro me va a leer, sin duda. Yo misma soy una lectora que admira a sus referentes, a los que vinieron antes y los que están escribiendo ahora. Lógicamente quiero que les guste mi trabajo, que compartan conmigo una experiencia, un paseo por eso que veo. Provocar, al final, eso es. Antes quería provocar en el sentido de desafiar, ahora no, quiero provocar imágenes, sensaciones. Quiero que en algún momento del futuro el que quiera leer mi obra completa vea el progreso, el cómo fui saltando de tema en tema, o de estructura en estructura mejor dicho, porque el amor, la muerte, el juego, la música también está presente en Domingo, de otra forma, pero está, y es probable que esos mismos temas sigan apareciendo, porque es mi forma de deglutir el mundo. El lector lo procesa conmigo, tardíamente. Le llega algún tiempo después, incluso cuando ya se cambió de opinión. Todos somos lectores, incluso los analfabetos, todos leemos el mundo de una u otra forma, nos estamos leyendo entre nosotros, haciendo aproximaciones, repetimos las historias que creemos que son divertidas para un otro, los chistes que tuvieron éxito en los cumpleaños, las reflexiones que te aplaudieron en una conversación. Si eso lo hacemos todo el tiempo ¿Cómo no voy a pensar en que alguien va a leer lo que escribo?
– ¿Cómo es la vida de una escritora? ¿Es diferente a la vida llena de angustia y aburrimiento de muchos chilenos?
– He tenido hartas vidas siendo escritora, nunca es igual, aunque hay rutinas que se repiten pese a que me haya cambiado de lugar. Trabajo desde mi casa, la vista que tengo es hacia los cerros de Valpo. Empiezo a trabajar temprano. Veo cómo las ventanas de las casitas se van iluminando, cómo va aclarando el cielo. Tomo té para trabajar, o aguas de hierba, casi nunca café. No fumo. Dejé el pucho hace dos años, y eso me ha quitado bastante ansiedad a la hora de armar las historias. Siempre escribo con música, con cada libro he repetido incansablemente la misma lista de canciones. Ahora de hecho, hice un estudio de las canciones que más se repetían los domingo en las radios que me gustan, así hice un listado, que es lo que he escuchado para trabajar en el libro. Los días felices salgo a la calle a dar una vuelta, voy a la Feria de las pulgas a cachurear o a la casa de mi mamá. Me gusta salir con mis hermanas, también me gusta la playa. En verano me gusta bañarme en el mar. Los días tristes me quedo en casa, y casi nunca cuento que estoy así, además vivo sola, entonces uno se acostumbra a sufrir medio en silencio. En esos días me pongo a leer poesía. Casi siempre que tengo pena leo a la Cecilia Casanova o a la Emily Dickinson, también a la Juana Bignozzi, que entiende como pocas la soledad. Escribo y corrijo de inmediato, un párrafo- la corrección y así, voy avanzando en la medida de que el texto esté lo más cercano posible a cómo quiero que quede. Mi estado de ánimo en general es el de una melancolía alegre. Me emocionan hartas cosas. Ver cómo crecen mis plantas, si les salió una hoja nueva o creció una nueva flor. Cocino y a veces bailo, o me junto con amigos. También tengo que leer mucho. Me preocupo de los libros que van saliendo para estar actualizada, leo también libros antiguos de autores que me gustan, busco biografías y fotos de escritores, veo documentales, me gusta subrayar las citas. Escribir también implica estudiar, no quiero pecar de ingenua, no quiero hacer algo que los otros ya hicieron, y además en ese estudio se hacen descubrimientos interesantes, aparecen reflexiones o luces sobre el trabajo de tus colegas y sobre el tuyo. Mi vida es diferente a la de muchos chilenos porque sé reconocer la felicidad, porque tengo el mejor trabajo del mundo, hago lo que me gusta, y aunque sea difícil a ratos, es una dificultad rica, porque estai trabajando para mejorar en lo tuyo. Trato de ser agradecida con lo que tengo, y cuando me aburro hago collages.
– ¿En tu escritura el pasado te acecha? ¿Escribes para volver atrás? ¿Cómo vives el presente?
– El pasado no me acecha, todo lo contrario, voy yo en su búsqueda, trato de recordar cosas nuevas, a veces en los sueños están las claves, hablar del pasado es una etapa que pretendo cerrar con el libro que viene después de Domingo y en el que llevo trabajando casi dos años. Escribo para rectificar cosas, para poner luz sobre temas que están ahí, dando vueltas, vuelvo atrás escrituralmente porque estéticamente a mi modo de ver, había algo que aportaba, algo distinto. Por supuesto que releer los diarios de vida es un ejercicio que te conecta con el pasado, pero no necesariamente con ese importante, con el de los hitos, porque ese se recuerda con facilidad, sino con lo cotidiano y ahí estoy, buscando en los asuntos simples. Me gustó ver el cambio de rutinas, las personas que fueron quedando atrás, las nuevas que aparecieron, las premoniciones, las caídas, es situarse en un punto de la línea de tiempo. Cuando hablo de los muertos por ejemplo, es una forma de volver a darles vida. Los recuerdo tal y cómo eran, esforzándome un poco les recuerdo la voz o las frases características. Es un mantenerse conectado con todo lo que se es en el presente, que en este momento es trabajar. Escribir y leer, estudiar, descubrir cosas. No sé cómo lo vivo más allá de eso, supongo que en una constante improvisación, como todos. Eso sí, trato de hacerle más caso a lo que siento, cuando lo hago me equivoco menos.
– La familia. La madre, el padre, la abuela. ¿Qué tan importante fueron ellos en este libro?
– Domingo es un libro vital, un diario de vida armado de otros diarios de vida, por lo que la familia sigue siendo el núcleo. La madre en Domingo es importantísima, tal como lo es la real en mi vida, tiene también esa ambivalencia que existe en las relaciones de mujeres, una complicidad y el acercamiento/ rechazo a ser como esa figura. El padre que aparece en el libro es ausente, como el mío. Cuando digo que un padre ausente es la marca de tiza en el suelo de un cuerpo baleado, es por una imagen mental que tengo. Sólo sé como es físicamente, me han contado cosas acerca de él, pero eso es un contorno, no hay relleno ni detalle y claramente está la muerte de por medio. Recuerdo que en el colegio decía que era piloto y que había tenido un accidente de avión. Ficción pura. El abuelo es más importante que el padre, porque es amoroso, y ese domingo en que se ven por última vez es estremecedor, porque no tienen idea que no se verán más. La abuela también es importante, porque tiene alzheimer y sólo recuerda cosas específicas, y se fija más en la naturaleza que en los conflictos, ahora vive en otro plano y lleva a la nieta a ese lugar. Cada uno de ellos es importante para el desarrollo de la trama porque la protagonista tiene vínculos con cada uno. Yo también los tengo, hay una filiación sanguínea pero también emocional. Sus problemas y sus alegrías son mías, y lo mismo ocurre al revés.
– 1560, página 32 de Domingo, habla sobre el mal. Desaparecer. El mundo es oscuro, hay alguien allá afuera que nos puede hacer daño. ¿Cuál es tu relación con el mundo exterior? ¿Debemos temer o confiar? ¿Le das un atisbo de respuesta al lector en tus escritos?
– Yo creo que hay que confiar, siempre, si se es bueno. Yo creo que la gente mala es desconfiada, porque proyecta en el otro lo que en el fondo es. Yo no puedo partir desde la sospecha, desde la mala onda. Todos son hermosos al comienzo, después con el tiempo te vas dando cuenta que no, pero es parte del juego. En la vida hay que entregarse. La hostilidad que yo muestro en la literatura está muy conectada a la mentira, a decir lo que no se es. Cuando existe el engaño se pudre todo, pero si no existiera la vida sería horrorosamente fome. Particularmente creo que el afuera es muy crudo, que está todo muy loco y trastocado. La plata pareciera que es lo único que importa, hay mucha violencia, y no somos completamente libres, que es lo más frustrante que hay. Hay un estado que te dice lo que tienes que hacer más allá de lo que te dicta la conciencia, te restringen tus actividades por pensar distinto a ti y lo imponen. ¿Porqué tengo que fumarme un pito a escondidas cuando no estoy dañando a nadie?, ¿Porqué el estado me obliga a tener un hijo que no quiero tener?, ¿Porqué me obligan a estar en una AFP? El mal es la pérdida de libertad a manos de un grupo de tontos que se creen inteligentes y subestiman la inteligencia de la gente. Todos se llenan la boca con la democracia, pero aquí hay solo teocracia, burocracia y oligofrenia.
– Me llamó la atención 1326. ¿Con la muerte de Pinochet se cerró un capítulo de la Historia de Chile? Por qué escribiste acerca de eso?
– Ese fue un día histórico. Pinochet fue un criminal que nunca pagó lo que hizo, y en ese sentido la muerte le devolvió algo de dignidad a la gente. Al menos el tipo que torturó, mató y saqueó el país dejó de estar vivo, y aunque la mayoría no pudo verlo en el cajón se lo imaginó, o lo vio en esas fotos terribles donde aparecía hinchado como un porcino. Ese día fue especial también porque las diferencias sociales se intensificaron aun más. En algunos barrios se festejaba con champaña, se bailaba en las calles, se hizo un carnaval espontáneo. En otros puro silencio. Yo estuve de tránsito entre dos lugares silenciosos, pero el Metro fue el conector entre ambos, y todos se veían tan felices que me conmovió. Pocas veces he visto a personas reír en los vagones, familias enteras celebrando. Además qué ironía más grande, que justo se haya muerto el día del cumpleaños de la vieja Lucía, y el día de los derechos humanos. Es como si la propia historia dijiera. “Nunca más, no se olviden”.
– ¿Qué tan difícil es “traer ideas del Olimpo” y luego plasmarlas en el papel?
– No creo que las ideas vengan del Olimpo, sino del trabajo hiperreflexivo del escritor o del inconsciente. Opera una metáfora constante. Las cosas no son las cosas, los sentimientos están dramatizados, los estados anímicos más intensos. Yo ya no puedo decir sólo “estoy triste”, sino que lo termino acompañanado de una serie de pensamientos que parecen muy profundos y también son algo cínicos. En el diario de vida eso se hace más evidente, al principio se cuentan hechos, situaciones cotidianas con un lenguaje sencillo. “Fui a ver a tal, nos tomamos un té, me contó tal cosa”. Con él tiempo empieza a aparecer una intención literaria que lo deforma todo “Fui a ver a tal, nos tomamos un té, nos quedamos mirando tal cosa, me habló acerca de tal, que me recordó la historia de otro”. Cuando eso ocurre lo más difícil no es traer ideas de alguna parte, ni escribirlas, el problema es que esas ideas sean originales. La originalidad va pasando por etapas, la escritura es un camino paralelo a la evolución personal, hay momentos extremadamente creativos, donde no solo quiero escribir, sino que leo más y entiendo mejor, recorto cosas de las revistas, se me ocurren muchos proyectos de posibles libros, hasta me cambia la expresión de la cara, todo florece, se ilumina. Al contrario hay periodos secos, donde no se consigue nada, se intenta redactar una línea, o dos, es imposible pasar la barrera. Por eso escribo todos los días en el diario, para quitarme la ansiedad, si se trata de llenar una hoja con palabras eso sirve, al menos para engañarse uno mismo.
– ¿Qué tan difícil es vivir el día a día de un oficio -o profesión de escritora- que no es muy rentable?. ¿Es una locura? ¿Hay que ser muy valiente?
– Es tan difícil como ser oficinista, deportista o negociante. Siempre me pregunto qué haría si no fuera escritora, y no tengo respuesta. Fui garzona, secretaria, promotora, anfitriona, guía de turismo, encargada de un laboratorio, profesora, vendedora, peluquera. Ninguno de esos oficios fue rentable, porque realmente ninguno me gustaba. Hoy gano más que en esos tiempos, porque hago lo que me gusta, estoy convencida que vine al mundo para escribir, ese es mi lenguaje, es mi casa, mi lugar. Quisiera aprender más cosas, como jardinería o más cosas manuales, pero es cosa de tiempo. Hay que ser optimista. Hasta en mis peores momentos no he dudado de que saldré de ahí, encontraré un lugar mejor y seguiré trabajando. Me falta tanto por aprender y por leer, por ver, por pensar. En suma eso es profundamente rentable. No sé si es una locura. Yo creo que no, todo lo contrario, yo creo que un escritor debe tener lucidez, estar atento, no ajeno a la realidad, ni a los conflictos, hay que estar conectado. Y la valentía tiene que llevarse siempre, hay que saber arriesgarse. Me he caído mucho, pero no me arrepiento, prefiero eso a vivir con temor, a hacer algo tibio. Mi escritura no es realmente “mi” escritura, las ideas están dando vueltas, y se repiten. Varias personas pueden pensar lo mismo en los extremos del mundo, por eso hay que hacer las cosas en el momento en que se presentan.
Todo es un posible material. A veces las ideas llegan solas, son frases, imágenes- finaliza Natalia.