Plegarias y cinco segundos en la vida de María Gallardo

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Por Hugo Dimter P.

La existencia de la osornina María Gallardo Arismendi, una de las basquetbolistas más importantes que ha tenido nuestro país, estuvo marcada por el esfuerzo y la tenacidad, pese a poseer un talento desbordante. Su historia -bastante desconocida- no solo es la de una gran mujer, sino también está ligada al curso de nuestro país durante todo el siglo XX. Fue su siglo. Una época de cambios, de luces y sombras. Y como tal, con buenos y malos momentos.

“Diosito querido, ayúdame”, susurra la muchacha antes de lanzar un tiro libre desde la cabeza de la bomba, al mismo tiempo que besa la cadena con la figura de Jesús en su cuello. Luego, ante la incredulidad y el asombro de veinte mil personas parece hablarle al balón, que-impulsado por su muñeca- hace un trayecto oblicuo, casi tímido, y cae en medio del aro sin tocar siquiera la malla. La multitud aplaude. La chilena -en aquel gimnasio de Lima- se ha convertido en una de las favoritas de los respetuosos peruanos. Definitivamente Dios está de parte de la muchacha con el número 15 en la espalda. La jugadora con la camiseta roja y el escudo en el corazón se consolida como la mejor. La goleadora del Sudamericano de 1950.

Lima huele a flores en marzo. Como dice la canción caballeros de fina estampa recorren el caótico centro de la ciudad con gracia y simpatía. El distrito del Rímac es hermoso y con un fuerte vínculo con el deporte. A este barrio pertenecen dos clubes de prestigio del fútbol limeño: Alianza-Lima y el Sucre. Pero también sus vínculos van por lo taurino. La Plaza de Acho era un ruedo de toros, y ahora remodelado, se convertía en el estadio donde se desarrollaría el Sudamericano de basquetbol femenino.

La década del 50 recién comienza y todos parecen estar expectantes del futuro. La jovencita también lo está, pero por otros motivos. Tiene 25 años, está de novia, próxima al casamiento, y quiere consolidarse como una figura destacada en el básquetbol. Y parece estar muy cerca de conseguirlo.

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Un segundo… y una plegaria

La muchacha es muy cristiana. El día anterior va a misa a rezar con todo su corazón para que Chile gane su partido. Temprano ha despertado a sus compañeras por una buena causa: las invita a la Iglesia cercana a la Plaza de Acho. Todas asienten felices. Las jugadoras están convencidas que Dios las va a conducir al ansiado triunfo. Pocos meses antes había fallecido la presidenta del básquetbol femenino chileno, Sara López Ramírez -quién organizó el anterior Sudamericano en Santiago- y sus discípulas pidieron por su alma. Las misas se fueron repitiendo todas las mañanas, pero hubo una excepción fortuita: aquella vez se quedaron dormidas y les costó caro. Más tarde perdieron inexplicablemente con Bolivia, cuadro muy inferior. Entre el asombro y el sentimiento de culpa se juramentaron para que aquello no volviera a ocurrir. Y así fue dicho y hecho. A Dios no se le podía dejar plantado.

Algunas veces la vida comienza a tomar un rumbo inesperado casi siempre por azar: una mirada, una palabra, un milímetro determina el curso y la existencia de una persona. Aquella veinteañera de cabellos largos y rizos no avalaba aquello. La muchacha delgada y de sonrisa amplia basaba toda su vida, incluyendo el éxito o el fracaso en una instancia mucho más absoluta; en algo muchísimo más extraordinario que la suerte. Ella tenía fe que, si iba a lanzar desde lejos, o invadir veloz el área rival, solo podría encestar siempre y cuando contara con la ayuda de Dios. Esa joven basquetbolista pletórica de ganas y sueños era osornina y se llamaba María Margarita Gallardo. El balón era su mundo y ella lo conquistaría.

 

Dos segundos y el inicio: Ben Hur

Osorno tenía poco más de 62 mil habitantes el 20 de julio de 1925. Ese día María llegó al mundo. La provincia de Llanquihue albergaba como grandes ciudades a Puerto Montt, Carelmapu y Osorno. Así se había dictaminado en la reciente Constitución de 1925 y los osorninos -con su alcalde Federico Hott Schencke a la cabeza- estaban felices de estar fuera del ámbito valdiviano. Era un secreto a voces la rivalidad entre ambas ciudades. Aún así Valdivia, según el Censo de 1920, tenía 11 mil habitantes más, pero los osorninos se empeñaban en sacar adelante su ciudad y convertirla en una urbe con todas las comodidades necesarias. Nada era fácil: la mitad de los osorninos era analfabeto, así que había que ponerse a trabajar en ello para revertir la situación. El ambiente no ayudaba mucho. El parlamentarismo decayó por su desprestigio y la recesión económica derivó en una crisis del sistema político. La salida fue la promulgación de la nueva Constitución que sustituyó al régimen parlamentario por uno presidencialista, extendiendo el mandato de éste de cinco a seis años y transformando la elección en votación directa. La ciudad continuaba con sus diarios quehaceres y las familias iban creciendo.

Los padres de María fueron Cecilio Gallardo y Julia Arismendi, quienes tuvieron ocho hijos: Belia, Osvaldo, Cecilio, Julio, Gastón, Víctor, Raquel -quien murió siendo muy pequeña- y María. Esta familia, como tantas, era una metáfora de la sociedad y de la nación que se desarrollaba. La comunidad fue organizándose en todos sus ámbitos y con ella aparecieron también los primeros clubes deportivos. Pocos, pero útiles para un colectivo de personas que deseaban practicar deporte y tener una vida sana.

Ben Hur, mucho antes que fuera la gran película interpretada por Charlton Heston, fue un libro de grandes tirajes, un best seller con enorme éxito que solo fue doblegado por Lo que el viento se llevó. Pero también fue un club deportivo a comienzos de los años 30. El Ben Hur nació junto a la Escuela 4 -actualmente Liceo de Niñas Carmela Carvajal-. Fue en ese establecimiento donde Antonio Ortega seleccionó a la mayoría de las basquebolistas que derivaron en el naciente club. Una de esas jugadoras fue María.

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“Yo era menor que ella, pero siempre nos juntábamos. Éramos amigas, yo jugaba por el Español y ella por el Ben Hur, entonces además de toparnos por el básquetbol nos juntábamos en las reuniones familiares. La recuerdo como una persona muy alegre. Verla jugar era todo un espectáculo, algo de primer nivel. Su pasión era el básquetbol. Luego pasó el tiempo, cada una se casó, tuvo sus hijos y dejamos de vernos más a menudo”, señala su prima Victoria Arismendi.

Ella estudió en la Escuela Nº4, donde está ubicada hoy en día el Liceo Carmela Carvajal. Debe haber empezado como a los 5 años a jugar, pues tuvo como maestra a su hermana Belia. La alumna salió mejor que la maestra. Al terminar sus estudios ella fue a reforzar los equipos de Valdivia y Temuco, pero fue algo pasajero“, rememora su prima Victoria.

En 1947 integra la selección de Temuco, ciudad donde se traslada junto a Kathy Meyer, otra jugadora que sobresale en los gimnasios osorninos y del sur del país.

La revista Estadio, a través de Renato González, escribe en 1950 acerca de la vida de María:

“El Ben Hur ha sido el club de las hermanas Gallardo. Allí han tenido siempre un buen alero y un magnífico consejero en don Antonio Ortega. Este dirigente tuvo culpa en la aparición de la nueva estrella. Bella, la hermana mayor, era centro del equipo, y María, pequeñita todavía, la acompañaba a los entrenamientos. Miraba, aprendía y hervía en deseos de tomar la pelota, hasta que don Antonio la empujó a la cancha. Pero ella no hizo lo que todas: tomarla y lanzar desde cualquier distancia. Le dio botes y se fue hasta debajo del tablero, allí esperó que la marcaran para hacer el doble. A los dieciséis años fue alera del primer equipo del “Ben Hur”, y al siguiente ya era centro. Su hermana Bella pasó a la defensa y le dejó el puesto. Si a la chica le gustaba filtrarse hacia el cesto, ésa era su colocación. Goleadora lo fue desde pequeña. El año 43 se radicó en Valdivia, y fue seleccionada de esa ciudad para el Campeonato Nacional, efectuado en Temuco. Valdivia tuvo una actuación discreta, pero su centro llamó la atención. Se clasificó la primera goleadora del primer campeonato nacional en que actuó. En Santiago se le conoció por primera vez en abril del 44. Vino reforzando al equipo del “Juventud”, de Temuco, un conjunto de niñas novicias, que dejó la mejor impresión respecto a sus aptitudes promisorias. Eliana Lorca, Lucy González, Ginette Ansuarena, Catalina Meyer y María Gallardo formaban este team que, después, en los nacionales, llegó a convertirse en verdadera atracción. Este mismo team ganó el Cuadrangular de Concepción el año 45, imponiéndose ante el Cabrera Gana, de Santiago, en ese tiempo invencible. María Gallardo puso mayor número de dobles para cargar la balanza. En sus seis torneos nacionales ha representado a tres ciudades: Valdivia, Temuco y Osorno, y la verdad es que desde su primera intervención se colocó en un estrado de preferencia para perfilarse como figura notable de nuestro basquetbol. El 45 hubo un Nacional en Santiago, y allí, junto con Ginette Ansuarena y Catalina Meyer, tres estrellas del Sur, fueron escogidas para formar en la primera selección chilena de un Sudamericano. Y luego, en el torneo del 48, en el Caupolicán, quedó agregada a las figuras sudamericanas, junto a Zulema Lizana, Iris Buendía, Yolanda y Fedora Penelli, del cuadro invicto campeón. Goleadora había sido en los dos últimos nacionales, scorer, el 48, en Osorno, y scorer, el 49 en Santiago. Las defensas más capaces no habían podido detenerla”, señala Míster Huifa.

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Su sobrina Marcela Arismendi Águila rememora: “Tengo recuerdos de una persona muy amable, tierna, cariñosa, delgada, con una prestancia y elegancia única;  con recuerdos que la emocionaban hasta las lágrimas. Gran mujer, gran deportista, gran tía”.

“Caluga” Valenzuela, el primer entrenador del equipo femenino que ganó el Sudamericano en Santiago el año 1946 era bueno para fumar. Dos años más tarde aún lo hacía. María lo aconsejaba que dejara el tabaco, pero el hombre era obstinado. Aquel año solo tres equipos extranjeros vinieron a jugar y el campeonato no tuvo la repercusión debida. Faltaban muchas selecciones de potencias en el continente. Pero aún así los aficionados advirtieron que Chile estaba formando un gran equipo. Era cosa de esperar. Y eso hicieron. Sólo había que darle tiempo al tiempo.

A finales de octubre de 1949 María Gallardo camina por el Centro de Santiago cuando el titular de un diario la sobrecoge: Marcel Cerdán, el gran amor de Edith Piaf, una de sus cantantes preferidas, ha muerto en un accidente de aviación. María suspira. El amor hay que cuidarlo. Más aún de las tragedias y los imponderables. Está de novia con Luis Efraín Peters, y se casan en noviembre de 1951.

“Era una mujer sobresaliente en todo, y en lo que más le gustaba: el básquetbol. En cada encuentro ponía el corazón en la cancha, ganaba todos los rebotes. Con orgullo recuerdo que no había partido de ella en que no estuviese lleno de adrenalina”, comenta su esposo Peters, también vinculado al básquetbol en la mitad del siglo 20 por medio de su trabajo en una sede bancaria. Tuvieron tres hijos y una vez que María abandonó el deporte, dedicó su vida al servicio público, al incorporarse al Departamento de Tránsito del municipio osornino en donde laboró por más de 25 años.

Tres segundos

Toda la existencia de María Gallardo estuvo ligada a una consciencia social y una solidaridad derivada de Cristo. Ya de niña era una ferviente católica.  Tampoco algo radical al extremo: era alegre y hacía maldades como toda muchachita. La vida en el sur era pausada, cálida en diciembre y lluviosa en el invierno, pero siempre en comunión con la naturaleza. La ciudad sólo era el fiel reflejo que Dios estaba ahí. Los hombres eran imperfectos, pero Dios los había perdonado y ellos lo debían reconocer.

“Efectivamente mi madre era de misa dominical, súper creyente, cursillos de cristiandad a los cuales asistía con mi padre durante años. Amiga del obispo Francisco Valdés Subercaseaux, y más tarde del cura Peter Kliegel y del padre Enrique”, señala su hija María Eugenia Peters Gallardo.

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Cuatro segundos. Sus logros

En 1946, María Gallardo Arismendi logró, junto a la selección chilena femenina de básquetbol, el título de campeona sudamericana en Santiago. Como recordábamos, en este primer campeonato desarrollado en mayo de 1946 en Santiago, sólo compitieron cuatro teams: Chile, Brasil, Argentina y Bolivia. Clasificados en el mismo orden al final de la competencia; y tres en el segundo campeonato, efectuado en mayo de 1948, en Buenos Aires. Se jugó allí en doble rueda, y Argentina consiguió el triunfo en un tercer match de definición con Chile, después que cada uno se había adjudicado una victoria y ambos habían dado cuenta dos veces de Perú.

Hasta que llegó el Sudamericano de Lima en 1950. Renato González “Míster Huifa” relata: “En esta vieja Plaza de Acho. Vieja y llena de tradición. Donde el cronista vio, en otras ocasiones, hermosas lides taurinas, se está jugando el certamen más resonante del basquetbol femenino sudamericano. Allí mismo en el redondel, donde toreros de la más alta alcurnia dieron fiesta de emoción y de valor, se ha instalado el rectángulo de madera, reluciente e incitante. La Plaza de Acho es de una construcción antigua, de aquella de los españoles de la colonia, contendidos amplios y cómodos. Sus graderías están acostumbradas a recibir concurrencias apretujadas, entusiastas y vibrantes, que se estremecieron con la faena extraordinaria de un “mataor” de ley. Episodios memorables que pasaron a ser historia en este recinto—se ha construido una plaza más amplia y más moderna en otro sector de Lima—se han repetido hoy con un motivo muy diferente”.

Ese motivo diferente era el basquetbol femenino. Chile llega ansioso. Los primeros en caer frente a nuestra selección es Colombia, apabullado por 50-10. Pero pierde, extrañamente, con Bolivia. Nadie lo podía creer. Las cosas empezaban de la peor forma. Chile desarrolla un juego impreciso. Muy bien a veces; mal otras. Las muchachas se concentran y esperan desarrollar su juego de forma más nivelado y sin contratiempos.

Míster Huifa continúa: “María Gallardo es una mujer inteligente y observadora. Además, tiene la experiencia de tres Sudamericanos, y resulta interesante conocer la impresión que trae del certamen, la cual la dice sin esfuerzo y sin dificultades. Gallardo señala que “Chile fue campeón invicto el 46, en Santiago, y debió serlo esta vez en Lima, al no mediar aquella baja inexplicable frente a Bolivia. Ese match no debió perderse por ningún motivo. Se jugó mal y se ignoran las causas. Se ha dicho que el pobre desempeño fue causado por exceso de confianza. No lo creo así, pues todas habíamos prometido no confiamos ante, ningún adversario, mas parece que él subconsciente nos traicionó, no entramos a la cancha con el temperamento dispuesto a luchar al máximo. Por otra parte, afectó al equipo el arbitraje de los jueces brasileños, pues, como se sabe, a Iris Buendía, puntal del cuadro, la dejaron al borde de la salida, a los pocos minutos de comenzar, y ese detalle nos cohibió”.

El Sudamericano continúa. 48 horas después de esa derrota contra Bolivia, inesperada por cierto, Chile se sacudía el polvo, y ante un rival de más jerarquía se rehabilitaba netamente. Brasil fue su vencido y sin apelación, porque la superioridad ante un conjunto que teía valores como Zilda Uriich, María Vieira y María Parecida Ferrari, no sólo fue en las cifras sino también en la cancha. “Y con mucho tono, pues la brega jugada la noche del lunes por chilenas y brasileñas, ha sido conceptuada como la de mejor basquetbol vista hasta ahora en este certamen-Se sabe que Brasil juega basquetbol de lucida calidad técnica y Chile en este aspecto tiene reconocidos prestigios indiscutibles. María Gallardo fue gran goleadora del equipo chileno. Brasil jugó su basquetbol veloz y ágil, pero careció de efectividad. Con contendores tan bien aleccionados, el juego fue de alcurnia y en esta lucha tan interesante, el cuadro de Iris Buendia supo ponerse arriba desde el comienzo hasta el fin, pues nunca estuvo apremiado. Hubo esta vez eficacia en la defensa y ritmo mantenido de capacidad. Si bien es cierto que en los primeros cuartos el rendimiento fue bajo, la defensa se sobreponía al ataque; luego en los cuartos siguientes Chile consiguió que su juego floreciera y los dobles se sucedieron uno tras otros, como remates lógicos de rápidos quiebres y de acciones envolventes en que la gente de la defensa se conjugaba en un quinteto armónico y lucido. Se mostraba por primera vez el equipo chileno, en este tablado limeño, en porte de su valía. Y se volvió a recordar en ese momento, al verlo tan ágil, técnico y convincente, cómo pudo perder ese cuadro frente a  Bolivia. María Gallardo, que en el tercer cuarto encontró el camino del cesto, rebasó cuantas veces quiso la zaga brasileña y embocó con frecuencia, hasta convertirse en gran goleadora y asegurar para Chile la victoria. Pero si bien ella brilló en la acción, tuvo compañeras excelentes en Iris Buendia, Hilda Ramos y Olivia Ramírez”, se escribe en Estadio.

“Mi impresión es que Chile tuvo, en Lima, su mejor actuación en Sudamericanos. Tuvo su mejor conjunto y su mejor triunfo, en el mejor de los campeonatos cumplidos hasta la fecha. “No obstante ello, creo que nuestro team todavía puede jugar más, pues, como se sabe, por los inconvenientes del atraso en la designación del entrenador, la preparación no se cumplió-como era debido. Y esa falla se salvó en mucha parte con la intervención de Antonia Karzulovic, nuestra compañera, que, en realidad, fue una revelación por su capacidad técnica, como por sus condiciones para directora y para darle al team la solidez moral y sentido de compañerismo y de armonía”, señala la goleadora chilena.

En el Sudamericano de 1950 la entrenadora Antonia Karzulovic había recibibido el equipo a la hora undécima, sólo veinte días antes de partir. Y tuvo el tacto para dar con el modo más conveniente. Adoptar el plan más sencillo, considerando los factores de tiempo y de material humano. Así fue cómo resolvió no entrar en jugadas complicadas, y aprovechar al máximo las características de las jugadoras. Base: la rapidez, con quiebres rápidos. Un plan de defensa individual, otro para romper ia defensa de zona, un saque de fondo y otro en la mitad de la cancha.

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La pluma maravillosa de Renato González narra el siguiente partido de nuestra selección: “Contra Perú hubo más público que nunca la noche del sábado y en la tribuna de honor estaba otra vez la Primera Dama del Perú, doña María de Odría, distinguida esposa del Presidente de la República que también parece haberse contagiado con el entusiasmo colectivo. El equipo chileno convenció a todo el mundo. Con motivos suficientes, pues jugaron bien todas sus componentes. Iris Buendia, en primer término, por su responsabilidad mayor y su rendimiento mejor. María Gallardo, que está actuando de alera, y Catalina Meyer, si bien no lucieron la puntería de otras veces, fueron eficaces atacantes que obligaron a una labor múltiple a la buena defensa peruana”.

María Gallardo estaba en su mejor forma y así lo manifestaba: “Estoy feliz con este triunfo, que coincide con mis ideas sobre la valía del basquetbol femenino chileno. Y más grande fue mi satisfacción y la de todas mis compañeras, porque probamos en la cancha lo que podíamos. No debe olvidarse que el cuadro salió combatido por muchos sectores y que se le negaron sus méritos. Hasta se hizo campaña para hacer fracasar el viaje. Hubo un momento en que estaba decidido que el equipo no iría a Lima”, finaliza.

Triunfo por segunda vez ante Argentina y título para Chile

Todo nuestro país estaba pegado a la radio para saber los detalles del match. Llegó la esperada final frente a las trasandinas. Míster Huifa narra: “Seis a seis fue el balance del primer cuarto; trece a ocho, favorable a Argentina, el segundo. Muy merecida la ventaja. Chile, que hizo algunas jugadas buenas al iniciarse, no embocaba, y sus jugadoras, ante el temor de perder excesivamente la pelota, se pusieron económicas en el lanzamiento, en el esfuerzo y en la movilidad, y así, en el segundo cuarto, el cuadro virtualmente estaba parado Sus jugadoras partían tardíamente, y entraban y lanzaban sin ritmo y sin estabilización. Chile jugaba mal, como en esa noche con Bolivia. Hubo comentarios decepcionantes en los entendidos en el ruedo, durante el intermedio, A Chile se le escapaba el campeonato. Pero todavía quedaban dos cuartos. Volvieron los teams, y de un costado de la cancha gritaban Argentina y del otro Chile. Los primeros minutos la definición fue uno brega de nervios y de desesperación para las protagonistas. La fisonomía del team celeste, el de la rubia y hermosa Erna García, estaba más entero. Mas una idea nació en la mente de la entrenadora chilena, y hubo un cambio en el equipo. El ingreso de Alicia Hernández, en la defensa chilena fue la inyección precisa. Dinamismo, velocidad, y el equipo echó a correr, a jugar en movimiento. Los rebotes defensivos se tomaban con presteza, y de allí se iniciaba el movimiento estratégico, con cinco saetas que evolucionaban y se envolvían. Argentina había entregado la iniciativa, y aunque hubo lucha pareja, fue de Chile el avance. Argentina no pudo embocar un solo punto, mientras Chile igualó en el marcador de 13-8 a13 13, En cuanto las cifras fueron iguales ya aun un poco antes, el público se sacó la careta y mostró su corazón. ¡Chi-le!¡ Chile, Chile!, de todos los lados del estadio, y un cuadro con ese aliento no podía perder. En Santiago no hubieran podido alentarlo mejor. Era evidencia de afectos, claramente, pero también lo era de admiración. Porque el aliento vino después de que el team azul comenzó a redoblar sus esfuerzos, a luchar con valor, a despojarse de la derrota. Y estuvo grande el conjunto chileno: había jugado mal, pero en los corazones de sus jugadoras había mucha voluntad, mucho amor propio, y. en sus mentes y en sus músculos, la destreza y la técnica necesarias para levantarse y mostrar en la cancha la superioridad de su juego. Trece a trece, y faltaba un cuarto de ocho minutos di1 juego. ¿Cuál sería el campeón? Allí en ese corto tiempo se iba a resolver un pleito iniciado tres semanas antes, entré los seis mejores seleccionados de la América del Sur. Habían sido seis en la iniciación, pero para disputar el galardón estaban los dos mayores. Después de dos noches di estar luchando juntos, el marcador eléctrico señalaba, en sus cifras iluminadas, el número que. Para algunos, es mal augurio, y para otros, signo de buena suerte.Trece a trece. Y de ese cuarto decisivo salió el campeón. El que debía ser, porque ya había demostrado antes que era el mejor. Ante la misma Argentina, en una noche de honor, y en esta otra noche de esfuerzo y de entereza. Lu había demostrado volcando un partido desfavorable a fuerza de”clase”. De eso que tienen sólo los auténticos astros. De esa fibra extraordinaria que se saca a relucir cuando la técnica no aflora ni rinde. Eso tuvo el team femenino de Chile para decidir el campeonato. El match había contado con pasajes bien definidos. El primero, más o menos parejo, con cifras iguales. El segundo, íntegro de Argentina, que jugó como no lo había hecho antes en todo el certamen, y el tercero en que Chile comenzó a sacudir la modorra y la nerviosidad, y se puso de igual a igual. Trece a trece. Y el final, para ver cuál era más campeón. Era una lucha de campeones. Al promediar el segundo cuarto, Argentina lo había doblado en la cuenta:12-6. Y desde ese instante en que las chilenas pidieron un minuto para ordenarse y para decirse, tomadas las manos: “Este partido no lo podemos perder.” De ese instante afloró la clase. Chile para arriba hasta la meta. En ése. el último período, veloces y expeditivas, rebasaron la defensa, y María Gallardo y Catalina Meyer volvieron a ser “cuchillas” que entraban hacia el tablero argentino. Chile20-14, y un último esfuerzo de un rival que era temible, y el resultado final: 20-17. Terminó el partido, y los más entusiastas corrieron a levantar en hombros a las campeonas, y la policía debió intervenir seriamente para evitar los desbordes de la efusión. Mientras, el estadio entero aplaudía con fervor”, cierra la crónica Míster Huifa, Renato González.

María Gallardo no disimula su júbilo por el éxito, tanto mayor para ella que ha dispuesto que éste será su último Sudamericano. Este de Lima resultará imborrable en sus recuerdos. Tuvo partidos en los cuales descolló nítidamente. Asombró muchas veces con su valerosa y habilísima acción para meterse bajo los cestos. Con una técnica, velocidad de desplazamientos y sabiduría en las fintas, como no lo podrían hacer mejor los más afamados cracks del basquetbol masculino. Temían sus jugadas y sus dobles toques de maestría que hicieron gritar a los aficionados. En varias ocasiones la osornina realizó la jugada de la noche. Dobles obtenidos más que todo con la clase excepcional. Por eso es que no se exagera cuando se dice que sus puntos valen el doble.

Llegada

La llegada a Chile es una fiesta impensada. Diez mil personas en el puerto aéreo de Los Cerrillos y cincuenta mil en las calles y avenidas del trayecto hasta La Moneda y frente a la casa de los presidentes de Chile. Júbilo colectivo, general. Santiago había salido a la calle para batir palmas al paso del carruaje que llevaba a una docena de niñas deportistas, las cuales regresaban después de haberse consagrado como las mejores basquetbolistas de América del Sur. Santiago se conmovió con la victoria de sus deportistas, y también Chile entero, como quedó expresado en los cientos de cables recibidos en Lima, De Los Cerrillos “las jugadoras fueron llevadas hasta La Moneda, donde fueron recibidas por el vicepresidente de la República, don Pedro Enrique Alfonso, y por el ministro del Interior, don Jerónimo Méndez, con quienes aparecen fotografiadas en el salón de palacio. Pero los festejos no fueron solo en la capital. “Homenaje apoteósico rindió ayer Osorno a María Gallardo”. Así tituló la prensa de aquel 3 de mayo de 1950 cuando la destacada basquetbolista local hizo su arribo a Osorno.

Se forma una Comisión de festejos. En la ciudad de La Unión la reciben con marchas el gobernador Barril, el alcalde Vogel, y los regidores. Un grupo de profesores con sus alumnos del Liceo Mixto también está ahí. Se forma una caravana rumbo a Río Bueno. Otro ágape. La madre de María Gallardo -ya viuda- se encarga de todo.

La comitiva que presidió la Banda Instrumental del Regimiento Arauco fue recibida por miles de personas que, en el puente Bulnes, esperaban a la deportista; una multitud de cientos de seguidores querían verla en persona y mostrarle su aprecio.

El periodista Fernando Delgado relata: “Otras miles de almas las que la esperaron en el Gimnasio Español, recinto en el que María Gallardo Arismendi recibió de manos del alcalde Andrés Rozas la medalla al Mérito por su destacada trayectoria. Junto a ello, obtuvo diversas consideraciones y regalos de instituciones sociales y deportivas de la ciudad”.

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Uno de sus duelos más importantes ocurrió el 14 de junio de 1951, donde para muchos se registró el triunfo internacional de la historia osornina. Aquel día, la selección local derrotó al equipo All Star de Estados Unidos, que llegaban tras derrotar en Iquique, Antofagasta, Concepción y Santiago. Integraron ese histórico plantel Catalina Meyer, Isabel Raipán, Rosa Aguilar, María Gallardo, Juana Angulo, Belia Gallardo y Erna Cabañas, entre otras.

Osorno ganó aquella vez 25 a 24 en un final de verdad infartante, que tuvo su definición en los últimos 8 segundos. El Diario La Prensa de ese entonces reseñaba: “Nada pudo el jerárquico conjunto de EE. UU. ante tanta audacia y heroicidad de las petisas de Osorno…”

Pero su presea más importante la obtuvo en el Campeonato Mundial desarrollado en Santiago, en 1954. Allí, junto a otras osorninas de adopción como Catalina Meyer e Iris Buendía, consiguieron el segundo puesto, superando a rivales como Brasil, Argentina y Francia y cayendo en la final ante Estados Unidos, por 49-36.

“Íbamos ganando 8-0, pero hicieron cambios y entró un equipo donde todas medían 1,90 metros. Contra ellas no pudimos hacer nada”, rememoró Catalina Meyer en los periódicos de la época. 

 

Cuatro segundos. Osorno, segunda mitad de los 60 

-Aló. Dirección de Tránsito de la Municipalidad de Osorno?

-Sí. Acá es.

-Buenas tardes. Quisiera hacerle una consulta…

María Gallardo tiene 44 años en 1969 y algunas veces contesta el teléfono. No es lo común, pero cuando los demás van a almorzar ella se queda un ratito más y no falta el que llama al único teléfono existente. “No hay problema”, piensa ella y atiende con la gentileza que la caracteriza. Muchas veces las personas preguntan cosas absurdas, pero ella no se enoja. La sociedad es un equipo y -como en el básquetbol- hay que orientarlo en cierta dirección y bajo ciertos parámetros. Nadie sabe de esos trámites administrativos. No se les puede culpar. Hay cosas mucho peores que una llamada inoportuna. La mujer no parpadea al hablar. La escena parece sacada de esos filmes -con Vivien Leigh como heroína- que a María tanto le gustaban. Un Osorno brumoso, a través del vidrio se torna tan irreal, casi surrealista. Frente a la naturaleza la ciudad solo parece una ilusión pasajera. La vida tiene altos y bajos y María siente que todo es tan frágil como un suspiro en pleno enamoramiento. Y tenía razón. Cosas hermosas y otras para el olvido. Nadie estaba ajeno a la dicha y las desgracias.

Fue muchos años antes. Una noche de mayo de 1957 cuando el fuego comenzó en el pasillo que conectaba el living con el comedor. No había nadie en casa y todo hizo suponer que fue un corto circuito.  Uno nunca sabe cuándo la tragedia se acerca en silencio. María y su esposo no lo advirtieron. Avisaron las aves con sus graznidos. Los gansos que andaban por el corredor junto al patio emitieron sonidos extraños que eran de mala suerte. “Una vez se le quemó su casa. Lo que más le dolió fue que perdió todos sus trofeos, fotos, los premios que obtuvo y que no podría recuperar jamás. Después de eso se fue a vivir al campo, cerca de Osorno, con su marido”, confidencia Jorge Moreira, profesor y estudioso de  la vida de la basquetbolista.

El Movimiento de Cursillos de Cristiandad (MCC) y sus Ultreyas, como denominaban a sus reuniones, fue un movimiento eclesial en el seno de la Iglesia Católica, gestado es España en la década del 40 y aprobado por Pablo VI en diciembre del 63. La primera Ultreya con una gran comunidad se celebró en Roma en 1966. Eran tres días para la vía de la amistad y del “fermento en los ambientes”, invitando al encuentro con Cristo. El encuentro en México fue el  21 y 22 de mayo de 1970, siendo la segunda Ultreya mundial y María Gallardo estuvo ahí.

“Él es el Hijo de Dios que se hace Hombre entre los hombres; lo encontramos, sobre todo, al lado de los que sufren, de los niños, de los pobres para ofrecerles la salud, el reino de los cielos, la gran riqueza de poseer a Dios; lo vemos caminar cañadas y subir repechos diciendo a los que le siguen: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida» (Io. 14, 6). La gente, deslumbrada, le llama «Salvador», «Maestro», «Señor». Jesús de Nazaret es fascinante y su figura ha quedado en los evangelios como ideal del hombre perfecto. Seguir sus pasos es un caminar por el mundo haciendo el bien”, señala en uno de los párrafos de la carta enviada por el Papa Pablo VI el sábado 23 de mayo a los integrantes de esa Ultreya en tierra azteca. María lee con atención. Uno de las ideas es lograr un mayor compromiso de los sacerdotes y de los laicos. Le llama la atención, pero hay dos más que la cautivan: “promover la participación de la mujer y fortificar la espiritualidad de la familia”.

En 1973 las regiones de Valdivia y Osorno tenían 495 mil personas y la situación estaba muy crispada. La gente estaba preocupada por el futuro. María no era ajena a esa situación. Tejer la ayudaba a pensar. Recordaba fechas, lugares y jugadas, algún partido. Una plaza. Algún río por el cual pasó en bus cuando joven. Algún rompecabezas finalizado mientras llueve un sábado pretérito. Tejer era completar un enorme rompecabezas. En eso piensa María Gallardo. Armar Rompecabeza de miles de piezas: eso es la vida. Armar un puzle. Velar por la comida, por el alimento de los hijos. Ser creativa.

“Hacer mermelada de frambuesa (aún caliente) en envases de cristal, cerrarlas hasta el máximo, herméticamente con las tapas, y cocerlas a baño María durante 20 minutos”. Eso era importante: el baño María. Ese era el truco para una buena mermelada. Así le habían enseñado. Como también que el hogar es un lugar de refugio y descanso.

Algunas veces, luego de la jornada diaria, María ve televisión. Son las nueve de la noche y va a empezar la serie del detective que viste un impermeable, y que hace muchas preguntas, aparentemente tontas o sinsentido. Es que la vida y la serie de TV se parecían. Algunas veces todo estaba trastocado, impredecible. Difícil de manejar. Pero bueno, era igual que el basquetbol y que cualquier instancia en que lucharan dos posiciones. Columbo, el personaje de la serie de TV, entendería bien. “La TV es un buen entretenimiento”, pensaba María Gallardo con 50 años. La vida se le iba entre el trabajo, sus hijos, su marido, y el visitar a su querida hermana Belia. Ambas tomaban mate de leche y conversaban extensas horas. A veces iban al estadio a ver buen básquet (en el Estadio Español) y siempre se sentaban en el mismo sitio. Cerca de la tribuna, casi al medio. Le gustaba estar cerca para observar bien. Algunas veces en ese estadio recordaba la hazaña del jueves 14 de junio de 1951. Si cerraba los ojos parecía transportarse a aquel día, los gritos, el sonido del balón contra el piso de madera, el arbitro al sancionar un foul y ella lanzando el tiro libre. La pelota cayendo sin siquiera tocar el aro. La ovación de la gente.

También fue una buena abuela. Adoraba a sus nietas mayores. Veía en ellas el suave elixir de lo que había sido. La sutileza de la piel y el espíritu; la cadencia y la alegría de la juventud, la velocidad de sus piernas y el acierto de sus lanzamientos, la explosión del público mediante los aplausos y el grito de la tribuna alentándola. Esos eran recuerdos nacidos del amor; de ella a su país y viceversa. También recordaba ese día en que se casó con la delicada música y el baile junto a su esposo. Qué maravilla. La vida había que vivirla. Claro que sí. Y ella la vivió.

Era romántica en cuanto gustos musicales. Le gustaba Nino Bravo ,Matt Monro con su éxito “No me dejes no”, Tom Jones, Arturo y Lucho Gatica con “Tú me acostumbraste” y otros éxitos de Frank Sinatra, Edith Piaf, o Nidia Caro. Esa era parte de la vida mundana, casual, familiar y privada. Pero también estaba la espiritual, interna, y mística.

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Los nietos y bisnietos de María Gallardo. La misma sonrisa.

Cinco segundo. Epílogo

La vida de María Gallardo -la privada, la íntima- fue de una discreción absoluta. Ya había tenido suficiente con la fama cuando joven para seguir en esas peripecias que podrían traerle algo superfluo y dolores de cabeza, más que algo positivo. El alma no se llenaba con fotos ni trofeos. Eso estaba bien para los estantes, pero no para algo sublime. Todo aquello había sido lindo, nada de inútil, pero tampoco la vanidad era una cualidad para reproducir. Menos para respetarse. Ahora había que enfocarse. Dios, familia, trabajo. Y en esos tres ámbitos debía primar la bondad y el buen vivir. Con los demás y consigo misma. Siempre había tratado de hacerlo. Y ahora no era el momento de claudicar. Y no lo hizo jamás.

Su vida siguió los cauces tranquilos del sur de Chile, en su casa de las afueras de Osorno. Su familia era todo. El sol se ponía y se iba escondiendo con su familia.

María Gallardo fallece en 1992 en Osorno a los 67 años. Ese día se va una de las más grandes basquetbolistas de nuestro país. Hoy el principal gimnasio en esa ciudad lleva su nombre y tal vez ella -desde el cielo- vea jugar a las noveles basquetbolistas que desean ser campeonas, como ella una vez lo fue. Quizás esa sea su última plegaria.

A lo lejos las campanas de la catedral suenan con fuerza. Más de una vez deben haber sonado por María Gallardo.

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